martes, 29 de diciembre de 2009

EN LA CALZADA DE JESÚS DEL MONTE - Eliseo Diego




EL PRIMER DISCURSO


En la Calzada más bien enorme de Jesús del

Monte

donde la demasiada luz forma otras paredes con

el polvo

cansa mi principal costumbre de recordar un

nombre,



y ya voy figurándome que soy algún portón

insomne

que fijamente mira el ruido suave de las sombras

alrededor de las columnas distraídas y grandes

en su calma.



Cuánto abruma mi suerte, que barajan mis días

estos dedos de piedra

en el rincón oculto que orea de prisa la nostalgia

como un soplo que nombra el espacio dichoso de

la fiesta.



Al centro de la noche, centro también de la

provincia,

he sentido los astros como espuma de oro

deshacerse

si en el silencio delgado penetraba.



Redondas naves despaciosas lanudas de celestes

algas

daban ganas de irse por la bahía en sosiego

más allá de las finas rompientes estrelladas.



Y en la ciudad las casas eran altas murallas para

que las tinieblas quiebren,

¡oh el hervor callado de la luna que sitia las

tapias blancas

y el ruido de las aguas que hacia el origen se

apresuran!,



y daban miedo las tablas frágiles del sueño

lamidas por la noche vasta.

Mas en los días el vuelo desgarrador de la paloma

embriagaba mis ojos con la gracia cruel de las

distancias.



Cómo pesa mi nombre, qué maciza paciencia

para jugar sus días

en esta isla pequeña rodeada por Dios en todas

partes,

canto del mar y canto irrestañable de los astros.



Calzada, reino, sueño mío, de veras tú me

comprendes

cuando la demasiada luz forma nuevas paredes

con el polvo

y mi costumbre me abruma y en ti ciego me

descanso.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Piensa en mi - Luz Casal

Poemas de Lorenzo Mejía Lemaitre



ME BUSCA LA OSCURIDAD

Buscando una nueva vida
Veo venir la oscuridad
Envuelta en el velo de una mujer
Llena de estrellas y lunas
Para seducirme,
Con sus senos de sol
Brillantes en medio de la noche
La oscuridad me busca
Para brindarme su poder
De disimular mis errores
Y exponer mis virtudes a la luz
Dice que así podré vivir más tranquilo
La oscuridad es mi amiga
Me da de beber de sus pechos
Me preserva de la sociedad que todo lo quiere descubrir
Me abriga con su noche de cigarras
Trae los mejores recuerdos embadurnados de música
Me ama como la mejor amante
Aquella que me escucha
Que me oye hasta la última silaba
De la enredada sopa de letras de mi alma
La oscuridad me hala desde su túnel orgásmico
Me profundiza en su pozo espiritual
Me ilumina con su risa de estrellas
Ella la oscuridad de la noche terrestre
Es mi más sincera confidente
Me da cariño las veinticuatro horas
Doce horas en directo bajo su piel
Y las otras doce desde la luz de su sol
Porque al fin y al cabo ella no es más
Que un sol que se oculta para no cegarnos
Y darnos la paz del mar
En las estrellas tranquilas de la noche.


VERANO

El barquero se ha quedado en la mitad del río
Sorprendido ante la pérdida
Del que sería su próximo y eterno amor

Ella se ha ido con la corriente
En una lancha de propulsión ultraligera
Con su patineta acuática
Y su celular mini dactilar

Rumbo al sol,
Espesas nubes de amarillo intenso
En el horizonte del río
Y el corazón suspendido
En el infinito azul
A gran velocidad,
Ríe sonrosada
Viendo a falos enormes
Eyacularse en sus mejillas,
Hombres desnudos de caderas ampulosas
Persiguiéndola desde las gramíneas,
Ella se ríe a carcajadas,
Mira al sol
Tiene fantasías
Le pican placenteramente los senos
Le arde el corazón en suave presión
Siente hormigueo en lo más íntimo
Es feliz, el sol la besa
Mientras copulan frenéticamente,
El mar se los traga en el vértigo
De ver como se aleja la orilla
En pastizales,
El espejo de agua
Que se les abre rápidamente,
Y entonces
Se vienen a mares en el mar
En un sublime y explosionante orgasmo
Los dos,
Mientras el mar, el inmenso mar,
Se los come hasta desaparecerlos.
Y él melancólico
Atardece en su romántica barca
En un río que no quiere alcanzar la otra orilla
Ni morir en la mitad del mar.


CAMBIO DE VUELO

Soy un ángel que no encuentra el camino

Y se purifica en abluciones púrpura

En el río de la eternidad.

Adán:

Por que caí de mi bandada?

Enséñame el sendero de retorno

Está escrito desde el principio

Con la sangre de los tiempos evolutivos

En las plantas de tus pies desollados,

Y tu gran rey de los ángeles santos

Porque me abandonaste en la migración rumbo a tierra celeste?

Aún no puedo reorientar mi vuelo

Y mi propio poder me estremece en los tornados,

Soy un ángel en el epicentro de una tromba marina

Y aún no hallo la ruta de los vuelos

Que regresan al país celestial.

Esperando el cambio de viento

Me baño en el río verde que sube vertical

Y no logro ascender,

Solo remojo mis alas en el estanque

Lavo mi aureola granate

Y limpio mi blanco cuerpo inmortal.

Soy un ángel barrido por las brisas

Apartado de su misión

Girando en el centro de la eternidad

Desorientado.


PAULA Y LOS VAMPIROS

La virginidad es tan sólo un trozo de tela
Ahora ya nadie se ocupa de ella,
Falos fantasmas decapitan deseos durante la noche
Rojos sésamos se abren de piernas
Modernos vampiros beben su sangre
Con sus lúbricas lenguas
Voluptuosas nalgas se acomodan
En asientos de fastuosos coches
Vino o champaña, música pop
Y el rugido del potente motor
Lo compran todo
Al igual que una bronca voz
Aparentando una viril condición.

Mami y papi
Duermen en el lujoso apartamento
Paula baila en la discoteca las estrellas
Mientras aspira nieve celeste
Y entrega su roja entraña
A los vampiros de la noche.

Falos de carne
Han matado a los falos fantasmas
Los deseos penetran
En el fondo vaginal de Paula
El vino se derrama en el carro
Paula vampira sacia su sed,
La virginidad nunca existió
Ni a nadie le interesó
Jamás Paula preguntó por ella
Ni supo que tuvo una,
El polvo de estrellas
Y las lenguas furtivas
Dentro de su rojo y tupido túnel
Le importan más
Mientras rueda el coche ultraveloz
Hacia el lujurioso motel
Donde las falsas doncellas
Duermen envueltas en la candela de su sexo.

Al día siguiente
Paula la chica del año 2000
Llama a sus complacientes padres
Para decirles que Ana y ella
Aún no terminan la tarea de álgebra,
Mientras una lengua
Aún lame su vulva de seda.


COMO UN PEQUEÑO Y ROSADO DELFÍN

Guárdame un pequeño delfín
En el mar de tu vientre
Háblame con tu voz inenarrable
De silencios perdidos
En el eco de tus entrañas
Rumores de estrellas
De pasadas vidas
Y géstame otra vez
Con la sangre de tu ser
Como a un pequeño y rosado delfín,
Dame de comer tu cuerpo
De beber tú sangre
La luz de tu corazón
Y permíteme bucear
En el océano infinito de tus anhelos,
Tus anhelos de madre
Para este bello delfín,
Tal vez me imagines
Correteando por los bosques
Si en unos años aún existen
Y nadando por los ríos
Si aún continúan
Limpios los arroyos
Y volar cometas
Si aún el aire
Ondea transparente.
Madre
Géstame con un gran amor
Como se amaría
A un rosado delfín
Pues sólo con
El chapuceo infinito
De su estelar aletaje
Sonreiría el planeta
Y los hombres
Aprenderían a amarlo
Entonces yo sería un delfín
Y tú mi lucero perdido
Alma gemela de mi amanecer.

viernes, 25 de diciembre de 2009

martes, 22 de diciembre de 2009

El equipo del pueblo - Reinaldo Spitaletta


El fútbol, decía un escritor, es la recuperación semanal de la infancia. Es la asistencia a un ritual con multitud de feligreses que oran ante esa suerte de oficiantes-danzantes, erigidos como símbolos de la divinidad durante noventa minutos.


El goleador de un campeonato –según Pasolini- es siempre el mejor poeta del año. El fútbol, para algunos el nuevo opio del pueblo, es poesía. Y prosa. No hay que meterle mucha ideología al asunto: ninguna espectacular gambeta podrá detener una revolución social, pero un gol del equipo amado sí nos acerca a las prometidas glorias del paraíso.
El DIM, llamado el equipo del pueblo, el Rey de Corazones, el Poderoso, fue, en otras calendas, una forma permanente del fracaso. Sus seguidores parecían peregrinos del infierno. Estaban condenados, como Sísifo, a un flagelo eterno. Ellos y su divisa estaban ligados a la tristeza, a ser los derrotados, los sufrientes, los parias y descastados de una realidad que cada vez los alejaba más de un posible redención.
Ser hincha del DIM significaba pertenecer al gremio de los vencidos. Y aunque de alguna manera el dolor da carácter, se estaban acostumbrando, como ciertos pueblos, a las penas. A una especie de resignación cristianoide. Y la pena aumentó cuando, en 1993, fue campeón por siete minutos. Las llamadas “fuerzas oscuras”, en un país experto en trampas, le esquilmaron el título y lo convirtieron en rey de burlas.
La oncena rojiazul, que tuvo la dicha de tener, por ejemplo, a jugadorazos como el Charro Moreno, Omar Orestes Corbatta, José Vicente Grecco, el Caimán Sánchez, tuvo una sequía de campeonato de 45 años. En 2002 logró que en su firmamento brillara la tercera estrella, que en realidad parecía, por la espera perpetua, toda una Vía Láctea. Y dos años después se dio el gustazo de derrotar a su rival de patio, en una demostración de poderío que todavía sus miles de seguidores albergan como uno de los logros máximos del equipo.
El DIM, escuadra de los de abajo, de los proscritos, de los herejes, había dejado de ser el hazmerreír de los hinchas del otro equipo de la ciudad, que un poeta calificó como el Atlético Guanábana. Y pese a que el sufrimiento es inherente a todo lo que tenga que ver con el cuadro rojo y azul, hoy toda la cofradía de “indigentes y de borrachos” goza con la quinta estrella.
El Poderoso, equipo de poetas y artesanos, nos hace memorar a Malevo, el cronista, cuando decía que “Medallo, nos vas a homicidar”, y vuelve a ser el equipo que, como dicen los muchachos de la Rexixtenxia Norte, no es moda, sino una pasión, un sentimiento popular, un canto a la existencia con dificultades. Por eso fue hermosa la celebración en Manrique y La Toma, en La Floresta y Belén, en Bello y Envigado...
El Medellín tiene hoy al mejor poeta del año, al mejor entrenador, al mejor arquero, pero, sobre todo, a una afición bulliciosa y humilde, que jamás ha apelado a los triunfalismos ni a la soberbia. Porque el que ha sufrido –y tal vez quien más ha pensado- sabe del valor de la alegría. Y sobre el valor de la espera.
Los penitentes, los despojados de la fortuna, aquellos que siempre han estado caminando sobre ascuas, hoy vuelven, con trompetas de júbilo, a tener su escalera al cielo. Un cielo rojo (ah, bueno, también dicen que ni es cielo ni es azul), un cielo que no es otra cosa que la recuperación de la infancia, como parece que la recuperó el portero Bobadilla, con sus brincos y sus lágrimas de celebración del campeonato.
El fútbol es un lenguaje; para algunos, una religión. Es la inteligencia en movimiento, como lo sugirió André Maurois. Es una cultura, y, por supuesto, un negocio, en el que muchas veces hay turbiedades y mafias. Pero también es a veces, como la vida, un frenesí, una ilusión, un retorno a la inocencia. Una canción de cuna cantada por niños y viejos. Y esto último es lo que produjo el DIM al ser campeón en un domingo de diciembre.

lunes, 21 de diciembre de 2009

PRIMERA MUERTE DE MARÍA (fragmento) - JORGE EDUARDO EIELSON


Este libro se debe a Lima. Lima hizo a su autor e hizo su aflicción por ella.

