domingo, 19 de marzo de 2017

Antonio Gamoneda (Oviedo, España – 1931)





Después de veinte años


Cuando yo tenía catorce años,
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa,
me cogía la cabeza mi madre entre sus manos.
Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra y los gritos
de mis camaradas en el soto y las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón.
A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.
Ya salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse con el frío.
 Esto no es justo, aunque era hermoso ir por las calles
 y escuchar mis pasos y sentir la noche de los que dormían
y comprenderlos como a un solo ser,
como si descansaran de la misma existencia,
todos en el mismo sueño.
Entraba en el trabajo. La oficina olía mal y daba pena.
 Luego llegaban la mujeres. Se ponían A fregar en silencio.
Veinte años. He sido escarnecido y olvidado.
Ya no comprendo la noche
ni el canto de los muchachos sobre las praderas.
Y, sin embargo, sé que algo más grande
y más real que yo hay en mí, va en mis huesos:
tierra incansable, firma la paz que sabes. Danos nuestra existencia

a nosotros mismos.

miércoles, 15 de marzo de 2017

sábado, 11 de marzo de 2017

MANUEL ULACIA

                                                            (Manuel Altolaguirre y Manuel Ulacia)

Quería construir una gran catedral de piedra y cemento como le habían enseñado en la Universidad Autónoma de México, donde se graduó de arquitecto. Las iglesias le atraían y cada vez que entraba a una, sentía la mística que allí se encerraba. Pero antes de lograrlo, las palabras levantaron bases más sólidas y comenzó a edificar ensayos y poemas. Al tiempo que hacía planos y diseñaba casas, recogía material para la revista poética y literaria El Zaguán, que fundó con otros compañeros en 1973. Recopilar material inédito de escritores consagrados como Vicente Aleixandre, Octavio Paz y Jorge Guillén para publicar junto a escritos de jóvenes poetas de su país, como él, resultaba a veces más entretenido que estudiar estructuras. Así como se trasnochaba puliendo una ventana, lo hacía esculpiendo alguna traducción de Ezra Pound o una adaptación de Gabriel Said.

Porque este mexicano de 39 años no pudo evitar la influencia de su abuelo, Manuel Altolaguirre, un español hijo de la generación del 27 y reconocido editor. Tampoco pudo y nunca quiso sacarle el quite a Luis Cernuda, el poeta español que vivió muchos años en su casa.
Los dos lo llevaron de la mano por el mundo de los libros. Su abuelo, a través de su biblioteca de más de cinco mil volúmenes, donde descubrió los clásicos de la literatura al tiempo que a los contemporáneos devoraba un libro por semana, y de los versos que le dictaba junto a las planas con las que aprendió a escribir.
Con Cernuda se paseó por el romaticismo y el surrealismo francés y por los autores ingleses.
Por eso a la Universidad de Yale en Estados Unidos llegó a hacer una maestría en letras hispanas, y Emir Rodríguez fue el guía con quien profundizó en la literatura americana, estadounidense y española. Y como para saldar una deuda de afecto, hizo su tesis de grado sobre Cernuda, que fue publicada luego con el título Luis Cernuda: escritura, cuerpo y deseo.
Definitivamente, el diploma de arquitecto quedó archivado, aunque su gusto por el arte salga a flote en algunos ensayos, cuando pasea por una ciudad o cuando escribe un poema. En Origami para un día de lluvia, hay algunas alusiones a la arquitectura, lo mismo que en otros libros de poemas como La materia como ofrenda y El río y la piedra, obras que mostró en el Primer Encuentro de Poesía Hispanoamericana y que lleva ahora a Manizales.

Noticia del 15 de agosto de 1992 (EL TIEMPO)