viernes, 19 de noviembre de 2010

Fenomenología de la feúra - Andy Martin


Todo empezó el día en que Luigi me cortó el pelo. Parecía un profesor loco –específicamente Doc en Regreso al futuro–, así que Luigi tomó las tijeras y trató de recomponerme. Sin embargo –y eso fue exactamente lo que se me ocurrió cuando inspeccioné el corte al otro día en el espejo del baño– no acabó de cortar todo lo que había que cortar. El estilo había mejorado mucho, eso es innegable, pero quedaba un flequillo desordenado que empezaba a irritarme. Y afuera hacía calor. De modo que saqué el accesorio para cortar el pelo que viene con la maquinilla de afeitar y di unos cuantos hachazos aquí y allá. Cuando finalmente salí al mundo exterior parecía, y ése fue el consenso general, un espantapájaros de muy mala reputación. Al final fui a otra barbería (no me atreví a mostrarle a Luigi mi obra) e hice que lo esquilaran todo. Ahora parezco un cruce de Britney Spears con Michel Foucault.


En resumen, fue uno de esos días –todos los tenemos– en los que no hay manera de que el pelo se vea bien. No voy a extenderme en el estudio folicular de la filosofía occidental (el bigote de Nietzsche, tan voluntad-de-poder-eterno-retorno, las barbas de Marx, muy trabajadores del mundo uníos), pero es necesario decir que un corte de pelo puede tener importantes consecuencias filosóficas. Jean-Paul Sartre, el pensador existencialista francés, tuvo una experiencia con la tonsura particularmente traumática a los siete años de edad. Hasta ese momento su carrera como seductor de multitudes había sido deslumbrante. Todo el mundo se refería al joven Polou como “el ángel”. Su madre había cultivado con esmero un halo exuberante de rizos rubios. Pero al abuelo se le metió en la cabeza un día que Polou parecía una niña, así que esperó a que la madre saliera e invitó al niño a un paseo prometiéndole una sorpresa. La sorpresa resultó ser la barbería. Polou estaba ansioso por mostrarle a su madre su nueva apariencia, pero apenas ésta entró por la puerta y lo vio, salió corriendo escaleras arriba y se arrojó sobre la cama llorando histéricamente. El universo tan celosamente construido –celosamente acicalado, se podría decir– acababa de derrumbarse, como si se desmontara un decorado de Hollywood y se reconstruyera después para una película diferente, una más dura, más lúgubre, menos romántica y sin semidioses. Como en un cuento de hadas al revés, el joven Sartre se metamorfoseó de ángel en sapo. Por primera vez se dio cuenta de que era tan feo como pegarle a la mamá –en palabras de su amante norteamericana Sally Shelley–.


“La evidencia de mi fealdad” se convirtió en un leitmotiv a duras penas reprimido de su escritura. La llevaba como una medalla de honor. (Camus observa a Sartre diligentemente aplicado a la seducción en un bar de París y le pregunta por qué se esmera tanto. “¿Te has fijado en esta cara?”, le responde Sartre.) El novelista Michel Houellebecq escribió en alguna parte que cuando conoció a Sartre pensó que era casi discapacitado. No es un comentario agresivo. Está, por un lado, el estrabismo (su característico ojo perezoso que parece mirar en dos direcciones al mismo tiempo), y por otro la disfuncionalidad de diversas partes de su cuerpo, además de que su fealdad cuenta para él como una especie de discapacidad. No puedo evitar preguntarme cuán indispensable para la filosofía es la fealdad. Sartre parece sugerir que el pensamiento –el cuestionamiento serio e insistente– surge de (quizás surge con) la conciencia de la propia fealdad.

No quiero ponerme personal o pesado, pero está claro que un concurso de miss o míster universo con filósofos no tendría nada que envidiarle al partido de fútbol entre filósofos imaginado por Monty Python. Tendría, por así decirlo, una relación irónica con la belleza. La filosofía como sátira de la belleza.