SEBASTIÁN SALAZAR BONDY

En mi libro es el cuerpo que habla: órgano por órgano, función por función, apetito por apetito, de manera que cada uno de ellos necesita de un signo diferente. Además, este lenguaje del cuerpo, que apenas aflora a la conciencia, posee formas verbales muy vagas y tiende a la oscuridad, aparece confuso. No se trata, en realidad, de una determinada forma, sino más bien de una ausencia de forma.

JAMES JOYCE



Cada vez que José tejía una red, lo hacía sentado en la arena, con el peso de la cabeza hacía adelante, refrescándole el torso y echando un cono de sombra, que impedía los reflejos del sol sobre la aguja. Nadie lo oyó nunca pronunciar una palabra mientras tejía. En esos momentos, José parecía no existir en el presente, ni envejecer ni haber sido niño nunca. Mezcla de indio y español, vagamente se consideraba peruano, porque alguna vez había tenido unos papeles. Pero ¡hacía ya tanto tiempo de eso! Nacido en Puerto Nuevo, en la península de Paracas, el recuerdo de su mar, de su arena, de su cielo, perennemente estrellado, lo perseguía siempre. Desde hacía años, de acuerdo con Pedro, se había trasladado cerca de Lima, en busca de mayores recursos. Pero ¿qué cosa era Lima? ¿Esa playa interminable, sembrada de pescado y pájaros muertos? ¿Esa espantosa humedad que todo lo podría y lo llenaba de polilla? ¿Esos pobres hermanos suyos, cubiertos de arena, de harapos y de piojos? La última vez que estuvo en el centro, la arena -que ya había casi cubierto la Plaza de Armas y el atrio de la Catedral- chorreaba de los techos y penetraba en las casas a través de puertas y ventanas. El pescador reconoció el viejo Palacio de Gobierno y se acercó con timidez, como si temiera asistir a una remota fiesta, con damas y caballeros bailando un antiquísimo minuet, entre fastuosos candelabros y espejos dorados. Se sentía un mendigo a las puertas de una mansión principesca. Pero en el vetusto edificio no encontró sino enjambres de ratas hambrientas y, aquí y allá, montones de basura y osamentas de toda especie. Una secular higuera había proliferado en el jardín y sus troncos marchitos penetraban en las salas oscuras del Palacio. Centenares de huesos humanos yacían a sus pies, formando una suerte de pirámide que el pescador evitó con dificultad. Tropezando con muebles, cornisas, escombros, cortinas y demás restos de lo que fuera la antigua residencia de Pizarro, llegó a un amplio salón sumido en la penumbra. Trizas de arañas de cristal cubrían el piso de un rocío luminoso y filudo. A duras penas, saltando por entre los vidrios, logró atravesarlo y se encontró en una interminable galería que era, sin duda, la más abrigada del edificio. Era allí que se refugiaban los mendigos, acurrucados contra las paredes y cubiertos por enormes banderas peruanas. Muchos de ellos morían de esa manera, sin que nadie se diera cuenta y sólo cuando el hedor era insoportable alguien arrastraba el fardo hasta el jardín y lo abandonaba a los pies de la higuera. Los cadáveres se amontonaban día tras día, pero nuevos pordioseros, vagabundos, delincuentes de toda especie, seguían llegando y cometiendo las peores fechorías a quienes, ya sin fuerzas, roídos por la enfermedad y el hambre, no podían defenderse. José no pudo contener una marejada de horror. Pero, casi inmediatamente recordó que ese lugar había sido siempre reino del crimen y de la más atroz corrupción y se alejó a grandes pasos, atravesando la entera galería y alcanzando el portón de salida. En la gran plaza cubierta de arena, la bella fuente de bronce casi había desaparecido y todos los edificios circundantes parecían deshabitados y como a punto de desplomarse. El pescador siguió adelante y desembocó en una calle desierta que, tiempo atrás, había sido una de las más elegantes y concurridas de la ciudad. Siguió caminando, hacía una ancha avenida al fondo de la cual otra ciudad lo esperaba: era la Metrópoli.

Criaturas de sexo indefinido transitaban dentro de lujosos automóviles, entraban y salían de villas y rascacielos rodeados de jardines, y su aspecto, sus vestidos, su manera de hablar y de moverse, todo era diferente. Todos estos hombres, mujeres y niños blancos, limpios y sonrientes, en nada se parecían a los pescadores, ni a las mujeres de los pescadores, ni a sus hijos. Y mucho menos a esos pobres desgraciados que poblaban el antiguo Palacio de Gobierno. ¿Eran éstos también sus compatriotas? ¿Asistían acaso a la procesión del Señor de los Milagros, como lo hacían él y toda su gente? José nunca antes los había visto. No podía imaginarlos vestidos de harapos, con una flor o un cirio morado en la mano, pidiéndole un milagro al Señor. ¿Qué podrían pedirle, además? ¿Acaso no lo tenían todo ya?

Lady Ciclotrón adoraba el color violeta. Color suntuoso de la penitencia. De la mortificación. Color maldito entre sus compañeros de oficios. Para la santa limeña, en cambio, había sustituido al glande rosado de Pedro, a la voz pausada de Roberto. El divino violeta la penetraba sin ruido ni dolor. Huellas patentes del éxtasis le quedaban todavía sobre los párpados y las uñas pintadas. Pero, si el mensaje nocturno de Lady Ciclotrón era oscuro y difícil como un orgasmo o como una entera procesión religiosa, el atuendo ceremonial era más que sucinto. Helo aquí, distribuido en orden de importancia.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Titina - Devora Dante




Tenía la nariz fría
como la nieve, el pecho blanco
y todo el resto acaramelado.
Su ocico como loba y sus orejas
terciopelo.
Titina era su nombre, cada día
la recuerdo.
Parecía una niña
como el primer hijo que tengo.
Me miraba aveces tierna,
arrogante, orgullosa.
Sabía que la amaba,
y se aprovechaba de eso.
Le gustaba la leche dulce,
las galletas con helado
y las tajadas de queso.
Amaba tanto a mi padre,
como mi padre la amaba a ella.
Le daba de comer en su mano,
echadita entre sus piernas.
Todos tenemos con ella una historia,
todos crecimos con ella.
Como la extraño titina.

jueves, 17 de diciembre de 2009

José-Manuel Thomas Arthur Chao (MANU CHAU)



Mi vida, lucerito sin vela,
mi sangre de la herida,
no me hagas sufrir más.

Mi vida, bala perdida
por la gran vía, charquito de arrabal.
no quiero que te vayas,
no quiero que te alejes cada día más y más.

Mi vida, lucerito sin vela (aquí no pegamos los ojos)
mi vida, charquito de agua turbia,
burbuja de jabón,
mi último refugio, mi última ilusión,
no quiero que te vayas cada día más y más.

Mi vida, lucerito sin vela,
mi sangre de la herida,
no me hagas sufrir más.
(aquí no pegamos los ojos, aquí no pegamos los ojos)
Mi vida

*

Si yo fuera Maradona viviría como él
si yo fuera Maradona frente a cualquier portería
si yo fuera Maradona nunca me equivocaría
si yo fuera Maradona perdido en cualquier lugar.
La vida es una tómbola... de noche y de día...
la vida es una tómbola y arriba y arriba....
Si yo fuera Maradona viviría con él...
mil cohetes... mil amigos
y lo que venga a mil por cien...
si yo fuera Maradona
si yo fuera Maradona saldría en mondovision
para gritarle a la FIFA
¡Que ellos son el gran ladrón!
La vida es una tómbola... de noche y de día...
la vida es una tómbola y arriba y arriba....
Si yo fuera Maradona viviría como él
porque el mundo es una bola
que se vive a flor de piel
Si yo fuera Maradona frente a cualquier porquería
nunca (¿siempre?) me equivocaría...
Si yo fuera Maradona y un partido que ganar
si yo fuera Maradona perdido en cualquier lugar...
La vida es una tómbola de noche y de día...

Entrevista a Julio Cortázar en París

domingo, 13 de diciembre de 2009

Antonio Gamoneda: La poesía no me interesa como palabra ornamentada. Entrevista, 2009 - Ana María Hernández



-¿Cuánto ha variado su poesía desde sus inicios?

-Hacia mediados de los setenta, cuando apareció la democracia en España, yo llevaba 15 años escribiendo poco y sin publicar. A partir de ese momento algo me incentivó o yo dejé de preocuparme por la dictadura, pero me di cuenta que mi poesía, mi lenguaje, mi pensamiento poético, habían cambiado.

-¿Qué es ese pensamiento poético?

-Lo entiendo como el lenguaje interior que, en mi caso, registró una rítmica distinta, una manera de dirigirme hacia una semántica desconocida, una significación que antes era más deliberada aunque no puro automatismo. Y eso, más toda la vida de esos 15 años, dieron como resultado un giro en el lenguaje poético fuerte.

-¿Hubo síntomas?

-Ocurre que la poesía no me interesa como palabra ornamentada. Me interesa más como un hecho existencial, con el mismo peso de realidad y vida que pueden tener otros aspectos. Los años habían pasado, la existencia me había cargado de sentidos y de contenidos nuevos y eso, más algo intuitivo, habían cambiado todo.

-¿Qué pasó?

-Un día iba por la orilla del río Torío, con orillas llenas de álamos y se me aparecieron unas palabras: “El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición”. Yo no lo pensé, vinieron y eran palabras con un molduraje un tanto rítmico como semántico imprevisto para mí. Allí partió la poesía y, como ahora no tengo perspectiva sobre mí mismo, no sé si hay verdaderos cambios.

-Se dice que su poesía no entra en ninguna tendencia, ¿Cómo la define?

-Eso no es ningún mérito especial. Yo soy un poeta provinciano vocacionalmente, que nunca he participado de los mundillos literarios, de los grupos que configuran una tendencia. La poesía se hace en soledad, incluso la que conlleva solidaridades.

