El testamento del profeta
Yo, Gonzalo Arango, dejo:
Mi mala reputación a la familia.
Mi mal olor a la International
Pretoleum Company.
Mi tiempo perdido al Tesoro Nacional.
Mi cerebro a una babosa.
Mi corazón al pez espada.
Mi ángel de la guarda a la Academia
de Historia.
Mi alma inmortal al primer gusano.
Mi sexo a la medusa de cabellos de
serpiente.
Mis dos pies a la memoria de Arthur
Rimbaud.
Mi gloria a los pobres de espíritu.
Mi felicidad a los psiquiatras.
Mi sífilis a la posteridad.
Mi mano derecha a la revolución.
Mi izquierda al Manco de Lepanto.
Mi ombligo al Museo del Oro.
Mis zapatos rotos al Nadaísmo.
Mi caja de dientes al enterrador.
Y mi intestino delgado a la República
de Colombia.
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