martes, 28 de diciembre de 2010

Salvador Dalí




1. Los errores tienen casi siempre un carácter sagrado. Nunca intentéis corregirlos. Al contrario: lo que sigue es racionalizarlos, compenetrarse con ellos integralmente. Después, os será posible sublimarlos. Las preocupaciones geométricas tienden a la utopía y son poco propicias a la erección. De lo que, por otra parte, los geómetras no andan muy sobrados.


2. Todos tenemos hambre y sed de imágenes concretas. El arte abstracto habrá servido para eso: devolver su virginidad intacta al arte figurativo.


3. Si te niegas a estudiar la anatomía, el arte del dibujo y de la perspectiva, las matemáticas de la estética y la ciencia del color, permíteme decirte que eso es más un signo de pereza que de genialidad.


4. La envidia de otros pintores ha sido siempre el termómetro de mi éxito.


5. Mi técnica está tan avanzada que no puedo permitirme, ni siquiera en pensamiento, la broma de morirme. Ni siquiera de viejo. ¡Atrás el pelo blanco! ¡Atrás el pelo blanco!

lunes, 27 de diciembre de 2010

riders on the storm - The Doors

Aullido - WILLIAM CARLOS WILLIAMS




Cuando él era más joven y yo era más joven, conocí a Allen Ginsberg, joven poeta que vivía en Paterson, New Jersey, donde él —hijo de un conocido poeta— había nacido y crecido. Era de constitución frágil y estaba muy afectado por la forma en que la vida se había mostrado ante él en Nueva York, en los años que siguieron a la primera guerra mundial. Estaba siempre a punto de irse a alguna parte, no parecía importar dónde; me preocupaba, nunca pensé que fuera a vivir para crecer y escribir un libro de poemas. Su habilidad para sobrevivir, viajar y continuar escribiendo me deja atónito. El que haya seguido desarrollando y perfeccionando su arte no me resulta menos asombroso.
Ahora, quince o veinte años después, aparece con un poema impresionante. Según toda evidencia, ha estado, literalmente, en el infierno. Por el camino se encontró con un hombre llamado Carl Solomon, con el que compartió, entre los dientes y los excrementos de su vida, algo que no puede describirse más que con las palabras con las que él lo ha hecho. Es un alarido de derrota. Y no es en absoluto una derrota, ya que ha pasado por la derrota como si fuera una experiencia corriente, una experiencia trivial. Todo el mundo en esta vida es derrotado alguna vez, pero un hombre, si es un hombre, no es derrotado.
Es el poeta, Allen Ginsberg, el que ha pasado con su propio cuerpo a través de las horribles experiencias que describen la vida en estas páginas. Lo más asombroso de la cuestión no es el que haya sobrevivido, sino el que en las mismísimas profundidades haya encontrado un compañero al que poder amar, amor que canta en estos poemas sin apartar la vista. Podéis decir lo que queráis, pero nos demuestra que a pesar de las experiencias más degradantes que la vida puede ofrecer a un hombre, el espíritu del amor sobrevive para ennoblecer nuestras vidas, si tenemos la inteligencia, y el valor, y la fe, ¡y el arte! de perseverar.
Es la fe en el arte de la poesía la que ha ido de la mano de este hombre hasta su Gólgota desde aquel osario en todo punto semejante al de los judíos en la última guerra. Pero esto transcurre en nuestro propio país, una de nuestras más queridas guaridas. Estamos ciegos y vivimos nuestras ciegas vidas en total oscuridad. Los poetas están malditos, pero no están ciegos; ven con los ojos de los ángeles. Este poeta ve con toda lucidez los horrores, en los que participa en los detalles más íntimos de su poema. No elude nada sino que lo apura hasta las heces. Lo contiene. Lo reclama como suyo y, creemos, se ríe de ello y tiene el tiempo y la audacia de amar a un compañero de su elección y de dejar constancia de este amor en un buen poema. Remangaros las faldas, Señoras mías, vamos a atravesar el infierno.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidades siniestras - Gabriel García Márquez


Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.

Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.


Gabriel García Márquez

El País, Madrid, 24-12-1980

jueves, 23 de diciembre de 2010

Cadáver exquisito - Arví 2- Jesús Gómez & Walther Espinal


con el agua

los movimientos

de la vida


en la columna del

olvido

fluir de horas

y el frío natural

rondando


el sol sobre las aguas

la piedra para mi mano


como el humo

la tarde se deshace

Cadáver exquisito - La Asomadera 2- Jesús Gómez & Walther Espinal




este lunes
sin camisa
caliente
oscuro

el sol hace
arder el ojo

la mujer cruza
la muchacha
de senos erguidos

pendientes las
calles de la ciudad
se chorrean

yo me baño
en ellas
en las calles que se chorrean

seguramente mi corazón
revienta en una de ellas
y arde solo

todo pasa en el cerro La Asomadera

domingo, 19 de diciembre de 2010

Séneca - Gonzalo Soto



Que un texto sólo puede entenderse a partir de un contexto es una tesis que ha sido muy discutida; unos prescinden de toda contextualización; otros ponen el contexto económico o político o social e incluso humano que desarrolla el autor en su obra, para interpretar cualquiera de sus tesis.

Yo no creo que la obra de Lucio Anneo Séneca haya que contextualizarla en el sentido absoluto para entender sus planteamientos, pero necesariamente había unas mentalidades -se puede decir así- que rondaban en el siglo I en el que él vive. Fundamentalmente esa mentalidad tenía que ver con dos corrientes filosóficas: por una parte, el estoicismo y por otra parte, el epicureísmo.

