” Imaginemos a un
pajarillo: por ejemplo, una golondrina enamorada de una jovencita. La
golondrina podría, por lo tanto, conocer a la muchacha (por ser diferente a
todas las demás), pero la joven no podría distinguir a la golondrina entre cien
mil. Imaginad su tormento cuando, a su retorno en primavera, ella dijera: Soy
yo, y la joven le respondiera: No puedo reconocerte. En efecto, la golondrina
carece de individualidad. De ahí se deduce que la individualidad es el
presupuesto básico para amar, la diferencia de la distinción. De ahí se deduce
también que la mayoría no puede amar de veras, porque la diferencia de sus
propias individualidades es demasiado insignificante. Cuanto mayor es la
diferencia, mayor es la individualidad, mayores son los caracteres distintivos
y mayores los rasgos reconocibles.”
( “Diario íntimo”, fragmento)
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” (…) Desesperar de algo no es,
pues, todavía, la verdadera desesperación; es su comienzo; se incuba, como
dicen los médicos de una enfermedad. Luego se declara la desesperación: se
desespera de uno mismo. Observad a una muchacha desesperada de amor, es decir
de la pérdida de su amigo, muerto o esfumado. Esta pérdida no es desesperación
declarada, sino que ella desespera de sí misma. Ese yo, del cual se habría
librado, que ella habría perdido del modo más delicioso si se hubiese
convertido en bien del «otro», ahora hace su pesadumbre, puesto que debe ser su
yo sin el «otro». Ese yo que habría sido su tesoro -y por lo demás también, en
otro sentido, habría estado desesperado- ahora le resulta un vacío abominable,
cuando el «otro» está muerto, o como una repugnancia, puesto que le recuerda el
abandono.
Tratad, pues, de decirle: «Hija mía, te destruyes», y escucharéis su respuesta: «¡Ay, no!
Precisamente mi dolor está en que no puedo conseguirlo.”
Tratad, pues, de decirle: «Hija mía, te destruyes», y escucharéis su respuesta: «¡Ay, no!
Precisamente mi dolor está en que no puedo conseguirlo.”
(“Tratado de la desesperación”,
fragmento)
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” (…) Cuando dos seres vivos se
unen amorosamente, el uno mantiene al otro unido y la unión misma los sostiene
a ambos. Mas con el muerto es imposible toda unión. En los primeros días
después de su muerte quizá pueda afirmarse todavía que el muerto le sostiene a
uno -es como una consecuencia de la unión habida durante la vida- y por eso
suele ser lo más frecuente, lo general, que todavía se le recuerde también
mucho en esos primeros días. Pero con el transcurso de los días el muerto va
dejando de sostener al vivo ; y, naturalmente, la relación cesa, a no ser que
el vivo siga sosteniendo al muerto en su memoria. Y ¿qué es la fidelidad? ¿Es
acaso fidelidad que otro le sostenga a uno?
Cuando la muerte, pues, separa a
dos seres, el sobreviviente fiel hace hincapié en los primeros momentos de la
separación en “que él no olvidará al muerto jamás”. ¡Qué imprudencia tan grande
! Pues un muerto es en cierto sentido una persona muy astuta, y por eso es
necesaria mucha prudencia para hablar con él; claro que su astucia no es como
la de aquel de quien se dice : “¡mal te verás para hallarlo dónde le dejaste!
“, sino que la astucia del muerto consiste cabalmente en que por nada se le
pueda apartar de allí dónde se le dejó.”
( Fragmento de”Recordar a los
difuntos” incluido en “Las obras del amor”)
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