sábado, 22 de septiembre de 2012
MIS RECUERDOS INTIMOS DE HÉCTOR LAVOE - UMBERTO VALVERDE
“Yo soy el cantante que hoy
han venido a escuchar
lo mejor del repertorio a ustedes
voy a brindar
Y canto a la vida de risas y penas
De momentos malos y de cosas buenas”.
Este texto sobre Héctor Lavoe, es una versión final de todo mi testimonio sobre Lavoe, retomando ese capitulo de los seis meses que vive en Cali, Colombia sobre el cual tanto se ha especulado.
La última vez que lo vi, en 1989, en la ciudad de Nueva York, fue el día de la fiesta de los puertorriqueños, en la 116. Íbamos caminando con Humberto Corredor, abriéndonos paso entre el sonido de las orquestas que sonaban en cada esquina, cuando alguien le gritó a Humberto que Héctor Lavoe lo quería saludar. Ya había pasado un año de su accidente cuando se tiró del noveno piso del hotel Regency de San Juan.
“Vinieron a divertirse
Y pagaron en la puerta,
No hay tiempo para tristezas…
Vamos cantante, comienza…”
Ahí estaba, Héctor en muletas, en una oficina oscuro, rodeado por tres personas, con el rostro desfigurado por un lado, con manchas en la piel. El rumor era que tenía sida, no por homosexual, sino por chutero, por inyectarse. Aunque me extendió la suya, no le di la mano, porque desde la mano hasta el cuello se ponían en evidencia los rastros de los cientos de jeringas que había usado en su cuerpo. Eso me produjo asco o miedo y preferí tocarle el hombro. Humberto le dijo: “Seguro que te vas a recuperar”.
“Tu amor es un periódico de ayer,
Que nadie más procura ya leer…”
La primera vez que vino a Cali se presentó en el Evangelista Mora. Yo vivía en Bogotá y Henry Holguín, director de la Revista Antena, me envió a cubrir la presentación.
Vamos a gozar un poco. Fue un sábado y Lavoe tocaba maracas, vestía un vestido verde y chaleco, se apreciaba su enorme anillo que lleva su nombre, vamos a reír un poco, ríe tu carcajada final, Héctor reía, a su lado, José Mangual Jr, bongosero y director musical, Lavoe se quita el chaleco, el sudor le pegaba la camisa a la piel, Lavoe cantaba sin esfuerzo, sobrado, estaba en la plenitud de su vida, tenía 31 años, la gente asistió como pudo, saltaron los controles y entraron a ver a su ídolo, que te pasa, estás llorando, tienes alma de papel, luego, hacha y machete, seguro, firme y decidido, casi todo su elepé, buscando una mejor sonoridad, Willie Colón ya no estaba con él, era su banda, Lavoe se secaba el sudor, tomaba aire, bebía aguardiente, casi no hablaba, sólo sabía cantar, Mentira, la trompeta triste, Salomé no está llorando el martirio de sus penas, mujer falacia, impostora de caricias, la gente gritaba, la muchachita lloraba, el negro bembón sudaba y abrazaba a su negra, el coro entraba, cambiaba de ritmo, llegaba la rumba, y de pronto, cantó Plazos Traicioneros, después del Evangelista Mora se presentó en Las Vallas, en una de sus mejores noches en Cali, Lavoe en persona, los caleños no lo podían creer, no quiso cantar Ausencia, recordó la Murga de Panamá en una improvisación que trajo a la memoria algunos apartes de Alegría Bomba E, ese inolvidable tema de Cortijo, es el final, Lavoe hizo el corte con las maracas, Lavoe por primera vez en Cali en 1977. Yo fui al hotel para hacerle un reportaje, estaba dormido y terminé hablando con Mangual Jr, con quien nos uniría la vida en muchas otras situaciones.
“Yo no soy quien llega tarde
si no que ustedes llegan temprano”.
La segunda o tercera vez que se presentó en Las Vallas, como era habitual en él porque estaba embalado y no quería cantar o se quería ir, llegó y dijo que iba a cantar dos temas, un grupo de amigos habíamos llegado desde temprano para escoger una mesa frente a la tarima, cuando se marchaba Miguel Yusti lo encuelló, y Larry Landa, su empresario, que era alto y grande, se lo quitó cuando ya lo iba a golpear, nos pidió calma y lo convenció de cantar tres temas más, aunque el incidente provocó una interrupción de una hora. Héctor era endeble, flaco, pequeño de estatura.
“Yo soy Héctor Lavoe…
Miren que musculatura
Miren que linda figura
La verdad, que yo me veo bien”
Cuando vino con la Fania en 1980, Larry Landa me invitó a Barranquilla para estar en ese primer concierto. Después, en el hotel Golf, en el amanecer del día siguiente, Héctor entró a la suite de Johnny Pacheco, donde nos encontrábamos la mayor parte de los músicos y amigos, y dijo su célebre frase que recogí en mi libro Celia Cruz: Reina rumba:
-Hay mucha estrella y poco cielo.
Todos festejaron su frase, quizás una de las pocas. Quítate tú pa' ponerme yo.
Yo había ido para conocer a Celia Cruz y Pedro Knight, con el fin de proponerles escribir mi libro, incorporando la biografía de la cantante histórica de la Sonora Matancera. Larry me había dado un consejo:
-Háblale a Celia pero mira fijamente a Pedro porque él es que decide todo.
Así fue, cuando les conté, Celia le preguntó:
-¿Pedro, que tú piensas?
-Me parece bien.
-Umberto, me dijo Celia, empecemos a grabar para que aprovechemos el tiempo.
Años después, Richard Yori, coleccionista de Cali, me facilitó una copia, creo que única, con la grabación del concierto de Fania en Barranquilla: Ahí en tarima está en primer lugar Larry Landa, y a un lado de Puppy Legarreta estoy yo, testigos de ese delirio que pudo terminar en catástrofe, evitada por Celia Cruz, que cantó Bemba Colorá a capela y, luego, por Héctor Lavoe.
La presentación de Fania en Cali fue histórica. Cambiaron el repertorio de acuerdo a los hits de cada cantante. De todas maneras, cuentan que a Lavoe lo tuvieron que meter con la cabeza hacia abajo en una heladera para que pudiera cantar. El remate se llevó a cabo en el hotel Petecuy, donde se unieron el Conjunto Clásico y se armó una descarga con los músicos de la Fania.
Alfredo de la Fe, a quien había conocido en Nueva York, en el verano de 1981, vino a vivir para fundar y dirigir la Charanga de Juan Pachanga, la discoteca en Juanchito de Larry Landa. Alfredo emigró temiendo una acusación por droga y él se encontraba en la plenitud de su arte y de su vida.
Se instaló en Cali y vivió un romance con Doris Salamanca, una caleña con quien tuvo su hija Valentina. Paulina y yo éramos sus amigos, con quienes conoció la ciudad y pasó el primer 24 de diciembre, donde preparó un arroz con pollo, que entre otras cosas, se le quemó.
Héctor Lavoe vino a vivir en el apartamento de Alfredo para pasar una temporada en Cali, en 1983, que duró tres meses. Vivía más de noche que de día, iba a cantar a Juan Pachanga cuando quería. Jairo Sánchez, propietario de Abaracoa, una taberna salsera, quiso llevárselo a Juanchaco, una isla del Pacífico, frente a Buenaventura, pero según Alberto Echeverri, empresario musical, sostiene que por decisión de Larry Landa lo fue a buscar y lo alcanzó en Buenaventura.
Héctor vivió también en casa de Larry Landa en la Autopista con 52, pero también fue protegido por un amigo panameño, a quien llamaban El Pana, quien le alcahueteaba la bohemía. Darío Muñoz, propietario de rumbeaderos legendarios, dice que una que otra noche Héctor Lavoe llegaba a Siboney, donde escuchaba música y tocaba maracas.
Una noche, Alfredo me invitó a comer a su apartamento para celebrar que Héctor se encontraba en Cali. Por coincidencia, María Elvira Bonilla me quiso acompañar. Héctor no quiso comer y después, frente a nuestros ojos, tomó un gramo de perica, lo puso en una cuchara y con el fuego de un encendedor lo convirtió en líquido y se lo metió con una jeringa. María Elvira se asustó y salimos disparados sin esperar el postre.
“Agárrame, que voy sin jockey”.
Acerca de esa convivencia, Alfredo de la Fe ha contado lo siguiente:
“Vivíamos juntos y fue allí que tuve la oportunidad de conocer a quien yo considero uno de los mejores cantantes que ha tenido la salsa. Yo ya había tocado y grabado con él en varias ocasiones y siempre tuvimos una gran afinidad, pero no había tenido la oportunidad de conocerlo tan de cerca.”
Alfredo, quien ahora vive en Nueva York, con el deseo de trasladarse a Bogotá, está escribiendo un libro sobre su vida, donde ese capítulo de Héctor en Cali tiene una connotación especial. Hace dos meses me leyó escenas que como testigo de excepción son únicas y no quiero mencionarlas. Alfredo asegura que Juanito Alimaña y Triste Vacía nacieron en la permanencia de Héctor en su apartamento. Esto le daría más grandeza a la estadía de Héctor en nuestra ciudad.
El otro encuentro especial fue en la discoteca Juan Pachanga, rumbeando por tres días seguidos con Larry y Miguel Yusti. Al salir, el sol nos azotaba, nos despedimos y fui a subirme a la camioneta de Miguel, cuando Héctor le preguntó a Larry:
-¿Dónde me voy?
-Acá, le respondió.
Larry sacó del parqueadero un carro deportivo que tenía solo dos puestos, él andaba con su mujer, a quien se le conocía como La Flaca, atrás había un asientito de reserva, pero como para llevar a un perro, y Larry le repitió:
-Súbete ahí.
Héctor no tuvo otra alternativa. Fue una de las tantas escenas de amor y odio que protagonizaron el cantante y el empresario que finalmente trajo a Cali, por más de una década, las mejores orquestas de la salsa. Una vez, Héctor quiso meterle candela a un carro de Larry.
La salida de Juanchito se repitió en muchas ocasiones, una vez, me recuerda Miguel Yusti, que salimos con Héctor Lavoe y Rodrigo Navia, un abogado que falleció, propietario de una discoteca en Santander de Quilichao, para rematar en ese amanecer. En la plaza central de este pueblo negro, al sur de la ciudad, lanzamos a la alcaldía a Lavoe. Héctor, que apenas hablaba, se reía de todo lo que le hacíamos.
El único evento que participó públicamente fue un concierto con Ismael Rivera y Piper Pimienta. Apenas asistieron como mil personas. Quizás fue Piper, quien propuso cantarle a las Tres Cruces, pero lo hicieron en grupo. Esa grabación la tenía un programa de Telepacífico llamado Soneros.
Héctor vino a Cali porque Larry Landa quería que se rehabilitara, no parece que lo hubiera logrado. Todos coinciden que su permanencia fue de tres meses. Alfredo de la Fe cuenta que él lo convenció para que comprara un tiquete para regresar a Nueva York, aunque Héctor lo que deseaba era matar a Larry Landa.
Alfredo no soportó más tanta droga y se instaló en Bogotá para hacer un programa de televisión, donde las perspectivas económicas le mejoraron. Posteriormente se fue a Medellín para vivir una relación con una nueva mujer que lo sacó de la cocaína. Lamentablemente, Doris no salió. Se le apareció en Medellín a buscarlo y terminó tirándose de un tercer piso.
Yo había estado dos días antes con ella en Convergencia, nos amanecimos en Los Compadres y concluimos la rumba en mi apartamento. Ella me insistía en que le consiguiera un gramo. Ya era el otro día, hasta que le dije que se fuera. Fue una historia de amor loco, como decía Breton, con el desencanto de la separación, que nunca fue aceptada por Doris.
“Yo soy el cantante porque lo mío es cantar
Yo soy el cantante y mi negocio es cantar
Hoy te dedico mis mejores pregones….”
El martes 29 de junio de 1993, se dio la noticia de la muerte de Héctor Juan Pérez, a quien se le llamó La Voz, el rey de la puntualidad, el hombre que cantaba debajo del agua, contemporáneo de un grupo de cantantes inolvidables como Ismael Miranda, Pete “El Conde” Rodríguez, Adalberto Santiago, Bobby Cruz, Cheo Feliciano, sólo por hablar de sus compañeros de la Fania All Stars.
Viniendo de Barranquilla, donde el concierto fue interrumpido por el público que no deseaba escuchar discos nuevos, pertenecientes al nuevo elepé, Celia Cruz me dijo:
-Héctor no sabe todo lo que vale y es. El no sabe quien es él.