Michel Foucault al final de sus días, ya enfermo, se consuela leyendo los textos de Séneca. Paul Veyne, el célebre estudioso de la cultura griega y romana, hace honor a Foucault, cuando muere, en una edición de la obra completa de Séneca en francés. El prólogo se titula Séneca y el estoicismo. Este es un lugar ya muy habitual y muy común; sin embargo, no creo que el filósofo latino pueda, sólo y nada más, adscribirse al estoicismo y ello se puede ver en Las cartas a Lucilio muy claro. Siempre en cada carta a Lucilio termina citando paradójicamente a Epicuro. En una expresión muy simpática dice que en última instancia él, Séneca, es un tránsfuga, que no está adscrito a ninguna idea y que lo importante no es decir esto lo dijo Cleantes o Crisipo o yo no sé quién a no sé quién, sino usted qué dice.

Por lo mismo, me parece a mí, que incluso la adscripción de Séneca al estoicismo es problemática desde el mismo Séneca, y que lo importante no es tanto conocer una tradición filosófica y adscribirse a ella, cuanto conocerla para transformarla e incluso destruirla. Hay una categoría en la obra de Séneca -y empleo una categoría muy problemática pero que a mí me ha ayudado un poco a adentrarme en este filósofo- y es la categoría deleuziana de deconstrucción. Séneca deconstruye el estoicismo. Séneca transforma el estoicismo, de alguna manera pone en diálogo el estoicismo con otras alternativas filosóficas. Y sobre todo le da palabra a su propio yo.

En ese contexto, lo que yo propongo como tesis interpretativa es cómo alguien formado en una tradición filosófica del estoicismo es capaz de dialogar con cualquier otra tradición filosófica y sobre todo tomar distancia de todas ellas.

De una de las cartas a Lucilio donde habla de las sentencias filosóficas cito un texto de la carta 33 sobre los aforismos filosóficos; al comentar cómo uno de todas maneras tiene que entrar en contacto con la tradición, sin embargo no es para repetirla como autoridad sino para repensarla y tomar distancia: "Leer a Zenón, a Cleantes, a Crisipo, a Paneso, a Posidonio... ¿Hasta cuándo te moverás a la voz de otros y no sacarás agua de tu propio pozo?". Con una metáfora muy retórica concluye: no debemos ser notarios, sino jueces de la filosofía.

El notario, ustedes saben, es el que repite; en cambio, el juez es el que juzga. Los dos escriben. Sólo que Séneca entiende por escritura no tanto la tarea de escribir, sino la tarea de moldear la vida, la tarea de escribir la vida, la tarea de ser uno mismo, la tarea de ocuparse de uno mismo, la tarea de cuidarse de uno mismo, de llegar a ser el que eres, la tarea de gozar la tragedia en medio del dolor, y esto no te lo puede indicar ni Cleantes ni Crisipo, ni nadie. Te lo tienes que crear tú mismo aunque hayas leído a Cleantes, a Crisipo o al que sea.

Conclusión: las autoridades no tienen sentido sino para tirarlas al cajón de la basura. Esta expresión es interesante, porque hay una práctica pedagógica a mi manera de ver que sólo se adscribe a citar las autoridades. Por lo tanto, la práctica se reduce a una ensalada de citas, ensalada de citas que ustedes ven en los ejercicios de todos los textos. Son las notas de pie de página, hasta tal punto que se cuestiona un texto cuando no tiene un cuerpo bibliográfico pesado y duro; tal vez en la escritura de Séneca, no es tanto dicho cuerpo pesado lo que le da el sentido al texto, sino lo que está arriesgándose a decir, inventar y crear. Bien, es la primera observación.

La segunda observación: Séneca no es Prometeo; yo no creo que haya vivido una vida prometeica; no creo que tampoco haya vivido una vida, en términos del mito griego, de Proteo. Proteo era un ser mitológico que se presentaba de múltiples rostros, de múltiples facetas. Séneca no tiene esa vida proteíca llena de facetas distintas, que unas veces se presenta de una manera y otras veces de otra. Tampoco creo que la vida de Séneca tenga que ver con su tragedia Medea, en todo el contexto del manejo trágico, del sentimiento trágico de la vida y del problema de la muerte. La vida de Séneca no fue tampoco la de los comunes mortales de la Roma del siglo I, ya que fue senador, participó activamente en el gobierno de Nerón, era un hombre riquísimo, a pesar de que hablaba bellamente de la pobreza, era un prestamista avaro, financió la campaña de conquista y colonización de Bretaña, que es hoy Inglaterra. Tenía unos viñedos excelentes hasta tal punto que los vinos de Séneca circulaban por todo el Imperio romano. Su casa de préstamo manejada por sus esclavos y libertos, donde obviamente hacía y deshacía, no le impedía hablar bondades inmensas de la pobreza y del sentido de la virtud. Cuando le criticaban esta ambivalencia, Séneca respondía una cosa interesante y paradójica, o quizás para salirse del embrollo... que se fijen en lo que escribo y no en lo que hago.

Una solución, creo yo, poco problemática, pero a la vez muy sintomática de lo que es en última instancia esa complicada relación entre lo que uno dice y lo que uno vive, a pesar del precepto estoico de que la vida sea como la doctrina, precepto radical del estoicismo. He aquí otra buena deconstrucción del estoicismo: se puede escribir de lo que uno no vive ni va a hacer y obrar.

Séneca estuvo involucrado con Nerón, fue su preceptor. Cuando Nerón llega al Trono Imperial, Séneca le escribe un tratado político sobre la clemencia en el que quiere ponerle un espejo para que Nerón se vea ahí reflejado, como gobernante. Al final de la vida de Nerón, hay algunas cosas interesantes. Uno a veces tiene de Nerón la idea que nos han transmitido las películas de Hollywood.