viernes, 11 de diciembre de 2009

SOBRE LAS “LECCIONES DE NOVIEMBRE" - LEÓN GIL


Después de asistir (y resistir ) el ciclo de conferencias "filosóficas” que a través de su facultad de ciencias humanas programó la universidad de Antioquia (conferencias que tuvieron como uno de sus principales y pocos aciertos el modesto titulo con que se les bautizó:"Lecciones de noviembre”, ya que fueron justamente eso: deprimentes informes de lectura tipo colegial, que como tales eran abundantes en los plagios ideológicos y de estilo, plagadas de extensas citas textuales, carentes de toda apreciación crítica y creativa. ''Lecciones” que en algunos casos ni siquiera la larga y pomposa lista de títulos y hasta de cursillos realizados por los expositores lograba satisfactoriamente sustentar. Dice Sábato acerca de B. Russell:"Su filosofía no está pegada a su personalidad como un rótulo, ni la sobrelleva como una carga profesional: es consubstancial con su vida misma como en Sócrates o Espinoza".); decía, pues, que tras soportar estos aletargantes y pedantes baboseos, uno no puede dejar de creer que las palabras que hace 100 años dijera el auténtico filósofo que era Nietzsche, están hoy más vigentes que nunca:"En las facultades de filosofía se debería escribir es te epitafio: “No ha conmovido nadie”. Esto lo decía, entre otras cosas, pensando en Emerson, quien sostenía que el día en que apareciera un verdadero filósofo sobre la tierra, todas las cosas correrían peligro, pues al día siguiente podrían encontrarse cabeza abajo. Lo que de hecho debiera ser una de las funciones y pruebas primordiales que tenga que satisfacer una verdadera filosofía, pues cuando se reflexiona profunda, honesta y objetivamente sobre los distintos problemas que conciernen al hombre como ser social, político, religioso, racional, metafísico, etc., es lógico que sus edificios institucionales y humanos tiemblen y sucumban si tienen los pies de barro y las ideas y valores decadentes y obsoletos se vean sacudidos con violencia y caigan como frutos podridos y resecos al paso del viento fresco y recio que constituye toda filosofía verdadera. A no ser qué todo sea perfecto, o por lo menos sea satisfactorio y provechoso para todos: lo cual ha sido utópico y antinatural en toda época y de manera especial en ésta que nos toca, aquí en Colombia y en el mundo entero: nuevas modalidades del crimen, el delito en general y la política, revolucionarias y hasta traumatizantes innovaciones tecnológicas y científicas, audaces movimientos artísticos, nuevos y mayores peligros para la vida del hombre en todas sus manifestaciones y en todos los lugares de la tierra, la terrible angustia que vive la humanidad con la experiencia de los habitantes del tercer mundo, especialmente: masivas desapariciones y secuestros, drogadicción, torturas, masacres etc. Fenómenos que debieran ser temas obligatorios de reflexión para aquellos que dicen llamarse filósofos o, de manera más general: intelectuales, trabajadores de la cultura.
Es un deber y una obligación de toda la sociedad, pero principalmente de su clase intelectual, cuestionarse permanentemente y plantear estrategias y alternativas en épocas de crisis, señalar nuevos rumbos y crear otras escalas de valores si es preciso, liberarnos de la tiranía y el prejuicio y de las aberraciones derivadas de miras estrechas. Dice Russell:"El amor, la belleza, el conocimiento y el goce de la vida, he aquí las cosas que conservan brillo inmarcesible, por remotos que sean nuestros horizontes. Y si la filosofía puede ayudarnos a sentir el valor de estas cosas, habrá representado el papel que le corresponde en la obra colectiva de la humanidad, cuyo objeto es llevar la luz a un mundo de tinieblas".
Pero existe una joven generación necesitada de dichos guías y maestros, que por su ausencia corre el riesgo de llegar en su totalidad a la drogadicción, la sexodicción, la violencia, el suicidio, o en el mejor de los casos, a raparse la cabeza y seguir grupos seudoespirituales y seudointelectuales de parásitos alienados que gritan "Hare, Hare", mientras el mundo "Arde, Arde” a su alrededor. Pero en una época de tantas y tan diversas crisis no es sólo la juventud quien se ve desorientada: gran cantidad de adultos cree encontrar respuesta a sus inquietudes y consuelo para sus frustraciones en alguna de las tantas religiones que con ese fin una clase dominante les ha fabricado, generando así una comunidad de tarados que adquieren normas de pensamiento y de conducta contradictorios con la vida, la naturaleza y la misma sociedad.
También queda la superchería: charlatanes inescrupulosos que explotan la estupidez de un pueblo ignorante (y con frecuencia; supuestamente culto) que debido a su completa y total orfandad frente a la existencia, ingenuamente se deja estafar diariamente. Un pueblo que encuentra la emulación a todo lo que pueda representar e implicar el acontecimiento "Apolo 11" en una vieja y oportunista escoba, ex candidata a tomar el timón de este podrido barco de iconos y de yerbas.
Y así, existe un buen número de problemas éticos, religioso, gnoseológicos, epistemológicos, etc., que enfrenta el hombre actual y que competen directamente a la filosofía en general.
Es por estas razones que las mencionadas conferencias resultan anodinas y anacrónicas-estéril historia de la filosofía­ pues hablar de la teoría de la gravitación que enunció Newton hace 300 años y que hace más de 70 se tragó prácticamente la relatividad generalizada de Albert Einstein, o enunciar postulados retóricos en una época y en una sociedad donde impera en la poesía el verso libre y en la prosaica vida política y social el si1encio absoluto y obligado, o decir que la historia del mundo se apoya y concluye en el dios de los hebreos, el cual da a cada uno de nosotros lo justo, según a lo que nos hagan acreedores nuestros actos; o describir minuciosamente el método científico en Descartes, para terminar afirmando, atrevidamente, que estaba por completo equivocado. Hablar de cosas como estas en tiempo de toda clase de conflictos y de guerras es, además de superfluo y anacrónico, tremendamente sospechoso, porque es inaudito que estos intelectuales no entiendan que con el letargo y el sopor que producen estas chácharas, se está siendo cómplice en la perpetuación de un estado y un sistema que operan con base en el engaño, la violencia y el terror.
Esos temas que los traten en una plácida noche de invierno, con una buena copa de coñac o una taza de té, frente a la chimenea, con un viejo amigo y todo aquello que requieran la apacibilidad y el confort del buen burgués. Pero en público, en la actualidad, definitivamente, rotundamente: NO.
Esto es tan absurdo y ridículo como si, por ejemplo, ante una emergencia de tipo nuclear, los físicos e ingenieros se dedicaran a discutir: las virtudes y defectos de la palanca de Arquímedes, o las ventajas y desventajas de la teoría geocéntrica Ptolemaica. Eso sería una falta de objetividad sencillamente irracional. (Y así pretenden que se hable de las ciencias humanas y sociales, cuando carecen, o mejor, desconocen, o hacen que desconocen los objetivos concretos hacia los cuales su trabajo y sus métodos debieran apuntar).
Si "nuestra" filosofía es sólo eso, no tendremos más remedio que darle la razón a Nietzsche, y aceptar dolorosamente que dicha filosofía hiede y apesta, que las facultades son cementerios, las aulas son sepulcros y los académicos momias que mudan de morta- ja y salen a la calle a dictar conferencias, sin espantar a nadie.
Así que después de escuchar las lamentables "Lecciones Filosóficas”, de los más ilus- tres profesores, de una de las más prestigiosas universidades Colombianas, se le puede ocurrir a uno esta triste parodia de la famosa frase del filosofo materialista alemán: "La filosofía es el opio del pueblo".
FILOSOFO: Aquel que ama la sabiduría, pero por encima de todo, LA VIDA.

Medellín. Noviembre de 1988.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Herta Müller recorre las heridas del siglo XX en su discurso por el premio Nobel: 7 diciembre de 2009



Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso

¿TIENES UN PAÑUELO? me preguntaba mi madre cada mañana en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Sólo así podía decirse a secas, en tono de orden, como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera realzaba incluso la ternura. Cada mañana estaba yo una vez sin pañuelo en la puerta, y una segunda vez con pañuelo. Sólo después salía a la calle, como si con el pañuelo también estuviera mi madre.
Y veinte años más tarde estaba hacía tiempo sola en la ciudad, como traductora en una fábrica de maquinarias. A las cinco de la mañana me levantaba, y a las seis y media empezaba el trabajo. Por la mañana resonaba el himno sobre el patio de la fábrica a través del altavoz, durante la pausa del mediodía se escuchaban los coros de los obreros. Pero los obreros, que estaban comiendo, tenían ojos vacíos como hojalata, manos embadurnadas de aceite, y su comida estaba envuelta en papel de periódico. Antes de comerse un trocito de tocino, le quitaban la tinta del periódico rascándola con el cuchillo. Dos años transcurrieron al trote de la cotidianeidad, cada día igual al otro.
Al tercer año se acabó la igualdad de los días. En el transcurso de una semana entró tres veces en mi oficina, a primera hora de la mañana, un hombre gigantesco, de huesos sólidos, con ojos azules centelleantes, un coloso del Servicio Secreto.
La primera vez me insultó de pie y se marchó.
La segunda vez se quitó el impermeable, lo colgó en una percha del armario y se sentó. Aquella mañana yo había traído de casa unos tulipanes y los estaba acomodando en el florero. El tipo me observaba y alabó mi inusual conocimiento del ser humano. Su voz era resbaladiza. Sentí un gran desasosiego. Impugné su elogio y le aseguré que sabía algo de tulipanes, pero nada del ser humano. Entonces me dijo en tono malicioso que él me conocía mejor que yo a los tulipanes. Luego se colgó del brazo el impermeable y se marchó.
La tercera vez se sentó y yo permanecí de pie, porque había dejado su cartera sobre mi silla. No me atreví a ponerla en el suelo. Me insultó tratándome de necia redomada, holgazana, putilla, tan corrompida como una perra vagabunda. Empujó los tulipanes hasta casi el borde de la mesa, en cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Rugió: escribe. De pie, empecé a escribir lo que me iba dictando. Mi nombre con fecha de nacimiento y dirección. Y después que yo, independientemente de la proximidad o del parentesco, no le diría a nadie que..., y entonces llegó la horrible palabra: colaborez, iba a colaborar. Esta palabra ya no la escribí. Puse el lápiz a un lado y me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria. En la calle de la gloria había un gato trepado en la morera desnuda. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja desgarrada. Encima de él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo. Dije: N-am caracterul. No tengo este carácter. Se lo dije a la calle, fuera. La palabra CARÁCTER puso histérico al hombre del Servicio Secreto. Rompió la hoja y tiró los trozos al suelo. Pero probablemente se le ocurrió que tendría que presentarle a su jefe la prueba de que había intentado incorporarme a su red de espionaje, porque se agachó, recogió todos los trozos en una mano y los metió en su cartera. Luego lanzó un profundo suspiro y, en medio de su derrota, arrojó hacia la pared el florero con los tulipanes, que se estrelló y crujió como si hubiera dientes en el aire. Con la cartera bajo el brazo dijo en voz queda: esto lo pagarás muy caro. Te ahogaremos en el río. Como hablando conmigo misma dije: Si firmo eso ya no podré vivir conmigo y tendría que hacerlo yo. Mejor háganlo ustedes. Y al instante la puerta de la oficina ya estaba abierta y él se había marchado. Y fuera, en la Strada Gloriei, el gato de la fábrica había saltado del árbol al tejado de la casa. Una de las ramas se mecía como un trampolín.
Al día siguiente comenzó el tira y afloja. Yo debía desaparecer de la fábrica. Cada mañana a las seis y media tendría que presentarme ante el director, con el que cada mañana estaban el jefe del sindicato y el secretario el Partido. Y así como en otros tiempos me preguntaba mi madre: ¿tienes un pañuelo? ahora me preguntaba cada mañana el director: ¿Has encontrado otro trabajo? Y yo le respondía cada vez lo mismo: No estoy buscando ninguno. Estoy a gusto aquí en la fábrica, quisiera quedarme hasta la jubilación.
Una mañana llegué al trabajo y mis voluminosos diccionarios estaban en el suelo del pasillo, junto a la puerta de mi oficina. La abrí, y había un ingeniero sentado a mi escritorio. Me dijo: aquí se llama a la puerta antes de entrar. Ahora estoy aquí yo, y tú ya no tienes nada que hacer en este despacho. A casa no podía irme, porque habrían tenido un pretexto para despedirme por faltar sin permiso. Ahora no tenía oficina, y con mayor razón tenía que ir cada día normalmente al trabajo, por ningún motivo debía ausentarme.
Una amiga, a la que cada día se lo contaba todo en el camino de vuelta a casa por la Strada Gloriei, me dejó compartir al principio una esquina de su escritorio. Pero una mañana se plantó ante la puerta de la oficina y me dijo: No me autorizan a dejarte entrar. Todos dicen que eres una soplona. Las trabas y vejaciones se enviaban hacia abajo, los rumores empezaron a propagarse entre los colegas. Eso era lo peor. Contra los ataques uno puede defenderse, contra la calumnia es impotente. Yo contaba cada día con todo, incluso con la muerte. Pero con esa perfidia no sabía qué hacer. Ningún cálculo la volvía soportable. La calumnia nos atiborra de mugre, y nos asfixiamos porque no podemos defendernos. En opinión de mis colegas yo era exactamente aquello a lo que me había negado. Si los hubiera espiado y delatado, habrían confiado en mí sin sospechar nada. En el fondo, me castigaban porque yo los protegía.
Como ahora con mayor razón no podía ausentarme, pero no tenía despacho y a mi amiga no le permitían dejarme entrar en el suyo, me instalé, indecisa, en la caja de la escalera, una escalera que recorrí varias veces de arriba abajo – de pronto volví a ser la hija de mi madre, porque TENÍA UN PAÑUELO. Lo extendí en un escalón entre el primer y el segundo piso, lo alisé para que estuviera como es debido y me senté encima. Me puse en las rodillas mis gruesos diccionarios y empecé a traducir descripciones de máquinas hidráulicas. Yo era un chiste malo sobre la escalera, y mi despacho, un pañuelo. En las pausas del mediodía, mi amiga se sentaba en la escalera junto a mí. Comíamos juntas como antes en su oficina y, más antes aún, en la mía. Por el altavoz del patio, como siempre, los coros de los obreros entonaban cantos sobre la felicidad del pueblo. Mi amiga comía y lloraba por mí. Yo no. Debía mantenerme firme y dura. Largo tiempo. Unas cuantas semanas eternas, hasta que me despidieron.
En la época en que yo era un chiste malo sobre la escalera, consulté el diccionario para averiguar la importancia de la palabra ESCALERA. El primer escalón de la escalera se llama PELDAÑO DE ARRANQUE, el último escalón, PELDAÑO DEL DESCANSILLO. Los escalones horizontales que uno pisa encajan lateralmente en las MEJILLAS DE LA ESCALERA, y los espacios libres entre los distintos peldaños se llaman incluso OJOS DE LA ESCALERA. Por las piezas de las máquinas hidráulicas, embadurnadas de aceite, ya conocía las bellas palabras COLA DE GOLONDRINA y CUELLO DE CISNE, para ajustar un tornillo se utilizaba una MADRE DE TORNILLO, e igualmente me dejaron asombrada los poéticos nombres de las partes de una escalera, la belleza del lenguaje técnico: MEJILLAS DE LA ESCALERA, OJOS DE LA ESCALERA – es decir, la escalera tenía un rostro, ya fuese de madera, piedra, cemento o hierro – y los hombres reproducen su propia cara en las cosas más voluminosas del mundo, dan al material muerto los nombres de su propia carne, lo personifican en partes del cuerpo. Y el arduo trabajo sólo les resulta soportable a los especialistas gracias a esa ternura oculta. Cada trabajo, en cada profesión, se rige por el mismo principio de la pregunta de mi madre sobre el pañuelo.
Cuando yo era niña, en casa había un cajón destinado a los pañuelos. En él se alineaban tres pilas en dos hileras, una detrás de la otra:
A la izquierda, los pañuelos de hombre, para el padre y el abuelo.
A la derecha, los pañuelos de mujer, para la madre y la abuela.
En el centro, los pañuelos de niño, para mí.
Aquel cajón era nuestro retrato de familia en formato de pañuelo. Los pañuelos de hombre eran los más grandes, tenían un borde oscuro de color marrón, gris o burdeos. Los pañuelos de mujer eran más pequeños, con borde azul celeste, rojo o verde. Los pañuelos de niño eran los más pequeños, sin borde, pero en el cuadrado blanco había flores o animales pintados. Entre los tres tipos de pañuelos había los que se usaban los días laborables, en la hilera anterior, y los que se usaban los domingos, en la hilera posterior. Los domingos, el pañuelo debía hacer juego con el color de la ropa, aunque no se viera.
Ningún otro objeto en la casa, ni siquiera nosotros mismos, nos resultaba tan importante como el pañuelo. Podía utilizarse para una infinidad de cosas: resfriados, cuando la nariz sangraba o había alguna herida en la mano, el codo o la rodilla, cuando uno lloraba o lo mordía para reprimir el llanto. Un pañuelo frío y húmedo en la frente aliviaba el dolor de cabeza. Con cuatro nudos en las esquinas servía para protegerse del sol o de la lluvia. Cuando uno quería acordarse de algo, hacía un nudo en el pañuelo como artificio mnemotécnico. Para cargar bolsas pesadas se envolvía en él la mano. Si ondeaba era una señal de despedida cuando el tren salía de la estación. Y como tren se dice en rumano TREN, y en el dialecto del Banato lágrima (Träne) se dice trän, en mi cabeza el chirrido de los trenes sobre los rieles equivalía siempre al llanto. En la aldea, cuando alguien moría se le ataba enseguida un pañuelo en torno a la barbilla para que la boca permaneciera cerrada cuando pasaba la rigidez cadavérica. Cuando en la ciudad alguien se desplomaba al borde del camino, siempre había un transeúnte que con su pañuelo cubría la cara del muerto, y así el pañuelo pasaba a ser su primer reposo mortuorio.
A última hora de la tarde, los días calurosos del verano, los padres enviaban a sus hijos al cementerio para que regasen las flores. Nos juntábamos dos o tres e íbamos de una tumba a la otra, regando rápidamente. Luego nos sentábamos, muy pegados unos a otros, en las escaleras de la capilla y observábamos cómo de algunas tumbas subían nubecillas de vapor blanco. Volaban un ratito en el aire negro y desaparecían. Para nosotros eran las almas de los muertos: Figuras zoomórficas, gafas, frasquitos y tazas, guantes y medias. Y de vez en cuando un pañuelo blanco con el borde negro de la noche.
Más tarde, conversando con Oskar Pastior para escribir sobre su deportación a un campo de trabajos forzados soviético, me contó que una anciana madre rusa le regaló una vez un pañuelo blanco de batista. Tal vez tengáis suerte tú y mi hijo, y podáis regresar pronto a casa, dijo la rusa. Su hijo tenía la misma edad que Oskar Pastior y estaba tan lejos de casa como él, en la dirección opuesta, dijo, en un batallón de castigo. Oskar Pastior había llamado a su puerta como un mendigo medio muerto de hambre, quería cambiarle un trozo de carbón por un poquito de comida. Ella lo hizo entrar en la casa y le dio un plato de sopa. Y cuando la nariz de Oskar empezó a gotear en el plato, le dio el pañuelo blanco de batista, que nadie había usado todavía. Con un borde calado de bastoncillos y rosetas impecablemente bordados con hilos de seda, el pañuelo era una belleza que abrazó e hirió al mendigo. Un híbrido; por un lado un consuelo de batista; por el otro, una cinta métrica con bastoncillos de seda, las rayitas blancas en la escala de su desamparo. El mismo Oskar Pastior era un híbrido para esa mujer: un mendigo extraño en la casa y un hijo perdido en el mundo. En esas dos personas lo había hecho feliz y le había exigido demasiado el gesto de una mujer que para él también era dos personas: una rusa extraña y una madre preocupada con la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO?
Desde que me enteré de esta historia también yo tengo una pregunta: ¿Es ¿TIENES UN PAÑUELO? válida en todas partes y se halla extendida sobre medio mundo en el brillo de la nieve entre la congelación y el deshielo? ¿Cruza todas las fronteras pasando entre montañas y estepas hasta adentrarse en un gigantesco imperio sembrado de campos de trabajos forzados? ¿No hay manera de dar muerte a la pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? ni siquiera con la hoz y el martillo, ni siquiera en el estalinismo de la reeducación a través de tantos campos de trabajos forzados?
Aunque hace décadas que hablo rumano, en la conversación con Oskar Pastior me percaté por primera vez de que en rumano pañuelo se dice BATISTA, de nuevo la sensual lengua rumana, que simplemente lanza con apremio sus palabras hasta el corazón de las cosas. El material no da ningún rodeo, se designa como pañuelo listo, como BATISTA. Como si cada pañuelo fuera de batista en todo tiempo y lugar.
Oskar Pastior guardó en la maleta el pañuelo como reliquia de una doble madre con un doble hijo. Luego se lo llevó a casa tras cinco largos años en el campo de trabajos forzados. ¿Por qué? – su pañuelo blanco de batista era esperanza y miedo, y cuando uno renuncia a la esperanza y al miedo, muere.
Después de la conversación sobre el pañuelo blanco me pasé media noche pegándole a Oskar Pastior un collage sobre un papel blanco:
Aquí bailan puntos dice Bea
entras en un vaso de leche de tallo largo
ropa interior blanca tina de zinc gris verde
contra reembolso se corresponden
casi todos los materiales
mira aquí
yo soy el viaje en tren y
la cereza en la jabonera
nunca hables con hombres extraños ni
acerca de la Central
Cuando a la semana siguiente fui a su casa a regalarle el collage, me dijo: encima debes pegar: “PARA OSKAR”. Yo le dije: Lo que te doy, te pertenece, y tú lo sabes. Él dijo: debes pegarlo encima, tal vez el papel no lo sepa. Me lo llevé de nuevo a casa y encima pegué: para Oskar. Y se lo volví a regalar la semana siguiente, como si hubiera regresado la primera vez de la puerta sin pañuelo y ahora estuviera por segunda vez en la puerta con pañuelo.
Con un pañuelo termina también otra historia:
El hijo de mis abuelos se llamaba Matz. En los años treinta lo enviaron a Timişoara a estudiar finanzas para que se hiciera cargo del negocio de cereales y de la tienda de ultramarinos de la familia. En la Escuela enseñaban maestros del Reich alemán, auténticos nazis. Al concluir sus estudios Matz quizás había recibido, de paso, una capacitación en finanzas, pero sobre todo recibió una formación de nazi – un lavado de cerebro planificado. Cuando salió de la escuela, Matz era un nazi fervoroso, un convertido. Ladraba consignas antisemitas, era inalcanzable como un débil mental. Mi abuelo lo reprendió repetidas veces, diciéndole que debía toda su fortuna sólo a los créditos de hombres de negocios judíos amigos suyos. Y al ver que esto no servía de nada, lo abofeteó varias veces. Pero a su hijo le habían trastornado el juicio. Jugaba a ser el ideólogo de la aldea, vejaba a los muchachos de su edad que se negaban a ir al frente. En el ejército rumano ocupaba un puesto de oficinista. Pero de la teoría quiso pasar a la práctica. Se presentó voluntario en las SS, quería ir al frente. Unos meses después regresó a casa para casarse.
Tras haber sido testigo de los crímenes en el frente, aprovechó una fórmula mágica válida para escaparse unos días de la guerra. Esa fórmula mágica era: permiso por boda.
Mi abuela tenía dos fotos de su hijo Matz en el fondo de un cajón, una foto de la boda y una foto de la muerte. En la foto de la boda se ve una novia vestida de blanco, una mano más alta que él, esbelta y seria, una virgen de yeso. Sobre su cabeza hay una corona de cera como hojas nevadas. Junto a ella está Matz con su uniforme nazi. En vez de ser un novio, es un soldado. Un soldado de la boda y su propio último soldado de la patria. Apenas volvió al frente, llegó la foto de la muerte. Y en ella un último soldado destrozado por una mina. La foto de la muerte es del tamaño de una mano, un campo negro, en el centro un paño blanco con un montoncito gris de restos humanos. Sobre el fondo negro, el paño blanco parece tan pequeño como un pañuelo de niño cuyo cuadrado blanco tiene pintado en el centro un dibujo extraño. Para mi abuela esa foto también tenía su híbrido. En el pañuelo blanco había un nazi muerto, en su memoria, un hijo vivo. Mi abuela dejó esa doble foto todos aquellos años en su devocionario. Rezaba cada día. Probablemente sus oraciones también tenían doble fondo. Probablemente seguían el hiato entre el hijo querido y el nazi obcecado y pedían también al Señor Dios que hiciera el espagat de amar a ese hijo y perdonar al nazi.
Mi abuelo había sido soldado en la Primera Guerra Mundial. Sabía de qué estaba hablando cuando decía a menudo y en tono amargo, refiriéndose a su hijo Matz: Sí, cuando ondean al viento las banderas, el juicio se pierde en las trompetas. Esta advertencia también era aplicable a la siguiente dictadura, en la que me tocó vivir a mí misma. A diario se veía cómo el juicio de los pequeños y grandes oportunistas se perdía en las trompetas. Yo decidí no tocar la trompeta.
Pero de niña tuve que aprender a tocar el acordeón contra mi voluntad. Pues en la casa se había quedado el acordeón rojo de Matz, el soldado muerto. Las correas del acordeón eran demasiado largas para mí, y para que no se resbalaran por mis hombros, el maestro de acordeón me las ataba a la espalda con un pañuelo.
Se puede decir que precisamente los objetos más pequeños, ya sean trompetas, acordeones o pañuelos, terminan atando las cosas más dispares en la vida; que los objetos giran y, en sus desviaciones, tienen algo que obedece a las repeticiones, al círculo vicioso. Uno puede creerlo, mas no decirlo. Pero lo que no puede decirse, puede escribirse. Porque la escritura es un quehacer mudo, un trabajo que va de la cabeza a la mano. De la boca se prescinde. En la dictadura yo hablaba mucho, sobre todo porque había decidido no tocar la trompeta. La mayoría de las veces, hablar tenía consecuencias intolerables. Pero la escritura empezó en el silencio, en aquella escalera de la fábrica donde tuve que sopesar y decidir conmigo misma más cosas de las que podían decirse. El acontecer ya no podía articularse en palabras. A lo sumo los añadidos externos, mas no su dimensión. Esta yo sólo podía deletrearla en mi cabeza, en silencio, en el círculo vicioso de las palabras al escribir. Reaccionaba ante el miedo a la muerte con hambre de vida. Era un hambre de palabras. Sólo el torbellino de las palabras podía captar mi estado y deletreaba lo que no podía decirse con la boca. Yo iba detrás de lo vivido en el círculo vicioso de las palabras, hasta que aparecía algo que no había conocido antes. Paralelamente a la realidad entraba en acción la pantomima de las palabras, que no respeta dimensiones reales, reduce las cosas principales y aumenta las secundarias. El círculo vicioso de las palabras confiere de buenas a primeras una especie de lógica maldita a lo vivido. La pantomima es furiosa y permanece atemorizada y tan adicta como hastiada. El tema dictadura surge ahí espontáneamente, porque la naturalidad ya nunca regresa cuando a uno se la han robado casi por completo. El tema está implícito ahí, pero las palabras se apoderan de mí y llevan al tema adonde quieren. Ya nada es cierto y todo es verdad.
Como chiste malo sobre la escalera estaba yo tan sola como en aquella época, en que de niña, cuidaba vacas en el valle del río. Comía hojas y flores para formar parte de ellas, porque ellas sabían cómo se vive y yo no. Me dirigía a ellas dándoles un nombre. El nombre cardo lechoso debía ser realmente la planta espinosa con leche en los tallos. Pero la planta no escuchaba el nombre cardo lechoso. Entonces yo lo intentaba con nombres inventados: COSTILLA ESPINOSA, CUELLO DE AGUJA, en los que no figuraban ni cardo ni lechoso. En el engaño de todos los nombres falsos ante la planta verdadera se abría el agujero hacia el vacío. La situación ridícula de hablar a solas en voz alta conmigo y no con la planta. Pero la situación ridícula me hacía bien. Yo cuidaba vacas y el sonido de las palabras me protegía. Sentía:
Cada palabra en el rostro
sabe algo del círculo vicioso
y no lo dice
El sonido de las palabras sabe que debe engañar, porque los objetos engañan con su material, y los sentimientos, con sus gestos. En el punto de intersección del engaño de los materiales y de los gestos se instala el sonido de las palabras con su verdad inventada. Al escribir no puede hablarse de confianza, sino más bien de la honestidad del engaño.
Por entonces, en la fábrica, cuando yo era un chiste malo sobre la escalera, y el pañuelo, mi oficina, también encontré en el diccionario la hermosa palabra INTERÉS ESCALONADO, que designa las tasas de interés de un préstamo que van subiendo por tramos. Las tasas de interés son para uno gastos y para otro, ingresos. Al escribir acaban siendo ambas cosas, cuanto más voy ahondando en el texto. Cuanto más me expolia lo escrito, tanto más muestra a lo vivido lo que no había en el vivir. Sólo las palabras lo descubren, porque antes no lo conocían. Allí donde sorprenden a lo vivido es donde mejor lo reflejan. Se vuelven tan apremiantes que lo vivido debe aferrarse a ellas para no deshacerse.
Me parece que los objetos no conocen su material, que los gestos no conocen sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las enuncia. Pero para asegurarnos nuestra propia existencia necesitamos los objetos, los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar, tanto más libres somos. Cuando se nos prohíbe la boca, intentamos afirmarnos con gestos e incluso con objetos. Son más difíciles de interpretar y permanecen un tiempo libres de sospecha. Y así pueden ayudarnos a convertir la humillación en una dignidad que permanece libre de sospecha por un tiempo.
Poco antes de mi emigración de Rumania, el policía de la aldea vino un día muy de mañana a llevarse a mi madre. Ella estaba ya en la puerta cuando se le ocurrió la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO? Y no lo tenía. Aunque el policía se mostró impaciente, ella volvió a entrar en la casa y sacó un pañuelo. En la comisaría el policía estalló en gritos e improperios. Los conocimientos de rumano de mi madre no bastaban para que comprendiera los rugidos del policía, que luego se marchó del despacho y cerró la puerta con llave desde fuera. Mi madre se pasó el día entero encerrada allí. Las primeras horas sentada a la mesa, llorando. Después empezó a ir de un lado para otro y a limpiar el polvo de los muebles con el pañuelo empapado en lágrimas. Por último cogió el cubo de agua del rincón y la toalla que colgaba de un clavo en la pared y fregó el piso. Me quedé aterrada cuando me lo contó. ¿Cómo has podido fregarle el despacho a ese individuo?, le pregunté. Y ella me respondió, sin ningún reparo: quería hacer algo para matar el tiempo. Y el despacho estaba tan mugriento. Hice bien en llevarme uno de los pañuelos de hombre, grandes.
Sólo entonces comprendí que con esa humillación adicional, pero voluntaria, se había proporcionado dignidad en aquel arresto. En un collage busqué palabras para formularlo:
Yo pensaba en la rosa vigorosa en el corazón
en el alma inservible como un colador
pero el propietario preguntó:
¿quién se acaba imponiendo?
yo dije: salvar el pellejo
él gritó: el pellejo es
sólo una mancha de la batista ofendida
sin juicio.
Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿TENÉIS UN PAÑUELO?
Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser humano.