No es por azar que Sócrates, uno de nuestros padres fundadores, proclame ostentosamente su fealdad. Es el lado cómico del gran hombre. Sócrates es (a) un pensador que plantea interrogantes profundos y difíciles, y es (b) feo. En el neoplatonismo renacentista (recuérdese, por ejemplo, la descripción de los sabios tontos en El elogio de la locura de Erasmo) Sócrates, aun espectacularmente feo, aparece bajo una lógica explícitamente cristiana: la filosofía –como los rizos angélicos de Sartre– deberá salvarnos de nuestra fealdad (quizás más de la moral que de la física).


Tampoco puedo evitar la idea de que la fealdad infiltró las proposiciones originales de la filosofía precisamente desde esta perspectiva de la redención. La implicación se encuentra en obras como el Fedro de Platón. Si hemos de morir para llegar a lo cierto, lo bueno y lo bello (to kalon: ni masculino ni femenino sino neutro, como el ángel efímero de madame Sartre, de género indeterminado), ha de ser porque lo cierto, lo bueno y lo bello nos eluden tan radicalmente en vida. ¿Crees que eres bello?, parece decir Sócrates. ¡Fíjate bien! La idea de lo bello en este mundo es como una equivocación. Un error de pensamiento que debe ser repensado.


Quizás la misión de Sócrates sea hacer del mundo un lugar seguro para los feos. ¿Acaso no es todo el mundo un poco feo desde una u otra perspectiva en uno u otro momento? ¿Quién es verdaderamente bello todo el tiempo? Solo los arquetipos pueden ser verdaderamente bellos.


Avanzo rápidamente hasta llegar a Sartre y a mi propia crisis con el espejo del baño. Me da la sensación de que desde este punto podemos mirar el neoexistencialismo con nuevos ojos. Sartre (como Aristóteles, como el mismo Sócrates en ciertos momentos curiosos) intenta huir de los arquetipos. En particular, de un concepto trascendental de belleza que no deja de atormentarnos –y que a veces nos mutila–.


“No importa que seas un tipo horriblemente feo. Si eres existencialista, vas a lograrlo”. Hasta donde sé, Sartre nunca usó estas palabras exactas (aunque definitivamente sí se describió a sí mismo como “salaud”). Pero la idea surge en casi todo lo que escribió. Nuestro intento por alcanzar la belleza es un intento por convertirnos en Dios (el en-sí-para-sí, según la irritante expresión de Sartre). Queremos, en otras palabras, convertirnos en lo perfecto, en un ícono de perfección, y esto es imposible de lograr. Pero es buen negocio para los productores de cremas de belleza, para los cirujanos plásticos e incluso –¡claro que sí!– para los barberos.


Cambio de sexo por un momento –voy en la dirección que madame Sartre hubiera preferido– y empiezo a sospechar que Britney Spears se afeitó la cabeza en aras de un argumento sartreano o socrático (y no a causa, por ejemplo, de una crisis nerviosa). Buscaba, en efecto, recurrir a la apariencia para desmitificar lo bello. Perspicaz. El pelo está en el piso, inexplicablemente desdibujado (Sartre), y con él yace la idea convencional de lo femenino. Pienso en Marilyn Monroe y en Brigitte Bardot desde esa misma perspectiva: al decidir morir, la una, y vivir, la otra, pretenden dejar atrás su estatus de ícono, desmontarlo. Desde el punto de vista neoexistencialista, lo bello, to kalon, no es una abstracción trascendente que se ha popularizado. La belleza es una cosa (Durkheim afirmó que los hechos sociales son cosas). Yo soy una no-cosa. Es la razón por la cual nunca podré llegar a ser verdaderamente bello. Aunque ello no impida que desee ser lo uno o lo otro. Quizás eso explique la anotación en los cuadernos de Camus (el más osado contendor de Sartre): “La belleza es insoportable y nos conduce a la desesperación”.


