sábado, 23 de octubre de 2010
Jacobo Rauskin (Villa Rica, Paraguay)
Pintura de Julio César Álvarez
Tareas tan inútiles como la poesía
El río crece, el tiempo no ayuda.
Rema, rema la luz bajo la lluvia.
Que me perdone quien se sienta herido,
los inundados son del río, de nadie más.
Clavan techitos de multiflex,
de flexiplor, paredes
de un más que servicial cartón
o se dan por entero a otras tareas
que de por sí tampoco arreglan nada.
Y justo cuando nada se arregla,
cuando la noche habla de tregua
y enciende su esperanza, su lámpara
de veinticinco vatios gratuitos
en un barcito de morondanga,
se vive un apagón, se oculta el río,
se oculta la ciudad que ocupa el río.
Clandestino
Es verdad, el ayer vive en mí.
Soy un cronista de otro tiempo.
En este mismo instante, sin ir más lejos,
soy un eco del tren internacional,
de los viajeros que viajaban entonces
en los vagones de tercera rumbo al destierro
o, más amablemente,
a la tierra del dulce de membrillo.
Recuerdo la estación, el tren, el andén,
la mucha gente, el mucho frío.
Recuerdo el reloj, la campana,
los pasajes en tinta lila
y el año impreso en el calendario.
Sobre todo, reecuerdo un destello.
Un destello cruzando la noche
era aquel hombre a punto de subir al tren.
Uno del bando perdedor, un clandestino.
Ahí lo encuentran, lo capturan ahí.
Fue un descuido increíble, dijeron
quienes algo sabían del episodio.
Durante años, para no comprometer a la familia,
lo mencionaban en un susurro.
Hoy ni siquiera lo mencionan.
Yo lo recuerdo de esta manera.
Armó su brazo por un sueño
y no fue astuto ni lo acompañó la buena suerte,
compañera de tantos.
Lo derrotaron, lo persiguieron
también después de su derrota.
Lo llevaron de la estación a una zanja.
Lo mataron ahí, según algunos.
Según otros, llego muerto.
Como yo no le hago el juego a los testigos,
digo que viaja en este recuerdo.
El tren sigue su marcha bajo las estrellas.
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