((Traducido por Juan José del Solar Bardelli))

lunes, 7 de diciembre de 2009

UN ROCE DE TALES - León Gil


INTRODUCCIÓN

Enrique Santos Discépolo componía esos "sentimientos tristes que se bailan", con las crudas notas del lunfardo. Francois Villon escribía sus "Baladas", tanto 'para los ahorcados' como 'para la lengua de los envidiosos', en la jerga lírica, cínica y juguetona de los "coquillards" y de los goliardos.
Muchachos de las barriadas pobres de Medellín, rebautizan las cosas de su mundo, y entonan los asuntos de la vida, del amor y de la muerte, con unas palabras y unas expresiones de tal precisión y belleza, que ya querrían para sí muchos periodistas, escritores y poetas, siendo éstos los más llamados a crear y recrear el acervo de nuestro idioma.
E independiente de lo que puedan sacar a relucir el escalpelo y las motosierras de los señores académicos, llámense sicólogos, sociólogos, filólogos, antropólogos, Lingüistas, semiólogos, lexicógrafos y demás, estoy seguro de que de muchos de estos vocablos y locuciones, Gregory Corso diría lo mismo que dijo de ciertos arcaísmos de la lengua inglesa (e imagino que de no pocas creaciones de la jerga presidiaria): " son auténticas obras de arte”.
También se me ocurre pensar que de escucharlos Zaratustra, el poeta, el amigo de los malvados, el abogado de la vida, el abogado del sufrimiento, el abogado del círculo; les dedicaría aquellas mismas palabras que dirigiera a sus animales, el águila y la serpiente:
" ... seguid parloteando así y dejad que os escuche. Me reconforta que parloteéis: donde se parlotea, allí el mundo se extiende ante mí como un jardín.
Qué agradable es que existan palabras y sonidos: ¿Palabras y sonidos no son acaso arco iris y puentes ilusorios tendidos entre lo eternamente separado?
... ¿No se le han regalado acaso a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte en las cosas?
Una hermosa necedad es el hablar: al hablar el hombre baila sobre todas las cosas.
¡Qué agradable son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Con sonidos baila nuestro amor sobre multicolores arco iris”.
Degustemos, entonces, Un Roce de Tales:

ROCE, TOQUE: Es un poco de algo. “Dame un roce de gaseosa”. “Dame un toque de pan”.
TALES: Para referirse a una cosa o asunto sin" banderiarse ", puede ser droga, armas, etc. " Entonces qué, trajiste los tales”.
BANDERIARSE: Es hacer o decir algo exponiéndose a que la gente se entere.
FIERROS: Armas. También se utiliza para decir que algo es muy bueno: "un fierro de moto”.
TOTE: Revólver.
TOLA: Pistola.
TAMAL: Un gramo de pérez o de tierra.
PÉREZ: Perico, perica, cocaína.
TIERRA: Bazuca.
PATA. PIERNA: La colilla de un 'bareto'.
BARETO: Cigarrillo de marihuana, de bareta.
PITAZO. PLON: Una fumada del cigarrillo o del bareto.
PASE. LANCE: Un roce de pérez.
ASAO: El que se enoja por cualquier cosa.
ENTRÓN: Que no se 'arruga' por nada.
ARRUGARSE: Temerle a algo.
DESPEGAR. SACUDIR: Es echar a alguien del 'parche'. O pedirle que no moleste. “Conmigo la despegás”.
PARCHE: Donde se reúne el 'cacao'.
COCAO: Grupo de parceros.
ANIMALES: Los más duros del parche, o del barrio.
AL CIEN: Mucha cantidad de algo. "Melona al cien", "chorro al cien".
MELONA: Comida.
MERO: Para decir grande, grandioso: "Mero bareto".
PACO. BOLA: Paquete de marihuana. "U n paco de mil". “Una cicla, yo voy por la bola ".
CUERO. PIEL: Pedazo de papel donde se 'pegan' o 'suben' los baretos.
PEGAR. SUBIR: Liar.
RUEDAS. PEPAS: Pastillas barbitúricas (en la actualidad están de moda las llamadas ‘roches’).
ROCHETÓN. PEPO. PASTOR: El que está bajo efectos de las pastas, de las pepas ... de las roches.
ESTAR EN LA TRAMPA: 'Estar en la jugada’, pilas.
GALE: Sacol, pegante.
PICAO: Egoísta, Que se molesta por todo. Desconfiado,
LLENARSE DE HORMIGAS: Es estar picao. “Te vas a llenar de hormigas".
ARAÑAO. TAQUICARDIO: El que está bajo los efectos de la bazuca o la cocaína.
ASUSTARSE: Fumarse un 'tigre' o un 'enyesao'.
TIGRE. DIABLO: Cigarrillo de marihuana con bazuca.
ENYESAO: Cigarro de picadura de cigarrillo con bazuca.
GUSANIAR: Molestar, cansar. "Dejá de ser gusano".
MEKATIAR POR LA NARIZ: Comprar y meter bazuca o cocaína.
ARRULLAR AL NIÑO: Fumar bazuca. (Se toma el cigarro con la punta de los dedos, y con la concavidad de la mano hacia la nariz, se mueve a un lado y al otro, lenta y rítmicamente, mientras se huele. " Aquí arrullando al niño”).
DE SUR A NORTE: Es lo mismo que 'arrullar al niño': " y dele, de sur a norte ".
IR DE MANTELES: Es ir almorzar o a comer. “Voy de manteles y ya caigo".
IR DE CLAVELES: Es ir de 'pichada'. “Nos fuimos de claveles”... y dos ‘tibios’.
PICHADA: Coito. Acto sexual puro y natural, a veces acompañado de amor.
TIBIO: Líquido seminal arrojado en cualquier cavidad anatómica (o superficie: senos, cara, nalgas, etc.) también llamado polvo. - Cuando este "lanzamiento" es al aire, o más exactamente, en solitario, se llama paja-.
AMURAO: Quedarse iniciado, o estar ganoso de droga.
FUFURUFA: O simplemente ‘fufa’: pelada muy puta.
CHAYÁN. COTIZÓN: Muchacho bonito, seductor.
TODOTERRENO: Muchacha que se presta para todo tipo de plan o de programa.
TODOS LOS JUGUETES: Música, licor, mujeres y vicio. "Una rumba con todos los juguetes”.
PELLIZCO: Un plon de bazuco.
VARAO POR LLANTA: Es estar amurao por falta de ruedas, de pepas.
POLOCHOS, TOMBOS, TIRALECHES, SAPOS: Policías.
AGUANTA: Cosa, persona o programa bueno, que sirve.
CASPA: Cosa, persona, programa o situación que no sirve. "Qué caspa de telenovela”.
ESTAR ALEMÁN: Estar con una fuerte traba de pepas. (Tal vez por lo enredado que se habla en ese estado). “Qué hubo, estás muy alemán".
ESTAR CABALLO: Estar sano, en sano juicio. ("Seguramente por lo nervioso que se es así. Por lo brioso"). “Qué va, estoy todo caballo".
PEGAR. CASCAR: Matar." Le pegaron que Cascada". “El que se mueva lo pego".
PIJAMA DE MADERA: Ataúd. “El que venga por aquí, lo mandamos en pijama de madera ".
ECHAR PLANCHA: Matar. "Está bueno es pa’ mandarle a echar plancha”.
YEYUDO.YESUDO: Un gramo de pérez. Deriva su nombre de un sitio llamado" La Ye ", donde venden perica de aceptable calidad.
CARRO: Persona que le sirve de mensajero a alguien. Por lo regular para llevar fierros, drogas o cosas por el estilo.
ECHAR, TIRAR LOS CARROS: Es, como dirían los abuelos, "arrastrar el ala”.
“Esa pelada te está tirando los carros”.
COSO. TIERRUDO: Bazuco. (Por el olor y color característicos).
CUESCAZO. PEPAZO: Balazo en la cabeza.
PONER A VIVIR: Pedir algo que se desea o se necesita mucho. "Poneme a vivir de un chorro".
PATRASIAR: Mamarse. Quitarse de algo que se ha prometido. "Ese man se patrasió".
LUCAS: Billetes de a mil. Dinero en general. “Hay que llevar las buenas lucas". "Ese man está luquiao".
IRSE DE MOCOS: Irse de claveles, de sexo. "Ese par van de mocos”.
COMO ES LA VUELTA: Pedir que se aclare cómo es la cosa. Qué hay qué hacer.
ENTRAR AL BAILE: Cuando estando en grupo a alguien se le "pierde" una cosa y empieza a buscada, se dice que lo entraron al baile.
CARRANGUIAO. CARNAVALIADO: Estar bajo los estragos de una rumba.
VALIJA. BOLETA. PAPELETA. BANDERA: Mal vestido, de mal aspecto.
LLAMAO: Egoísta. El que niega un favor. Proviene de expresiones tales como " Yo no me llamo plata ", para dar a entender que no le importa dar o regalar dinero. ''Vos sos un llamao".
PIROBO. PIROBA: Bobo, marica.
PROBÓN: Que demuestra valor, coraje.
PEGÓN. CASQUETE: Matón, sicario.
MOÑO: Porción de marihuana muy apretada.
RASCAR: Poner el moño en la palma de la mano y con la punta de los dedos de la otra, desmenuzarlo, con movimientos a un lado y a otro. Como rascando.
ALHAJA: Quien hace cosas mal hechas. Faltón.
RUBÍ: Mero pillo. Tremendo pillo.
CUESCA: Una traba con pepas.
DESPELUCARSE: Matarse con otro, pichar, o trabarse con pérez o tierra. "Entonces qué, ¿nos vamos a despelucar?".
TÁPARO: Visajozo, pirobo que no prueba finura,
PROBAR FINURA: Demostrar valor, rectitud, coraje.
ELEGANCIA: Cosa, persona o acción bien destacada, bien hecha. " Qué elegancia de bareto ". " Ese man es tremenda elegancia”.
PIRAÑAS: Pillos, ladrones.
PELA: Darle a alguien un tren de pata y de puño.
TREN: Gran cantidad de algo.
COGE CULOS: Problema, bronca. “Llegó la tomba y se armó qué cogeculos".
DE PITI ROLIN: Darle una fumada a un cigarro (por lo general de bazuca ) y rotarlo de una.


PIQUIÑA: Egoísta, desconfiado. “Esa pelada es muy piquiña ".
TORÓMBOLO: Bobo.
AL COLEGIO: Tomar alcohol. "Entonces qué, ¿vamos pa’l colegio?”.
LISO. JABÓN: Persona muy hábil para hacer alguna cosa. “Ese Tino es tremendo jabón. "Ese pelao es un liso pa’ matemáticas”.
EMPANTANAO: Tener la nariz con residuos de pérez.
BOQUECO: Bobo cagao.
LATA. PUNTA: Arma blanca. “Prestame una punta". “Qué mano de lata la que le dieron ".
CHIRRETE: El que tira (mete) de todo; bazuca, alcohol, marihuana, pegante, etc.
LOQUERA: Mucha droga y alcohol encima.
FUETE: Arma de fuego. “Te vas hacer dar fuete".
CHARANGO: Changón.
PALA: Un Changón de doce cápsulas. (En los famosos años sesenta se llamaba así a un cuchillo grande... 'Nada qué ver').
AFORAO: Estar bien provisto de todo.
CHIMBA: Bacano, divertido. “Qué repisas tan chimbas".
REPISAS: Tetas.
COCODRILO: Mujer fea. “Está muy buena pa’ pegarle un susto a las güevas ".
FARISEO. TORCIDO. DOBLADO: Traidor, tránsfuga.
SUAVE: Poco, despacio. “Suave con el chorro ".
BLUYINIAR: Es masturbarse una parejita, abrazándose y frotándose por encima de la ropa. “Anoche nos fuimos de bluyiniada ".
GONORREA: Palabra asquerosa, pero justa y precisa para referirse a personas, situaciones o cosas, como dicha enfermedad, igualmente asquerosas.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Navidades en cinemascope - Fernando Cuartas



Navidades en cinemascope

La noche es majestuosa, hay lleno completo en la sala
se hace oscuridad total y suena música de fondo
En las pantalla se ven tres pastores, una estrella y un buey
faltan otros seres, no han llagado
hay un rio semiseco, unas piedras con vidrios
un cohete de plástico, una montaña de papel
el desierto parece de Fellini, puro aserrín y sombras de colores
la cueva es muy Buñuel, una grieta o una zanja,
una mujer desnuda y un niño con unos clavos gigantes en las manos
Hay un farol o una lámpara desde el sitio que me encuentro no se ve bien
esa luminaria es un ojo que simula a un dios
cuelgan de sus barbas alas de murciélago y un ángel loco se ríe del Belén
Tal como se ve es Almodóvar
y del otro lado se puede presentir a Passolini pensando en la Pasión con san Mateo
apenas nace un mito y ya se piensa en la crucifixión, cuestiones de mercadeo tal vez.
No hay moscas, ni alambres de teléfono, ni gatos ni duendes, ni perros
en el cine los pesebres se hacen con cartones y el paraíso es un apagón de luz
algunas crispetas y un beso...
Vuelve y aparece el celador del teatro, nos dice:
aquí no se puede quitarle los calzones a las santas
nos sonrojamos, nos sentimos impudicos, salimos ruborizados
se acabó el cine
estábamos como el niño dios, entre tristes y dulces pajas
casi agotados, jadeantes y con fiebre en los ojos
nos alejamos del pesebre
ahora huimos como José y María a un Egipto hipotético
no queremos que nos siga Herodes y nos mate la pasión que tenemos por dentro.
Aleluya, aleluya..
Un Villancico suena, se vende Cocaína
una novena se deja escuchar, no es la de Beethoven
hay un asalto de marihuana
una pareja se aleja del teatro de operaciones
la Navidad ha comenzado.
feliz navidad en cinemascope

miércoles, 2 de diciembre de 2009

La casa de Prado - John Galán Casanova



La casa de Prado


Enero.
La puerta plegadiza,
el corto corredor,
la larga cartelera de teléfonos.
El cuarto de clausura,
la cama escritorio,
la pequeña ventana en la ducha.

El lavadero enrejado,
el cielo enrejado,
el gran paisaje tras el muro.
Eternidad del día,
continuidad de las campanas,
la Virgen suspendida en la cúspide.

Las escaleras, la reja, el candado,
aire libre,
sueño de hamacas en los balcones,
normalidad en las salas desiertas
(de vez en cuando una avioneta cae).

El Centro, el Metro,
los peones vistos desde las torres.
El recluso contemporáneo,
lo que piensas, lo que se te escapa,
lo lacerante utópico concreto.

Los del primer piso,
instantáneas de la familia colombiana:
el sordo llanto, la ira,
los portazos, los trancazos a los objetos.

El bombillo de la cocina, cucarachas,
el émbolo roto de la licuadora,
las mañanas, el cuchillo negro.
¿Existe vida después de los treinta?
Kurt Cobain niño,
Andrés Caicedo con una mano en el sexo.



La mesa inexistente,
la máquina de escribir rock, poesía
y otras contradicciones.
La inconciencia,
la picaresca del talento nacional.
Spanglish, radioactiva,
80% del tiempo no entiendes la letra.
Generación X:
¿Chavo del ocho o mayo del 68?

El pasado, el robo, anonimato,
ser de puertas para adentro.
La supervivencia,
la violencia allá afuera,
aquí abajo
(la niña grita a la madre
que no golpee
al hermano).

Prado Centro,
estruendo de buses,
calles en declive,
niños genios en patines
descienden contra el viento.

Ola despedida,
oh la despedida,
estas palabras hoy le dedicas.
Hace falta salir a recorrer mundo,
compatriotas monolingüistas

Las maletas, la mudanza, las cajas,
recoger el mar de la pieza,
la vida colcha de retazos.

La puerta plegadiza,
espíritu de escalera,
pendiente del afecto.

Enero - diciembre,
la voz calla,
la tensa, la voluble.
Cierro el calendario.
Laberinto desovado.

3 poemas de José Libardo Porras



Retrato de mi amada

Mi amada no espera de mí que gane dinero y trepe: prefiere esa otra forma de ascensión que es como subir a
las terrazas de la infancia, como hundirse en un
sueño.
Mi amada es una nave enorme de maderas resinosas en la cual me he embarcado con los animales mansos y bravíos
de mi sangre, con mis pertenencias.
Como un cuervo he volado fuera de ella, pero no he hallado donde posarme;
como una paloma he volado fuera de ella, pero no he hallado donde posarme.


Un granero embrujado es mi amada: cuanto más devoro su trigo magnífico más crece mi hambre y el grano más se
multiplica;
su cuerpo siempre incendiado me entrega una música inaudible: en su silencio, como en los rieles, escucho al tren
que nunca llega.
Donde posa su mano se abre una herida de dolor dulce y lento, brota el agua, florece un canto.
Sal y azúcar, mi amada; comunión y ruptura.
Es cal y es arena.
Es como encender la luz. Es como encender las tinieblas.

Abro muy bien los ojos; me gusta verla por fuera.
El verla por dentro lo dejo para cuando no estamos juntos o yo estoy dormido.


En casa

Madre: al anochecer llego a preparar la cena.
El pan es arena en la pared de mi garganta;
arena enturbia mi vino; arena en mi agua.

Fuera es invierno y llueve hoy, madre.
Llueve en mí.
Ninguna voz apaga la voz de la lluvia en mí
y ya he memorizado mis casetes y mis libros.

Tengo una historia que contar, madre,
y no timbra el teléfono; ni el casero
llama a mi puerta.
Si intento escribir me sale arena.
No polvo ni barro: árida y áspera arena.

Madre,
enséñame a hablar con Dios:
tú conoces
su idioma.


