Queridísima amiga, auténtica y querida amiga. Por fín solo, para poder charlar con usted. Pensaba en usted, aunque éste no es el término que debo emplear; en realidad seguía en su compañía. Me he apresurado a meterme en la cama y desde la cama le escribo, con un codo sobre la almohada, la cara sobre la mano y un bulto de carillas. ¿Cómo podríamos llamar a esto que ocurre entre nosotros? ¿Felicidad o predestinación? Ocurre que estamos juntos y nos comunicamos nuestras experiencias con una jovialidad natural de criaturas que han vivido juntas años y años. Ningún embarazo frente a nada. Ningún temor de lo que el otro puede pensar de uno. Las cosas tienen sus nombres y por sus nombres las llamamos, y no se da caso semejante de que la coincidencia de las situaciones haya provocado la coincidencia de caracteres. No me canso de pensar en mi buena suerte. Soy realmente un hombre afortunado. Afortunado por haber encontrado a mi igual.
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