Me río cada vez que alguien me dice que debo dejar de juzgarlo todo. Juzgar es justamente lo que hacemos. No hacerlo sería como estar muerto. Tipificar es el comportamiento normal. Esa mirada original en el espejo, ligeramente desesperanzada y tan consciente de lo que ve (y usualmente acompañada de la expresión “¿No es más?” o “¿Así están las cosas?”), es una herramienta poderosa porque nos impulsa a mejorar. La trascendencia es en el aquí y el ahora. Debemos trascendernos a nosotros mismos. Y podemos (y aquí cito a Sartre) tras-ascender o trasdescender. La inevitable insatisfacción con nuestra propia apariencia es el motor no solo de la filosofía sino de toda la sociedad civil. Esto, suponiendo que no nos arranquemos los pelos de raíz.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

lunes, 15 de noviembre de 2010

Las rosas del jardín de Adonis...*





Las rosas del jardín de Adonis
Son las que yo amo, Lydia, esas efímeras rosas
Que en el día de su nacimiento,
En ese mismo día, mueren.

La luz es eterna para ellas, pues
Nacen con el sol cuando ya ha salido, y se acaban
Antes que Apolo pudiera incluso iniciar
Su trayectoria visible.

Como ellas, déjanos hacer de nuestras vidas un día,
Voluntariamente, Lydia, desconociendo
Que existe la noche antes y después
El poquito que perduramos

(*) Ricardo Reis

viernes, 12 de noviembre de 2010

Si yo muero allá lejos en el frente de la guerra... - Guillaume Apollinaire





Si yo muero allá lejos en el frente de guerra
Tú llorarás un día oh Lou mi gran amor
y después mi recuerdo se apagará en la tierra
Como un obús que estalla en el frente de guerra
Bello obús semejante a la mimosa en flor

Más tarde este recuerdo que en el aire ha estallado
Cubrirá con mi sangre la tierra toda entera
El valle el mar y el astro que pasa como al lado
De Baratier los frutos de oro en primavera

Presencia en cada cosa olvidada y viviente
Yo encenderé el color de tus senos rosados
Encenderé tus labios y tu cabello ardiente
Tú no envejecerás y todo lo existente
Cobrará nueva vida sobre el destino amado

La fuga ineluctable de mi sangre en el mundo
Dará un fulgor más vivo al sol agonizante
Hará la flor más roja y hará el mar más profundo
Un amor inaudito descenderá hasta el mundo
Y tendrá más poder en tu cuerpo tu amante

Si al morir allá lejos mi recuerdo se olvida
Recuerda Lou en los éxtasis más puros de tu vida
-En tus días de ardor y pasión amorosa-
Que mi sangre es la fuente de esta dicha futura
Y siendo la más bella sé tú la más dichosa
Oh mi amor oh mi única oh mi inmensa locura!

martes, 9 de noviembre de 2010

LOS NUEVE MONSTRUOS - César Vallejo





Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!

Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.



¹ La versión consultada trae "ardio".

La locura de Áyax (Ayante)


En Troya, en el bando griego, una vez muerto Aquileo (Aquiles), Ayante, gran guerrero e hijo de Telamón, se cree valedor de la herencia de las armas de Aquileo (Aquiles). Sin embargo las armas le son adjudicadas a Odiseo, y Ayente, creyéndose desposeído, es víctima de constantes arrebatos de locura en los que mata animales creyendo que son Odiseo (Ulises) o los atridas Agamenón y Menelao, quienes han cedido las armas a Odiseo (Ulises). Hay intentos de inducirle a la razón, pero Ayante se suicida. Menelao opta por prohibir que se le den honras fúnebres, pero finalmente Teucro se las dará.
El gran temor de los troyanos tras la muerte de Aquileo (Aquiles) es Ayente, un gran guerrero. Por lógica, Ayente considera que serán suyas las armas del difunto Aquiles, pero en un juicio, los atridas deciden darlas a Odiseo por lo cual, infurecido y colérico, Ayante enloquece. Esta locura le lleva a asesinar corderos y carneros creyendo que son sus enemigos, es la ingeniosa locura del Quijote, de Orlando, que no entra en razón y cuando lo hace decide suicidarse. La muerte no supone el final de la tragedia, sino que Ayente sigue siendo protagonista aún muerto cuando Teucro se increpa con Menelao por dar honras fúnebres al desposeído y grandioso Ayante. Es la tragedia del héroe viril y militar frente al ingenioso y audaz Odiseo, este contraste supone un gran dramatismo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

no one like you - scorpions

3 poemas de Leopoldo María Panero




Blancanieves se despide de los siete enanos


Prometo escribiros pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.