Cuidado del cuerpo

Tras el nacimiento sólo te dejaron el cuerpo.
Cuídalo. No es más precioso que el oro.

Protege sus bordes. Una mano torpe puede dejarlo como a un santo de iglesia pobre.
Los bordes del cuerpo son lo más delicado por ser lo más profundo.


Frótalo con mirra y benjuí.
Dale a tu cuerpo lo más rico y más sabroso.

Asegúrate de que el viento que roce tu cuerpo sea cálido.
Que te abrasen los brazos que te abrazan.
Un cuerpo envuelto en frío florece moscas y gusanos. Por voluntad no hagas nada contra tu cuerpo.
Él tiene un animal propio, insomne, que desde adentro siempre está devorándolo.

El Demonio de la Peste - Howard P. Lovecraft


Jamás olvidaré aquel espantoso verano, hace dieciséis años, en que, como un demonio maligno proveniente desde las moradas de Eblis, se propagó el tifus solapadamente por toda Arkham. Muchos recuerdan ese año por dicho azote satánico, ya que un auténtico terror se cernió con membranosas alas sobre los ataúdes amontonados en el cementerio de la Iglesia de Cristo; sin embargo, hay un horror mayor aún que data de esa época: un horror que sólo yo conozco, ahora que Herbert West ya no está en este mundo. West y yo hacíamos trabajo de postgraduación en el curso de verano de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic, y mi amigo había adquirido gran notoriedad debido a sus experimentos encaminados a la revivificación de los muertos. Tras la matanza científica de innumerables bestezuelas, la monstruosa labor quedó suspendida aparentemente por orden de nuestro escéptico decano, el doctor Allan Halsey; pero West siguió realizando ciertas pruebas secretas en la sórdida pensión donde vivía, y en una terrible e inolvidable ocasión se apoderó de un cuerpo humano de la fosa común, transportándolo a una granja situada a otro lado de Meadow Hill. Yo estuve con él en aquella ocasión, y le vi inyectar en las venas exánimes el elixir que según él, restablecería en cierto modo los procesos químicos y físicos. El experimento concluyó horriblemente en un delirio de terror que poco a poco llegamos a atribuir a nuestros nervios sobreexcitados, y West ya no fue capaz de librarse de la enloquecedora sensación que le seguían y perseguían. El cadáver no estaba lo bastante fresco; es evidente que para restablecer las condiciones mentales normales, el cadáver debe ser verdaderamente fresco; por otra parte, el incendio de la vieja casa nos impidió enterrar el ejemplar. Habría sido preferible tener la seguridad que estaba bajo tierra. Después de esa experiencia, West abandonó sus investigaciones durante algún tiempo; pero lentamente recobró su celo de científico nato, y volvió a importunar a los profesores de la Facultad pidiéndoles permiso para utilizar la sala de disección, y ejemplares humanos frescos para el trabajo que él consideraba tan tremendamente importante. Pero sus súplicas fueron completamente inútiles, ya que la decisión del doctor Halsey fue inflexible, y todos los demás profesores apoyaron el veredicto de su superior. En la teoría fundamental de la reanimación no veían sino extravagancias inmaduras de un joven entusiasta cuyo cuerpo delgado, cabello amarillo, ojos azules y miopes, y suave voz no hacían sospechar el poder supranormal casi diabólico del cerebro que albergaba en su interior. Aún lo veo como era entonces y me estremezco. Su cara se volvió más severa, aunque no más vieja. Y ahora Sefton carga con la desgracia, y West ha desaparecido. West chocó desagradablemente con el Doctor Halsey casi al final de nuestro ultimo año de carrera, en una disputa que le reportó menos prestigio a él que al bondadoso decano en lo que a cortesía se refiere. Afirmaba que este hombre se mostraba innecesaria e irracionalmente terco, ante una obra que deseaba comenzar mientras aún tenía la oportunidad de disponer de las excepcionales instalaciones de la facultad. El que los profesores, apegados a la tradición ignorasen los singulares resultados obtenidos en animales, y persistiesen en negar la posibilidad de reanimación, era indeciblemente indignante, y casi incomprensible para un joven del temperamento lógico de West. Sólo una mayor madurez podía ayudarle a entender las limitaciones mentales crónicas del tipo «doctor-profesor», producto de generaciones de puritanos mediocres, bondadosos, conscientes, afables, y corteses, a veces, pero siempre rígidos, intolerantes, esclavos de las costumbres y carentes de perspectivas. El tiempo es más caritativo con estas personas incompletas aunque de alma grande, cuyo defecto fundamental, en realidad, es la timidez, y las cuales reciben finalmente el castigo de la irrisión general por sus pecados intelectuales: su ptolomeísmo, su calvinismo, su antidarwinismo, su antinietzaheísmo, y por toda clase de sabbatarinanismo y leyes suntuarias que practican. West, joven a pesar de sus maravillosos conocimientos científicos, tenía escasa paciencia con el buen doctor Halsey y sus eruditos colegas, y alimentaba un rencor cada vez más grande, acompañado de un deseo por demostrar la veracidad de sus teorías a estas obtusas dignidades de alguna forma impresionante y dramática. Y como la mayoría de los jóvenes, se entregaban a complicados sueños de venganza, de triunfo y de magnánima indulgencia final. Y entonces surgió el azote, sarcástico y letal, de las cavernas pesadillescas del Tártaro. West y yo nos habíamos graduado cuando empezó, aunque seguíamos en la Facultad, realizando un trabajo adicional del curso de verano, de forma que aún estábamos en Arkham cuando se desató con furia demoníaca en toda la ciudad. Aunque todavía no estábamos autorizados para ejercer, teníamos nuestro título, y nos vimos frenéticamente requeridos a incorporarnos al servicio público, al aumentar él número de los afectados. La situación se hizo casi incontrolable, y las defunciones se producían con demasiada frecuencia para que las empresas funerarias de la localidad pudieran ocuparse satisfactoriamente de ellas. Los entierros se efectuaban en rápida sucesión, sin preparación alguna, y hasta el cementerio de la Iglesia de Cristo estaba atestado de ataúdes con muertos sin embalsamar. Esta circunstancia no dejó de tener su efecto en West, que a menudo pensaba en la ironía de la situación: tantísimos ejemplares frescos, y sin embargo, ¡ninguno servía para sus investigaciones! Estábamos tremendamente abrumados de trabajo, y una terrible tensión mental y nerviosa sumía a mi amigo en morbosas reflexiones. Pero los afables enemigos de West no estaban enfrascados en agobiantes deberes. La Facultad fue cerrada, y todos los doctores adscritos a ella colaboraban en la lucha contra la epidemia de tifus. El doctor Halsey, sobre todo, se distinguía por su abnegación, dedicando toda su enorme capacidad, con sincera energía, a los casos que muchos otros evitaban por el riesgo que representaban, o por juzgarlos desesperados. Antes de terminar el mes, el valeroso decano se había convertido en héroe popular aunque él no parecía tener conciencia de su fama, y se esforzaba en evitar el desmoronamiento por cansancio físico y agotamiento nervioso. West no podía menos que admirar la fortaleza de su enemigo; pero precisamente por esto estaba aún más decidido a demostrarle la verdad de sus asombrosas teorías. Una noche, aprovechando la desorganización que reinaba en el trabajo de la Facultad y las normas sanitarias municipales, se las arregló para introducir en forma camuflada el cuerpo de un recién fallecido en la sala de disección, y le inyectó en mi presencia una nueva variante de su solución. El cadáver abrió efectivamente los ojos, aunque se limitó a fijarlos en el techo con expresión de paralizado horror, antes de caer en una inercia de la que nada fue capaz de sacarlo, West dijo que no era lo suficientemente fresco; el aire caliente del verano no beneficia los cadáveres. Esa vez estuvieron a punto de sorprendernos antes de incinerar los despojos, y West no consideró aconsejable repetir esta utilización indebida del laboratorio de la Facultad. El apogeo de la epidemia tuvo lugar en agosto. West y yo estuvimos a punto de sucumbir, en cuanto al doctor Halsey falleció el día catorce. Todos los estudiantes asistieron a su precipitado funeral el día quince, y compraron una impresionante corona, aunque casi la ahogaban los testimonios enviados por los ciudadanos acomodados de Arkham y las propias autoridades del municipio. Fue casi un acontecimiento público, dado que el decano fue un verdadero benefactor para la ciudad. Después del sepelio, nos quedamos bastantes deprimidos, y pasamos la tarde en el bar de la Comercial House, donde West, aunque afectado por la muerte de su principal adversario, nos hizo estremecer a todos hablándonos de sus notables teorías. Al oscurecerse, la mayoría de los estudiantes regresaron a sus casas o se incorporaron a sus diversas ocupaciones; pero West me convenció para que lo ayudase a «sacar partida de la noche». La patrona de West nos vio entrar en la habitación alrededor de las dos de la madrugada, acompañados de un tercer hombre, y le contó a su marido que se notaba que habíamos cenado y bebido demasiado bien. Aparentemente, la avinagrada patrona tenía razón; pues hacia las tres, la casa entera se despertó con los gritos procedentes de la habitación de West, cuya puerta tuvieron que echar abajo para encontrarnos a los dos inconscientes, tendidos en la alfombra manchada de sangre, golpeados, arañados y magullados, con trozos de frascos e instrumentos esparcidos a nuestro alrededor. Sólo la ventana abierta revelaba que fue de nuestro asaltante, y muchos se preguntaron qué le ocurriría, después del tremendo salto que tuvo que dar desde el segundo piso al césped. Encontraron ciertas ropas extrañas en la habitación, pero cuando West volvió en sí, explicó que no pertenecían al desconocido, sino que eran muestras recogidas para su análisis bacteriológico, lo cual formaba parte de sus investigaciones sobre la transmisión de enfermedades infecciosas. Ordenó que las quemasen inmediatamente en la amplia chimenea. Ante la policía, declaramos ignorar por completo la identidad del hombre que estuvo con nosotros. West explicó con nerviosismo que se trataba de un extranjero afable al que habíamos conocido en un bar de la ciudad que no recordábamos. Habíamos pasado un rato algo alegres y West y yo no queríamos que detuviesen a nuestro belicoso compañero. Esa misma noche presenciamos el comienzo del segundo horror de Arkham; horror que, para mí, iba a eclipsar a la misma epidemia. El cementerio de la iglesia de Cristo fue escenario de un horrible asesinato; un vigilante fue muerto a arañazos, no sólo de manera indescriptiblemente espantosa, sino que había dudas que el agresor fuese un ser humano. La víctima había sido vista con vida bastante después de la medianoche, descubriéndose el incalificable hecho al amanecer. Se interrogó al director de un circo instalado en el vecino pueblo de Bolton, pero éste juró que ninguno de sus animales había escapado de su jaula. Quienes encontraron el cadáver observaron un rastro de sangre que conducía a una tumba reciente, en cuyo cemento había un pequeño charco rojo, justo delante de la entrada. Otro rastro más pequeño se alejaba en dirección al bosque; pero se perdía en seguida. A la noche siguiente, los demonios danzaron sobre los tejados de Arkham, y una desenfrenada locura aulló en el viento. Por la enfebrecida ciudad anduvo suelta una maldición, de la que unos dijeron que era más grande que la peste, y otros murmuraban que era el espíritu encarnado del mismo mal. Un ser abominable penetró en ocho casas sembrando la muerte roja a su paso..., dejando atrás el mudo y sádico monstruo un total de diecisiete cadáveres, y huyendo después. Algunas personas que llegaron a verle en la oscuridad dijeron que era blanco y como un mono malformado o monstruo antropomorfo. No dejó entero a ninguno de cuantos atacó, ya que a veces sintió hambre. El número de víctimas ascendía a catorce; a las otras tres las encontró ya muertas al irrumpir en sus casas, víctimas de la enfermedad.La tercera noche, los frenéticos grupos dirigidos por la policía lograron capturarlo en una casa de Crane Street, cerca del campus universitario. Habían organizado la batida con toda minuciosidad, manteniéndose en contacto mediante puestos voluntarios de teléfono; y cuando alguien del distrito de la universidad informó que había oído arañar en una ventana cerrada, desplegaron inmediatamente la red. Debido a las precauciones y a la alarma general, no hubo más que otras dos víctimas, y la captura se efectuó sin más accidentes. La criatura fue detenida finalmente por una bala; aunque no acabó con su vida, y fue trasladada al hospital local, en medio del furor y la abominación generales, porque aquel ser había sido humano. Esto quedó claro, a pesar de sus ojos repugnantes, su mutismo simiesco, y su salvajismo demoníaco. Le vendaron la herida y trasladaron al manicomio de Sefton, donde estuvo golpeándose la cabeza contra las paredes de una celda acolchada durante dieciséis años, hasta un reciente accidente, a causa del cual escapó en circunstancias de las cuales a nadie le gusta hablar. Lo que más repugnó a quienes lo atraparon en Arkham fue que, al limpiarle la cara a la monstruosa criatura, observaron en ella una semejanza increíble y burlesca con un mártir sabio y abnegado al que habían enterrado hacia tres días: el difunto doctor Allan Halsey, benefactor público y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic. Para el desaparecido Herbert West, y para mí, la repugnancia y el horror fueron indecibles. Aún me estremezco, esta noche, mientras pienso en todo ello, y tiemblo más aún de lo que temblé aquella mañana en que West murmuró entre sus vendajes: ¡Maldita sea, no estaba bastante fresco!

martes, 1 de diciembre de 2009

2 poemas de Robinson Quintero Ossa



TRABAJAN TANTO LOS CARPINTEROS
DE ATAÚDES EN MI PAÍS

A mañana y tarde
en día laboral y festivo
sin vísperas
miden
trazan
cortan

Sin importar para quién
sin importar si es el propio
cofres lisos
unos
y ásperos
otros

Como peones a la orden
del más severo Señor
taponan
pulen
y empañetan
a prisa

En las noches oímos
sus garlopas que alisan
tabla a tabla
sus martillos que oprimen
clavo
a clavo

Con las manos llenas de polvo
con los rostros sucios de aserrín
cantan:
¿son más los de arriba?
¿Son más
los de abajo?

De sol a sol trabajan
los carpinteros de ataúdes
en mi país



ALTO AHÍ

El amor es un atracador
No sabes en qué momento te asalta
ni en qué lugar
ni de qué modo
ni con qué porqués

El amor es un atracador
y sabes que no pide la bolsa
sino la vida
No se conforma
con cosas de valía
el amor

Y desconoces si lo volverás a ver
Y desconoces si te devolverá lo hurtado
Agazapado en la sombra
está el ladrón
que te asaltará la vida

FUE UN SUEÑO - Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893)


¿POR QUÉ SE ama? ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre en los labios... un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como una plegaria.Voy a contaros nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos tan absolutamente envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella, que no me importaba ya si era de día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en este nuestro antiguo mundo.Y luego ella murió. ¿Cómo? No lo sé; hace tiempo que no sé nada. Pero una noche llegó a casa muy mojada, porque estaba lloviendo intensamente, y al día siguiente tosía, y tosió durante una semana, y tuvo que guardar cama. No recuerdo ahora lo que ocurrió, pero los médicos llegaron, escribieron y se marcharon. Se compraron medicinas, y algunas mujeres se las hicieron beber. Sus manos estaban muy calientes, sus sienes ardían y sus ojos estaban brillantes y tristes. Cuando yo le hablaba me contestaba, pero no recuerdo lo que decíamos. ¡Lo he olvidado todo, todo, todo! Ella murió, y recuerdo perfectamente su leve, débil suspiro. La enfermera dijo: ?¡Ah!? ¡y yo comprendí! ¡Y yo comprendí!Me consultaron acerca del entierro pero no recuerdo nada de lo que dijeron, aunque sí recuerdo el ataúd y el sonido del martillo cuando clavaban la tapa, encerrándola a ella dentro. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Dios mío!¡Ella estaba enterrada! ¡Enterrada! ¡Ella! ¡En aquel agujero! Vinieron algunas personas... mujeres amigas. Me marché de allí corriendo. Corrí y luego anduve a través de las calles, regresé a casa y al día siguiente emprendí un viaje.Ayer regresé a París, y cuando vi de nuevo mi habitación ?nuestra habitación, nuestra cama, nuestros muebles, todo lo que queda de la vida de un ser humano después de su muerte?, me invadió tal oleada de nostalgia y de pesar, que sentí deseos de abrir la ventana y de arrojarme a la calle. No podía permanecer ya entre aquellas cosas, entre aquellas paredes que la habían encerrado y la habían cogijado, que conservaban un millar de átomos de ella, de su piel y de su aliento, en sus imperceptibles grietas. Cogí mi sombrero para marcharme, y antes de llegar a la puerta pasé junto al gran espejo del vestíbulo, el espejo que ella había colocado allí para poder contemplarse todos los días de la cabeza a los pies, en el momento de salir, para ver si lo que llevaba le caía bien, y era lindo, desde sus pequeños zapatos hasta su sombrero.Me detuve delante de aquel espejo en el cual se había contemplado ella tantas veces... tantas veces, tantas veces, que el espejo tendría que haber conservado su imagen. Estaba allí de pie, temblando, con los ojos clavados en el cristal ?en aquel liso, enorme, vacío cristal? que la había contenido por entero y la había poseído tanto como yo, tanto como mis apasionadas miradas. Sentí como si amara a aquel cristal. Lo toqué; estaba frío. ¡Oh, el recuerdo! ¡Triste espejo, ardiente espejo, horrible espejo, que haces sufrir tales tormentos a los hombres! ¡Dichoso el hombre cuyo corazón olvida todo lo que ha contenido, todo lo que ha pasado delante de él, todo lo que se ha mirado a sí mismo en él o ha sido reflejado en su afecto, en su amor! ¡Cuánto sufro!Me marché sin saberlo, sin desearlo, hacia el cementerio. Encontré su sencilla tumba, una cruz de mármol blanco, con esta breve inscripción:«Amó, fue amada, y murió.»¡Ella está ahí debajo, descompuesta! ¡Qué horrible! Sollocé con la frente apoyada en el suelo, y permanecí allí mucho tiempo, mucho tiempo. Luego vi que estaba oscureciendo, y un extraño y loco deseo, el deseo de un amante desesperado, me invadió. Deseé pasar la noche, la última noche, llorando sobre su tumba. Pero podían verme y echarme del cementerio. ¿Qué hacer? Buscando una solución, me puse en pie y empecé a vagabundear por aquella ciudad de la muerte. Anduve y anduve. Qué pequeña es esta ciudad comparada con la otra, la ciudad en la cual vivimos. Y, sin embargo, no son muchos más numerosos los muertos que los vivos. Nosotros necesitamos grandes casas, anchas calles y mucho espacio para las cuatro generaciones que ven la luz del día al mismo tiempo, beber agua del manantial y vino de las vides, y comer pan de las llanuras.¡Y para todas estas generaciones de los muertos, para todos los muertos que nos han precedido, aquí no hay apenas nada, apenas nada! La tierra se los lleva, y el olvido los borra. ¡Adiós!Al final del cementerio, me di cuenta repentinamente de que estaba en la parte más antigua, donde los que murieron hace tiempo están mezclados con la tierra, donde las propias cruces están podridas, donde posiblemente enterrarán a los que lleguen mañana. Está llena de rosales que nadie ciuda, de altos y oscuros cipreses; un triste y hermoso jardín alimentado con carne humana.Yo estaba solo, completamente solo. De modo que me acurruqué debajo de un árbol y me escondí entre las frondosas y sombrías ramas. Esperé, agarrándome al tronco como un náufrago se agarra a una tabla.Cuando la luz diurna desapareció del todo, abandoné el refugio y eché a andar suavemente, lentamente, silenciosamente, hacia aquel terreno lleno de muertos. Anduve de un lado para otro, pero no conseguí encontrar de nuevo la tumba de mi amada. Avancé con los brazos extendidos, chocando contra las tumbas con mis manos, mis pies, mis rodillas, mi pecho, incluso con mi cabeza, sin conseguir encontrarla. Anduve a tientas como un ciego buscando su camino. Toqué las lápidas, las cruces, las verjas de hierro, las coronas de metal y las coronas de flores marchitas. Leí los nombres con mis dedos pasándolos por encima de las letras. ¡Qué noche! ¡Qué noche! ¡Y no pude encontrarla!No había luna. ¡Qué noche! Estaba asustado, terriblemente asustado, en aquellos angostos senderos entre dos hileras de tumbas. ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Tumbas! ¡Sólo Tumbas! A mi derecha, a la izquierda, delante de mí, a mi alrededor, en todas partes había tumbas. Me senté en una de ellas, ya que no podía seguir andando. Mis rodillas empezaron a doblarse. ¡Pude oír los latidos de mi corazón! Y oí algo más. ¿Qué? Un ruido confuso, indefinible. ¿Estaba el ruido en mi cabeza, en la impenetrable noche, o debajo de la misteriosa tierra, la tierra sembrada de cadáveres humanos? Miré a mi alrededor, pero no puedo decir cuánto tiempo permanecí allí. Estaba paralizado de terror, helado de espanto, dispuesto a morir.Súbitamente, tuve la impresión de que la losa de mármol sobre la cual estaba sentado se estaba moviendo. Se estaba moviendo, desde luego, como si alguien tratara de levantarla. Di un salto que me llevó hasta una tumba vecina, y vi, sí, vi claramente como se levantaba la losa sobre la cual estaba sentado. Luego apareció el muerto, un esqueleto desnudo, empujando la losa desde abajo con su encorvada espalda. Lo vi claramente, a pesar de que la noche estaba oscura. En la cruz pude leer:«Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Amó a su familia, fue bueno y honrado y murió en la gracia de Dios.»El muerto leyó también lo que había escrito en la lápida. Luego cogió una piedra del sendero, una piedra pequeña y puntiaguda, y empezó a rascar las letras con sumo cuidado. Las borró lentamente, y con las cuencas de sus ojos contempló el lugar donde habían estado grabadas. A continuación con la punta del hueso de lo que había sido su dedo índice, escribió en letras luminosas, como las líneas que los chiquillos trazan en las paredes con una piedra de fósforo:«Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Mató a su padre a disgustos, porque deseaba heredar su fortuna; torturó a su esposa, atormentó a sus hijos, engañó a sus vecinos, robó todo lo que pudo, y murió en pecado mortal.»Cuando hubo terminado de escribir, el muerto se quedó inmóvil, contemplando su obra. Al mirar a mi alrededor vi que todas las tumbas estaban abiertas, que todos los muertos habían salido de ellas y que todos habían borrado las líneas que sus parientes habían grabado en las lápidas, sustituyéndolas por la verdad. Y vi que todos habían sido atormentadores de sus vecinos, maliciosos, deshonestos, hipócritas, embusteros, ruines, calumniadores, envidiosos; que habían robado, engañado, y habían cometido los peores delitos; aquellos buenos padres, aquellas fieles esposas, aquellos hijos devotos, aquellas hijas castas, aquellos honrados comerciantes, aquellos hombres y mujeres que fueron llamados irreprochables. Todos ellos estaban escribiendo al mismo tiempo la verdad, la terrible y sagrada verdad, la cual todo el mundo ignoraba, o fingía ignorar, mientras estaban vivos.Pensé que también ella había escrito algo en su tumba. Y ahora, corriendo sin miedo entre los ataúdes medio abiertos, entre los cadáveres y esqueletos, fui hacia ella, convencido que la encontraría inmediatamente. La reconocí al instante sin ver su rostro, el cual estaba cubierto por un velo negro; y en la cruz de mármol donde poco antes había leído:«Amó, fue amada, y murió.» Ahora leí:«Habiendo salido un día de lluvia para engañar a su amante, pilló una pulmonía y murió.»Parece que me encontraron al romper el día, tendido sobre la tumba, sin conocimiento.