¿Qué deprime a un maestro en
Colombia?
El profesor Alfredo Suárez* mira
un punto fijo en la pared, sentado en la alfombra de su casa. Su hijo de siete
años le habla y él no escucha; los antidepresivos no han hecho efecto. A sus
cuarenta años ha concluido que ser un buen maestro implica dejar a la familia,
pelear en estrados judiciales para mantener su trabajo y sacrificar algo de
cordura.
Estas ideas parecían absurdas
cuando entró a estudiar Licenciatura en Química en la Universidad Distrital
Francisco José de Caldas, durante el segundo semestre de 1997. Mantenía la
ilusión de aprender biología, física, ciencias naturales. Ser un maestro
integral. “Pero no fue así, no hubo un aprendizaje completo y me dolió que
quitaran del currículo académico asignaturas relacionadas con biología. Fueron
cinco años de estudio en los que se fue desilusionando.
Cuando se graduó, pasaron ocho
meses para que lo llamaran de un trabajo, “ofrecían menos de un salario mínimo
por ser profesor de química, literatura, religión y educación física”. En 2002
aceptó un contrato por cincuenta días en el que él debía asumir los gastos de
la EPS, cotizar la pensión y esperar cada dos meses para que le renovaran el
contrato.
Luego fue seleccionado para dictar
clases en un colegio de la provincia de Sabana Centro, lejos de Bogotá: “Mira,
no puedo nombrar el municipio exacto por cuestiones de amenazas. Cuando llegué
había problemas de paramilitarismo, la gente era muy hostil, muy bélica. Para
mí fue una bofetada ver cómo los padres me amenazaban, me mentaban la madre
cuando se les daba la gana; allá el maestro no es nadie. No protestaba porque
sabía de antemano que las bacrim estaban por ahí escondidas”.
Con el tiempo Alfredo tuvo
inconvenientes con los rectores, que recargaron su horario de trabajo,
redujeron sus descansos y lo enviaron a dar clases en lugares donde terminaban
apiñados hasta 55 alumnos. Cuando hizo públicas sus críticas, comenzó a correr
el rumor de que sería trasladado.
“El drama se complicó. Yo venía
muy mal de salud y empecé a sentir mucha ansiedad. Todo el mundo se convirtió
en mi enemigo porque me di cuenta de que algunos profesores me grababan cuando
yo hablaba mal del colegio y luego le mostraban a la rectora. Mi psiquiatra
dijo que no daba más, la depresión me tiró al piso, me quitó las ganas de
vivir”.
Problemas de salud mental
De acuerdo con la Organización
Mundial de la Salud (OMS), el ‘síndrome de burnout’, también conocido como
‘malestar docente’, es una de las causas más frecuentes que llevan al fracaso
profesional de los docentes. Un estudio que arroja luces sobre el problema en
Colombia es el que realizaron Zamanda Correa, Isabel Muñoz y Andrés Chaparro
para la Universidad del Cauca y que fue publicado en 2010.
Después de estudiar a 44
profesores de dos universidades de Popayán, entre los 20 y 40 años “se encontró
una frecuencia del 9% de alta despersonalización”, es decir, estos docentes
desarrollaron actitudes negativas y de insensibilidad hacia sus alumnos; además
presentaron “frecuencias del 16% y del 9% de altas consecuencias físicas y
sociales, respectivamente”. Las razones de estos resultados, según los
investigadores, fueron estrés laboral, largas jornadas de trabajo y
aburrimiento por la rutina personal y académica.
En otro estudio, presentado por
Katty Collantín Cardona, estudiante de comunicación social de la Fundación
Universitaria Luis Amigó en Medellín, se evidencia como el “estrés laboral”
termina en la más profunda de las depresiones. Collantín narra la historia del profesor
Víctor, quien terminó internado en un hospital psiquiátrico: “Transcurrido el
primer mes, Víctor conoció a otra profesora, Domitila Angulo, quien llevaba un
año recluida en esta clínica. La maestra venía remitida del municipio de El
Bagre (Antioquia) y murió tras mezclar medicamentos con licor y otras cosas”.
Otro profesor, Alberto Muñoz, le
confesó a la estudiante que luego de “25 años de trabajar como docente, sentía
ansiedad y decía que estaba amenazado, que lo iban a matar. Un día salió
desnudo por toda la calle, gritando y corriendo. Terminó arrestado”.
Francisco Cajiao, exsecretario de
Educación de Bogotá y experto en pedagogía, cree que “algunas depresiones
pueden ser independientes a la formación docente. En el caso del profesor
Alfredo Suárez, es innegable que los factores ambientales fueron detonantes.
Hay situaciones en el entorno laboral que se vuelven insoportables, y si tienes
baja autoestima, la enfermedad se desborda. En estos casos el papel de los
rectores es definitivo, porque garantiza que el colegio tenga una buena
convivencia”.
A las enfermedades laborales se
unen más preocupaciones, como la ausencia de un salario digno, la baja calidad
educativa, la dificultad de acceder a la educación superior y la falta de
incentivos para adelantar proyectos de investigación, como lo demostró un
estudio que publicó la Fundación Compartir a comienzos de este año. En
Colombia, un docente gana menos que un profesional asalariado. Mientras que un
profesor devenga aproximadamente $1’517.220 mensualmente, un profesional recibe
cerca de $2’678.638.
Lo triste es que la batalla
contra los complejos psicológicos de los maestros se mantiene en silencio por
mucho tiempo y se padece en soledad.
* Nombre cambiado para proteger a
la fuente.
21 JUN 2014 (El Espectador)
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