Quizás lo supo, pero siempre quiso más, por eso su relación intensa con la droga, porque en ella se encontraba bien, tratando de entender la ausencia de su madre, la muerte de su hermano y todas las tragedias que le sucedieron, hasta que intentó suicidarse, y después quedó solo, sin Puchi y sin nadie.
“Y nadie se pregunta si sufro,
Si lloro, si tengo una pena que hiere
Muy hondo”
Esa tarde, en la 116, cuando el sol se introducía en esa noche de sábado de Manhattan, Lavoe no soportó la soledad de estar metido en esa oficina, con sus amigos, y salió a una de las tarimas, apenas musitó yo soy el cantante, y la gente, su gente, coreaba la canción y lloraba viéndolo con sus muletas.
Ahí está su historia, desde que estudió en la escuela Libre de música Juan Campos Morell, con Paco Lucca y José Febles, y es Johnny Pacheco quien lo presenta a un trombonista muy joven llamado Willie Colón. Alcanzó muy joven la fama, casi como un moderno Daniel Santos, quien en 1951, contado por Nelson Pinedo, ganaba tanta plata para beber ocho días seguidos y cerrar una casa de citas para él solo.
El día de su muerte, no de su suerte, ya no hay tiempo para reír, ni siquiera un poco, esa sonrisa tan amplia y llena de simpatía que irradiaba en la tarima, seduciendo a tres generaciones. Juanito Alimaña sigue sonando en el barrio y los caballos de la muerte se soltaron definitivamente, sin boleto de regreso. Héctor intentó regresar, hemos visto el video hasta el cansancio, fue la explotación de su fama, aprovechando su dolor, llorando la muerte de su hijo.
“Al mediodía ya noticia confirmada
Y en la tarde materia olvidada…”
Héctor se había ido hace tiempo. La desesperación estaba en su voz, en las noches que no le alcanzaron, en los amaneceres metido en un baño, en los desafueros que exigía su deseo de vivir, de traspasar los límites, en la búsqueda de “diez noches sin nostalgia de faros ni de puertos”.
El cantante ya no canta. Que cante su gente.
La gente fue con él al cementerio Saint Raymond del Bronx y después sus cenizas fueron trasladadas al cementerio Municipal de Ponce, al lado de Nilda Georgina Román, Puchi, y su hijo Tito.
“Ha terminado otro capítulo en mi vida
La mujer que amaba
Hoy se me fue
Esperando noche y día
Y no se decide a volver
Pero yo sé que volverá,
Y si no de penas moriré
¿Qué yo he hecho?
¿Qué te hizo partir?”
En el 2003, ABB Producciones, bajo la orientación de Andrea Buenaventura me solicitó trabajar en un espectáculo musical llamado “Héctor Lavoe: el cantante de los cantantes”, que se realizó en las instalaciones de la Licorera del Valle. Era la primera vez, en nuestra ciudad, que se intentaba unir un show de modelos, bailarines y orquesta. Sabía que Domingo Quiñónez protagonizó en Nueva York el musical ¿Quién mató a Héctor Lavoe?
Recomendé a Alfredo de la Fe, por la relación que había tenido con Lavoe en Cali, y él hizo venir a Ray Sepúlveda como cantante y al pequeño Jhonny Rivero, legendario percusionista de la Sonora Ponceña. El resto de músicos eran de Cali, encabezados por Wilson Viveros. El grupo de baile lo lideraba Luis Eduardo Hernández, el Mulato, de la escuela Swing Latino, y Sandra Hurtado, con la participación de Rucafé.
Se hizo un openning con El Rey de la Puntualidad, proseguimos con Ghana E y Panameña, después con El día de mi suerte, Vamos a reír un poco y Soy vagabundo; más adelante con Calle luna, calle sol, Juanito Alimaña, Triste y vacía, Periódico de ayer y una improvisación de Alfredo de la Fe. La segunda parte, con el show de modelos se incluyeron los temas Que lío, Escarcha, Ausencia, Hacha y machete, Siento, el retrato de mamá, El cantante, La Fama, Songoro Cosongo, Déjala que siga, La Vida es bonita y Mi gente.
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