Según los estudiosos de Nerón, es el caso de Paul Veyne, el emperador estaba haciendo revolcones técnicos. Dejó de lado los circos, en el sentido de los gladiadores, para efectos de un movimiento lúdico y estético al interior de Roma y las provincias, y se dedicó a montar espectáculos de tragedia y comedia, a veces como actor o tañedor de la lira. De modo que lo narrado por Suetonio en La vida de los doce césares: qué gran artista pierde el mundo, no es una fábula que se inventa el historiador romano. Nerón estaba quitándole poder a los senadores, alejando al pueblo de los circos y poniéndolo a ver espectáculos cómicos y trágicos donde la lira y el arpa eran el punto de referencia. En este sentido, a Nerón no le interesaba gobernar desde el pan y el circo, sino que le interesaba quitarle poder al senado desde un proyecto estético. Él pensaba que la tarea del emperador era simple y llanamente proporcionar a través del arte un reencuentro con la vida para efectos de darle sentido a cosas como el dolor. Fíjense que este proyecto poético-estético de Nerón es lo que casi nunca vemos pues nos lo presentan como el ogro, el bandido, el que asesinó cristianos e incendió a Roma. Estas son fábulas que nos han llegado pero nada tienen que ver con su proyecto estético político, verdadero golpe al poder de la aristocracia senatorial y ecuestre.

En este aspecto, los senadores entendieron muy bien que Nerón les estaba moviendo el piso porque no les dejaba ya hacer espectáculos circenses; de esta manera, el senado estaba quedando como un cero a la izquierda frente al proyecto estético neroniano.

Cuando vino el enfrentamiento entre el senado y Nerón lo primero que preguntó Nerón fue: "¿Por qué me persiguen ustedes cuando yo no los he perseguido?" Al arribar al poder Nerón no empezó a tumbar cabezas, que era lo usual... si leen la vida de Calígula o la vida del antecesor de Nerón, Claudio, sabrán que el problema era que tanto el senado respecto al emperador y el emperador respecto al senado vivían en un continuo rodar de cabezas.

Nerón no había tumbado cabezas. Nerón no había aprovechado para nada su poder político, en términos de darle duro al senado. Pero lo estaba golpeando desde la parte estética, quitándole los circos, los gladiadores y lo que esto implicaba en el contexto político y social de Roma. Nerón estaba montando teatro, poesía, danza.

Cuando viene el enfrentamiento duro y el senado empieza a perseguirlo, Nerón les va a responder en términos políticos con un enfrentamiento radical de asesinatos. En este punto es donde Nerón piensa que Séneca está comprometido; es la conocida conspiración de Pisón que termina con el célebre suicidio de Séneca en el año 65 de la era cristiana.

El suicidio de Séneca nos lo narra Tácito en Los Anales y se ha hecho clásico para la pintura y la escultura; es un suicidio bastante estético. Para utilizar términos de Kant es un suicidio bastante sublime, un suicidio -en términos de la filosofía del momento- bastante estoico pero a la vez bastante epicúreo.

Séneca en un primer momento se corta las venas, en un segundo momento bebe veneno -a lo mejor cicuta-, y en un tercer momento -Séneca era asmático desde niño y sufrió terriblemente de asma, hasta tal punto que cuando Calígula lo iba a asesinar, pues veía en Séneca un competidor retórico (Calígula se creía el retórico por excelencia) sus consejeros le dicen: "No lo asesine, él ya está muerto"- se mete en las termas pequeñas y ahí se asfixia. Esa tríada senequiana de cortarse las venas, acudir al veneno y asfixiarse, en medio de su asma terrible, significa -en una u otra forma, me parece a mí- la manera como Séneca, por lo menos, había planteado el problema de la muerte.

Séneca pensaba que la muerte no era la fatalidad, la angustia terrible a la que la condición humana estaba condenada, sino que pensaba con expresiones que se han hecho ahora muy usuales, a través de la historia de occidente: "Cada vez que nacemos morimos", "Cada día que vivimos morimos", "La vida no es sino la muerte en ascenso". "La muerte no es sino la vida acercándose a ella". Por otra parte, la muerte en última instancia no debe generar ningún temor, porque cuando uno muere el "yo" ha desaparecido.

Foucault, al final de su vida, como decía en un comienzo, está leyendo a Séneca y lee el texto de la carta 64 a Lucilio: "Acerquémonos al momento supremo, liberémonos de nuestro yo en ese momento supremo; y en ese momento supremo liberados del yo, sabremos que hemos vivido y no hemos muerto". Obviamente esto parece un galimatías retórico, pero en el contexto tanto del estoicismo, como del epicureísmo, -porque Epicuro había planteado también esa tesis: "¿Por qué le tememos a la muerte si en última instancia cuando estamos muriendo ya no somos y después de muertos ya no importa?". Esta manera senequiana de asumir la muerte estaba muy en contacto con toda la tradición estoica y epicúrea.

Es que Séneca plantea un manejo armonioso de las paradojas vitales. Piensa que la vida va a estar jalonada por la contrariedad, por el conflicto vida-muerte, dolor-alegría, sufrimiento-gozo; incluso sobre la experiencia sexual dice que es gozosamente terrible, que de alguna manera en la relación sexual vivimos y a la vez morimos. Y pone como ejemplo el que perdamos semen a pesar de dar la vida, pone como ejemplo la menstruación y las conexiones con los ciclos lunares mostrando cómo estos ciclos celebran la vida, porque muere la luna en su renacimiento. La ley humana sólo puede regular el conflicto para ayudar a manejarlo; obviamente que regular el conflicto es la tarea de todos los humanos, tanto el económico, el social, el cultural...

El problema es que no tenemos una forma mágico-religiosa para regularlo. Para lo anterior propone -en lenguaje intraducible de los estoicos- ataraxia, -Séneca lo traduce como "tranquilidad del alma"-, "serenidad", "cuidado de sí" "cura sui", "insensibilidad" -, aunque el término es equívoco; lo que con estas categorías quiere Séneca es que no seamos como las fieras; la forma que encuentra Séneca para enfrentar todo tipo de conflicto es "la serenidad", "la imperturbabilidad", "la tranquilidad", no la indiferencia, sino asumir el conflicto de tal manera que ese conflicto sea posibilidad vital.

Obviamente se trata de un ideal. Séneca sabe que el único sabio que ha habido es Sócrates. Séneca sabe que una cosa es el estoicismo y otra los estoicos. Nunca el estoico alcanzará el estoicismo. Hay una conversación con Sereno, un funcionario romano amigo de Séneca, con el que tiene tres conversaciones (en realidad siempre habla es Séneca): La tranquilidad del alma, La constancia del sabio y El ocio. El texto genial para mí es La tranquilidad del alma pues es donde Séneca más radicalmente expresa su pensamiento y también es la obra más mal escrita de todas. Se comienza a leer el número uno y se pasa al número dos y uno se pregunta por qué pasa al dos, un párrafo no tiene conexión con el otro; es algo así como un diario, anotando lo que nos ocurre o vemos, así es La tranquilidad del alma, el desorden, el caos, es su texto menos retórico, pero a la vez es donde Séneca argumenta senequianamente.

Desarrolla la idea de "la moderación", de "la templanza". No caer en el exceso ni caer en el defecto, que era un ideal muy común a la cultura griega, el célebre término medio. Pero en este contexto de la moderación el texto termina diciendo "¡emborráchense!", "¡sean locos!", "¡desbóquense!", "alguna vez es agradable perder el seso" y cita a Platón: "En vano toca las puertas de la poesía el que tiene perfecto dominio de sí" y después cita a Aristóteles: "No hay bien alguno grande, sin alguna dosis de demencia".

Toda la primera parte habla de la moderación y para colmo de males termina diciendo: "No sea moderado", "déle cabida al exceso, a la abundancia", "déle cabida a Dionisos y no a Apolo", y esto vale tanto para la poesía como para la vida.

Otra idea senequiana es la eutimia; Séneca la traduce por tranquilidad. El ideal del sabio es la tranquilidad del alma, es decir la eutimia, es el gozo de la vida, la alegría de vivir en medio de los obstáculos, el despliegue del entusiasmo como posesión divina en tanto gozo dionisíaco.

Séneca como los estoicos utiliza la paradoja, por ejemplo en el dolor se puede encontrar la alegría; dice que se puede ser feliz en medio de los padecimientos; dice que la única posibilidad de gozar es precisamente porque la vida es no gozar, y ese gozo no te lo va a indicar ni el maestro ni el sacerdote, ese gozo te lo tienes que inventar tú, el único que puede moldear tu vida eres tú.

Ahora quiero hacer una intertextualidad con Foucault, en especial con el último texto que el filósofo francés publicó en vida, El cuidado de sí. En este libro Foucault cita muchas veces las reflexiones senequianas. Foucault se había dedicado a estudiar desde la arqueología del saber cómo el sujeto había devenido objeto del saber, aparecen textos como Las palabras y las cosas, La arqueología del saber; después se dedicó a estudiar cómo el sujeto deviene objeto del poder -Vigilar y castigar- pero existe un tercer Foucault que es el de La inquietud de sí mismo, que rompe con los estudios arqueológicos y genealógicos y tal vez por una razón: Foucault se había dado cuenta que con estos estudios sobre la locura, la sexualidad, la cárcel, estaba dando herramientas conceptuales y prácticas para que la sociedad a través de la psiquiatría, de la sicología, pusiera en práctica lo que él estaba descubriendo para entablar esa omnipotencia del poder como totalidad envolvente, como una red que liga todos los polos de la sociedad. Y tal vez para oponerse, o escapar de la utilización que la sociedad había y habría hecho de sus estudios, entonces él plantea una resistencia no de tipo político, sino una resistencia de tipo ético-estética.

La lucha del último Foucault no es una lucha política que ya la había hecho, sino una lucha de tipo ético-estética: "Hacer de la vida una obra de arte".

Para proponer esta alternativa Foucault se remonta a los filósofos y médicos del siglo IV antes de Cristo y a los pensadores de los dos primeros siglos de la era cristiana, en especial Séneca, en donde encuentra pensadores -también Sócrates- que se resisten al poder no proponiendo otros juegos de verdad u otros juegos de poder sino proponiendo la vida como obra de arte, en donde al hacer de la vida un proyecto ético-poético pueda yo resistir a todo tipo de poderes, precisamente desde el gozo de la vida que nadie me puede arrebatar, por ser una experiencia íntima.

La expresión cuidado de sí aparece por primera vez en El Alcibíades I de Platón; esta cura sui como única posibilidad de resistir al poder en términos de dominación, de presión, de disciplinamiento, de legislación ¿a qué está apuntando? A mi manera de ver -y arriesgo una tesis personal- si uno lee a Medea desde el cuidado de sí, entiende por qué en medio de todo lo habido y por haber en esta truculenta tragedia, hay esbozada en toda ella un problema en última instancia más que político, ético y estético en términos de cuidado de sí. ¿Qué plantea El Alcibíades? El Alcibíades es un diálogo entre Sócrates y Alcibíades, donde éste le dice que quiere ser político y por lo tanto quiere ayudar a gobernar a los demás, y que el gobierno de los demás es lo que le da sentido a la vida humana. Inmediatamente Sócrates le responde con una pregunta: ¿Para gobernar a los demás no tendrías que gobernarte a ti mismo? Alcibíades que no había pensado en ese detalle comienza a reflexionar sobre la inquietud que le plantea Sócrates: si el gobierno de sí es la condición de posibilidad del gobierno de los otros; entonces le dice Sócrates: "Dejemos de lado el gobierno de sí y el gobierno de los demás, ¿tú has pensado en el arte en qué contexto? Tú quieres ser gobernante. ¿Qué piensas del arte? ¿Qué piensas de la comedia y de la tragedia?" Alcibíades le da una respuesta muy típica de la mentalidad sofista de todos los tiempos: "El arte es algo que sirve para manejar la masa, es un espectáculo que como tal es bueno para dominar las pasiones". Sócrates le sigue preguntando: ¿Para qué entonces La Ilíada, La Odisea? No sería mejor escuchar el canto de los pájaros, o estar viendo luchas de animales por ejemplo, ¿para qué un arte con una función política, que sólo se reduzca a satisfacer el deseo del espectáculo, un arte reducido al manejo de las pasiones dentro del teatro pero no fuera del teatro? Las conclusiones a que llega Sócrates son estas: gobierno de los otros sin gobierno de sí mismo no tiene absolutamente sentido; el arte hay que convertirlo en una necesidad por sí misma; el arte, como la vida, moldea, como obra de arte lo que uno de alguna manera quiere ser, y esto no como una vía normativa sino como el preocúpate por ti mismo, moldéate a ti mismo, haz de tu vida una obra de arte, goza de ti mismo, satisfácete contigo mismo, haz de ti lo mismo lo que un artista hace con el mármol.

En última instancia, la propuesta de Sócrates es: si la vida no se convierte en una obra de arte que tú mismo tienes que moldear como artista, obviamente el conflicto, la contrariedad, el dolor, el poder económico, político, social, te llevan de cachos.

Tú no tienes otra alternativa para resistir a todos los grupos de poder y todos los grupos de verdad en que estás metido, incluso en la familia, en la universidad, si no haces de tu vida un inmenso hecho ético-poético.

Algo así como la voluntad de poder en Nietzsche, algo así como su super hombre, nada de pastores, nada de profesores, nada de guías, nada de normativas; tú te tienes que pensar a ti mismo y la vida te la tienes que inventar tú; entonces hablar del eterno retorno de Nietzsche como una repetición desde la diferencia; el problema de todos los días lo mismo, repítelo diferente cada día, vive cada día desde la diferencia, como proyecto ético estético de sí.

En Séneca esta idea prácticamente aflora en todos sus textos, él lo expresa de múltiples maneras fórmate a ti mismo, libérate a ti mismo, cuida de ti mismo, incluso emplea el verbo crear, créate a ti mismo y en ese concepto las cartas a Lucilio son un buen ejemplo del cura su. Aquí, es donde Séneca está moldeando su vida como proyecto ético-estético, en realidad cuando le enseña a Lucilio se está enseñando a sí mismo y dialogando sobre hechos de todos los días, así cada carta elabora una posibilidad ético-poética de las eventualidades que ofrece la vida: el poder político, social, económico, la muerte, la enfermedad.

La obra senequiana está engarzada en tres columnas fundamentales. La primera columna se puede llamar estoica o epicúrea o simplemente filosófica: lo importante de lo que hagas y lo que estudies es que esto no sea una forma de saber, sino una forma de vivir. En la carta 108 a Lucilio está muy bien resaltado esto ¿En qué se han convertido las escuelas filosóficas? En una cosa muy terrible, los profesores no enseñan a vivir sino a discernir y discutir, y los alumnos no van a aprender a vivir sino que van a aprender a profesionalizarse. Allí obviamente la vida como gozo de tipo estético queda aplanada por la lógica de los profesores y la lógica profesionalizante de los alumnos.

Segunda columna: La constancia del sabio, donde se habla de la moderación pero también de tirar "canitas al aire" y con bastante frecuencia. Séneca termina con una propuesta fundamental. Es el gozo, el deleite, el reposo, en medio de todo uno tiene que aspirar a que este gozo, venga lo que venga, nadie te lo puede quitar. Séneca aquí esboza una posibilidad de resistir a todos los ejercicios políticos de la razón. Platón ya había planteado esta posibilidad en el Fedro con los cuatros tipos de manías: La manía erótica que es el enamoramiento, la manía mística donde soy poseído por los dioses, la manía de la amistad, la filia, en donde soy poseído por el otro, y la cuarta manía es la poética. Incluir la poesía era una forma de decir Platón que la poesía no tenía ningún fundamento.

Séneca recoge estos conceptos platónicos y los desarrolla, una forma de enfrentar la crítica de la razón política y una crítica de la razón mística o maniática no en el sentido psiquiátrico, sino en el estar fuera de sí, estar gozosamente inundado por una forma que me posee y que de alguna manera al poseerme me hace perder mi yo, y al perder mi yo me habita otra forma que no sé que es, pero me ayuda a resistir la crítica del poder. Esa contestación mística me parece que en occidente ayuda a muchos, por eso creo que a los místicos los políticos les dan muy duro. Esa resistencia que no es de bala, ni es desde el púlpito o el senado sino que es simplemente la experiencia extática. ¿A Giordano Bruno por qué en última instancia lo queman? No porque dijo que el mundo es infinito, lo queman por quemarlo, es decir, porque está en otra cosa, en una experiencia mística con el universo. Cuando dios está en todo, ¿para qué sirven las doctrinas de los libros y los libros?

El tercer pilar senequiano es un elemento que también se encuentra en las cartas a Lucilio, carta 33 ó 34. Séneca se plantea un problema de todos los tiempos ¿Qué hago yo con el cuerpo? La corporeidad en todas sus manifestaciones: la dieta, la danza, el teatro, el vestido, los perfumes... La respuesta senequiana es que la mejor manera de llevar la corporeidad es volviéndola incorpórea ¿Qué es volverla incorpórea? No sólo hacer del cuerpo una experiencia ético-estética, sino una experiencia incorpórea en un orden místico. El cuerpo tiene sentido en cuanto yo no me preocupo ni me ocupo en saber si lo que el cuerpo me pide es bueno o malo. Es darle cabida a la corporeidad sin darme cuenta que le estoy dando cabida, si comes goza la comida, si bailas goza. Si duermes hazlo en la mejor cama, no en una cama estoica, sino en una donde no te des cuenta que duermes.

En cuanto al teatro, insensibilizar el cuerpo, sería ir al teatro para no ser espectador sino para involucrarme no en la trama, sino en la acción que la obra desarrolla. Insensibilizar la corporeidad significa no ser espectador sino actor del texto que estoy presenciando pero que al volverme actor y no espectador entonces hago que mi cuerpo esté en cada uno de los actores, entonces yo ya no estoy ahí, estoy en el escenario.

