sábado, 31 de diciembre de 2011

Aqui estoy yo con mi son - Frankie Hernandez


jueves, 29 de diciembre de 2011

Aforismos de Flaubert en las cartas a Louise Colet - Selección: Elsy Rosas Crespo




¡Si me hubieras amado a los diecisiete años, qué cretino sería ahora! La feliclidad es como la sífilis: si se contrae demasiado joven, puede estropear completamente el temperamento.



Un polvo dura un minuto, y lo has deseado durante meses.

La felicidad es una mentira cuya búsqueda causa todas las calamidades de la vida.

Ser tonto, egoísta y tener buena salud, son las tres condiciones requeridas para ser feliz.

Más que galopar, Pegaso suele ir al paso. Todo el talento consiste en tomar el ritmo que uno quiere.

Las mujeres confunden el culo con el corazón y creen que la luna está hecha para alumbrar su cuarto.

Yo soy un arabesco de marquetería; hay trozos de marfil, de oro y de hierro; los hay de cartón pintado; los hay de diamante; los hay de hoja de lata.

Al amor le pusieron una venda, pues resultaba embarazoso representar sus ojos. Habría sido algo demasiado feo. Lleva tanto tiempo llorando que han de estar rojos.

Hay que poner el corazón en el arte, la inteligencia en el comercio del mundo, el cuerpo allá donde se encuentre bien, la bolsa en el bolsillo y la esperanza en parte alguna.

No hay un cretino que no haya soñado ser un gran hombre, ni un burro que, al contemplarse en el arroyo junto al que pasaba, no se mirara con placer, encontrándose aires de caballo.

Siempre soy sincero, y no puedes acusarme de haber mentido ni fingido un solo minuto, pues desde la primera hora, desde la primera palabra, dije todo eso; desde el bautismo anuncié el entierro.

Ya he sido amado antes, y mucho, aunque soy de esos seres a los que se olvida pronto, más aptos para hacer nacer la emoción que para hacerla durar. Siempre me quieren un poco como algo raro.

Comprendo como cualquier otro lo que debe de experimentarse viendo dormir a un hijo. Yo no habría sido mal padre; pero ¿para qué hacer salir de la nada lo que duerme? Hacer venir a un ser es traer a un desdichado.

Todo el talento de escribir no consiste, después de todo, más que en la elección de las palabras. La precisión es la que hace la fuerza. En estilo es como en música: lo más hermoso y lo más raro que hay es la pureza del sonido.

Lo que a mí me parece lo más elevado del Arte (y lo más difícil) no es hacer reir ni llorar, ni poner cachondo o enfurecer, sino obrar al modo de la naturaleza, es decir, hacer soñar. Por eso las obras más hermosas poseen ese carácter. Son serenas de aspecto e incomprensibles.

El amor no está, y no debe estar, en el primer plano de la vida; debe quedarse en la trastienda. Hay otras cosas antes que él, en el alma, que están, creo, más cerca de la luz, más próximas al sol. Conque, si tomas el amor como plato fuerte de la vida: no. Como condimento: sí.



¿Por qué no amarnos como debe uno amarse cuando tiene inteligencia? ¿Por qué no disfrutar simplemente del placer de estar juntos, buscarlo, escribírnoslo de vez en cuando, vernos con el rostro risueño y el corazón abierto, y que todo quede ahí? No merece la pena el no ser perfectos imbéciles, si es para vivir como locos. Cuando se quiere que un río corra más aprisa, se estrecha, se hace más profundo, pero sus aguas son turbias. Cuando se suena uno demasiado fuerte, se sangra. Cuando se zambulle uno demasiado hondo, se rompe la cabeza. Cuando se ama irracionalmente, se sufre desmesuradamente.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Cuando la gordura perdió su buen nombre - Georges Vigarello


Algunos datos y desmentidos pintorescos: la gordura perdió su buen nombre en el siglo XIV, el último de grandes hambrunas en Europa; las órdenes mendicantes fueron los primeros propagandistas contra la obesidad; la costumbre de pesar el cuerpo humano se implantó en el siglo XIX; a los contemporáneos de Pedro Pablo Rubens, las modelos del pintor flamenco tampoco les parecían muy 'normales' (esas comillas, por favor)... Son anécdotas que proceden de 'La metamorfosis de la grasa' (Editorial Península), ensayo del historiador francés Georges Vigarello, libro que se explica mejor por su subtítulo: 'Historia de la obesidad'.
Porque, más allá de las anécdotas, el ensayo tiene una sustancia: la aparición y la evolución del estigma social que ha caído sobre los obesos, y, en paralelo, la historia de su percepción y tratamiento médico, su representación artística y su presencia en la 'cultura popular'. Cinco extractos del ensayo ilustran esa evolución:

Reproches mutantes

"Las críticas [a la obesidad] se vuelven más psicológicas cuando se acentúa el individualismo de las sociedades, cuando se proclama la autonomía o la afirmación del yo. Los 'fracasos' son entonces más íntimos, más afectivos. De ahí que, en el siglo XVIII, las corpulentas anatomías de los individuos de las regiones del norte se asocien a la 'apatía', o que, en las descripciones presociológicas de la literatura romántica (por ejemplo, la del atormentado 'gordo y triste que describe Granville en 'Les petites misères de la vie humaine', en 1843) se asocie el 'egoísmo' al 'gordo'. [...] A finales del siglo XIX, Manuel Leven inauguró una larga tradición de tratados donde se asociaba la obesidad con la neurosis".

Baja Edad Media

"De pronto [en la Baja Edad Media], también se exige mayor sutileza al cuerpo femenino, que debe ser completamente distinto al masculino, tener los miembros delicados y frágiles y dirigir la mirada hacia lo alto más que hacia lo bajo; 'esbelta, robusta y erguida' es la doncella de Iván. En las descripciones de la época, el cuerpo femenino es más frágil y más delgado que el del varón, no obstante lo cual debe insinuar carnalidad, combinar el refinamiento con la carne tierna, la gracilidad con la exuberancia. 'En Francia, sólo a finales del siglo XIII comenzó a considerarse bella la cintura estrecha y una anchura de pecho razonable'".

Renacimiento

"[En el Renacimiento] la gordura física se convierte en una torpeza generalizada. El volumen se convertirá en 'lerdez', en inadaptación a un mundo donde la actividad cobrará un nuevo valor. Antes del Renacimiento, la debilidad no se había pasado por alto, ni se había ignorado la lentitud. Pero la mentalidad se fijaba más en la glotonería, en la gula. Su fijación eran los pecados capitales. Mientras que las preocupaciones de la modernidad son la indolencia y la eficacia. [...] La gordura ya no es más que una forma de decadencia que condena ineluctiblemente a la estigmatización y el rechazo".

Siglo XVIII

"De pronto [en la Ilustración], la crítica de la gordura se reorientó al poner el énfasis en la impotencia, la esterilidad y al centrarse en la falta vital hasta el extremo de estigmatizar por primera vez 'lo superfluo' de la civilización, el exceso de artificio y de agitación convertido en redundancia e inutilidad. Se trataba de una crítica que apuntaba a algo que en la época solía considerarse despreciable: la pérdida de sensibilidad. El gordo se convirtió así en un impotente".

En nuestro mundo

"Un fenómeno completamente nuevo caracteriza a la obesidad en nuestros días: se ha convertido en una epidemia, en una 'enfermedad' común muy extendida y perfectamente identificada. El obeso es un enfermo social, un estorbo caro, un individuo sin voluntad."
"[El obeso tiene] la inevitable sensación de estar desgarrado: siente su identidad quebrada y, al mismo tiempo constata la imposibilidad de recomponerla. El sujeto vive en un cuerpo que le traiciona".
"El impacto de la obesidad es inversamente proporcional al nivel de ingresos familiares. Lo cual subvierte el esquema 'burgués' según el cual la obesidad era específica de las clases dominantes".

jueves, 22 de diciembre de 2011

miércoles, 21 de diciembre de 2011



Diógenes de Sínope (400-323 a. C.)



DIÓGENES EL PERRO

Diógenes de Sínope (400-323 a. C.) es uno de los filósofos más simpáticos de todos los tiempos. Respecto a su muerte, circulan varias leyendas, entre las cuales merece la pena citar dos: la primera, fue inventada por alguno de sus enemigos que nos dice que un día que se encontró con unos perros que estaban peleándose por un pulpo, y Diógenes decidió que era tan bueno que se metió en la pelea y uno de los perros le mordió en el tendón de Aquiles y se murió. La otra dice que, llegado a viejo, pensó que ya era el momento de descansar, por lo que decidió contener la respiración hasta morir.

Diógenes defendió el cosmopolitismo, una idea ético-política que luego se extendió entre los estoicos romanos y que es el germen de todo proyecto civilizador, pues consiste en poner lo humano por encima de cualquier patria.

Una vez instalado en Atenas, resolvió dedicarse a cultivar su mente y eligió por maestro a Antístenes, un personaje estrambótico, con escasa vocación pedagógica.

El pensamiento de Diógenes es, por encima de todas las cosas, un pensamiento contrario al sentido común, esto es, a lo que piensa y hace la mayoría de la gente vulgar.

Diógenes sabía que el hombre es blando, débil y perverso por naturaleza y él mismo se sometía a un duro entrenamiento para vigorizarse y vencer la pereza natural. De modo que el naturalismo de nuestro amigo se limitaba a señalar la artificiosidad de muchas de nuestras convenciones; y que para ser feliz no se precisa una sobreabundancia de bienes externos.

Su mayor beneficio de la Filosofía era el sentirse prevenido contra cualquier avatar de la fortuna.

Respecto a la muerte, supo mostrarse con la indiferencia que se le suponía a todos los buenos filósofos, y así, decía: “pues en nada es temible la muerte, que cuando se presente no es sentida”. En consecuencia, tampoco era muy religioso.

Llegó a venderse a sí mismo en varias ocasiones como esclavo, para agarrar algún dinero y repartirlo entre las prostitutas más alegres de Atenas.

Pese a que nuca dejó de incordiar a los atenienses, el día en que murió, todos sintieron su falta en la ciudad. Con ello reconocían lo que hoy sabemos todos: que Diógenes fue un personaje que impregnó la vida ateniense de un profundo sentido de la ética; imprimió un giro divertido a la Filosofía; supo no ceder ante ninguna tibieza y mostrarse siempre radical y certero en sus planteamientos; jamás se doblegó ante el poder ni ante el dinero; nos enseñó que no hay mas riqueza que la alegría y la jovialidad; supo descubrir la dicha que se esconde tras las cosas más sencillas, y dejó un lección inmensa: que quien sea fuerte, se mantendrá siempre libre, aun en medio de la esclavitud.

viernes, 16 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

LA SIMPLICIDAD - Henri Michaux




Lo que ha faltado sobre todo hasta el presente a mi vida, ha sido simplicidad. Poco a poco comienzo a cambiar.

Ahora, por ejemplo, siempre que salgo, llevo mi cama conmigo, y cuando una mujer me agrada, la tomo y me acuesto con ella al instante.

Si sus orejas o su nariz son feas y grandes, se las quito juntamente con la ropa y las pongo debajo de la cama. Allí las encontrará ella al partir. Sólo guardo lo que me agrada.

Si su ropa interior ganara al ser cambiada, la cambio en seguida. Ese será mi regalo.

Si entretanto veo a otra mujer más agradable que pasa, me excuso ante la primera y la hago desaparecer inmediatamente.

Personas que me conocen sostienen que no soy capaz de hacer eso que digo; que no tengo suficiente temperamento para ello. Yo también lo creía así, pero era porque no hacía todo como se me antojaba.

Ahora, paso siempre muy lindas tardes. (Por la mañana trabajo.)

sábado, 3 de diciembre de 2011

El teléfono público - Raúl Henao



Al mediodía acostumbraba sentarme en un solitario café del centro de la ciudad donde jamás vi a nadie mientras tomaba mi tinto diario, a no ser alguna persona hablando en el teléfono público, quiero decir, la misma persona: un hombre calvo, de baja estatura y traje oliva gastado.

Yo me divertía mirando los gestos disparatados que hacía en el teléfono y solía pensar que fuera quien fuera su interlocutor, esa conversación debería dejarlo completamente extenuado.

¿Cómo se las arreglaba el propietario de aquel café con tan poca clientela? ¿Conseguiría cubrir el costo diario del mencionado local? No dejaba de hacerme esa clase de preguntas sin encontrarles respuesta. Aunque a decir verdad, lo que me sacaba de quicio era el hombre del teléfono público... ¿Qué hacía allí, a esa hora precisamente? ¿Con quién hablaba? Ya eran demasiadas preguntas.

Más adelante, sin embargo, tuve la ocurrencia de asomarme al café a una hora desacostumbrada: todo estaba como lo dejara al mediodía y exactamente allí frente a mis ojos tenía al hombre calvo hablando por teléfono.

Confieso que de vuelta a mi apartamento me hallaba realmente perplejo y me vino a la cabeza la mala idea de permanecer en el café durante todo el transcurso del día siguiente.

Apenas despuntó la mañana, me apresuré a tomar el autobús y en un dos por tres estuve plantado delante del establecimiento que a pesar de lo temprano de la hora tenía sus puertas abiertas al público... Como lo imaginé adentro se encontraba el hombre calvo hablando por teléfono.

Siguiendo al pie de la letra el plan que me trazara con anterioridad, permanecía sentado el resto del día. Nadie asomó las narices en el entreacto y el hombre calvo continuó hablando desesperadamente a lo largo del día.

Comprendí que debía hacer algo si deseaba aclarar aquella molesta situación y mirando mecánicamente el reloj me aproximé al hombre del teléfono.

—Escuche amigo ¿No cree que ya es bastante? Nunca he podido hacer una sola llamada porque usted está siempre pegado a la bocina. ¿Qué diablos se trae, eh? ...Permítame el teléfono.

El hombre calvo se volvió hacia mí enjugándose el sudor que le corría por la frente con la manga de su camisa y esbozando un gesto de profundo alivio me pasó el auricular que tenía en la mano.

—Es completamente suyo, completamente suyo- exclamó, echando a correr al fondo de la calle.

—Vaya la clase de chiflados que tenemos últimamente en la ciudad —murmuré entre dientes, marcando a continuación un número cualquiera, más por justificar mi acción que por necesidad real de hacer la llamada. Y aunque había marcado el número de mi propia oficina no pude identificar la voz chillona que me contestó al otro extremo de la línea.

Entonces, excusándome, traté de colgar el teléfono, pero no pude hacerlo. De pronto, todo fue para mí de una claridad aterradora. Al otro lado, la voz chillona me decía:

—Le ha tocado el turno, ahora debe esperar que alguien le pida el teléfono para llamar a su vez.

***

Tomado del libro: Párrafos de aire, Primera antología del poema en prosa colombiano, de Fredy Yezzed, Editorial Universidad de Antioquia, 2010

viernes, 2 de diciembre de 2011

Else Lasker Schuler (Alemania)




Escucha


"Ultima canción a Giselheer"


Robo en las noches
Las rosas de tu boca,
Que ninguna mujer te beba.

La que te abraza
Me arranca lo que en mi sobrecogimiento
Pinté en torno a tus miembros.

Soy el borde de tu camino
La que te roza
cae desde lo alto.

¿Sientes mi vida entera
Por todas partes
Como orla distante?