lunes, 7 de marzo de 2011

JUEGO DE MANOS - Oscar Jairo González Hernández


Nada más extraordinario que la observación de las manos. Nadie se siente más necesitado de ellas que él que las posee. Nadie tiene manos invisibles e invivibles. Nada más necesario que poseer unas manos para hacerlo todo y dominarlo todo. Nada más extraño que el mundo de las manos y su sentido de resolución y poder, ya que con y mediante las manos tendemos a resolverlo todo. No hay sino que tener manos para desear una totalidad de adhesión. Con las manos podemos revelar todo aquello que nos es en un principio inalcanzable. Las manos nos tiemblan e inmediatamente se pone en evidencia la cantidad hechizada de nuestro extravío. La mano dice adiós y señala el vacío de la ausencia.

Como dice Canetti: "La mano alcanzó su perfección por otros caminos, por los caminos que ha renunciado a la violencia y a la presa. La verdadera grandeza de las manos está en su paciencia." O Gombrowicz: "… Esa maraña de manos espiritualizadas provocó en mí un milagro". Hay que observar las manos, tenderles un hilo entre la vida y la muerte. Cada mano transmite la sensación de su constante lucha y sacrificio, de su sensualidad y libido.

Las manos dicen lo que tienen que decir sin que sea necesaria una mayor eclosión de sensaciones y deseos. La mano dice de su deseo sin que deba recurrir a muchas demostraciones. Es una tensión lo que la hace mover y alcanzar lo que quiere. No tanto desde el orden de la prevención y de la prudencia, sino que ella toca y atrapa, es la provocación, su estética es la provocación. La mano se mira así misma en la otra mano y corrobora que no es imitación una de la otra y que no coinciden. Las manos entre sí, son contradictorias y son irresolubles en su contradicción, pero no se abandonan y separan. Hay quienes leen las manos y se turban ante ellas, hablan del destino por la turbación que tienen y no por el conocimiento que les proporcionan las manos. Y son entonces, quirománticos al revés.

Las manos hacen y construyen. En las manos hay una secreta relación con los dedos. Y hay quien te dice: "Que manos tan bellas las suyas" o aquel que insiste en seducir: "Qué manos tan fuertes tiene Usted"; sin saber de donde vienen tus manos y exilando la relevancia de los dedos. No hay manos sin dedos, dice el artista Wols: "dedos y no-dedos". Es ese Otro que habla de ellas el que las hace más visibles en su hermosura y en su dureza. Hay manos duras que nos hacen callar y manos delicadas que nos hacen hablar. Hablamos de la manos porque las miramos. Los dedos hacen su teatro de melancolía porque no pueden ser nunca la totalidad de la mano. E inventan una técnica del movimiento y comunidad hermética. Los dedos no dicen de la mano sino que hacen de ese vacío su totalidad, su absoluto. Y no lo dudéis: hay momentos de extrema tensión en que los dedos traicionan a la mano. Nada comienza libremente sino hay manos extremas que lo inciten. En las manos está la incitación, es la revelación de lo nuevo. Abren y cierran. Van y vuelven. Marchan y retornan.

Y unas manos en el Metro buscan la llave de la puerta de marfil de los sueños y con estrépito las abren. Es el único estrépito que no se escucha en el Metro, porque solamente una mirada está condenada a ver y sentir en el mismo momento en que esto ocurre, ese movimiento lento, dramático y sutil, que no escandaliza ni violenta. Ella no estaba abriendo un corazón sino que abría un pequeño bolso de bosque y lo hacia como si abriera la Cueva de Alí Baba, como si tuviera que pronunciar para abrirlo un santo y seña.

La mano y la llave se encuentran sin explicación entre tantas manos que no temen mostrar lo que son, que se exhiben sin pudor, sin miedo y sin temor. Y es el temblor de las manos lo que hace que no haya nunca una mano que sea la misma, como aquella historia de extravío de unas manos que constituyen la realidad totalizante en el relato de Nerval: "La mano encantada": No hay que venderle las manos al Diablo, se nos dice en este texto, aunque, decimos nosotros, él las mire.

Notas:
CANETTI, Elías. Masa y poder. Madrid. Alianza Editorial. 1995. Pág. 209.
GOMBROWICZ, Witold. Diario, 2 (1957-1961). Madrid. Alianza Editorial. 1989. Pág. 146.








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