En síntesis, la mejor manera de habitar el cuerpo es transformarlo en incorpóreo porque de esa manera el cuerpo es gozo de vida.

jueves, 2 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD - Juan Gil Blas


ERA 24, Pedro caminaba por las calles, apabullado por la felicidad de la gente. Iba en busca de su ángel, para consultarle un dilema muy importante que tenía acerca de sus dos hijos que hoy regresaban a casa después de un largo año de ausencia. Sentía la necesidad de soltarse el taco. La ciudad se hallaba impregnada del espíritu navideño. Alces, renos, trineos, santaclauses. Palomas de icopor, campanas, ángeles. Abetos y pinos, coronas de muérdago, papanoeles, estrellas polares, osos, nieve. El colorido de bombillos. El río humano trasegaba por una alameda cuyo nombre Pedro desconocía. Se introdujo por el túnel de gente, colorido como por los Campos Elíseos. El amarillo lo obnubiló, el azul lo golpeó, el rojo lo encandelilló, el verde lo hirió. Tal sugestión sintió. Mucha gente con pitos pitaba. Barbas, gafas, sombreros. Algodones de azúcar y palomitas de maíz, qué nombres más bien puestos. Papas amarillas bajo el reflejo de los bombillos. Platanitos amarillos. Arepa de chócolo. Chuzos. Café. Cerveza en lata. Cigarrillos. Chicles. Confites. Un barrigón todo contento encabezaba familia. Llevaba sombrero, mulera y carriel. Una señora iba de su mano y dos niños no la soltaban. Un diablo pasó. Pedro vio florecillas y flores, floreros de sesenta años, como él. Calibró la palpitación de esos hígados, el estremecer de esos riñones, la sinuosidad bajo los velos transparentes. Estraples, una revolución. Cuerpos de oro. Infinitas por doquier prendas de color. Delgadeces y anchuras de cuyo bien y mal Pedro ya no estaba en edad de probar. La cultura rodaba a su lado. ¿Qué se habían hecho las costumbres de ayer? Un ciego rasgaba una guitarra. Pedro se revolvió por dentro, se volvió animal: llamó a su ángel y su ángel no llegó. El ángel venía cuando quería, pues era un ángel muy llevado de su parecer. Si te cojo y te pesco, no te suelto, Pedro empezó a torearlo. Aretes, collares, dijes. Jipis y artesanos. Juegue a la bolita. Un ratón busca la cueva y se mete por la puerta de una vasija azul que no tiene apuesta y el corro de gente ríe. Una rata sale de una alcantarilla y se escurre por otra. Un artista de cabello lacio hasta los hombros dibuja el retrato a lápiz de la última Monalisa criolla, el último grito del renacimiento tardío. Tiro al blanco. En Girardot -cuyo nombre Pedro desconoce-, se fija en una abuela. La rodean los nietos. Va feliz la abuela, al lado de la madre Francisca, la hermana Petrona, la tía Isabel. Vienen de Enciso de adorar al Niño Dios. La chiva pita, pita la chiva, cómo pita la chiva. Viva Antioquia. Viva Antioquia, responde una como secretaria de estrechos slacks negros y sombrero vaquero, con medio cuerpo afuera de la chiva. Pita la gente. Como grillos. Como chicharras. Como chibchas. Pedro busca los pitos. No los ve, pues van dentro de las bocas de los pitadores. El río humano no se detiene. Raudo por las orillas, lento por la mitad. Copitos de nieve. Perros calientes. Salchipapas. Baños públicos. Pedro debe hablarles esta noche a sus dos hijos. Ven ángel, lo llama. El ángel no aparece. La cruz roja. La defensa civil. Hombres y mujeres con celulares y walkie talkies. Policías. Vení, tomate éste, y Pedro sacó del bolsillo la botella de aguardiente de chirle de mil quinientos pesos que compró en Juanambú. Se tomó un trago, muriéndose de sed, y su ángel apareció, ahí mismo, y se tomó también un trago largo y sonoro. Casi que no, viejo rabón, le espetó Pedro. Guardó la botella en la hoja de periódico doblada. El metanol lo elevó. ¿Dónde estabas?, preguntó. El pitido intenso, inmenso de chibchas y caribes no le permite escuchar la respuesta del ángel. Tristes todo el año, hoy alegres. Borrachos a las seis. No me voy a emborrachar, se dice Pedro. Yo tampoco, cumplementa su ángel. Decime, ¿les digo o no les digo? Su ángel se quedó observando a un grupo de música del Perú. Visten de rojo, tocan quena y charango. Le ganan notas a las chivas. Los campesinos de ciudad pitan, pitan, pitan, pitan, pitan, pero no le impiden a Pedro escuchar ese no sé qué de cóndor que tiene la quena, que tiene la flauta, que tiene el raboepuerca. Escuchá la música, le dice el ángel, poné cuidado. Pedro siente la sacudida de ese no sé qué primitivo suyo, algo inca creyó sentir, pero no sabe quiénes fueron los incas. Creyó, por un instante, que no sería capaz de continuar viviendo igual después de oír esa música que no entendía y que era moral, buena y legal. Sintió que tenía raíces, no sabía dónde, ni que el bosque las cubría. El ángel le vació al oído: Sí, deciles esta noche a tus hijos eso que pensás decirles. Una pompa de jabón se posó en el pelo de Pedro, otra y otra, que se fueron deshaciendo, en mágicas implosiones. ¿Quién las tiraba? Quién sabe. Estalló una papeleta. Muchachos, mire usted. Gorritas de parce, niños. Marihuaneros. Gente bien. Dos niñas de quince pasan cogidas de la mano. Pedro siente que se está poniendo contento. No es sólo su ángel de la Guarda, es también el ángel de Navidad el que ahora va con él. Son tres, en la multitud. Vientres pulcros y tersos. Huesitos de la alegría. Lolitas. No, lo previene el ángel de Navidad. De acuerdo, cede Pedro fernandogonzaliano, pero no sabe quién fue Fernando González. ¿Trescientos pesos la empanada? El de bata blanca pregunta cuántas. Pedro come una, saca la botella de chirle de mil quinientos pesos y se toma un trago de sobremesa que chorrea por su rala barba, que parece de Pancho Villa. Sus ángeles le siguen transfiriendo seguridad, lo hacen ciudadano, con derecho a esta vía principal cuyo nombre Pedro ignora. Lo curten de sabio sus ángeles. Adiós, dice el de Navidad y se va. Adiós, se despide el de la Guarda y se queda con su amo: entre ángeles se entienden. El amarillo obnubila. El azul. El rojo. El verde. Pedro desemboca a una plaza de colores, el espejo en miniatura de una Florencia que no conoce ni se imagina. Está contento. Es su ángel de Navidad que lo dejó así, más el ángel de la Guarda que lo mantiene alegre. Va siendo hora de decirles a sus hijos lo que les va a decir. Las seis y quince ya, está listo, antes que no los vuelva a ver. ¿Qué hago? Voy a coger colectivo. Los ropavejeros ofrecen la última oportunidad: todo a mil, todo a mil. El espejo, la peineta, las tijeras, la pelota, el muñeco, la guitarra, el carro, el avión, el Niño Dios más barato del mundo, el verdadero Niño Dios. Pedro se siente de otra parte, no sabe qué es Otraparte. Las mujeres continúan desfilando casi desnudas delante de él, Pedro sabe que no va a pecar. Saca la botella de chirle de mil quinientos pesos y se toma otro trago que chorrea por su barba de cepillo. ¿Quién no pita en los bajos del metro? Pasa el metro emperifollado de colores. La gente se afana, es la oportunidad: todo a mil, todo a mil. Tocino, pescado, aguacates, plátanos, tomates, bananos. Barbacoas arde, el mundo se va a acabar, la sangre se calienta, sigue encendiéndose el espíritu navideño. El colectivo aparece. La pelea por montarse: uno y nada, dos y nada, tres y nada, cuatro y nada. Se monta. No sabe encima de quién, no sabe debajo de quién, la hoja de periódico desaparece de su bolsillo, la botella de aguardiente cae entre un mar de pies y no se quiebra. Pedro la recoge. Lovaina, calle de ollas, música de baile. Campo Valdés, fogones en la calle, música, baile. Aranjuez, equipos de sonido, música, baile. Arriba, más arriba, música, baile. Santa Cruz, música, baile. Popular, ya no cabe nadie más, música, baile. Santo Domingo, el mundo se va a acabar, música, baile. Arriba, más arriba, música, baile. Más. Más. Más. Derecho al cielo y a pie, por las escalas sube, por el sendero va trepando Pedro, tuerce a la derecha, tuerce a la izquierda. Retén, cucho. Segundo retén. Tercer retén, cucho. Cuarto retén. Otro retén. Don, mil pesos, le piden los últimos muchachos como si cayeran sobre Rico Mc Pato. Pedro sigue sin un peso. La caseta de teléfono. El poste de la luz. La cuadra. Los techos de cartón:

Qué triste se oye la lluvia
en los techos de cartón.

…el pesebre afuera, de palo y de papel. María, mi Dios me la ampare, los pies se me caen. Dos helicópteros de guerra vuelan por los riscos de los tubos en la noche más pacífica. Ya van a ver ese par. Se sienta en la tienda y su ángel a su lado, entutumados por el chirle de mil quinientos pesos. Ahora sí está bueno para decirles a sus hijos lo que les va a decir. Oí te cuento el cuento -comenzó a decirle todo lúcido el ángel-. Cuando Miguel, el hijo de vos, venga ahora, la felicidad va a llegar con él y vos vas a descansar por saber que está vivo. ¿Sabés qué es el gato? Un rencor. ¿Sabés qué es el ratón? Lo mismo. El gato es un hermano y el otro el ratón. -El ángel toma compostura, pronuncia reflexiones al oído de su amo-. Más allá de Santuario, van los bombarderos a matar. Ya sé, angelín, responde Pedro, decepcionado por la repetidera del ángel, que se la sabe de memoria. ¿Quién guarda el secreto? Todos y nadie, vos también. El árbol de Navidad es para Miguel, fabricado con pino de Piedras Blancas y musgo de la cañada. Bluyín, camisa blanca, zapatos lustrosos, cabello engomado, peinado atrás de golpe, todo gomoso en Navidad Miguel se parece a Eduardo. Cero botas, cero fusil por este barrio. Miguel, viviendo en el monte, está muy mayorcito, y Eduardo persiguiéndolo. No faltarán hoy aquí para ver a su padre. Los niños van a armar una algarabía la macha cuando los vean subir con los costales al hombro. Les dije a los niños en noviembre que los tíos iban a venir en diciembre y cada día me preguntaban si faltaba mucho para que llegara diciembre y los tíos vinieran. Son ellos dos, los tíos de la cuadra, con tantos sobrinos como San Nicolás. Callados, introvertidos, tímidos. Los niños los añoran. Las mamás los adoran. Sus presencias laten todo el año en el barrio. La junta, cuando comenzó diciembre, sabía que iban a venir y prendieron los alumbrados del poste para esperarlos, y la calle la adornaron con guirnaldas de periódico y hojas de cuaderno. Son Miguel y Eduardo un pedazo de todos nosotros, como los Villegas, los Pérez, esos Gómez de Sonsón. Lo curioso es que cuando jóvenes, le ayudaron juntos al cura a fundar el barrio de abajo. Con cadenas se ataban a los troncos, invocando la caridad de Dios, para que la policía no los desalojara. Ya me vas a sacar en cara Pedrín cómo es la selva, pero deje esa bobada, que por aquí no hay quién no lo sepa. Uno de noche cazaba guagua ayudado de la luna, que cuando llena, haga de cuenta angelín el día. Era la liga del otro día: si no había guagua, no había liga. Aquí del barrio todos cazaban guatinaja, y también ñeque y mico. Los echaron a todos. Sólo quedaron solos allá Miguel y Eduardo, y el monte abandonado. Ya verán ese par. ¿Grande el barrio me dice? Como esas cuadritas del frente: ésa y ésa, y ésa y ésa, y aquella otra roja del picacho también. Esta cuadra y nada más, madera y lata. Hasta allá, derecho hasta el poste del cable. Ahí en la esquina donde están encendiendo el fogón, donde comienzan los ranchos, termina el barrio y comienza el otro. Unas cuadras no más. Del terraplén para arriba hay más lotes, a la vuelta de la quebrada. Angelito, ¿para qué sirve la Navidad me dice? Para vivir. Uno, aunque pobre, aguarda regalo. Navidad es la inocencia de los niños, lo demás es cruz. El mismo hombre, el hijo de Dios que nació en un pesebre, es un alemán, un chino o un japonés -Pedro se alzó hasta cumbres insospechadas, como muchas veces les pasa a los campesinos inspirados-. La hermandad duele. ¿No ha peleado usted nunca ángel con otro angelito? Bueno, eso es la hermandad. La hermandad es lo único que uno puede regalar, porque uno nunca se pelea con el que está lejos, sino con el que tiene cerca. Aquel joven vigoroso que viene ahí subiendo las escalas todo contento con gorrito rojo de Santa Claus es Eduardo, el hijo de yo, y no le pasa nada malo por aquí y viene del cuartel, y el otro es Miguel, que viene del monte. Esta cuadra, es cuadra de amor. El amor une, ángel, que me pongo contento de saber que están vivos los dos. La vida -dijo Dios metiéndose en la