Azules
Al modo de un poema de Cavafis,
hoy escribo su cuerpo y lo recuerdo.
El pecho, la piel húmeda, los labios,
sus ojos… eran, me
parece, azules…
sí, azules:
como el zafiro mismo.
Como los amantes de Cavafis, yo
no pregunté su nombre, ni recuerdo
haber, para él, pronunciado el mío.
Nos dimos a la prisa y al deseo
en aquel cuarto incómodo y angosto
bajo un ruido ronco de motores
y después, sigilosos como gatos,
volvimos cada uno a nuestro asiento
cuando ya la voz neutra del piloto
ordenaba abrochar los cinturones
y anunciaba el inminente aterrizaje.
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