domingo, 4 de mayo de 2014

Carlos Drummond de Andrade





Elegía 1938


Trabajas sin alegría para un mundo decadente,
Donde las formas y los actos no guardan ningún significado,
Practicas laboriosamente los gestos universales,
Sientes calor y frío, falta de dinero, hambre y deseo sexual.

Los héroes calman los parques de la ciudad donde te arrastras
Y pregonan la virtud, la renuncia, el valor, la reproducción.
De noche en la neblina, abren paraguas de bronce
O se acogen entre los libros de siniestras bibliotecas.

Amas la noche por el poder de aniquilamiento que encierra
Y sabes que, durmiendo los problemas te dispensan de morir.
Pero el terrible despertar comprueba la existencia de la gran máquina
Y te repone, tan pequeño, frente a palmeras indescifrables.

Caminas entre muertos y con ellos conversas
Sobre asuntos del tiempo futuro y negocios del espíritu.
La literatura ha estragado tus mejores horas de amor.
Y al teléfono perdiste el tiempo, el muchísimo tiempo de sembrar.

Corazón orgulloso, tienes prisa por confesar tu derrota
Y postergar para otro siglo la felicidad colectiva.
Aceptas la lluvia, la guerra, el desempleo y el injusto reparto
Porque no puedes, tú sólo, dinamitar la isla de Manhattan.


Bajo la Tormenta - Sergio George's Salsa Giants

jueves, 1 de mayo de 2014

Frankie Dante

Mala Sangre - Jean Nicolas Arthur Rimbaud (1854 – 1891)




Heredo de mis antepasados galos los ojos azul blancos, el juicio estrecho, y la torpeza en la lucha. Considero mi vestimenta tan bárbara como la suya. Pero no engraso mis cabellos.

Los galos fueron los desolladores de bestias, los incendiarios de hierbas más ineptos de su tiempo.

De ellos, heredo: la idolatría y el amor al sacrilegio; — ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, — magnífica, la lujuria; —y sobre todo mentira y pereza.

Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos plebe, innobles. La mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. — ¡Qué siglo de manos!— Yo nunca tendré mano. Además, la domesticidad lleva demasiado lejos. Me exaspera la honradez de la mendicidad. Los criminales repugnan como los castrados: en cuanto a mí, estoy intacto, y me da lo mismo.

¡Pero! ¿Quién hizo mi lengua tan pérfida como para que guiara y protegiera hasta ahora mi pereza? Sin servirme de mi cuerpo ni siquiera para vivir, y más ocioso que el sapo, he vivido en todas partes. No existe una familia de Europa que no conozca. —Hablo de familias como la mía, que lo deben todo a la declaración de los Derechos Humanos. — ¡He conocido cada hijo de familia!