Canción para una discoteca


No tenemos fe
al otro lado de esta vida
sólo espera el rock and roll
lo dice la calavera que hay entre mis manos
baila, baila el rock and roll
para el rock el tiempo y la vida son una miseria
el alcohol y el hachís no dicen nada de la vida
sexo, drogas y rock and roll
el sol no brilla por el hombre,
lo mismo que el sexo y las drogas;
la muerte es la cuna del rock and roll.
Baila hasta que la muerte te llame
y diga suavemente entra
entra en el reino del rock and roll.


Himno a Satán

Tú que eres tan sólo
una herida en la pared
y un rasguño en la frente
que induce suavemente a la muerte:
tú ayudas a los débiles
mejor que los cristianos
tú vienes de las estrellas
y odias esta tierra
donde moribundos descalzos
se dan la mano día tras día
buscando entre la mierda
la razón de su vida;
yo que nací del excremento
te amo
y amo posar sobre tus manos delicadas mis heces.
Tu símbolo es el ciervo
y el mío la luna:
que caiga la lluvia sobre
nuestras faces
uniéndonos en un abrazo
silencioso y cruel en que
como el suicidio, sueño
sin ángeles ni mujeres
desnudo de todo
salvo de tu nombre
de tus besos en mi ano
y tus caricias en mi cabeza calva
rociaremos con vino, orina y sangre
las iglesias
regalo de los magos
y debajo del crucifijo
aullaremos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Álvar Núñez Cabeza de Vaca - “Naufragios” (Selección)



XXII

(..) Otro día de mañana vinieron allí muchos indios y traían cinco enfermos que estaban tullidos y muy malos, y venían en busca de Castillo que los curase, y cada uno de los enfermos ofreció su arco y flechas, y él los recibió, y a puesta de sol los santiguó y encomendó a Dios nuestro Señor, y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les enviase salud, pues él veía que no había otro remedio para que aquella gente nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida. Y él lo hizo tan misericordiosamente, que venida la mañana, todos amanecieron tan buenos y sanos, y se fueron tan recios como si nunca hubieran tenido mal ninguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración, y a nosotros despertó que diésemos muchas gracias a nuestro Señor, a que más enteramente conociésemos su bondad, y tuviésemos firme esperanza que nos había de librar y traer donde le pudiésemos servir. Y de mí sé decir que siempre tuve esperanza en su misericordia que me había de sacar de aquella cautividad, y así yo lo hablé siempre a mis compañeros. Como los indios fueron idos y llevaron sus indios sanos, partimos donde estaban otros comiendo tunas, y éstos se llaman cutalches y malicones, que son otras lenguas, y junto con ellos había otros que se llamaban coayos y susolas, y de otra parte otros llamados atayos, y estos tenían guerra con los susolas, con quien se flechaban cada día. Y como por toda la tierra no se hablase sino de los misterios que Dios nuestro Señor con nosotros obraba, venían de muchas partes a buscarnos para que los curásemos, y a cabo de dos días que allí llegaron, vinieron a nosotros unos indios de los susolas y rogaron a Castillo que fuese a curar un herido y otros enfermos, y dijeron que entre ellos quedaba uno que estaba muy al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principalmente cuando las curas eran muy temerosas y peligrosas, y creía que sus pecados habían de estorbar que no todas veces sucediese bien el curar. Los indios me dijeron que yo fuese a curarlos, porque ellos me querían bien y se acordaban que les había curado en las nueces, y por aquello nos habían dado nueces y cueros; y esto había pasado cuando yo vine a juntarme con los cristianos; y así hube de ir con ellos, y fueron conmigo Dorantes y Estebanico, y cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían, yo vi el enfermo que íbamos a curar que estaba muerto, porque estaba mucha gente al derredor de él llorando y su casa deshecha, que es señal que el dueño estaba muerto. Y así, cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin ningún pulso, y con todas las señales de muerto, según a mí me pareció, y lo mismo dijo Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima, con que estaba cubierto, y lo mejor que pude apliqué a nuestro Señor fuese servido de dar salud a aquél y a todos los otros que de ella tenían necesidad. Y después de santiguado y soplado muchas veces, me trajeron un arco y me lo dieron, y una sera de tunas molidas, y lleváronme a curar a otros muchos que estaban malos de modorra, y me dieron otras dos seras de tunas, las cuales di a nuestros indios, que con nosotros habían venido; y, hecho esto, nos volvimos a nuestro aposento, y nuestros indios, a quien di las tunas, se quedaron allá; y a la noche se volvieron a sus casas, y dijeron que aquel que estaba muerto y yo había curado en presencia de ellos, se había levantado bueno y se había paseado, y comido, y hablado con ellos, y que todos cuantos había curado quedaban sanos y muy alegres. (..)

