domingo, 29 de diciembre de 2013

Attila József - El séptimo





Si emprendes el camino en este mundo
mejor será que nazcas siete veces
Una, dentro de una casa ardiendo,
una, en una inundación de aguas heladas,
una, en un manicomio desenfrenado,
una, en un campo de trigo maduro
una, en un claustro vacío,
y una entre los cerdos de las pocilgas.

Seis bebés lloran; no es bastante:
tú mismo debes ser el séptimo.
Cuando tengas que luchar por tu existencia,
deja que tu enemigo vea siete.
Uno, que no trabaja los domingos,
uno, que empieza el lunes,
uno, que enseña sin cobrar,
uno, que aprendió a nadar ahogándose,
uno, que es semilla de todo un bosque,
y uno, al que antepasados salvajes protegen,
pero todas sus artimañas no bastan:
tú mismo debes ser el séptimo.

Si quieres encontrar mujer,
deja que siete hombres la busquen.
Uno, que entrega su corazón a cambio de palabras,
uno, que mira bien dónde se mete,
uno, que afirma ser un soñador,
uno, que puede palpar a través de las faldas,
uno, experto en desabrochar botones y corchetes,
uno, que la trate a patadas:
deja que revoloteen cual moscones a su alrededor.
Tú mismo debes ser el séptimo.

Si escribes y puedes darte el lujo,
deja que siete hombres escriban tu poema.
Uno, que construye una aldea de mármol,
uno, que nació mientras dormía,
uno, que traza un mapa del cielo y lo conoce,
uno, al que las palabras llaman por su nombre,
uno, que perfeccionó su alma,
uno, que diseca ratas vivas.
Dos son valientes y cuatro son sabios;
tú mismo debes ser el séptimo.


Y si todo salió como se ha escrito,
morirás por siete hombres.
Uno, que es acunado y amamantado,
uno, que agarra un pecho duro y joven,
uno, que tira los platos vacíos,
uno, que ayuda a los pobres a ganar,
uno, que trabaja hasta caerse a pedazos,
uno, que se contenta con mirar la luna.
El mundo entero será tu lápida:
tú mismo debes ser el séptimo.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

martes, 17 de diciembre de 2013

Jorge Meretta (Montevideo, Uruguay, 1940 - 2012)





IV


Mi tío bebe en un salón vacío. Detrás del humo de un cigarro brilla la mariposa de su copa en vilo; gira y de pronto tiembla hasta posarse un instante en sus labios. Y regresa a la promesa de un gastado vuelo. Mi tío bebe en un salón sin nadie mirándose a las manos fijamente para saber que existe: allí está él de su silla a su copa, al rostro único que un reloj le devuelve a cada instante. Un hombre bebe, bebe, está bebiéndose a lentos y profundos sorbos. Todo cae en su río, sigue en su corriente, porque la sed no cede y es temprano para que duerma y se vacíe el mundo.