Primer Manifiesto
del Surrealismo
[Fragmento]
|
El caso es que una noche, antes de caer dormido,
percibí netamente articulada hasta el punto de que resultaba imposible
cambiar ni una sola palabra, pero ajena al sonido de la voz, de cualquier
voz, una frase harto rara que llegaba hasta mí sin llevar en sí el menor
rastro de aquellos acontecimientos de que, según las revelaciones de la
conciencia, en aquel entonces me ocupaba, y la frase me pareció muy
insistente, era una frase que casi me atrevería a decir estaba pegada al
cristal. Grabé rápidamente la frase en mi conciencia, y, cuando me disponía a
pasar a otro asunto, el carácter orgánico de la frase retuvo mi
atención.
Verdaderamente,
la frase me había dejado atónito; desgraciadamente no la he conservado en la
memoria, era algo así como «Hay un hombre a quien la ventana ha partido por
la mitad», pero no había manera de interpretarla erróneamente, ya que iba
acompañada de una débil representación visual de un hombre que caminaba
partido por la mitad del cuerpo aproximadamente por una ventana perpendicular
al eje de aquél.
Sin duda
se trataba de la consecuencia del simple acto de enderezar en el espacio la
imagen de un hombre asomado a la ventana. Pero debido a que la ventana había
acompañado al desplazamiento del hombre comprendí que me hallaba ante una
imagen de un tipo muy raro, y tuve rápidamente la idea de incorporarla al
acervo de mi material de construcciones poéticas.
No hubiera
concedido tal importancia a esta frase si no hubiera dado lugar a una
sucesión casi ininterrumpida de frases que me dejaron poco menos sorprendido
que la primera, y, que me produjeron un sentimiento de gratitud tan grande
que el dominio que, hasta aquel instante, había conseguido sobre mí mismo me
pareció ilusorio, y comencé a preocuparme únicamente de poner fin a la
interminable lucha que se desarrollaba en mi interior.
En aquel
entonces, todavía estaba muy interesado en Freud, y conocía sus métodos de
examen que había tenido ocasión de practicar con enfermos durante la guerra,
por lo que decidí obtener de mí mismo lo que se procura obtener de aquéllos,
es decir, un monólogo lo más rápido posible, sobre el que el espíritu crítico
del paciente no formule juicio alguno, que, en consecuencia, quede libre de
toda reticencia, y que sea, en lo posible, equivalente a pensar en voz
alta. Me pareció entonces, y sigue pareciéndome ahora —la manera en que me
llegó la frase del hombre cortado en dos lo demuestra—, que la velocidad del
pensamiento no es superior a la de la palabra, y que no siempre gana a la de
la palabra, ni siquiera a la de la pluma en movimiento.
Basándonos
en esta premisa, Philippe Soupault, a quien había comunicado las primeras
conclusiones que había llegado, y yo nos dedicamos a emborronar papel, con
loable desprecio hacia los resultados literarios que de tal actividad
pudieran surgir. La facilidad en la realización material de la tarea hizo
todo lo demás.
Al término
del primer día de trabajo, pudimos leernos recíprocamente unas cincuenta
páginas escritas del modo antes dicho, y comenzamos a comparar los
resultados. En conjunto, lo escrito por Soupault y por mí tenía grandes
analogías, se advertían los mismos vicios de construcción y errores de la
misma naturaleza, pero, por otra parte, también había en aquellas páginas la
ilusión de una fecundidad extraordinaria, mucha emoción, un considerable
conjunto de imágenes de una calidad que no hubiésemos sido capaces de
conseguir, ni siquiera una sola, escribiendo lentamente, unos rasgos de
pintoresquismo especialísimo y, aquí y allá, alguna frase de gran comicidad.
Las únicas diferencias que se advertían en nuestros textos me parecieron derivar
esencialmente de nuestros, respectivos temperamentos, el de Soupault menos
estático que el mío y, si se me permite una ligera crítica, también derivaban
de que Soupault cometió el error de colocar en lo alto de algunas páginas,
sin duda con ánimo de inducir a error, ciertas palabras, a modo de título.
Por otra
parte, y a fin de hacer plena justicia a Soupault, debo decir que se negó con
todas sus fuerzas, a efectuar la menor modificación, la menor corrección, en
los párrafos que me parecieron mal pergeñados. Y en este punto llevaba razón.
Ello es así por cuanto resulta muy difícil apreciar en su justo valor los
diversos elementos presentes, e incluso podemos decir que es imposible
apreciarlos en la primera lectura. En apariencia, estos elementos son para el
sujeto que escribe, tan extraños como para cualquier otra persona y el que lo
e cribe recela de ellos, como es natural. Poéticamente hablando, tales
elementos destacan ante todo por su alto grado de absurdo
inmediato y este absurdo, una vez examinado con mayor detención, tiene la característica de conducir a cuanto hay de admisible y legítimo en nuestro mundo, a la divulgación de cierto número de propiedades, de hechos que, en resumen, no son menos objetivos que otros muchos.
En
homenaje a Guillermo Apollinaire quien había muerto hacía poco, y quien en
muchos casos nos parecía haber obedecido a impulsos del género antes dicho,
sin abandonar por ello ciertos mediocres recursos literarios, Soupault y yo
dimos el nombre de SURREALISMO al nuevo modo de expresión que teníamos a
nuestro alcance y que deseábamos comunicar lo antes posible, para su propio
beneficio, a todos nuestros amigos. Creo que en nuestros días no es preciso
someter a nuevo examen esta denominación, y que la acepción en que la
empleamos ha prevalecido por lo, general, sobre la acepción de Apollinaire.
Con mayor justicia todavía, hubiéramos podido apropiarnos del termino
SUPERNATURALISMO empleado por Gérard de Nerval en la dedicatoria de Muchachas
de fuego. Efectivamente, parece que Nerval conocía a maravilla el espíritu de
nuestra doctrina en tanto que Apollinaire conocía tan solo la letra todavía
imperfecta, del surrealismo y fue incapaz de dar de él una explicación
teórica duradera.
Indica muy mala fe discutirnos el derecho a emplear la palabra SURREALISMO, en el sentido particular que nosotros le damos, ya que nadie puede dudar de que esta palabra no tuvo fortuna antes de que nosotros nos sirviéramos de ella. Voy a definirla, de una vez para siempre:
SURREALISMO:
sustantivo masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta
expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el
funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la
intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o
moral.
André Breton, Primer Manifiesto del
Surrealismo (1924)
En: Arturo Ramoneda, "Antología de la Literatura Española del siglo XX" SGEL, Madrid, 1988 |
sábado, 4 de abril de 2015
André Breton
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario