Creo que ya escribí en mis notas que
el amor se parecía mucho a una tortura o a una operación quirúrgica. Pero esta
idea puede desarrollarse del modo más amargo. Aunque ambos amantes estuvieran
muy enamorados y muy llenos de deseos recíprocos, uno de los dos estará siempre
más tranquilo o menos poseído que el otro. Aquél o aquélla es el operador o el
verdugo; el otro es el sujeto, la víctima. ¿No escucháis esos suspiros,
preludios de una tragedia deshonrosa, esos lamentos, esos gritos, esos
estertores? ¿Quién no los ha proferido, quién no los ha arrancado
violentamente? ¿Y qué es lo que encontráis peor en estos cuidadosos
torturadores? Esos ojos de sonámbulo convulso, esos miembros cuyos músculos
saltan y se atirantan como bajo la acción de una pila eléctrica, la borrachera,
el delirio, el opio en sus más furiosos efectos no os podrían ofrecer más
horrible y curioso ejemplo. Y el rostro humano, que Ovidio creía modelado para
reflejar los astros, he aquí que sólo tiene ya una expresión de ferocidad loca,
o se distiende en una especie de muerte. Porque yo creería cometer un
sacrilegio aplicando la palabra “éxtasis” a esta clase de descomposición.
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