Ya sé que no eres bella. Que de tu vientre hubiera nacido Boticcelli pero nunca la bella Simonetta. No eres una manzana que module canciones tirolesas y en las noches desee quitarse lo que sobra de la muerte. Si debo ser sincero tendré que confesarte que estás hecha de esa sustancia negra que destila un recuerdo cuando quiere partirse a la mitad. Sé que no sueñas con los testículos de las anguilas ni con la calle de Teresa, No 8 en Viena. Que la cocaína no es el hada del relato que será mi vida y que ya no seré un hipnotizado fabricante de telas. Pero ya no puedo caminar si no me guían tus ojos a mil kilómetros de distancia. Lo que quiero expresar es que eres una sombra hecha para mis dedos, que nada hay en tu voz que no se revele en flores, que eres buena y crees firmemente que las abejas nacen de los besos de los que se aman. No olvides que el rostro del sol no es eterno y que le crecerán sin embargo barbas de rabino para nosotros. No olvides que en ti está la semilla de la curación por el secreto de los pájaros. Tu corazón, ese hijo de Shakespeare, basta para cuando los cuerpos se disipen y no nos entreguen los castos fantasmas del deseo. Mi alma nunca estará de espaldas a la tuya como el pudor que se oculta en un diván. Después de correr el velo de la oscura voluntad del siglo mi alma estará contigo, fiel como la incapacidad de mi mandíbula para masticar el cáncer. Contigo, para mí tan lejos de la censura de las camelias rojas o blancas.Amémonos pues como lo que somos: dos pobres expatriados del vientre de la madre.
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