jueves, 25 de agosto de 2016

José Watanabe





La piedra alada


EL pelícano, herido, se alejó del mar
                   y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
                                 de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
            huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
                                      Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
          como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
            el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
                          pero no hacerla volar.

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