lunes, 23 de junio de 2014

Arturo Corcuera (nacido en 1935 en Trujillo)






FÁBULA DEL CUERVO ORIUNDO DE GINEGRA



Cuando no hay un alma en casa y tengo que almorzar solo,
invito al cuervo. Lo siento junto a mí en el tablero de la mesa.
Me distrae su compañía. Su lealtad supera la de algunos
amigos. ¡Tan simpático el cuervo con su pico curvo, su traje
negro, recién untado con los betunes de la noche, en el que
Relucen filamentos dorados!
Sus piernas y sus alas flexibles se acomodan a cualquier
postura y a cualquier amo.

Disfruta sintiéndose a mi lado, sobre todo cuando pelo las
uvas y desorbitadas ruedan sobre el plato de postre. Él me
observa con avidez, se le hace agua la boca.

Lo adquirí en el mercado de pulgas de Plainpalais de
Ginebra que se puebla miércoles y sábados de mercaderes y
Mercachifles.

El elegante cuervo lucía aquella tarde en un mostrador, muy
campante, cruzado de piernas. Tenía la misma gracia, el
mismo aire de distinción.
Entre máscaras, campanas, relojes y otros objetos antiguos, era
maese cuervo el que daba la hora.
Atento el ojo, contemplaba con puntualidad los ires y venires
de las cosas, el comercio incesante de la vida.

Se siente bien cuando me acompaña. En su silencio percibo
un hálito de ternura, pero yo sé que en el fondo lamenta su  
naturaleza de madera.
Él preferiría ser cuervo de carne y hueso y aguardar el
Momento propicio para sacarme los ojos.


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