lunes, 13 de febrero de 2017

Fedón o del Alma




Prueba del principio vital (Fedón, 104e- 105d)

— He aquí lo que queríamos sentar como base; que hay ciertas cosas, que, no siendo contrarias a otras, las excluyen, lo mismo que si fuesen contrarias, como el tres que aunque no es contrario al número par, no lo consiente, lo desecha; como el dos, que lleva siempre consigo algo contrario al número impar; como el fuego, el frío y muchas otras. Mira ahora, si admitirías tú la siguiente definición: no sólo lo contrario no consiente su contrario, sino que todo lo que lleva consigo un contrario, al comunicarse con otra cosa, no consiente nada que sea contrario al contrario que lleva en sí.
Piénsalo bien, porque no se pierde el tiempo en repetirlo muchas veces. El cinco no será nunca compatible con la idea de par; como el diez, que es dos veces aquel, no lo será nunca con la idea de impar; y este dos, aunque su contraria no sea la idea de lo impar, no admitirá, sin embargo, la idea de lo impar, como no consentirán nunca idea de lo entero las tres cuartas partes, la tercera parte, ni las demás fracciones; si es cosa que me has entendido y estás de acuerdo conmigo en este punto.
Ahora bien; voy a reasumir mis primeras preguntas: y tú, al responderme, me contestarás, no en forma idéntica a ellas, sino en forma diferente, según el ejemplo que voy a ponerte; porque además de la manera de responder que hemos usado, que es segura, hay otra que no lo es menos; puesto que si me preguntases qué es lo que produce el calor en los cuerpos, yo no te daría la respuesta, segura sí, pero necia, de que es el calor; sino que, de lo que acabamos de decir, deduciría una respuesta más acertada, y te diría: es el fuego; y si me preguntas qué es lo que hace que el cuerpo esté enfermo, te respondería que no es la enfermedad, sino la fiebre. Si me preguntas qué es lo que constituye lo impar, no te responderé la imparidad, sino la unidad; y así de las demás cosas. Mira si entiendes suficientemente lo que quiero decirte.
— Te entiendo perfectamente.
— Respóndeme, pues, continuó Sócrates. ¿Qué es lo que hace que el cuerpo esté vivo?
— Es el alma.
— ¿Sucede así constantemente?
— ¿Cómo no ha de suceder?, dijo Cebes.
— ¿El alma lleva, por consiguiente, consigo la vida a donde quiera que ella va?
— Es cierto.
— ¿Hay algo contrario a la vida, o no hay nada?
— Si, hay alguna cosa.
— ¿Qué cosa?
— La muerte.
— El alma, por consiguiente, no consentirá nunca lo que es contrario a lo que lleva siempre consigo. Esto se deduce rigurosamente de nuestros principios.
— La consecuencia es indeclinable, dijo Cebes.
— Pero, ¿cómo llamamos a lo que no consiente nunca la idea de lo par?
— Lo impar.
— ¿Cómo llamamos a lo que no consiente nunca la justicia, y a lo que no consiente nunca el orden?
— La injusticia y el desorden.
— Sea así: y a lo que no consiente nunca la muerte, ¿cómo lo llamamos?
— Lo inmortal.
— El alma, ¿no consiente la muerte?
— No.
— El alma es, por consiguiente, inmortal.
— Inmortal.
— ¿Diremos que esto está demostrado, o falta algo a la demostración?
— Está suficientemente demostrado, Sócrates.
...
— Precisamente tiene que decirse lo mismo de lo que es inmortal. Si lo que es inmortal no puede perecer jamás, por mucho que la muerte se aproxime al alma, es absolutamente imposible que el alma muera; porque, según acabamos de ver, el alma no recibirá nunca en sí la muerte, jamás morirá; así como el tres, y lo mismo cualquiera otro número impar, no puede nunca ser par; como el fuego no puede ser nunca frío, ni el calor del fuego convertirse en frío. Alguno me dirá quizá: en que lo impar no puede convertirse en par por el advenimiento de lo par, estamos conformes; ¿pero qué obsta para que, si lo impar llega a perecer, lo par ocupe su lugar? A esta objeción yo no podría responder que lo impar no perece, si lo impar no es imperecible. Pero si le hubiéramos declarado imperecible, sostendríamos con razón que siempre que se presentase lo par, el tres y lo impar se retirarían, pero de ninguna manera perecerían; y lo mismo diríamos del fuego, de lo caliente y de otras cosas semejantes. ¿No es así?
— Seguramente, dijo Cebes.


No hay comentarios: