martes, 28 de diciembre de 2010

Salvador Dalí




1. Los errores tienen casi siempre un carácter sagrado. Nunca intentéis corregirlos. Al contrario: lo que sigue es racionalizarlos, compenetrarse con ellos integralmente. Después, os será posible sublimarlos. Las preocupaciones geométricas tienden a la utopía y son poco propicias a la erección. De lo que, por otra parte, los geómetras no andan muy sobrados.


2. Todos tenemos hambre y sed de imágenes concretas. El arte abstracto habrá servido para eso: devolver su virginidad intacta al arte figurativo.


3. Si te niegas a estudiar la anatomía, el arte del dibujo y de la perspectiva, las matemáticas de la estética y la ciencia del color, permíteme decirte que eso es más un signo de pereza que de genialidad.


4. La envidia de otros pintores ha sido siempre el termómetro de mi éxito.


5. Mi técnica está tan avanzada que no puedo permitirme, ni siquiera en pensamiento, la broma de morirme. Ni siquiera de viejo. ¡Atrás el pelo blanco! ¡Atrás el pelo blanco!

lunes, 27 de diciembre de 2010

riders on the storm - The Doors

Aullido - WILLIAM CARLOS WILLIAMS




Cuando él era más joven y yo era más joven, conocí a Allen Ginsberg, joven poeta que vivía en Paterson, New Jersey, donde él —hijo de un conocido poeta— había nacido y crecido. Era de constitución frágil y estaba muy afectado por la forma en que la vida se había mostrado ante él en Nueva York, en los años que siguieron a la primera guerra mundial. Estaba siempre a punto de irse a alguna parte, no parecía importar dónde; me preocupaba, nunca pensé que fuera a vivir para crecer y escribir un libro de poemas. Su habilidad para sobrevivir, viajar y continuar escribiendo me deja atónito. El que haya seguido desarrollando y perfeccionando su arte no me resulta menos asombroso.
Ahora, quince o veinte años después, aparece con un poema impresionante. Según toda evidencia, ha estado, literalmente, en el infierno. Por el camino se encontró con un hombre llamado Carl Solomon, con el que compartió, entre los dientes y los excrementos de su vida, algo que no puede describirse más que con las palabras con las que él lo ha hecho. Es un alarido de derrota. Y no es en absoluto una derrota, ya que ha pasado por la derrota como si fuera una experiencia corriente, una experiencia trivial. Todo el mundo en esta vida es derrotado alguna vez, pero un hombre, si es un hombre, no es derrotado.
Es el poeta, Allen Ginsberg, el que ha pasado con su propio cuerpo a través de las horribles experiencias que describen la vida en estas páginas. Lo más asombroso de la cuestión no es el que haya sobrevivido, sino el que en las mismísimas profundidades haya encontrado un compañero al que poder amar, amor que canta en estos poemas sin apartar la vista. Podéis decir lo que queráis, pero nos demuestra que a pesar de las experiencias más degradantes que la vida puede ofrecer a un hombre, el espíritu del amor sobrevive para ennoblecer nuestras vidas, si tenemos la inteligencia, y el valor, y la fe, ¡y el arte! de perseverar.
Es la fe en el arte de la poesía la que ha ido de la mano de este hombre hasta su Gólgota desde aquel osario en todo punto semejante al de los judíos en la última guerra. Pero esto transcurre en nuestro propio país, una de nuestras más queridas guaridas. Estamos ciegos y vivimos nuestras ciegas vidas en total oscuridad. Los poetas están malditos, pero no están ciegos; ven con los ojos de los ángeles. Este poeta ve con toda lucidez los horrores, en los que participa en los detalles más íntimos de su poema. No elude nada sino que lo apura hasta las heces. Lo contiene. Lo reclama como suyo y, creemos, se ríe de ello y tiene el tiempo y la audacia de amar a un compañero de su elección y de dejar constancia de este amor en un buen poema. Remangaros las faldas, Señoras mías, vamos a atravesar el infierno.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidades siniestras - Gabriel García Márquez


Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.

Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.


Gabriel García Márquez

El País, Madrid, 24-12-1980

jueves, 23 de diciembre de 2010

Cadáver exquisito - Arví 2- Jesús Gómez & Walther Espinal


con el agua

los movimientos

de la vida


en la columna del

olvido

fluir de horas

y el frío natural

rondando


el sol sobre las aguas

la piedra para mi mano


como el humo

la tarde se deshace

Cadáver exquisito - La Asomadera 2- Jesús Gómez & Walther Espinal




este lunes
sin camisa
caliente
oscuro

el sol hace
arder el ojo

la mujer cruza
la muchacha
de senos erguidos

pendientes las
calles de la ciudad
se chorrean

yo me baño
en ellas
en las calles que se chorrean

seguramente mi corazón
revienta en una de ellas
y arde solo

todo pasa en el cerro La Asomadera

domingo, 19 de diciembre de 2010

Séneca - Gonzalo Soto



Que un texto sólo puede entenderse a partir de un contexto es una tesis que ha sido muy discutida; unos prescinden de toda contextualización; otros ponen el contexto económico o político o social e incluso humano que desarrolla el autor en su obra, para interpretar cualquiera de sus tesis.

Yo no creo que la obra de Lucio Anneo Séneca haya que contextualizarla en el sentido absoluto para entender sus planteamientos, pero necesariamente había unas mentalidades -se puede decir así- que rondaban en el siglo I en el que él vive. Fundamentalmente esa mentalidad tenía que ver con dos corrientes filosóficas: por una parte, el estoicismo y por otra parte, el epicureísmo.

Michel Foucault al final de sus días, ya enfermo, se consuela leyendo los textos de Séneca. Paul Veyne, el célebre estudioso de la cultura griega y romana, hace honor a Foucault, cuando muere, en una edición de la obra completa de Séneca en francés. El prólogo se titula Séneca y el estoicismo. Este es un lugar ya muy habitual y muy común; sin embargo, no creo que el filósofo latino pueda, sólo y nada más, adscribirse al estoicismo y ello se puede ver en Las cartas a Lucilio muy claro. Siempre en cada carta a Lucilio termina citando paradójicamente a Epicuro. En una expresión muy simpática dice que en última instancia él, Séneca, es un tránsfuga, que no está adscrito a ninguna idea y que lo importante no es decir esto lo dijo Cleantes o Crisipo o yo no sé quién a no sé quién, sino usted qué dice.

Por lo mismo, me parece a mí, que incluso la adscripción de Séneca al estoicismo es problemática desde el mismo Séneca, y que lo importante no es tanto conocer una tradición filosófica y adscribirse a ella, cuanto conocerla para transformarla e incluso destruirla. Hay una categoría en la obra de Séneca -y empleo una categoría muy problemática pero que a mí me ha ayudado un poco a adentrarme en este filósofo- y es la categoría deleuziana de deconstrucción. Séneca deconstruye el estoicismo. Séneca transforma el estoicismo, de alguna manera pone en diálogo el estoicismo con otras alternativas filosóficas. Y sobre todo le da palabra a su propio yo.

En ese contexto, lo que yo propongo como tesis interpretativa es cómo alguien formado en una tradición filosófica del estoicismo es capaz de dialogar con cualquier otra tradición filosófica y sobre todo tomar distancia de todas ellas.

De una de las cartas a Lucilio donde habla de las sentencias filosóficas cito un texto de la carta 33 sobre los aforismos filosóficos; al comentar cómo uno de todas maneras tiene que entrar en contacto con la tradición, sin embargo no es para repetirla como autoridad sino para repensarla y tomar distancia: "Leer a Zenón, a Cleantes, a Crisipo, a Paneso, a Posidonio... ¿Hasta cuándo te moverás a la voz de otros y no sacarás agua de tu propio pozo?". Con una metáfora muy retórica concluye: no debemos ser notarios, sino jueces de la filosofía.

El notario, ustedes saben, es el que repite; en cambio, el juez es el que juzga. Los dos escriben. Sólo que Séneca entiende por escritura no tanto la tarea de escribir, sino la tarea de moldear la vida, la tarea de escribir la vida, la tarea de ser uno mismo, la tarea de ocuparse de uno mismo, la tarea de cuidarse de uno mismo, de llegar a ser el que eres, la tarea de gozar la tragedia en medio del dolor, y esto no te lo puede indicar ni Cleantes ni Crisipo, ni nadie. Te lo tienes que crear tú mismo aunque hayas leído a Cleantes, a Crisipo o al que sea.

Conclusión: las autoridades no tienen sentido sino para tirarlas al cajón de la basura. Esta expresión es interesante, porque hay una práctica pedagógica a mi manera de ver que sólo se adscribe a citar las autoridades. Por lo tanto, la práctica se reduce a una ensalada de citas, ensalada de citas que ustedes ven en los ejercicios de todos los textos. Son las notas de pie de página, hasta tal punto que se cuestiona un texto cuando no tiene un cuerpo bibliográfico pesado y duro; tal vez en la escritura de Séneca, no es tanto dicho cuerpo pesado lo que le da el sentido al texto, sino lo que está arriesgándose a decir, inventar y crear. Bien, es la primera observación.

La segunda observación: Séneca no es Prometeo; yo no creo que haya vivido una vida prometeica; no creo que tampoco haya vivido una vida, en términos del mito griego, de Proteo. Proteo era un ser mitológico que se presentaba de múltiples rostros, de múltiples facetas. Séneca no tiene esa vida proteíca llena de facetas distintas, que unas veces se presenta de una manera y otras veces de otra. Tampoco creo que la vida de Séneca tenga que ver con su tragedia Medea, en todo el contexto del manejo trágico, del sentimiento trágico de la vida y del problema de la muerte. La vida de Séneca no fue tampoco la de los comunes mortales de la Roma del siglo I, ya que fue senador, participó activamente en el gobierno de Nerón, era un hombre riquísimo, a pesar de que hablaba bellamente de la pobreza, era un prestamista avaro, financió la campaña de conquista y colonización de Bretaña, que es hoy Inglaterra. Tenía unos viñedos excelentes hasta tal punto que los vinos de Séneca circulaban por todo el Imperio romano. Su casa de préstamo manejada por sus esclavos y libertos, donde obviamente hacía y deshacía, no le impedía hablar bondades inmensas de la pobreza y del sentido de la virtud. Cuando le criticaban esta ambivalencia, Séneca respondía una cosa interesante y paradójica, o quizás para salirse del embrollo... que se fijen en lo que escribo y no en lo que hago.

Una solución, creo yo, poco problemática, pero a la vez muy sintomática de lo que es en última instancia esa complicada relación entre lo que uno dice y lo que uno vive, a pesar del precepto estoico de que la vida sea como la doctrina, precepto radical del estoicismo. He aquí otra buena deconstrucción del estoicismo: se puede escribir de lo que uno no vive ni va a hacer y obrar.

Séneca estuvo involucrado con Nerón, fue su preceptor. Cuando Nerón llega al Trono Imperial, Séneca le escribe un tratado político sobre la clemencia en el que quiere ponerle un espejo para que Nerón se vea ahí reflejado, como gobernante. Al final de la vida de Nerón, hay algunas cosas interesantes. Uno a veces tiene de Nerón la idea que nos han transmitido las películas de Hollywood.

Según los estudiosos de Nerón, es el caso de Paul Veyne, el emperador estaba haciendo revolcones técnicos. Dejó de lado los circos, en el sentido de los gladiadores, para efectos de un movimiento lúdico y estético al interior de Roma y las provincias, y se dedicó a montar espectáculos de tragedia y comedia, a veces como actor o tañedor de la lira. De modo que lo narrado por Suetonio en La vida de los doce césares: qué gran artista pierde el mundo, no es una fábula que se inventa el historiador romano. Nerón estaba quitándole poder a los senadores, alejando al pueblo de los circos y poniéndolo a ver espectáculos cómicos y trágicos donde la lira y el arpa eran el punto de referencia. En este sentido, a Nerón no le interesaba gobernar desde el pan y el circo, sino que le interesaba quitarle poder al senado desde un proyecto estético. Él pensaba que la tarea del emperador era simple y llanamente proporcionar a través del arte un reencuentro con la vida para efectos de darle sentido a cosas como el dolor. Fíjense que este proyecto poético-estético de Nerón es lo que casi nunca vemos pues nos lo presentan como el ogro, el bandido, el que asesinó cristianos e incendió a Roma. Estas son fábulas que nos han llegado pero nada tienen que ver con su proyecto estético político, verdadero golpe al poder de la aristocracia senatorial y ecuestre.

En este aspecto, los senadores entendieron muy bien que Nerón les estaba moviendo el piso porque no les dejaba ya hacer espectáculos circenses; de esta manera, el senado estaba quedando como un cero a la izquierda frente al proyecto estético neroniano.

Cuando vino el enfrentamiento entre el senado y Nerón lo primero que preguntó Nerón fue: "¿Por qué me persiguen ustedes cuando yo no los he perseguido?" Al arribar al poder Nerón no empezó a tumbar cabezas, que era lo usual... si leen la vida de Calígula o la vida del antecesor de Nerón, Claudio, sabrán que el problema era que tanto el senado respecto al emperador y el emperador respecto al senado vivían en un continuo rodar de cabezas.

Nerón no había tumbado cabezas. Nerón no había aprovechado para nada su poder político, en términos de darle duro al senado. Pero lo estaba golpeando desde la parte estética, quitándole los circos, los gladiadores y lo que esto implicaba en el contexto político y social de Roma. Nerón estaba montando teatro, poesía, danza.

Cuando viene el enfrentamiento duro y el senado empieza a perseguirlo, Nerón les va a responder en términos políticos con un enfrentamiento radical de asesinatos. En este punto es donde Nerón piensa que Séneca está comprometido; es la conocida conspiración de Pisón que termina con el célebre suicidio de Séneca en el año 65 de la era cristiana.

El suicidio de Séneca nos lo narra Tácito en Los Anales y se ha hecho clásico para la pintura y la escultura; es un suicidio bastante estético. Para utilizar términos de Kant es un suicidio bastante sublime, un suicidio -en términos de la filosofía del momento- bastante estoico pero a la vez bastante epicúreo.

Séneca en un primer momento se corta las venas, en un segundo momento bebe veneno -a lo mejor cicuta-, y en un tercer momento -Séneca era asmático desde niño y sufrió terriblemente de asma, hasta tal punto que cuando Calígula lo iba a asesinar, pues veía en Séneca un competidor retórico (Calígula se creía el retórico por excelencia) sus consejeros le dicen: "No lo asesine, él ya está muerto"- se mete en las termas pequeñas y ahí se asfixia. Esa tríada senequiana de cortarse las venas, acudir al veneno y asfixiarse, en medio de su asma terrible, significa -en una u otra forma, me parece a mí- la manera como Séneca, por lo menos, había planteado el problema de la muerte.

Séneca pensaba que la muerte no era la fatalidad, la angustia terrible a la que la condición humana estaba condenada, sino que pensaba con expresiones que se han hecho ahora muy usuales, a través de la historia de occidente: "Cada vez que nacemos morimos", "Cada día que vivimos morimos", "La vida no es sino la muerte en ascenso". "La muerte no es sino la vida acercándose a ella". Por otra parte, la muerte en última instancia no debe generar ningún temor, porque cuando uno muere el "yo" ha desaparecido.

Foucault, al final de su vida, como decía en un comienzo, está leyendo a Séneca y lee el texto de la carta 64 a Lucilio: "Acerquémonos al momento supremo, liberémonos de nuestro yo en ese momento supremo; y en ese momento supremo liberados del yo, sabremos que hemos vivido y no hemos muerto". Obviamente esto parece un galimatías retórico, pero en el contexto tanto del estoicismo, como del epicureísmo, -porque Epicuro había planteado también esa tesis: "¿Por qué le tememos a la muerte si en última instancia cuando estamos muriendo ya no somos y después de muertos ya no importa?". Esta manera senequiana de asumir la muerte estaba muy en contacto con toda la tradición estoica y epicúrea.

Es que Séneca plantea un manejo armonioso de las paradojas vitales. Piensa que la vida va a estar jalonada por la contrariedad, por el conflicto vida-muerte, dolor-alegría, sufrimiento-gozo; incluso sobre la experiencia sexual dice que es gozosamente terrible, que de alguna manera en la relación sexual vivimos y a la vez morimos. Y pone como ejemplo el que perdamos semen a pesar de dar la vida, pone como ejemplo la menstruación y las conexiones con los ciclos lunares mostrando cómo estos ciclos celebran la vida, porque muere la luna en su renacimiento. La ley humana sólo puede regular el conflicto para ayudar a manejarlo; obviamente que regular el conflicto es la tarea de todos los humanos, tanto el económico, el social, el cultural...

El problema es que no tenemos una forma mágico-religiosa para regularlo. Para lo anterior propone -en lenguaje intraducible de los estoicos- ataraxia, -Séneca lo traduce como "tranquilidad del alma"-, "serenidad", "cuidado de sí" "cura sui", "insensibilidad" -, aunque el término es equívoco; lo que con estas categorías quiere Séneca es que no seamos como las fieras; la forma que encuentra Séneca para enfrentar todo tipo de conflicto es "la serenidad", "la imperturbabilidad", "la tranquilidad", no la indiferencia, sino asumir el conflicto de tal manera que ese conflicto sea posibilidad vital.

Obviamente se trata de un ideal. Séneca sabe que el único sabio que ha habido es Sócrates. Séneca sabe que una cosa es el estoicismo y otra los estoicos. Nunca el estoico alcanzará el estoicismo. Hay una conversación con Sereno, un funcionario romano amigo de Séneca, con el que tiene tres conversaciones (en realidad siempre habla es Séneca): La tranquilidad del alma, La constancia del sabio y El ocio. El texto genial para mí es La tranquilidad del alma pues es donde Séneca más radicalmente expresa su pensamiento y también es la obra más mal escrita de todas. Se comienza a leer el número uno y se pasa al número dos y uno se pregunta por qué pasa al dos, un párrafo no tiene conexión con el otro; es algo así como un diario, anotando lo que nos ocurre o vemos, así es La tranquilidad del alma, el desorden, el caos, es su texto menos retórico, pero a la vez es donde Séneca argumenta senequianamente.

Desarrolla la idea de "la moderación", de "la templanza". No caer en el exceso ni caer en el defecto, que era un ideal muy común a la cultura griega, el célebre término medio. Pero en este contexto de la moderación el texto termina diciendo "¡emborráchense!", "¡sean locos!", "¡desbóquense!", "alguna vez es agradable perder el seso" y cita a Platón: "En vano toca las puertas de la poesía el que tiene perfecto dominio de sí" y después cita a Aristóteles: "No hay bien alguno grande, sin alguna dosis de demencia".

Toda la primera parte habla de la moderación y para colmo de males termina diciendo: "No sea moderado", "déle cabida al exceso, a la abundancia", "déle cabida a Dionisos y no a Apolo", y esto vale tanto para la poesía como para la vida.

Otra idea senequiana es la eutimia; Séneca la traduce por tranquilidad. El ideal del sabio es la tranquilidad del alma, es decir la eutimia, es el gozo de la vida, la alegría de vivir en medio de los obstáculos, el despliegue del entusiasmo como posesión divina en tanto gozo dionisíaco.

Séneca como los estoicos utiliza la paradoja, por ejemplo en el dolor se puede encontrar la alegría; dice que se puede ser feliz en medio de los padecimientos; dice que la única posibilidad de gozar es precisamente porque la vida es no gozar, y ese gozo no te lo va a indicar ni el maestro ni el sacerdote, ese gozo te lo tienes que inventar tú, el único que puede moldear tu vida eres tú.

Ahora quiero hacer una intertextualidad con Foucault, en especial con el último texto que el filósofo francés publicó en vida, El cuidado de sí. En este libro Foucault cita muchas veces las reflexiones senequianas. Foucault se había dedicado a estudiar desde la arqueología del saber cómo el sujeto había devenido objeto del saber, aparecen textos como Las palabras y las cosas, La arqueología del saber; después se dedicó a estudiar cómo el sujeto deviene objeto del poder -Vigilar y castigar- pero existe un tercer Foucault que es el de La inquietud de sí mismo, que rompe con los estudios arqueológicos y genealógicos y tal vez por una razón: Foucault se había dado cuenta que con estos estudios sobre la locura, la sexualidad, la cárcel, estaba dando herramientas conceptuales y prácticas para que la sociedad a través de la psiquiatría, de la sicología, pusiera en práctica lo que él estaba descubriendo para entablar esa omnipotencia del poder como totalidad envolvente, como una red que liga todos los polos de la sociedad. Y tal vez para oponerse, o escapar de la utilización que la sociedad había y habría hecho de sus estudios, entonces él plantea una resistencia no de tipo político, sino una resistencia de tipo ético-estética.

La lucha del último Foucault no es una lucha política que ya la había hecho, sino una lucha de tipo ético-estética: "Hacer de la vida una obra de arte".

Para proponer esta alternativa Foucault se remonta a los filósofos y médicos del siglo IV antes de Cristo y a los pensadores de los dos primeros siglos de la era cristiana, en especial Séneca, en donde encuentra pensadores -también Sócrates- que se resisten al poder no proponiendo otros juegos de verdad u otros juegos de poder sino proponiendo la vida como obra de arte, en donde al hacer de la vida un proyecto ético-poético pueda yo resistir a todo tipo de poderes, precisamente desde el gozo de la vida que nadie me puede arrebatar, por ser una experiencia íntima.

La expresión cuidado de sí aparece por primera vez en El Alcibíades I de Platón; esta cura sui como única posibilidad de resistir al poder en términos de dominación, de presión, de disciplinamiento, de legislación ¿a qué está apuntando? A mi manera de ver -y arriesgo una tesis personal- si uno lee a Medea desde el cuidado de sí, entiende por qué en medio de todo lo habido y por haber en esta truculenta tragedia, hay esbozada en toda ella un problema en última instancia más que político, ético y estético en términos de cuidado de sí. ¿Qué plantea El Alcibíades? El Alcibíades es un diálogo entre Sócrates y Alcibíades, donde éste le dice que quiere ser político y por lo tanto quiere ayudar a gobernar a los demás, y que el gobierno de los demás es lo que le da sentido a la vida humana. Inmediatamente Sócrates le responde con una pregunta: ¿Para gobernar a los demás no tendrías que gobernarte a ti mismo? Alcibíades que no había pensado en ese detalle comienza a reflexionar sobre la inquietud que le plantea Sócrates: si el gobierno de sí es la condición de posibilidad del gobierno de los otros; entonces le dice Sócrates: "Dejemos de lado el gobierno de sí y el gobierno de los demás, ¿tú has pensado en el arte en qué contexto? Tú quieres ser gobernante. ¿Qué piensas del arte? ¿Qué piensas de la comedia y de la tragedia?" Alcibíades le da una respuesta muy típica de la mentalidad sofista de todos los tiempos: "El arte es algo que sirve para manejar la masa, es un espectáculo que como tal es bueno para dominar las pasiones". Sócrates le sigue preguntando: ¿Para qué entonces La Ilíada, La Odisea? No sería mejor escuchar el canto de los pájaros, o estar viendo luchas de animales por ejemplo, ¿para qué un arte con una función política, que sólo se reduzca a satisfacer el deseo del espectáculo, un arte reducido al manejo de las pasiones dentro del teatro pero no fuera del teatro? Las conclusiones a que llega Sócrates son estas: gobierno de los otros sin gobierno de sí mismo no tiene absolutamente sentido; el arte hay que convertirlo en una necesidad por sí misma; el arte, como la vida, moldea, como obra de arte lo que uno de alguna manera quiere ser, y esto no como una vía normativa sino como el preocúpate por ti mismo, moldéate a ti mismo, haz de tu vida una obra de arte, goza de ti mismo, satisfácete contigo mismo, haz de ti lo mismo lo que un artista hace con el mármol.

En última instancia, la propuesta de Sócrates es: si la vida no se convierte en una obra de arte que tú mismo tienes que moldear como artista, obviamente el conflicto, la contrariedad, el dolor, el poder económico, político, social, te llevan de cachos.

Tú no tienes otra alternativa para resistir a todos los grupos de poder y todos los grupos de verdad en que estás metido, incluso en la familia, en la universidad, si no haces de tu vida un inmenso hecho ético-poético.

Algo así como la voluntad de poder en Nietzsche, algo así como su super hombre, nada de pastores, nada de profesores, nada de guías, nada de normativas; tú te tienes que pensar a ti mismo y la vida te la tienes que inventar tú; entonces hablar del eterno retorno de Nietzsche como una repetición desde la diferencia; el problema de todos los días lo mismo, repítelo diferente cada día, vive cada día desde la diferencia, como proyecto ético estético de sí.

En Séneca esta idea prácticamente aflora en todos sus textos, él lo expresa de múltiples maneras fórmate a ti mismo, libérate a ti mismo, cuida de ti mismo, incluso emplea el verbo crear, créate a ti mismo y en ese concepto las cartas a Lucilio son un buen ejemplo del cura su. Aquí, es donde Séneca está moldeando su vida como proyecto ético-estético, en realidad cuando le enseña a Lucilio se está enseñando a sí mismo y dialogando sobre hechos de todos los días, así cada carta elabora una posibilidad ético-poética de las eventualidades que ofrece la vida: el poder político, social, económico, la muerte, la enfermedad.

La obra senequiana está engarzada en tres columnas fundamentales. La primera columna se puede llamar estoica o epicúrea o simplemente filosófica: lo importante de lo que hagas y lo que estudies es que esto no sea una forma de saber, sino una forma de vivir. En la carta 108 a Lucilio está muy bien resaltado esto ¿En qué se han convertido las escuelas filosóficas? En una cosa muy terrible, los profesores no enseñan a vivir sino a discernir y discutir, y los alumnos no van a aprender a vivir sino que van a aprender a profesionalizarse. Allí obviamente la vida como gozo de tipo estético queda aplanada por la lógica de los profesores y la lógica profesionalizante de los alumnos.

Segunda columna: La constancia del sabio, donde se habla de la moderación pero también de tirar "canitas al aire" y con bastante frecuencia. Séneca termina con una propuesta fundamental. Es el gozo, el deleite, el reposo, en medio de todo uno tiene que aspirar a que este gozo, venga lo que venga, nadie te lo puede quitar. Séneca aquí esboza una posibilidad de resistir a todos los ejercicios políticos de la razón. Platón ya había planteado esta posibilidad en el Fedro con los cuatros tipos de manías: La manía erótica que es el enamoramiento, la manía mística donde soy poseído por los dioses, la manía de la amistad, la filia, en donde soy poseído por el otro, y la cuarta manía es la poética. Incluir la poesía era una forma de decir Platón que la poesía no tenía ningún fundamento.

Séneca recoge estos conceptos platónicos y los desarrolla, una forma de enfrentar la crítica de la razón política y una crítica de la razón mística o maniática no en el sentido psiquiátrico, sino en el estar fuera de sí, estar gozosamente inundado por una forma que me posee y que de alguna manera al poseerme me hace perder mi yo, y al perder mi yo me habita otra forma que no sé que es, pero me ayuda a resistir la crítica del poder. Esa contestación mística me parece que en occidente ayuda a muchos, por eso creo que a los místicos los políticos les dan muy duro. Esa resistencia que no es de bala, ni es desde el púlpito o el senado sino que es simplemente la experiencia extática. ¿A Giordano Bruno por qué en última instancia lo queman? No porque dijo que el mundo es infinito, lo queman por quemarlo, es decir, porque está en otra cosa, en una experiencia mística con el universo. Cuando dios está en todo, ¿para qué sirven las doctrinas de los libros y los libros?

El tercer pilar senequiano es un elemento que también se encuentra en las cartas a Lucilio, carta 33 ó 34. Séneca se plantea un problema de todos los tiempos ¿Qué hago yo con el cuerpo? La corporeidad en todas sus manifestaciones: la dieta, la danza, el teatro, el vestido, los perfumes... La respuesta senequiana es que la mejor manera de llevar la corporeidad es volviéndola incorpórea ¿Qué es volverla incorpórea? No sólo hacer del cuerpo una experiencia ético-estética, sino una experiencia incorpórea en un orden místico. El cuerpo tiene sentido en cuanto yo no me preocupo ni me ocupo en saber si lo que el cuerpo me pide es bueno o malo. Es darle cabida a la corporeidad sin darme cuenta que le estoy dando cabida, si comes goza la comida, si bailas goza. Si duermes hazlo en la mejor cama, no en una cama estoica, sino en una donde no te des cuenta que duermes.

En cuanto al teatro, insensibilizar el cuerpo, sería ir al teatro para no ser espectador sino para involucrarme no en la trama, sino en la acción que la obra desarrolla. Insensibilizar la corporeidad significa no ser espectador sino actor del texto que estoy presenciando pero que al volverme actor y no espectador entonces hago que mi cuerpo esté en cada uno de los actores, entonces yo ya no estoy ahí, estoy en el escenario.

En síntesis, la mejor manera de habitar el cuerpo es transformarlo en incorpóreo porque de esa manera el cuerpo es gozo de vida.

jueves, 2 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD - Juan Gil Blas


ERA 24, Pedro caminaba por las calles, apabullado por la felicidad de la gente. Iba en busca de su ángel, para consultarle un dilema muy importante que tenía acerca de sus dos hijos que hoy regresaban a casa después de un largo año de ausencia. Sentía la necesidad de soltarse el taco. La ciudad se hallaba impregnada del espíritu navideño. Alces, renos, trineos, santaclauses. Palomas de icopor, campanas, ángeles. Abetos y pinos, coronas de muérdago, papanoeles, estrellas polares, osos, nieve. El colorido de bombillos. El río humano trasegaba por una alameda cuyo nombre Pedro desconocía. Se introdujo por el túnel de gente, colorido como por los Campos Elíseos. El amarillo lo obnubiló, el azul lo golpeó, el rojo lo encandelilló, el verde lo hirió. Tal sugestión sintió. Mucha gente con pitos pitaba. Barbas, gafas, sombreros. Algodones de azúcar y palomitas de maíz, qué nombres más bien puestos. Papas amarillas bajo el reflejo de los bombillos. Platanitos amarillos. Arepa de chócolo. Chuzos. Café. Cerveza en lata. Cigarrillos. Chicles. Confites. Un barrigón todo contento encabezaba familia. Llevaba sombrero, mulera y carriel. Una señora iba de su mano y dos niños no la soltaban. Un diablo pasó. Pedro vio florecillas y flores, floreros de sesenta años, como él. Calibró la palpitación de esos hígados, el estremecer de esos riñones, la sinuosidad bajo los velos transparentes. Estraples, una revolución. Cuerpos de oro. Infinitas por doquier prendas de color. Delgadeces y anchuras de cuyo bien y mal Pedro ya no estaba en edad de probar. La cultura rodaba a su lado. ¿Qué se habían hecho las costumbres de ayer? Un ciego rasgaba una guitarra. Pedro se revolvió por dentro, se volvió animal: llamó a su ángel y su ángel no llegó. El ángel venía cuando quería, pues era un ángel muy llevado de su parecer. Si te cojo y te pesco, no te suelto, Pedro empezó a torearlo. Aretes, collares, dijes. Jipis y artesanos. Juegue a la bolita. Un ratón busca la cueva y se mete por la puerta de una vasija azul que no tiene apuesta y el corro de gente ríe. Una rata sale de una alcantarilla y se escurre por otra. Un artista de cabello lacio hasta los hombros dibuja el retrato a lápiz de la última Monalisa criolla, el último grito del renacimiento tardío. Tiro al blanco. En Girardot -cuyo nombre Pedro desconoce-, se fija en una abuela. La rodean los nietos. Va feliz la abuela, al lado de la madre Francisca, la hermana Petrona, la tía Isabel. Vienen de Enciso de adorar al Niño Dios. La chiva pita, pita la chiva, cómo pita la chiva. Viva Antioquia. Viva Antioquia, responde una como secretaria de estrechos slacks negros y sombrero vaquero, con medio cuerpo afuera de la chiva. Pita la gente. Como grillos. Como chicharras. Como chibchas. Pedro busca los pitos. No los ve, pues van dentro de las bocas de los pitadores. El río humano no se detiene. Raudo por las orillas, lento por la mitad. Copitos de nieve. Perros calientes. Salchipapas. Baños públicos. Pedro debe hablarles esta noche a sus dos hijos. Ven ángel, lo llama. El ángel no aparece. La cruz roja. La defensa civil. Hombres y mujeres con celulares y walkie talkies. Policías. Vení, tomate éste, y Pedro sacó del bolsillo la botella de aguardiente de chirle de mil quinientos pesos que compró en Juanambú. Se tomó un trago, muriéndose de sed, y su ángel apareció, ahí mismo, y se tomó también un trago largo y sonoro. Casi que no, viejo rabón, le espetó Pedro. Guardó la botella en la hoja de periódico doblada. El metanol lo elevó. ¿Dónde estabas?, preguntó. El pitido intenso, inmenso de chibchas y caribes no le permite escuchar la respuesta del ángel. Tristes todo el año, hoy alegres. Borrachos a las seis. No me voy a emborrachar, se dice Pedro. Yo tampoco, cumplementa su ángel. Decime, ¿les digo o no les digo? Su ángel se quedó observando a un grupo de música del Perú. Visten de rojo, tocan quena y charango. Le ganan notas a las chivas. Los campesinos de ciudad pitan, pitan, pitan, pitan, pitan, pero no le impiden a Pedro escuchar ese no sé qué de cóndor que tiene la quena, que tiene la flauta, que tiene el raboepuerca. Escuchá la música, le dice el ángel, poné cuidado. Pedro siente la sacudida de ese no sé qué primitivo suyo, algo inca creyó sentir, pero no sabe quiénes fueron los incas. Creyó, por un instante, que no sería capaz de continuar viviendo igual después de oír esa música que no entendía y que era moral, buena y legal. Sintió que tenía raíces, no sabía dónde, ni que el bosque las cubría. El ángel le vació al oído: Sí, deciles esta noche a tus hijos eso que pensás decirles. Una pompa de jabón se posó en el pelo de Pedro, otra y otra, que se fueron deshaciendo, en mágicas implosiones. ¿Quién las tiraba? Quién sabe. Estalló una papeleta. Muchachos, mire usted. Gorritas de parce, niños. Marihuaneros. Gente bien. Dos niñas de quince pasan cogidas de la mano. Pedro siente que se está poniendo contento. No es sólo su ángel de la Guarda, es también el ángel de Navidad el que ahora va con él. Son tres, en la multitud. Vientres pulcros y tersos. Huesitos de la alegría. Lolitas. No, lo previene el ángel de Navidad. De acuerdo, cede Pedro fernandogonzaliano, pero no sabe quién fue Fernando González. ¿Trescientos pesos la empanada? El de bata blanca pregunta cuántas. Pedro come una, saca la botella de chirle de mil quinientos pesos y se toma un trago de sobremesa que chorrea por su rala barba, que parece de Pancho Villa. Sus ángeles le siguen transfiriendo seguridad, lo hacen ciudadano, con derecho a esta vía principal cuyo nombre Pedro ignora. Lo curten de sabio sus ángeles. Adiós, dice el de Navidad y se va. Adiós, se despide el de la Guarda y se queda con su amo: entre ángeles se entienden. El amarillo obnubila. El azul. El rojo. El verde. Pedro desemboca a una plaza de colores, el espejo en miniatura de una Florencia que no conoce ni se imagina. Está contento. Es su ángel de Navidad que lo dejó así, más el ángel de la Guarda que lo mantiene alegre. Va siendo hora de decirles a sus hijos lo que les va a decir. Las seis y quince ya, está listo, antes que no los vuelva a ver. ¿Qué hago? Voy a coger colectivo. Los ropavejeros ofrecen la última oportunidad: todo a mil, todo a mil. El espejo, la peineta, las tijeras, la pelota, el muñeco, la guitarra, el carro, el avión, el Niño Dios más barato del mundo, el verdadero Niño Dios. Pedro se siente de otra parte, no sabe qué es Otraparte. Las mujeres continúan desfilando casi desnudas delante de él, Pedro sabe que no va a pecar. Saca la botella de chirle de mil quinientos pesos y se toma otro trago que chorrea por su barba de cepillo. ¿Quién no pita en los bajos del metro? Pasa el metro emperifollado de colores. La gente se afana, es la oportunidad: todo a mil, todo a mil. Tocino, pescado, aguacates, plátanos, tomates, bananos. Barbacoas arde, el mundo se va a acabar, la sangre se calienta, sigue encendiéndose el espíritu navideño. El colectivo aparece. La pelea por montarse: uno y nada, dos y nada, tres y nada, cuatro y nada. Se monta. No sabe encima de quién, no sabe debajo de quién, la hoja de periódico desaparece de su bolsillo, la botella de aguardiente cae entre un mar de pies y no se quiebra. Pedro la recoge. Lovaina, calle de ollas, música de baile. Campo Valdés, fogones en la calle, música, baile. Aranjuez, equipos de sonido, música, baile. Arriba, más arriba, música, baile. Santa Cruz, música, baile. Popular, ya no cabe nadie más, música, baile. Santo Domingo, el mundo se va a acabar, música, baile. Arriba, más arriba, música, baile. Más. Más. Más. Derecho al cielo y a pie, por las escalas sube, por el sendero va trepando Pedro, tuerce a la derecha, tuerce a la izquierda. Retén, cucho. Segundo retén. Tercer retén, cucho. Cuarto retén. Otro retén. Don, mil pesos, le piden los últimos muchachos como si cayeran sobre Rico Mc Pato. Pedro sigue sin un peso. La caseta de teléfono. El poste de la luz. La cuadra. Los techos de cartón:

Qué triste se oye la lluvia
en los techos de cartón.

…el pesebre afuera, de palo y de papel. María, mi Dios me la ampare, los pies se me caen. Dos helicópteros de guerra vuelan por los riscos de los tubos en la noche más pacífica. Ya van a ver ese par. Se sienta en la tienda y su ángel a su lado, entutumados por el chirle de mil quinientos pesos. Ahora sí está bueno para decirles a sus hijos lo que les va a decir. Oí te cuento el cuento -comenzó a decirle todo lúcido el ángel-. Cuando Miguel, el hijo de vos, venga ahora, la felicidad va a llegar con él y vos vas a descansar por saber que está vivo. ¿Sabés qué es el gato? Un rencor. ¿Sabés qué es el ratón? Lo mismo. El gato es un hermano y el otro el ratón. -El ángel toma compostura, pronuncia reflexiones al oído de su amo-. Más allá de Santuario, van los bombarderos a matar. Ya sé, angelín, responde Pedro, decepcionado por la repetidera del ángel, que se la sabe de memoria. ¿Quién guarda el secreto? Todos y nadie, vos también. El árbol de Navidad es para Miguel, fabricado con pino de Piedras Blancas y musgo de la cañada. Bluyín, camisa blanca, zapatos lustrosos, cabello engomado, peinado atrás de golpe, todo gomoso en Navidad Miguel se parece a Eduardo. Cero botas, cero fusil por este barrio. Miguel, viviendo en el monte, está muy mayorcito, y Eduardo persiguiéndolo. No faltarán hoy aquí para ver a su padre. Los niños van a armar una algarabía la macha cuando los vean subir con los costales al hombro. Les dije a los niños en noviembre que los tíos iban a venir en diciembre y cada día me preguntaban si faltaba mucho para que llegara diciembre y los tíos vinieran. Son ellos dos, los tíos de la cuadra, con tantos sobrinos como San Nicolás. Callados, introvertidos, tímidos. Los niños los añoran. Las mamás los adoran. Sus presencias laten todo el año en el barrio. La junta, cuando comenzó diciembre, sabía que iban a venir y prendieron los alumbrados del poste para esperarlos, y la calle la adornaron con guirnaldas de periódico y hojas de cuaderno. Son Miguel y Eduardo un pedazo de todos nosotros, como los Villegas, los Pérez, esos Gómez de Sonsón. Lo curioso es que cuando jóvenes, le ayudaron juntos al cura a fundar el barrio de abajo. Con cadenas se ataban a los troncos, invocando la caridad de Dios, para que la policía no los desalojara. Ya me vas a sacar en cara Pedrín cómo es la selva, pero deje esa bobada, que por aquí no hay quién no lo sepa. Uno de noche cazaba guagua ayudado de la luna, que cuando llena, haga de cuenta angelín el día. Era la liga del otro día: si no había guagua, no había liga. Aquí del barrio todos cazaban guatinaja, y también ñeque y mico. Los echaron a todos. Sólo quedaron solos allá Miguel y Eduardo, y el monte abandonado. Ya verán ese par. ¿Grande el barrio me dice? Como esas cuadritas del frente: ésa y ésa, y ésa y ésa, y aquella otra roja del picacho también. Esta cuadra y nada más, madera y lata. Hasta allá, derecho hasta el poste del cable. Ahí en la esquina donde están encendiendo el fogón, donde comienzan los ranchos, termina el barrio y comienza el otro. Unas cuadras no más. Del terraplén para arriba hay más lotes, a la vuelta de la quebrada. Angelito, ¿para qué sirve la Navidad me dice? Para vivir. Uno, aunque pobre, aguarda regalo. Navidad es la inocencia de los niños, lo demás es cruz. El mismo hombre, el hijo de Dios que nació en un pesebre, es un alemán, un chino o un japonés -Pedro se alzó hasta cumbres insospechadas, como muchas veces les pasa a los campesinos inspirados-. La hermandad duele. ¿No ha peleado usted nunca ángel con otro angelito? Bueno, eso es la hermandad. La hermandad es lo único que uno puede regalar, porque uno nunca se pelea con el que está lejos, sino con el que tiene cerca. Aquel joven vigoroso que viene ahí subiendo las escalas todo contento con gorrito rojo de Santa Claus es Eduardo, el hijo de yo, y no le pasa nada malo por aquí y viene del cuartel, y el otro es Miguel, que viene del monte. Esta cuadra, es cuadra de amor. El amor une, ángel, que me pongo contento de saber que están vivos los dos. La vida -dijo Dios metiéndose en la conversación de Pedro y el ángel- no cabe en esquemas, la vida no la entiendo ni yo. Eduardo por aquí donde su papá respeta a Miguel y Miguel por aquí donde su papá respeta a Eduardo. ¿Qué me dice usted, ángel sabio? -le dijo Pedrín al ángel, todo animado por haber oído la voz de Dios-. Los sentimientos que produce la Navidad -respondió el ángel habiendo también oído el vozarrón de su patrón cometiendo herejía-, no tienen dueño. Nadie es dueño de lo que vos Pedrín sentís. Este cuento que te cuento -lo interrumpió Pedro-, fijate el desorden que tiene y verás, es entre tú y yo, y nadie más. Esta cuadra vive Noche de Paz. La hermandad no es delito. Viejo rabón -le respondió el ángel-, quitate la venda de los ojos, vení miralos subir: tiene piernas Miguel, como Eduardo, tienen manos, tienen cabeza los dos. Miralo como viene Miguel del monte con ese sentimiento de felicidad en la cara. Vé, ángel, allá sube Eduardo del cuartel, que parece Miguel con el gorrito. ¿Qué hora es? Las seis y cuarenta y seis. Vé ese balón que asoma del costal, mirá ese carrito del otro, esa muñeca. Y el ángel, que aunque tomado no olvidaba su deber, le dice a Pedro: -Hablales ya, viejo, ahora o nunca -y lo codeó-: Ve, vaca, deciles ya.
-¡Eduardo, venga acá donde su papá! -dijo el viejo Pedro decidido a hacer valer lo que iba a hacer valer. Se tomó un trago-. Le presento a mi ángel. ¿No lo ve? No importa. Sí, es su hermano Miguel el que sube allá. ¡Ey, Miguel, hijo, venga acá donde su papá!, descanse, que debe estar cansado, tómese un fresco y reconcíliese con su hermano. Vé, Eduardo, no seás cobarde y mirá a Miguel. Y vos, Miguelón, mirá como varón a tu hermano.
El mundo tembló.
-Hola, hermano -le dijo a Eduardo Miguel, el heredero más antiguo del cura Camilo en toda la redonda. Dejó el costal de regalos en el suelo.
-Hola, hermano -respondió Eduardo, el soldado, y dejó su costal de regalos en el piso.
Los niños los rodearon. El mundo continuó suspenso.
-Vamos, seguiles diciendo -le dijo el ángel a Pedro, codeándolo.
-Vós -le dijo Pedro a su hijo Miguel-, vós, si querés, seguí haciendo tu bendita revolución, pero dejate de andar por ahí haciéndole pendejadas a los ricos, que ellos te pagan el doble.
El mundo en su temblor hizo una pausa.
-Y vos, cara de bueno -le dijo a Eduardo-, dejate de andar por ahí pelando pobres, que te van a odiar, para toda la vida.
A lo hecho, pecho.
-María, traé cerveza para estos dos, y le decís a Belmiro que yo le pago después. ¿Oyeron, cagones? Les voy a dar fuete si no se portan bien. Ay, angelito -le dijo al ángel-, reconciliémonos usted y yo también, que estamos en Navidad. Niños, vayan jueguen por allá, que acá estamos los mayores. ¿Para qué sirve la Navidad, me dice? Para vivir -y diciendo esto, Pedro suspiró, como que había botado el taco lejos.
Y los cuatro: Pedro y su ángel bebetas, y los dos hijos calavera, Miguel y Eduardo, se sentaron en silencio, pensativos, en la banca de la ventana con vista a la ciudad, para empezar a vivir juntos la más universal noche: la Noche de Paz. La calle empinada se llenó de gente. Donde había cincuenta aparecieron cien. Papeletas estallaron. Una papa de pólvora reventó en la esquina como una bomba. Un hormiguero de muchachos corrió preso de la risa. Una niña con lazo de Jerusalén en el pelo y manto azul pasó anunciando a voz de cuello con un megáfono que la Novena con el padre Nicolás empezaba a las siete. Un volador se elevó silbando y reventó de colores el cielo. Un globo de papel de viva llama pasó volando de Bello a Envigado. Medellín, en la montaña, se pobló de diamantes, oros y rubíes. El aire lo llenaba un confuso bum bum bum de porros, música parrandera, vallenatos y villancicos. El aire se impregnó de olor a comida. Las cabinas del cable subían y bajaban. Pedro, el día más importante de su vida en que se portó a la altura de las circunstancias, sacó la botella del pantalón y se tomó el último trago de aguardiente de chirle de mil quinientos pesos y, extendido sobre la mesa, se quedó dormido. ¡Ey, dame otro, no seás amarrado!, protestó su ángel, cabeceando también. En la montaña, todos eran hermanos.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Fenomenología de la feúra - Andy Martin


Todo empezó el día en que Luigi me cortó el pelo. Parecía un profesor loco –específicamente Doc en Regreso al futuro–, así que Luigi tomó las tijeras y trató de recomponerme. Sin embargo –y eso fue exactamente lo que se me ocurrió cuando inspeccioné el corte al otro día en el espejo del baño– no acabó de cortar todo lo que había que cortar. El estilo había mejorado mucho, eso es innegable, pero quedaba un flequillo desordenado que empezaba a irritarme. Y afuera hacía calor. De modo que saqué el accesorio para cortar el pelo que viene con la maquinilla de afeitar y di unos cuantos hachazos aquí y allá. Cuando finalmente salí al mundo exterior parecía, y ése fue el consenso general, un espantapájaros de muy mala reputación. Al final fui a otra barbería (no me atreví a mostrarle a Luigi mi obra) e hice que lo esquilaran todo. Ahora parezco un cruce de Britney Spears con Michel Foucault.


En resumen, fue uno de esos días –todos los tenemos– en los que no hay manera de que el pelo se vea bien. No voy a extenderme en el estudio folicular de la filosofía occidental (el bigote de Nietzsche, tan voluntad-de-poder-eterno-retorno, las barbas de Marx, muy trabajadores del mundo uníos), pero es necesario decir que un corte de pelo puede tener importantes consecuencias filosóficas. Jean-Paul Sartre, el pensador existencialista francés, tuvo una experiencia con la tonsura particularmente traumática a los siete años de edad. Hasta ese momento su carrera como seductor de multitudes había sido deslumbrante. Todo el mundo se refería al joven Polou como “el ángel”. Su madre había cultivado con esmero un halo exuberante de rizos rubios. Pero al abuelo se le metió en la cabeza un día que Polou parecía una niña, así que esperó a que la madre saliera e invitó al niño a un paseo prometiéndole una sorpresa. La sorpresa resultó ser la barbería. Polou estaba ansioso por mostrarle a su madre su nueva apariencia, pero apenas ésta entró por la puerta y lo vio, salió corriendo escaleras arriba y se arrojó sobre la cama llorando histéricamente. El universo tan celosamente construido –celosamente acicalado, se podría decir– acababa de derrumbarse, como si se desmontara un decorado de Hollywood y se reconstruyera después para una película diferente, una más dura, más lúgubre, menos romántica y sin semidioses. Como en un cuento de hadas al revés, el joven Sartre se metamorfoseó de ángel en sapo. Por primera vez se dio cuenta de que era tan feo como pegarle a la mamá –en palabras de su amante norteamericana Sally Shelley–.


“La evidencia de mi fealdad” se convirtió en un leitmotiv a duras penas reprimido de su escritura. La llevaba como una medalla de honor. (Camus observa a Sartre diligentemente aplicado a la seducción en un bar de París y le pregunta por qué se esmera tanto. “¿Te has fijado en esta cara?”, le responde Sartre.) El novelista Michel Houellebecq escribió en alguna parte que cuando conoció a Sartre pensó que era casi discapacitado. No es un comentario agresivo. Está, por un lado, el estrabismo (su característico ojo perezoso que parece mirar en dos direcciones al mismo tiempo), y por otro la disfuncionalidad de diversas partes de su cuerpo, además de que su fealdad cuenta para él como una especie de discapacidad. No puedo evitar preguntarme cuán indispensable para la filosofía es la fealdad. Sartre parece sugerir que el pensamiento –el cuestionamiento serio e insistente– surge de (quizás surge con) la conciencia de la propia fealdad.

No quiero ponerme personal o pesado, pero está claro que un concurso de miss o míster universo con filósofos no tendría nada que envidiarle al partido de fútbol entre filósofos imaginado por Monty Python. Tendría, por así decirlo, una relación irónica con la belleza. La filosofía como sátira de la belleza.


No es por azar que Sócrates, uno de nuestros padres fundadores, proclame ostentosamente su fealdad. Es el lado cómico del gran hombre. Sócrates es (a) un pensador que plantea interrogantes profundos y difíciles, y es (b) feo. En el neoplatonismo renacentista (recuérdese, por ejemplo, la descripción de los sabios tontos en El elogio de la locura de Erasmo) Sócrates, aun espectacularmente feo, aparece bajo una lógica explícitamente cristiana: la filosofía –como los rizos angélicos de Sartre– deberá salvarnos de nuestra fealdad (quizás más de la moral que de la física).


Tampoco puedo evitar la idea de que la fealdad infiltró las proposiciones originales de la filosofía precisamente desde esta perspectiva de la redención. La implicación se encuentra en obras como el Fedro de Platón. Si hemos de morir para llegar a lo cierto, lo bueno y lo bello (to kalon: ni masculino ni femenino sino neutro, como el ángel efímero de madame Sartre, de género indeterminado), ha de ser porque lo cierto, lo bueno y lo bello nos eluden tan radicalmente en vida. ¿Crees que eres bello?, parece decir Sócrates. ¡Fíjate bien! La idea de lo bello en este mundo es como una equivocación. Un error de pensamiento que debe ser repensado.


Quizás la misión de Sócrates sea hacer del mundo un lugar seguro para los feos. ¿Acaso no es todo el mundo un poco feo desde una u otra perspectiva en uno u otro momento? ¿Quién es verdaderamente bello todo el tiempo? Solo los arquetipos pueden ser verdaderamente bellos.


Avanzo rápidamente hasta llegar a Sartre y a mi propia crisis con el espejo del baño. Me da la sensación de que desde este punto podemos mirar el neoexistencialismo con nuevos ojos. Sartre (como Aristóteles, como el mismo Sócrates en ciertos momentos curiosos) intenta huir de los arquetipos. En particular, de un concepto trascendental de belleza que no deja de atormentarnos –y que a veces nos mutila–.


“No importa que seas un tipo horriblemente feo. Si eres existencialista, vas a lograrlo”. Hasta donde sé, Sartre nunca usó estas palabras exactas (aunque definitivamente sí se describió a sí mismo como “salaud”). Pero la idea surge en casi todo lo que escribió. Nuestro intento por alcanzar la belleza es un intento por convertirnos en Dios (el en-sí-para-sí, según la irritante expresión de Sartre). Queremos, en otras palabras, convertirnos en lo perfecto, en un ícono de perfección, y esto es imposible de lograr. Pero es buen negocio para los productores de cremas de belleza, para los cirujanos plásticos e incluso –¡claro que sí!– para los barberos.


Cambio de sexo por un momento –voy en la dirección que madame Sartre hubiera preferido– y empiezo a sospechar que Britney Spears se afeitó la cabeza en aras de un argumento sartreano o socrático (y no a causa, por ejemplo, de una crisis nerviosa). Buscaba, en efecto, recurrir a la apariencia para desmitificar lo bello. Perspicaz. El pelo está en el piso, inexplicablemente desdibujado (Sartre), y con él yace la idea convencional de lo femenino. Pienso en Marilyn Monroe y en Brigitte Bardot desde esa misma perspectiva: al decidir morir, la una, y vivir, la otra, pretenden dejar atrás su estatus de ícono, desmontarlo. Desde el punto de vista neoexistencialista, lo bello, to kalon, no es una abstracción trascendente que se ha popularizado. La belleza es una cosa (Durkheim afirmó que los hechos sociales son cosas). Yo soy una no-cosa. Es la razón por la cual nunca podré llegar a ser verdaderamente bello. Aunque ello no impida que desee ser lo uno o lo otro. Quizás eso explique la anotación en los cuadernos de Camus (el más osado contendor de Sartre): “La belleza es insoportable y nos conduce a la desesperación”.


Me río cada vez que alguien me dice que debo dejar de juzgarlo todo. Juzgar es justamente lo que hacemos. No hacerlo sería como estar muerto. Tipificar es el comportamiento normal. Esa mirada original en el espejo, ligeramente desesperanzada y tan consciente de lo que ve (y usualmente acompañada de la expresión “¿No es más?” o “¿Así están las cosas?”), es una herramienta poderosa porque nos impulsa a mejorar. La trascendencia es en el aquí y el ahora. Debemos trascendernos a nosotros mismos. Y podemos (y aquí cito a Sartre) tras-ascender o trasdescender. La inevitable insatisfacción con nuestra propia apariencia es el motor no solo de la filosofía sino de toda la sociedad civil. Esto, suponiendo que no nos arranquemos los pelos de raíz.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

lunes, 15 de noviembre de 2010

Las rosas del jardín de Adonis...*





Las rosas del jardín de Adonis
Son las que yo amo, Lydia, esas efímeras rosas
Que en el día de su nacimiento,
En ese mismo día, mueren.

La luz es eterna para ellas, pues
Nacen con el sol cuando ya ha salido, y se acaban
Antes que Apolo pudiera incluso iniciar
Su trayectoria visible.

Como ellas, déjanos hacer de nuestras vidas un día,
Voluntariamente, Lydia, desconociendo
Que existe la noche antes y después
El poquito que perduramos

(*) Ricardo Reis

viernes, 12 de noviembre de 2010

Si yo muero allá lejos en el frente de la guerra... - Guillaume Apollinaire





Si yo muero allá lejos en el frente de guerra
Tú llorarás un día oh Lou mi gran amor
y después mi recuerdo se apagará en la tierra
Como un obús que estalla en el frente de guerra
Bello obús semejante a la mimosa en flor

Más tarde este recuerdo que en el aire ha estallado
Cubrirá con mi sangre la tierra toda entera
El valle el mar y el astro que pasa como al lado
De Baratier los frutos de oro en primavera

Presencia en cada cosa olvidada y viviente
Yo encenderé el color de tus senos rosados
Encenderé tus labios y tu cabello ardiente
Tú no envejecerás y todo lo existente
Cobrará nueva vida sobre el destino amado

La fuga ineluctable de mi sangre en el mundo
Dará un fulgor más vivo al sol agonizante
Hará la flor más roja y hará el mar más profundo
Un amor inaudito descenderá hasta el mundo
Y tendrá más poder en tu cuerpo tu amante

Si al morir allá lejos mi recuerdo se olvida
Recuerda Lou en los éxtasis más puros de tu vida
-En tus días de ardor y pasión amorosa-
Que mi sangre es la fuente de esta dicha futura
Y siendo la más bella sé tú la más dichosa
Oh mi amor oh mi única oh mi inmensa locura!

martes, 9 de noviembre de 2010

LOS NUEVE MONSTRUOS - César Vallejo





Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!

Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.



¹ La versión consultada trae "ardio".

La locura de Áyax (Ayante)


En Troya, en el bando griego, una vez muerto Aquileo (Aquiles), Ayante, gran guerrero e hijo de Telamón, se cree valedor de la herencia de las armas de Aquileo (Aquiles). Sin embargo las armas le son adjudicadas a Odiseo, y Ayente, creyéndose desposeído, es víctima de constantes arrebatos de locura en los que mata animales creyendo que son Odiseo (Ulises) o los atridas Agamenón y Menelao, quienes han cedido las armas a Odiseo (Ulises). Hay intentos de inducirle a la razón, pero Ayante se suicida. Menelao opta por prohibir que se le den honras fúnebres, pero finalmente Teucro se las dará.
El gran temor de los troyanos tras la muerte de Aquileo (Aquiles) es Ayente, un gran guerrero. Por lógica, Ayente considera que serán suyas las armas del difunto Aquiles, pero en un juicio, los atridas deciden darlas a Odiseo por lo cual, infurecido y colérico, Ayante enloquece. Esta locura le lleva a asesinar corderos y carneros creyendo que son sus enemigos, es la ingeniosa locura del Quijote, de Orlando, que no entra en razón y cuando lo hace decide suicidarse. La muerte no supone el final de la tragedia, sino que Ayente sigue siendo protagonista aún muerto cuando Teucro se increpa con Menelao por dar honras fúnebres al desposeído y grandioso Ayante. Es la tragedia del héroe viril y militar frente al ingenioso y audaz Odiseo, este contraste supone un gran dramatismo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

no one like you - scorpions

3 poemas de Leopoldo María Panero




Blancanieves se despide de los siete enanos


Prometo escribiros pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.


Canción para una discoteca


No tenemos fe
al otro lado de esta vida
sólo espera el rock and roll
lo dice la calavera que hay entre mis manos
baila, baila el rock and roll
para el rock el tiempo y la vida son una miseria
el alcohol y el hachís no dicen nada de la vida
sexo, drogas y rock and roll
el sol no brilla por el hombre,
lo mismo que el sexo y las drogas;
la muerte es la cuna del rock and roll.
Baila hasta que la muerte te llame
y diga suavemente entra
entra en el reino del rock and roll.


Himno a Satán

Tú que eres tan sólo
una herida en la pared
y un rasguño en la frente
que induce suavemente a la muerte:
tú ayudas a los débiles
mejor que los cristianos
tú vienes de las estrellas
y odias esta tierra
donde moribundos descalzos
se dan la mano día tras día
buscando entre la mierda
la razón de su vida;
yo que nací del excremento
te amo
y amo posar sobre tus manos delicadas mis heces.
Tu símbolo es el ciervo
y el mío la luna:
que caiga la lluvia sobre
nuestras faces
uniéndonos en un abrazo
silencioso y cruel en que
como el suicidio, sueño
sin ángeles ni mujeres
desnudo de todo
salvo de tu nombre
de tus besos en mi ano
y tus caricias en mi cabeza calva
rociaremos con vino, orina y sangre
las iglesias
regalo de los magos
y debajo del crucifijo
aullaremos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Álvar Núñez Cabeza de Vaca - “Naufragios” (Selección)



XXII

(..) Otro día de mañana vinieron allí muchos indios y traían cinco enfermos que estaban tullidos y muy malos, y venían en busca de Castillo que los curase, y cada uno de los enfermos ofreció su arco y flechas, y él los recibió, y a puesta de sol los santiguó y encomendó a Dios nuestro Señor, y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les enviase salud, pues él veía que no había otro remedio para que aquella gente nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida. Y él lo hizo tan misericordiosamente, que venida la mañana, todos amanecieron tan buenos y sanos, y se fueron tan recios como si nunca hubieran tenido mal ninguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración, y a nosotros despertó que diésemos muchas gracias a nuestro Señor, a que más enteramente conociésemos su bondad, y tuviésemos firme esperanza que nos había de librar y traer donde le pudiésemos servir. Y de mí sé decir que siempre tuve esperanza en su misericordia que me había de sacar de aquella cautividad, y así yo lo hablé siempre a mis compañeros. Como los indios fueron idos y llevaron sus indios sanos, partimos donde estaban otros comiendo tunas, y éstos se llaman cutalches y malicones, que son otras lenguas, y junto con ellos había otros que se llamaban coayos y susolas, y de otra parte otros llamados atayos, y estos tenían guerra con los susolas, con quien se flechaban cada día. Y como por toda la tierra no se hablase sino de los misterios que Dios nuestro Señor con nosotros obraba, venían de muchas partes a buscarnos para que los curásemos, y a cabo de dos días que allí llegaron, vinieron a nosotros unos indios de los susolas y rogaron a Castillo que fuese a curar un herido y otros enfermos, y dijeron que entre ellos quedaba uno que estaba muy al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principalmente cuando las curas eran muy temerosas y peligrosas, y creía que sus pecados habían de estorbar que no todas veces sucediese bien el curar. Los indios me dijeron que yo fuese a curarlos, porque ellos me querían bien y se acordaban que les había curado en las nueces, y por aquello nos habían dado nueces y cueros; y esto había pasado cuando yo vine a juntarme con los cristianos; y así hube de ir con ellos, y fueron conmigo Dorantes y Estebanico, y cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían, yo vi el enfermo que íbamos a curar que estaba muerto, porque estaba mucha gente al derredor de él llorando y su casa deshecha, que es señal que el dueño estaba muerto. Y así, cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin ningún pulso, y con todas las señales de muerto, según a mí me pareció, y lo mismo dijo Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima, con que estaba cubierto, y lo mejor que pude apliqué a nuestro Señor fuese servido de dar salud a aquél y a todos los otros que de ella tenían necesidad. Y después de santiguado y soplado muchas veces, me trajeron un arco y me lo dieron, y una sera de tunas molidas, y lleváronme a curar a otros muchos que estaban malos de modorra, y me dieron otras dos seras de tunas, las cuales di a nuestros indios, que con nosotros habían venido; y, hecho esto, nos volvimos a nuestro aposento, y nuestros indios, a quien di las tunas, se quedaron allá; y a la noche se volvieron a sus casas, y dijeron que aquel que estaba muerto y yo había curado en presencia de ellos, se había levantado bueno y se había paseado, y comido, y hablado con ellos, y que todos cuantos había curado quedaban sanos y muy alegres. (..)

(..) Toda esta gente no conocía los tiempos por el Sol ni la Luna, ni tienen cuenta del mes del año, y más entienden y saben las diferencias de los tiempos cuando las frutas vienen a madurar, y en tiempo que muere el pescado y el aparecer de las estrellas, en que son muy diestros y ejercitados. Con estos siempre fuimos bien tratados, aunque lo que habíamos de comer lo cavábamos, y traíamos nuestras cargas de agua y leña. Sus casas y mantenimientos son como las de los pasados, aunque tienen muy mayor hambre, porque no alcanzan maíz ni bellotas ni nueces. Anduvimos siempre en cueros como ellos, y de noche nos cubríamos con cueros de venado. De ocho meses que con ellos estuvimos, los seis padecimos mucha hambre, que tampoco alcanzan pescado. (..)

(..) Ya he dicho cómo por toda esta tierra anduvimos desnudos; y como no estábamos acostumbrados a ello, a manera de serpientes mudábamos los cueros dos veces en el año, y con el sol y el aire hacíansenos en los pechos y en las espaldas unos empeines muy grandes, de que recibíamos muy gran pena por razón de las muy grandes cargas que traíamos, que eran muy pesadas; y hacían que las cuerdas se nos metían por los brazos. La tierra es tan áspera y tan cerrada, que muchas veces hacíamos leña en montes, que cuando la acabábamos de sacar nos corría por muchas partes sangre, de las espinas y matas con que topábamos, que nos rompían por donde alcanzaban. A las veces aconteció hacer leña donde, después de haberme costado mucha sangre, no la podía sacar ni a cuestas ni arrastrando. No tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la pasión de nuestro redentor Jesucristo y en la sangre que por mí derramó, y considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas él padeció que no aquél que yo sufría. Contrataba con estos indios haciéndoles peines, y con arcos y con flechas y con redes hacíamos esteras, que son cosas de que ellos tienen mucha necesidad; y aunque lo saben hacer, no quieren ocuparse en nada, por buscar entretanto qué comer, y cuando entienden en esto pasan muy gran hambre. Otras veces me mandaban raer cueros y ablandarlos. Y la mayor prosperidad en que yo allí me vi era el día que me daban a raer alguno, porque yo lo raía mucho y comía de aquellas raeduras, y aquello me bastaba para dos o tres días. También nos aconteció con estos y con los que atrás hemos dejado, darnos un pedazo de carne y comérnoslo así crudo, porque si lo pusiéramos a asar, el primer indio que llegaba se lo llevaba y comía. Parecíanos que no era bien ponerla en esta ventura y también nosotros no estábamos tales, que nos dábamos pena comerlo asado, y no lo podíamos tan bien pasar como crudo. Esta es la vida que allí tuvimos, y aquel poco sustentamiento lo ganábamos con los rescates que por nuestras manos hicimos. (..)

XXIV

(..) Desde la isla de Mal Hado, todos los indios que a esta tierra vimos tienen por costumbre desde el día que sus mujeres se sienten preñadas no dormir juntos hasta que pasen dos años que han criado los hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce años; que ya entonces están en edad que por sí saben buscar de comer. Preguntámosles que por qué los criaban así, y decían que por la mucha hambre que en la tierra había, que acontecía muchas veces, como nosotros veíamos, estar dos o tres días sin comer, y a las veces cuatro; y por esta causa los dejaban mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen; y ya que algunos escapasen, saldrían muy delicados y de pocas fuerzas. Y si acaso acontece caer enfermos algunos, déjanlos morir en aquellos campos si no es hijo, y todos los demás si no pueden ir con ellos se quedan; mas para llevar un hijo o hermano, se cargan y lo llevan a cuestas. Todos éstos acostumbran dejar sus mujeres cuando entre ellos no hay conformidad, y se tornan a casar con quien quieren. Esto es entre los mancebos, mas los que tienen hijos permanecen con sus mujeres y no las dejan, y cuando en algunos pueblos riñen y traban cuestiones unos con otros, apuñéanse y apaléanse hasta que están muy cansados, y entonces se desparten. Algunas veces los desparten mujeres, entrando entre ellos, que hombres no entran a despartirlos; y por ninguna pasión que tengan no meten en ella arcos ni flechas. Y desde que se han apuñeado y pasado su cuestión, toman sus casas y mujeres, y vanse a vivir por los campos y apartados de los otros, hasta que se les pasa el enojo. Y cuando ya están desenojados y sin ira, tórnanse a su pueblo, y de ahí adelante son amigos como si ninguna cosa hubiera pasado entre ellos, ni es menester que nadie haga las amistades, porque de esta manera se hacen. Y si los que riñen no son casados, vanse a otros sus vecinos, y aunque sean sus enemigos, los reciben bien y se huelgan mucho con ellos, y les dan de lo que tienen; de suerte que, cuando es pasado el enojo, vuelven a su pueblo y vienen ricos. Toda es gente de guerra y tienen tanta astucia para guardarse de sus enemigos como tendrían si fuesen criados en Italia y en continua guerra. Cuando están en parte que sus enemigos los pueden ofender, asientan sus casas a la orilla del monte más áspero y de mayor espesura que por allí hallan, y junto a él hacen un foso, y en éste duermen. Toda la gente de guerra está cubierta con leña menuda, y hacen sus saeteras, y están tan cubiertos y disimulados, que aunque estén cabe ellos no los ven, y hacen un camino muy angosto y entra hasta en medio del monte, y allí hacen lugar para que duerman las mujeres y niños, y cuando viene la noche encienden lumbres en sus casas para que si hubiere espías crean que están en ellas, y antes del alba tornan a encender los mismos fuegos; y si acaso los enemigos vienen a dar en las mismas casas, los que están en el foso salen a ellos y hacen desde las trincheras mucho daño, sin que los de fuera los vean ni los puedan hallar. Y cuando no hay montes en que ellos puedan de esta manera esconderse y hacer sus celadas, asientan en llano en la parte que mejor les parece y cércanse de trincheras cubiertas de leña menuda y hacen sus saeteras, con que flechan a los indios, y estos reparos hacen para de noche. Estando yo con los de aguenes, no estando avisados, vinieron sus enemigos a media noche y dieron en ellos y mataron tres e hirieron otros muchos; de suerte que huyeron de sus casas por el monte adelante, y desde que sintieron que los otros se habían ido, volvieron a ellas y recogieron todas las flechas que los otros les habían echado, y lo más encubiertamente que pudieron los siguieron, y estuvieron aquella noche sobre sus casas sin que fuesen sentidos, y al cuarto del alba les acometieron y les mataron cinco, sin otros muchos que fueron heridos, y les hicieron huir y dejar sus casas y arcos, con toda su hacienda. Y de ahí a poco tiempo vinieron las mujeres de los que llamaban quevenes, y entendieron entre ellos y los hicieron amigos, aunque algunas veces ellas son principio de la guerra. Todas estas gentes, cuando tienen enemistades particulares, cuando no son de una familia, se matan de noche por asechanzas y usan unos con otros grandes crueldades. (..)


XXV

(..) Ésta es la más presta gente para un arma de cuantas yo he visto en el mundo, porque si se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con sus arcos a par de sí y una docena de flechas; el que duerme tienta su arco, y si no lo halla en cuerda le da la vuelta que ha menester. Salen muchas veces fuera de las casas bajados por el suelo, de arte que no pueden ser vistos, y miran y atalayan por todas partes para sentir lo que hay; y si algo sienten, en un punto son todos en el campo con sus arcos y sus flechas, y así están hasta el día, corriendo a unas partes y otras, donde ven que es menester o piensan que pueden estar sus enemigos. Cuando viene el día tornan a aflojar sus arcos hasta que salen a caza. Las cuerdas de los arcos son nervios de venados. La manera que tienen de pelear es abajados por el suelo, y mientras se flechan andan hablando y saltando siempre de un cabo para otro, guardándose de las flechas de sus enemigos, tanto que en semejantes partes pueden recibir muy poco daño de ballestas y arcabuces. Antes los indios burlan de ellos, porque estas armas no aprovechan para ellos en campos llanos, adonde ellos andan sueltos; son buenas para estrechos y lugares de agua; en todo lo demás, los caballos son los que han de sojuzgar y lo que los indios universalmente temen. Quien contra ellos hubiere de pelear ha de estar muy avisado que no le sientan flaqueza ni codicia de lo que tienen, y mientras durare la guerra hanlos de tratar muy mal; porque si temor les conocen o alguna codicia, ella es gente que saben conocer tiempos en que vengarse y toman esfuerzo del temor de los contrarios. Cuando se han flechado en la guerra y gastado su munición, vuélvense cada uno su camino sin que los unos sean muchos y los otros pocos, y ésta es costumbre suya. Muchas veces se pasan de parte a parte con las flechas y no mueren de las heridas si no toca en las tripas o en el corazón; antes sanan presto. Ven y oyen más y tienen más agudo sentido que cuantos hombres yo creo hay en el mundo. Son grandes sufridores de hambre y sed y de frío, como aquellos que están más acostumbrados y hechos a ello que otros. Esto he querido contar porque allende que todos los hombres desean saber las costumbres y ejercicios de los otros, los que algunas veces se vinieren a ver con ellos estén avisados de sus costumbres y ardides, que suelen no poco aprovechar en semejantes casos. (..)

lunes, 1 de noviembre de 2010

Tres Marías - Andrés Calamaro

Amor verdadero - Sharon Olds




Amor verdadero

En medio de la noche, cuando nos levantamos
después de hacer el amor, nos miramos
llenos de amistad, sabemos muy bien
lo que hacemos. Unidos uno al otro
como montañistas bajando de una montaña,
amarrados desde la sala de partos,
caminamos por el pasillo hasta el baño, casi no puedo
caminar, me tambaleo a través del aire granulado y oscuro,
con mis ojos cerrados sé donde
te encuentras, unidos uno al otro
a través de gigantescos hilos invisibles, nuestro sexos
mudos, extenuados, aplastados, todo
el cuerpo hecho sexo —seguramente éste
es el momento más sagrado de mi vida,
con nuestros hijos durmiendo en sus camas, cada destino
como una vena inagotable de mineral
por descubrir. Me siento en el inodoro en la noche,
y tú en algún lugar del cuarto,
abro la ventana y la nieve
se ha amontonado contra la hoja de vidrio,
miro hacia afuera,
un muro de cristales fríos, en silencio
y brillando, te llamo en voz baja
y vienes a tomarme la mano y yo digo
no puedo ver más allá. No puedo ver más allá...

1 poema de amor de Idea Vilariño





El testigo


Yo no te pido nada
yo no te acepto nada.
Alcanza con que estés
en el mundo
con que sepas que estoy
en el mundo
con que seas
me seas
testigo juez y dios.
Si no
para qué todo.

domingo, 31 de octubre de 2010

viernes, 29 de octubre de 2010

PRIMER MANIFIESTO FUTURISTA - F. T. Marinetti


Mis amigos y yo habíamos velado toda la noche bajo las lámparas de la mezquita de cobrizas cúpulas agujereadas y revolcábamos nuestra pereza nativa sobre los opulentos tapices persas. Habíamos discutido hasta los límites extremos de la lógica y arañado el papel de locas escrituras.

Un inmenso orgullo hinchaba nuestros pechos al sentirnos solos, erguidos como faros ó centinelas avanzados frente al ejército de estrellas enemigas que acampaban en sus vivaces celestes. ¡A solas con los mecánicos en las fraguas infernales de nuestros navíos, a solas con los negros fantasmas que forrajean en el vientre rojo de las locomotoras enloquecidas, a solas con los embriagantes batires de alas contra los muros!

Y henos aquí bruscamente distraídos por el rodar de enormes tranvías de doble piso que pasan estridentes agujerados de luz, tales como caseríos en fiesta que el Po desbordado conmoviera y exterminara súbitamente arrastrándolos en cascadas y remolinos de diluvio hasta el mar.

Después se adensó el silencio. Y escuchando la oración extenuada del viejo canal y el crujir de huesos de los palacios moribundos decorados de verdín, de repente rugieron bajo nuestras ventanas los automóviles hambrientos.

-¡Partamos, amigos!- dije yo-. Al fin la Mitología y el Ideal místico han sido superados. Vamos a asistir al nacimiento del Centauro y veremos muy pronto volar los primeros ángeles. Será preciso forzar las puertas de la vida para probar los goznes y los cerrojos. ¡Partamos! He aquí el primer sol alboreando sobre la tierra… Nada iguala al resplandor de su espada roja que se esgrime por primera vez entre nuestras tinieblas milenarias.

Nos aproximamos a las tres máquinas refunfuñantes para acariciar sus petrales. Yo me tendí sobre la mía como un cadáver sobre su ataúd, pero resucite súbito bajo un volante -cuchillo de guillotina- que amenazaba cortar mi estómago.

La gran escoba de la locura nos saca de quicio y nos impide a cruzar las calles escarpadas y profundas como torrentes desecados. Aquí y allá lámparas agoreras en los cuadros de las ventanas nos enseñan a despreciar nuestros ojos matemáticos.

-¡A las fieras -grité yo- les basta con su olfato!

Y cazábamos -como leones jóvenes- la Muerte que corría ante nosotros en el vasto ambiente malva, palpitante y vivo.

Y sin embargo, no teníamos Señora ideal irguiendo su talle hasta las nubes ni Reina cruel a quien ofrecer nuestros cadáveres torcidos con ondas bizantinas. Nada por quien morir, sino es por el deseo de desprendernos al fin de nuestro valor audaz.

Íbamos aplastando contra el umbral de las casas a los perros guardianes, que quedaban estrujados bajo nuestros neumáticos quemantes como un cortafuegos.

La Muerte acariciada me salía a cada viraje para ofrecerme gentilmente la mano, en seguida se tendía a ras de tierra con un ruido de mandíbulas estridentes, reflejando sus miradas en el fondo de los charcos.

-¡Salgamos de la Sabiduría como de una horrorosa llaga y entremos, como frutas coloreadas de orgullo, en la boca inmensa del viento! ¡Démonos como manjar a lo desconocido, no por desesperación, sino sencillamente para enriquecer las reservas insondables de lo absurdo!

Dichas estas palabras, viré bruscamente sobre mí mismo con la rabiosa embriaguez de los perrillos que se muerden la cola, y he aquí que, súbitamente, dos ciclistas me obstruyeron el paso titubeando ante mí como dos razonamientos persuasivos y sin embargo contradictorios. ¡Un fastidio! ¡Puah! Yo viré en corto, disgustado, y di de refilón en un gran bache.

¡Oh, fosa maternal medio llena de agua fangosa! He saboreado a boca llena el cieno fortificante que me recuerda el santo pezón negro de mi nodriza sudanesa.

Cuando enderecé mi cuerpo fangoso y maloliente, sentí el hierro rojo de la alegría consquilleándome deliciosamente el corazón.

Una multitud de pescadores de caña y de naturalistas gotosos estaba sobrecogida de espanto alrededor del milagro.

Con un anhelo desconocido elevaron muy altos enormes gavilanes de hierro para pescar mi automóvil, semejante a un tílburi atollado.

Emergió el auto lentamente de la fosa, llena su carroserie de cieno e impoluto su interior.

Se creyera muerto a mi tílburi; pero yo lo desperté con una sola caricia sobre su dorso potente, y hele ya resucitado corriendo a toda su velocidad.

Entonces, el rostro enmascarado con el buen hollín de las fábricas, lleno de escorias de metal, de sudores sobrantes y de azul los brazos agitados como una bandera, entre lamentos de prudentes pescadores de caña y de naturalistas maltrechos, lanzamos nuestro primer Manifiesto a todos los hombres fuertes de la tierra.

1.

Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y la temeridad.

2.

Los elementos esenciales de nuestra poesía serán el valor, la audacia y la rebelión.

3.

Puesto que la literatura ha glorificado hasta hoy la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño, nosotros pretendemos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el paso peligroso, el puñetazo y la bofetada.

4.

No tenemos inconveniente en declarar que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera, con su caja adornada de gruesos tubos que se dirían serpientes de aliento explosivo… un automóvil de carrera, que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia.

5.

Queremos cantar al hombre que domina el volante cuya espiga ideal atraviesa la tierra, lanzada en el circuito de su órbita.

6.

Es preciso que el hombre se desarrolle con calor, energía y prodigalidad para aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales.

7.

Ya no hay belleza más que en la lucha ni obras maestras que no tengan un carácter agresivo. La poesía debe ser un violento asalto contras las fuerzas desconocidas para hacerlas rendirse ante el hombre.

8.

Estamos sobre el promontorio más alto de los siglos… ¿Por qué mirar atrás, desde el momento en que nos es necesario romper los velos misteriosos de lo Imposible? El Tiempo y el Espacio han muerto ayer. Vivimos ya en lo absoluto, puesto que hemos creado la eterna velocidad omnipresente.

9.

Queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, la acción destructora de los anarquistas, las hermosas Ideas que matan y el desprecio a la mujer.

10.

Deseamos demoler los museos y las bibliotecas, combatir la moralidad y todas las cobardías oportunistas y utilitarias.

11.

Cantaremos a las grandes multitudes agitadas por el trabajo, el placer o la rebeldía; a las resacas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; a la vibración nocturna de los arsenales y las minas bajo sus violentas lunas eléctricas, a las glotonas estaciones que se tragan serpientes fumadoras; a las fabricas colgadas de las nubes por las maromas de sus humos; a los puentes como saltos de gimnastas tendidos sobre el diabólico cabrillear de los ríos bañados por el sol; a los paquebots aventureros husmeando el horizonte; a las locomotoras de amplio petral que piafan por los rieles cual enormes caballos de acero embriados por largos tubos, y al vuelo resbaladizo de los aeroplanos, cuya hélice tiene chirridos de bandera y aplausos de multitud entusiasta.

Lanzamos en Italia este Manifiesto nuestro de violencia arrebatadora e incendiaria, basado en el cual fundamos hoy el Futurismo, porque queremos librar a nuestro país de su gangrena de profesores, de arqueólogos, de cicerones y de anticuarios.

Italia ha sido durante muchos años la bolsa de los chamarileros, y nosotros queremos desembarazarla de sus museos innumerables, que la cubren de innumerables cementerios.

¡Museos, cementerios!… Idénticos verdaderamente en su siniestra promiscuidad de cuerpos que no se conocen. Dormitorios públicos donde se duerme para siempre junto a otros seres odiados o desconocidos. Ferocidad reciproca de los pintores y de los escultores, destruyéndose mutuamente a líneas y pinceladas en el mismo museo.

Admitimos que se haga a estas necrópolis una visita anual… como va a verse anualmente a los muertos queridos, y hasta concebimos que se ofrenden flores a los pies de La Gioconda una vez al año… ¡Pero ir a pasear a diario por los museos nuestras tristezas, nuestros pobres arrestos y nuestra inquietud, no lo admitimos!… ¿Es que queréis envenenaros? ¿Es que queréis pudriros?

¿Qué puede encontrarse en un cuadro antiguo más que la contorsión penosa del artista esforzándose por romper las barreras infranqueables a su deseo de expresar su ensueño íntegro?

Admirar un cuadro antiguo es verter nuestra sensibilidad en una urna funeraria, en lugar de lanzarla hacia delante con ademán violento de creación y acción. ¿Queréis, pues, disipar vuestras mayores energías en una admiración inútil al pasado, de la cual habríais de salir forzosamente agotados, empequeñecidos y rendidos?

En verdad que el frecuentar a diario los museos, las bibliotecas y las academias -¡esos cementerios de esfuerzos perdidos, esos calvarios de ensueños crucificados, esos registros de impulsos rotos!… -es para los artistas lo que la tutela prolongada de los padres para los jóvenes inteligentes, ebrios de talento y voluntad ambiciosa.

En los moribundos, los inválidos y los presos podría pasar aún. Para ellos la admiración al pasado es un bálsamo a sus heridas, desde el momento en que les está vedado el porvenir… ¡Pero no para nosotros los jóvenes, los fuertes y los vivos futuristas!

¡Adelante los buenos incendiarios de dedos carbonizados! ¡Aquí! ¡Aquí! ¡Quemad con el fuego de vuestros rayos alas bibliotecas! ¡Desviad el curso de los canales para inundar los sótanos de los museos! ¡Que naden aquí y allá los lienzos gloriosos! ¡Mano a las piquetas y los martillos! ¡Socavad los cimientos de las ciudades venerables!

Los más viejos de nosotros tienen treinta años; tenemos, pues, diez años por lo menos para llevar a cabo nuestra tarea. Cuando tengamos cuarenta años, que nos echan los más jóvenes y valerosos al cesto de los papeles, como manuscritos inútiles… Vendrán contra nosotros desde muy lejos, desde todas partes saltando con la cadencia ligera de sus primeros poemas, cogiendo el aire con sus dedos crispados, y husmeando, a las puertas de las academias, el buen olor de nuestros espíritus putrefactos, prometidos ya a las catacumbas de las bibliotecas.

Pero no estaremos allí entonces. Nos encontrarán finalmente una noche de invierno, en pleno campo, bajo un triste hangar batido por la lluvia monótona, acurrucados junto a nuestros aeroplanos trepidantes, en vías de calentar nuestras manos en el miserable fuego que harán nuestros actuales libros llameando bajo el resplandeciente vuelo de sus imágenes.

Nos rodearán, jadeantes de angustia y de despecho, y exasperados por nuestro orgulloso valor infatigable, se lanzarán sobre nosotros a matarnos, tanto más ensoberbecidos cuanto que su corazón rebosará de admiración y amor hacia nosotros. Y la fuerte y la sana Injusticia brillará radiosamente en sus miradas. Así, el arte no puede ser más que violencia, crueldad e injusticia.

Los más viejos de nosotros tienen treinta años, y sin embargo, ya hemos derrochado tesoros, tesoros de fuerza, de amor, de valor y de áspera voluntad, a toda prisa, delirantes, sin cuento, hasta perder el aliento.

¡Y miradnos! No estamos jadeantes; nuestro corazón no siente la menor fatiga, porque se ha alimentado de fuego, de odio y de velocidad… ¿os extraña? Es porque no sabéis lo que es vencer. ¡De pie en la cima del mundo, lanzamos aún una vez más el reto a las estrellas!

¿Vais a objetarnos? … ¡Basta, basta! Conozco vuestras objeciones. Sin embargo, sabemos lo que nuestra embustera inteligencia nos afirma. "No somos -dice- más que el resumen y la prolongación de nuestros antecesores." ¡Tal vez!… ¿Pero qué importa, si no queremos oírlo? … Guardaos de repetir esas infames palabras y alzad bien la cabeza.

¡De pie en la cima del mundo, lanzamos aún una vez más el reto a las estrellas!