(..) Toda esta gente no conocía los tiempos por el Sol ni la Luna, ni tienen cuenta del mes del año, y más entienden y saben las diferencias de los tiempos cuando las frutas vienen a madurar, y en tiempo que muere el pescado y el aparecer de las estrellas, en que son muy diestros y ejercitados. Con estos siempre fuimos bien tratados, aunque lo que habíamos de comer lo cavábamos, y traíamos nuestras cargas de agua y leña. Sus casas y mantenimientos son como las de los pasados, aunque tienen muy mayor hambre, porque no alcanzan maíz ni bellotas ni nueces. Anduvimos siempre en cueros como ellos, y de noche nos cubríamos con cueros de venado. De ocho meses que con ellos estuvimos, los seis padecimos mucha hambre, que tampoco alcanzan pescado. (..)

(..) Ya he dicho cómo por toda esta tierra anduvimos desnudos; y como no estábamos acostumbrados a ello, a manera de serpientes mudábamos los cueros dos veces en el año, y con el sol y el aire hacíansenos en los pechos y en las espaldas unos empeines muy grandes, de que recibíamos muy gran pena por razón de las muy grandes cargas que traíamos, que eran muy pesadas; y hacían que las cuerdas se nos metían por los brazos. La tierra es tan áspera y tan cerrada, que muchas veces hacíamos leña en montes, que cuando la acabábamos de sacar nos corría por muchas partes sangre, de las espinas y matas con que topábamos, que nos rompían por donde alcanzaban. A las veces aconteció hacer leña donde, después de haberme costado mucha sangre, no la podía sacar ni a cuestas ni arrastrando. No tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la pasión de nuestro redentor Jesucristo y en la sangre que por mí derramó, y considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas él padeció que no aquél que yo sufría. Contrataba con estos indios haciéndoles peines, y con arcos y con flechas y con redes hacíamos esteras, que son cosas de que ellos tienen mucha necesidad; y aunque lo saben hacer, no quieren ocuparse en nada, por buscar entretanto qué comer, y cuando entienden en esto pasan muy gran hambre. Otras veces me mandaban raer cueros y ablandarlos. Y la mayor prosperidad en que yo allí me vi era el día que me daban a raer alguno, porque yo lo raía mucho y comía de aquellas raeduras, y aquello me bastaba para dos o tres días. También nos aconteció con estos y con los que atrás hemos dejado, darnos un pedazo de carne y comérnoslo así crudo, porque si lo pusiéramos a asar, el primer indio que llegaba se lo llevaba y comía. Parecíanos que no era bien ponerla en esta ventura y también nosotros no estábamos tales, que nos dábamos pena comerlo asado, y no lo podíamos tan bien pasar como crudo. Esta es la vida que allí tuvimos, y aquel poco sustentamiento lo ganábamos con los rescates que por nuestras manos hicimos. (..)

