lunes, 30 de junio de 2014

Alfredo Pérez Alencart




CANCIÓN DE LAS COPAS DE VINO



Bajo los portales
de la Plaza bruñida
se sirven las copas
con tres dedos de vino
y el llanto del agua
y la voz encendida
del ciego que implora
más panes, más vino.

Tanto has sentido
que cantas y encantas,
que pides más vino,
más copas de gracias,
más rojos ajuares
saciando tu sed,
llenando el vacío
de todos los días.

Qué frío, qué frío…
otra ronda de vino
al paso de  mozas
que van sonriendo;
no saben que arriba
desoyen los salmos
y siguen de marcha
sin gotas de vino.

Qué frío, qué frío…
levantas la copa
aunque arriba en la Plaza,
en medio del ruido,
no escuchen las gracias
ni intuyan tu alivio
por mandato divino.

¡Mil gracias, mil gracias!
mis charros queridos,
¡mil gracias, mil veces!
serranos amigos.




Pérez Alencart, poeta peruano-español y profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca, leyó tres poemas escritos especialmente para esta jornada (“Un sorbo y otro más”, “Néctar magnífico” y “Con el vino me hablo de tú”). También recitó un poema escrito casi treinta años atrás, en una taberna de los soportales bajos de la Plaza Mayor, cuando con 23 años llegó a Salamanca (“Canción de las copas de vino”).

lunes, 23 de junio de 2014

Arturo Corcuera (nacido en 1935 en Trujillo)






FÁBULA DEL CUERVO ORIUNDO DE GINEGRA



Cuando no hay un alma en casa y tengo que almorzar solo,
invito al cuervo. Lo siento junto a mí en el tablero de la mesa.
Me distrae su compañía. Su lealtad supera la de algunos
amigos. ¡Tan simpático el cuervo con su pico curvo, su traje
negro, recién untado con los betunes de la noche, en el que
Relucen filamentos dorados!
Sus piernas y sus alas flexibles se acomodan a cualquier
postura y a cualquier amo.

Disfruta sintiéndose a mi lado, sobre todo cuando pelo las
uvas y desorbitadas ruedan sobre el plato de postre. Él me
observa con avidez, se le hace agua la boca.

Lo adquirí en el mercado de pulgas de Plainpalais de
Ginebra que se puebla miércoles y sábados de mercaderes y
Mercachifles.

El elegante cuervo lucía aquella tarde en un mostrador, muy
campante, cruzado de piernas. Tenía la misma gracia, el
mismo aire de distinción.
Entre máscaras, campanas, relojes y otros objetos antiguos, era
maese cuervo el que daba la hora.
Atento el ojo, contemplaba con puntualidad los ires y venires
de las cosas, el comercio incesante de la vida.

Se siente bien cuando me acompaña. En su silencio percibo
un hálito de ternura, pero yo sé que en el fondo lamenta su  
naturaleza de madera.
Él preferiría ser cuervo de carne y hueso y aguardar el
Momento propicio para sacarme los ojos.


Toros y Corraleja - Nelson Henríquez

sábado, 14 de junio de 2014

Louis Aragon




Cántico a Elisa


Te toco y veo tu cuerpo y tú respiras,
         ya no es el tiempo de vivir separados.
Eres tú; vas y vienes y yo sigo tu imperio
         para lo mejor y para lo peor.
Y jamás fuiste tan lejana a mi gusto.

Juntos encontramos en el país de las maravillas
el serio placer color de absoluto.
Pero cuando vuelvo a vosotros al despertarme
          si suspiro a tu oído
como palabras de adiós tú no las oyes.

Ella duerme. Profundamente la escucho callar.
Ésta es ella presente en mis brazos, y, sin embargo,
más ausente de estar en ellos y más solitaria
          de estar cerca de su misterio,
como un jugador que lee en los dados 
          el punto que le hace perder.

El día que parecerá arrancarla a la ausencia
me la descubre más conmovedora y más bella que él.
De la sombra guarda ella el perfume y la esencia.
         Es como un sueño de los sentidos.
El día que la devuelve es todavía una noche.

Zarzales cotidianos en que nos desgarramos.
La vida habrá pasado como un viento enfadoso.
Jamás saciado de esos ojos que me dan hambre.
          Mi cielo, mi desesperación de mujer,
trece años habré espiado tu silencio cantando.

Como las madréporas inscriben el mar,
embriagando mi corazón trece años, trece inviernos,
          trece veranos;
habré temblado trece años sobre un suelo de quimeras,
          trece años de un miedo dulce amargo,
y conjurado peligros aumentados trece años.

¡Oh niña mía!, el tiempo no está a nuestra medida
que mil y una noche son poco para los amantes.
Trece años son como un día y es fuego de pajas.
           El que quema a nuestros pies malla por malla
el mágico tapiz de nuestra soledad.