jueves, 13 de mayo de 2010
Poemas de Alfredo Pérez Alencart
Perú
Yo he bebido esa leche verde que va nutriendo el goce
tras comer y dormir
en los pezones de árboles susurradores
guardando el fruto que a diario perfumaron
el delta de mi desamparo
cuando fui puesto en la costa más agria
mostrándome su pesado cortinaje de garúas
y, de tos en tos,
quebré el extravío sin quemar consuelos
por el hervidero Capital
donde hasta el aire me acosaba
como bestia sedienta restregando su sobaco
en mi nariz.
Pero avancé por el desierto
del ardor
con mis raíces y fastidios,
tan caracol para llegar seguro, lleno de ecos
cargando chispas o mareas y semillas de la noche
por el témpano azul de los Andes
que desde niño divisaba
horizonte al fondo de mi calurosa Tierra,
región fiel y delirante
en las aguas que repetían su imagen ceremonial
a vuelo de águila danzante del cielo
mientras yo abría códigos
de chirriantes exorcismos que a veces
adivinaba
con las plumas de la libertad.
Mi lengua saborea
una porción del Perú que fue amansada
por mis ancestros,
secretas selvas con diez mil años de recuerdos
y cálidos hechizos
y pequeños proyectos tramitándose
sin renegar de la leyenda.
Por eso no lavo mi amor
en esta tarde que me filtra el Puerto
de mi desembarco. Por eso
atravieso el río sin parpadear de golpe:
así brillan los besos
que recubren la piel de tanta ausencia,
pétalos que pastoreaba por el barranco tan hondo,
anterior a mi mirada
que ya encontraron los Pérez y los Troncosos
con los Mendozas surcando el Manu
o el Inambari
sin orden jerárquico por la subsistencia
de la que no salieron ilesos.
Luz y sueño.
Luz y pronto deseo
para mezclarse con las amazonas, como el errante
Alencar que a los cincuenta y tantos
buscó pareja de veinte para ahuyentar la máscara
de la muerte.
Soy un peruano con muchas patrias:
por eso nunca me laceró la soledad
ni lagrimeo bajo el humo
del desarraigo.
Soy un peruano de única Tierra:
la de mi soplo original, la de mi labio vivo
moviéndose hacia la selva
con su abundante rumor de mundo.
Soy un peruano:
pasen hasta mi corazón y vean,
vean
que no hago genuflexiones ni escribo frases delebles
falseando méritos de peruanidad,
himnos van, himnos vienen
las fiestas conmemorativas hechas nada
al día siguiente
de la corrupción y el expolio..
Mi Perú es mío y sólo lo comparto
con quienes hallan en mi voz su enselvada
identidad mestiza por los cuatro costados.
En adelante bajaré a beber del pezón más fresco
de esa Tierra que dejó su gracia
en mí.
Brasil
No deseo verte
sino sentirte mientras palpo tanta tierra tuya
bien caliente aún temprano
donde nacen los ríos que escucho a mi espalda
y brotan las hojas y los árboles crecen deprisa
por esas tormentas de siempre
en todas partes, menos en el Nordeste
donde está el osario
de mi Alencar ciñéndome a tu suelo, emigrante
desde que empezó la sed,
cuerpo sobreviviente con parte de su sangre
asumiendo el nombre tuyo en la garganta,
nombre no de Patria ni de Tierra
Prometida:
(eso ya lo dice todo el mundo).
Creo que hoy, cuando te siento,
mi pecho se abre a lluvias
y a sequías
para mostrar la vieja llave guardada en la diáspora.
O más bien, ¿no será mi saudade la que ondea
-en el pico de un guacamayocamino
al centro de tu corazón mestizo?
Que otros vayan viendo tu epidermis:
yo quiero taparme los ojos con un sombrero de paja,
echado en el suelo para recibir la brisa del mar,
saboreando los abacaxis que venden en Janga,
sin tópicos que ahoguen mi aventura
ni grasientas palabras desfallecientes
oídas en su falsa historia.
Yo quiero sentir tus cosas como un juramento
de pan y barro
y susurros de la tierra debajo de mis pasos
que aceleran hasta quedarse quietos
ahora que lo siento todo.
Digo “Xapuri o Crato, Guajará-Mirim o Exú”
y logro fusionar la selva y el sertão.
Converso con don José Martiniano y él acepta
que su hija Iracema baile conmigo
en las arenas de Boa Viagem, entre la cuajada luz
de la luna y el adivinado perfil de África.
Digo “¡Tío Raulino!” y se aparecen
mis sobrinos Huirá, Tainá y Raoní
con una foto del pariente enterrado en Curitiba.
Nada termina a la deriva por el cielo de este aliento.
Nada me hace traficar con la faz
de mis ancestros.
Oh lluvias, laven a gusto mi corazón trashumante
y aplaquen la quemadura de este espíritu
libre de otras confesiones.
Que nadie diga de mí que estoy ciego
por el sol de estas tierras,
y que estoy como buscando sombras
dentro de un sueño.
Yo no deseo verte:
deseo que hierbas en mis labios sin bagunçar
y me derrames tu polen sin cacarejo,
y oigas el adiós de mis olvidos
porque esta voz ya no se te irá con la bruma
ni se refugiará en la alta copa oscura
de alguna medianoche.
Así regreso a ti una caliente Navidad,
assumido
que tú no eres mi Patria ni mi Tierra Prometida
y que por ti no tengo que cantar
con una máscara sucia
ni disfrazarme de acreano o cearense
con habla atrapalhada.
Tú,
Brasil,
eres algo mío
que sigue creciendo
en la infancia de los relámpagos.
Para Núlida Piñon
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