XXIV

(..) Desde la isla de Mal Hado, todos los indios que a esta tierra vimos tienen por costumbre desde el día que sus mujeres se sienten preñadas no dormir juntos hasta que pasen dos años que han criado los hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce años; que ya entonces están en edad que por sí saben buscar de comer. Preguntámosles que por qué los criaban así, y decían que por la mucha hambre que en la tierra había, que acontecía muchas veces, como nosotros veíamos, estar dos o tres días sin comer, y a las veces cuatro; y por esta causa los dejaban mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen; y ya que algunos escapasen, saldrían muy delicados y de pocas fuerzas. Y si acaso acontece caer enfermos algunos, déjanlos morir en aquellos campos si no es hijo, y todos los demás si no pueden ir con ellos se quedan; mas para llevar un hijo o hermano, se cargan y lo llevan a cuestas. Todos éstos acostumbran dejar sus mujeres cuando entre ellos no hay conformidad, y se tornan a casar con quien quieren. Esto es entre los mancebos, mas los que tienen hijos permanecen con sus mujeres y no las dejan, y cuando en algunos pueblos riñen y traban cuestiones unos con otros, apuñéanse y apaléanse hasta que están muy cansados, y entonces se desparten. Algunas veces los desparten mujeres, entrando entre ellos, que hombres no entran a despartirlos; y por ninguna pasión que tengan no meten en ella arcos ni flechas. Y desde que se han apuñeado y pasado su cuestión, toman sus casas y mujeres, y vanse a vivir por los campos y apartados de los otros, hasta que se les pasa el enojo. Y cuando ya están desenojados y sin ira, tórnanse a su pueblo, y de ahí adelante son amigos como si ninguna cosa hubiera pasado entre ellos, ni es menester que nadie haga las amistades, porque de esta manera se hacen. Y si los que riñen no son casados, vanse a otros sus vecinos, y aunque sean sus enemigos, los reciben bien y se huelgan mucho con ellos, y les dan de lo que tienen; de suerte que, cuando es pasado el enojo, vuelven a su pueblo y vienen ricos. Toda es gente de guerra y tienen tanta astucia para guardarse de sus enemigos como tendrían si fuesen criados en Italia y en continua guerra. Cuando están en parte que sus enemigos los pueden ofender, asientan sus casas a la orilla del monte más áspero y de mayor espesura que por allí hallan, y junto a él hacen un foso, y en éste duermen. Toda la gente de guerra está cubierta con leña menuda, y hacen sus saeteras, y están tan cubiertos y disimulados, que aunque estén cabe ellos no los ven, y hacen un camino muy angosto y entra hasta en medio del monte, y allí hacen lugar para que duerman las mujeres y niños, y cuando viene la noche encienden lumbres en sus casas para que si hubiere espías crean que están en ellas, y antes del alba tornan a encender los mismos fuegos; y si acaso los enemigos vienen a dar en las mismas casas, los que están en el foso salen a ellos y hacen desde las trincheras mucho daño, sin que los de fuera los vean ni los puedan hallar. Y cuando no hay montes en que ellos puedan de esta manera esconderse y hacer sus celadas, asientan en llano en la parte que mejor les parece y cércanse de trincheras cubiertas de leña menuda y hacen sus saeteras, con que flechan a los indios, y estos reparos hacen para de noche. Estando yo con los de aguenes, no estando avisados, vinieron sus enemigos a media noche y dieron en ellos y mataron tres e hirieron otros muchos; de suerte que huyeron de sus casas por el monte adelante, y desde que sintieron que los otros se habían ido, volvieron a ellas y recogieron todas las flechas que los otros les habían echado, y lo más encubiertamente que pudieron los siguieron, y estuvieron aquella noche sobre sus casas sin que fuesen sentidos, y al cuarto del alba les acometieron y les mataron cinco, sin otros muchos que fueron heridos, y les hicieron huir y dejar sus casas y arcos, con toda su hacienda. Y de ahí a poco tiempo vinieron las mujeres de los que llamaban quevenes, y entendieron entre ellos y los hicieron amigos, aunque algunas veces ellas son principio de la guerra. Todas estas gentes, cuando tienen enemistades particulares, cuando no son de una familia, se matan de noche por asechanzas y usan unos con otros grandes crueldades. (..)


