Esta ciudad
Esta ciudad provoca escribir un poema antirrobo.
Un poema de máscaras de hierro
donde las rejas de puertas y ventanas
se propagan al cerco de la cara
y le sirven de antifaz.
Esta ciudad provoca escribir poemas quitamanchas.
Manchas de pegante en labios de niñ s,
manchas de adult s llevando costales de tiempo perdido.
Manchas en la risa de los gobernantes,
en los nudos de manos inermes,
lentas manchas de petróleo y tóxicos
que reptan sobre el río.
Esta ciudad urge, no deja en paz,
parece decir al oído:
vuélvete loco de amor,
escribe un salmo que haga mi faz menos inhóspita.
Y los templos abren sus puertas
para sentarse en silencio
a observar la cabeza blanca de l s viej s,
ignorando qué increíble modo de amar conservan.
De ahí se vuelve a la calle
a fluir en un llanto tibio y transparente,
haciendo imágenes con el dolor
para que el llanto sea colectivo
y lloremos la muerte de los sentimientos.
Porque qué orfandad de sentimientos
entraña sobrevivir en esta ciudad.
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