conversación de Pedro y el ángel- no cabe en esquemas, la vida no la entiendo ni yo. Eduardo por aquí donde su papá respeta a Miguel y Miguel por aquí donde su papá respeta a Eduardo. ¿Qué me dice usted, ángel sabio? -le dijo Pedrín al ángel, todo animado por haber oído la voz de Dios-. Los sentimientos que produce la Navidad -respondió el ángel habiendo también oído el vozarrón de su patrón cometiendo herejía-, no tienen dueño. Nadie es dueño de lo que vos Pedrín sentís. Este cuento que te cuento -lo interrumpió Pedro-, fijate el desorden que tiene y verás, es entre tú y yo, y nadie más. Esta cuadra vive Noche de Paz. La hermandad no es delito. Viejo rabón -le respondió el ángel-, quitate la venda de los ojos, vení miralos subir: tiene piernas Miguel, como Eduardo, tienen manos, tienen cabeza los dos. Miralo como viene Miguel del monte con ese sentimiento de felicidad en la cara. Vé, ángel, allá sube Eduardo del cuartel, que parece Miguel con el gorrito. ¿Qué hora es? Las seis y cuarenta y seis. Vé ese balón que asoma del costal, mirá ese carrito del otro, esa muñeca. Y el ángel, que aunque tomado no olvidaba su deber, le dice a Pedro: -Hablales ya, viejo, ahora o nunca -y lo codeó-: Ve, vaca, deciles ya.
-¡Eduardo, venga acá donde su papá! -dijo el viejo Pedro decidido a hacer valer lo que iba a hacer valer. Se tomó un trago-. Le presento a mi ángel. ¿No lo ve? No importa. Sí, es su hermano Miguel el que sube allá. ¡Ey, Miguel, hijo, venga acá donde su papá!, descanse, que debe estar cansado, tómese un fresco y reconcíliese con su hermano. Vé, Eduardo, no seás cobarde y mirá a Miguel. Y vos, Miguelón, mirá como varón a tu hermano.
El mundo tembló.
-Hola, hermano -le dijo a Eduardo Miguel, el heredero más antiguo del cura Camilo en toda la redonda. Dejó el costal de regalos en el suelo.
-Hola, hermano -respondió Eduardo, el soldado, y dejó su costal de regalos en el piso.
Los niños los rodearon. El mundo continuó suspenso.
-Vamos, seguiles diciendo -le dijo el ángel a Pedro, codeándolo.
-Vós -le dijo Pedro a su hijo Miguel-, vós, si querés, seguí haciendo tu bendita revolución, pero dejate de andar por ahí haciéndole pendejadas a los ricos, que ellos te pagan el doble.
El mundo en su temblor hizo una pausa.
-Y vos, cara de bueno -le dijo a Eduardo-, dejate de andar por ahí pelando pobres, que te van a odiar, para toda la vida.
A lo hecho, pecho.
-María, traé cerveza para estos dos, y le decís a Belmiro que yo le pago después. ¿Oyeron, cagones? Les voy a dar fuete si no se portan bien. Ay, angelito -le dijo al ángel-, reconciliémonos usted y yo también, que estamos en Navidad. Niños, vayan jueguen por allá, que acá estamos los mayores. ¿Para qué sirve la Navidad, me dice? Para vivir -y diciendo esto, Pedro suspiró, como que había botado el taco lejos.
Y los cuatro: Pedro y su ángel bebetas, y los dos hijos calavera, Miguel y Eduardo, se sentaron en silencio, pensativos, en la banca de la ventana con vista a la ciudad, para empezar a vivir juntos la más universal noche: la Noche de Paz. La calle empinada se llenó de gente. Donde había cincuenta aparecieron cien. Papeletas estallaron. Una papa de pólvora reventó en la esquina como una bomba. Un hormiguero de muchachos corrió preso de la risa. Una niña con lazo de Jerusalén en el pelo y manto azul pasó anunciando a voz de cuello con un megáfono que la Novena con el padre Nicolás empezaba a las siete. Un volador se elevó silbando y reventó de colores el cielo. Un globo de papel de viva llama pasó volando de Bello a Envigado. Medellín, en la montaña, se pobló de diamantes, oros y rubíes. El aire lo llenaba un confuso bum bum bum de porros, música parrandera, vallenatos y villancicos. El aire se impregnó de olor a comida. Las cabinas del cable subían y bajaban. Pedro, el día más importante de su vida en que se portó a la altura de las circunstancias, sacó la botella del pantalón y se tomó el último trago de aguardiente de chirle de mil quinientos pesos y, extendido sobre la mesa, se quedó dormido. ¡Ey, dame otro, no seás amarrado!, protestó su ángel, cabeceando también. En la montaña, todos eran hermanos.