XXV

(..) Ésta es la más presta gente para un arma de cuantas yo he visto en el mundo, porque si se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con sus arcos a par de sí y una docena de flechas; el que duerme tienta su arco, y si no lo halla en cuerda le da la vuelta que ha menester. Salen muchas veces fuera de las casas bajados por el suelo, de arte que no pueden ser vistos, y miran y atalayan por todas partes para sentir lo que hay; y si algo sienten, en un punto son todos en el campo con sus arcos y sus flechas, y así están hasta el día, corriendo a unas partes y otras, donde ven que es menester o piensan que pueden estar sus enemigos. Cuando viene el día tornan a aflojar sus arcos hasta que salen a caza. Las cuerdas de los arcos son nervios de venados. La manera que tienen de pelear es abajados por el suelo, y mientras se flechan andan hablando y saltando siempre de un cabo para otro, guardándose de las flechas de sus enemigos, tanto que en semejantes partes pueden recibir muy poco daño de ballestas y arcabuces. Antes los indios burlan de ellos, porque estas armas no aprovechan para ellos en campos llanos, adonde ellos andan sueltos; son buenas para estrechos y lugares de agua; en todo lo demás, los caballos son los que han de sojuzgar y lo que los indios universalmente temen. Quien contra ellos hubiere de pelear ha de estar muy avisado que no le sientan flaqueza ni codicia de lo que tienen, y mientras durare la guerra hanlos de tratar muy mal; porque si temor les conocen o alguna codicia, ella es gente que saben conocer tiempos en que vengarse y toman esfuerzo del temor de los contrarios. Cuando se han flechado en la guerra y gastado su munición, vuélvense cada uno su camino sin que los unos sean muchos y los otros pocos, y ésta es costumbre suya. Muchas veces se pasan de parte a parte con las flechas y no mueren de las heridas si no toca en las tripas o en el corazón; antes sanan presto. Ven y oyen más y tienen más agudo sentido que cuantos hombres yo creo hay en el mundo. Son grandes sufridores de hambre y sed y de frío, como aquellos que están más acostumbrados y hechos a ello que otros. Esto he querido contar porque allende que todos los hombres desean saber las costumbres y ejercicios de los otros, los que algunas veces se vinieren a ver con ellos estén avisados de sus costumbres y ardides, que suelen no poco aprovechar en semejantes casos. (..)

lunes, 1 de noviembre de 2010

Tres Marías - Andrés Calamaro

Amor verdadero - Sharon Olds




Amor verdadero

En medio de la noche, cuando nos levantamos
después de hacer el amor, nos miramos
llenos de amistad, sabemos muy bien
lo que hacemos. Unidos uno al otro
como montañistas bajando de una montaña,
amarrados desde la sala de partos,
caminamos por el pasillo hasta el baño, casi no puedo
caminar, me tambaleo a través del aire granulado y oscuro,
con mis ojos cerrados sé donde
te encuentras, unidos uno al otro
a través de gigantescos hilos invisibles, nuestro sexos
mudos, extenuados, aplastados, todo
el cuerpo hecho sexo —seguramente éste
es el momento más sagrado de mi vida,
con nuestros hijos durmiendo en sus camas, cada destino
como una vena inagotable de mineral
por descubrir. Me siento en el inodoro en la noche,
y tú en algún lugar del cuarto,
abro la ventana y la nieve
se ha amontonado contra la hoja de vidrio,
miro hacia afuera,
un muro de cristales fríos, en silencio
y brillando, te llamo en voz baja
y vienes a tomarme la mano y yo digo
no puedo ver más allá. No puedo ver más allá...

1 poema de amor de Idea Vilariño





El testigo


Yo no te pido nada
yo no te acepto nada.
Alcanza con que estés
en el mundo
con que sepas que estoy
en el mundo
con que seas
me seas
testigo juez y dios.
Si no
para qué todo.