viernes, 20 de abril de 2012

STÉPHANE MALLARMÉ



París, lunes 16 de noviembre de 1885

Mi querido Verlaine:


Tengo un retraso con usted, porque he buscado lo que había fiado, por una y otra parte, al diablo, de la obra inédita de Villiers. Adjunto aquí lo mínimo que poseo.
Pero noticias precisas sobre este querido y fugaz viejo, no tengo: ignoro, incluso, su dirección; nuestras dos manos se encuentran una con otra, como soltadas en la víspera, a la vuelta de una calle todos los años, porque hay un Dios. A parte de esto, él estaría puntual en las citas y, el día en que, para los Hombres de Hoy, así como para los Poetas Malditos, quiera usted mejor encontrarlo en casa de Vanier, con quien tratará asuntos para la publicación de Axël, sin duda, yo lo conozco, sin ninguna duda, él estará a la hora mencionada. Literalmente, no hay nadie más puntual que él: corresponde entonces obtener primero la dirección de Vanier, del señor Darzens, quien hasta aquí lo ha representado ante este gracioso editor.
Si nada de todo esto llega a buen término, un día, particularmente un miércoles, lo iré a buscar a usted, caída la noche; y en la conversación nos vendrán, al uno como al otro, detalles biográficos que hoy se me escapan; no el estado civil, por ejemplo, fechas, etc., que sólo el hombre en cuestión conoce.
Paso a mí.
Sí, nací en París, el 18 de marzo de 1842, en la calle hoy llamada pasaje Laferrière. Mis familias materna y paterna ostentaban, desde la Revolución, una serie ininterrumpida de funcionarios en la Administración del Registro; y aunque hubieron ocupado ahí casi siempre altos empleos, yo evité esta carrera a la que se me había destinado desde los pañales. Hallo rastros del gusto de sostener una pluma, para otra cosa más que registrar actas, en varios de mis ascendientes: uno, sin duda antes de la creación del Registro, fue síndico de los Libreros bajo Luis XVI y su nombre apareció debajo del privilegio del rey, situado en el encabezado de la edición original francesa del Vathek de Beckford que reimprimí. Otro escribía versos juguetones en los Almanaques de las Musas y los Estrenos para Damas. De niño conocí, en el viejo interior de la burguesía parisina familiar, al señor Magnien, un primo lejano que había publicado un volumen romántico, llamado sin más Ángel o Demonio, el cual reaparece algunas veces como caro en los catálogos que recibo de los libros de viejo.
Decía familia parisina, hace rato, porque siempre hemos vivido en París; pero los orígenes son borgoñones, loreneses también e incluso holandeses.
Muy niño perdí, a los siete años, a mi madre, fui adorado por una abuela que me crio primero; luego recorrí varias pensiones y liceos, fui de alma lamartiniana con un secreto deseo de remplazar, un día, a Béranger, porque lo había conocido en una casa amiga. Parecía que era demasiado complicado para ser puesto en ejecución, pero intenté mucho tiempo en cientos de cuadernos pequeños versos que siempre me fueron confiscados, si tengo buena memoria.
No había, usted lo sabe, para un poeta el vivir de su arte incluso bajándolo varios niveles, cuando entré en la vida; y nunca lo he lamentado. Aprendí el inglés simplemente para mejor leer a Poe, partí a los veinte años a Inglaterra, con el objeto de escapar, principalmente; pero también para hablar la lengua, y enseñarla en un rincón, tranquilo y sin otro ganapán obligado: me había casado y eso me presionaba.
Hoy, he ahí más de veinte años y a pesar de la pérdida de tantas horas, creo, con tristeza, que hice bien. Es que, además de los pedazos de prosa y los versos de mi juventud y el resto, que ahí hacía eco, publicada un poco por todas partes, cada vez que aparecían los primeros números de una Revista Literaria, he soñado siempre e intentado otra cosa, con una paciencia de alquimista, dispuesto a sacrificar toda vanidad y toda satisfacción, como otrora uno quemaba su mobiliario y las vigas del techo, para alimentar el horno de la Gran Obra. ¿Qué? Es difícil de decir: un libro, simplemente, en varios tomos, un libro que sea un libro, arquitectural y premeditado, y no una selección de inspiraciones del azar, aunque fueran maravillosas… Iré más lejos, diré: el Libro, persuadido de que en el fondo no hay más que uno, intentado sin percatarse por quienquiera que haya escrito, incluso los Genios. La explicación órfica de la tierra, que es el único deber del poeta y el juego literario por excelencia: pues el ritmo del libro, entonces impersonal y vivo, hasta en su paginación, se yuxtapone a las ecuaciones de este sueño, u Oda.
He ahí la confesión de mi vicio, puesto al desnudo, querido amigo, he caído mil veces, con el espíritu magullado o hastiado, pero esto me posee y lo conseguiré tal vez; no hacer esta obra en su conjunto (¡haría falta ser no sé quién para ello!) sino mostrar un fragmento de lo ejecutado, hacer centellear por un sitio la autenticidad gloriosa, indicando el resto entero para el que no basta una vida.
Nada más simple entonces que yo no me haya apresurado a recolectar los mil pedazos conocidos, que me han, de un tiempo a otro, traído la bondad de encantadores y excelentes espíritus, ¡siendo usted el primero! Todo eso no tenía otro valor momentáneo para mí que el de entretener la mano: y cada logro que pudiera ser algunas veces uno de esos trozos; sería justo para ellos si compusieran un álbum, pero no un libro. Sin embargo es posible que el Editor Vanier me arranque estos fragmentos pero yo no los pegaría en páginas como se hace con una colección con estampados seculares o preciosos. Con esta palabra condenatoria de Álbum, en el título, Álbum de versos y de prosa, no sé; y eso contendría muchas series, podría incluso ir indefinidamente, (a lado de mi trabajo personal que yo creo, será anónimo, el Texto hablando ahí de sí mismo y sin voz de autor.)
Estos versos, estos poemas en prosa, además de las Revistas Literarias, uno puede encontrarlos, o no, en las Publicaciones de Lujo, agotadas, como el Vathek, El cuervo, El Fauno.
Tuve que hacer, en algunos momentos de contrariedad o para comprar algún bote arruinado, trabajos propios y eso es todo (Dioses Antiguos, Palabras inglesas) de los que conviene no hablar: pero aparte de esto, las concesiones a las necesidades como a los placeres no han sido frecuentes. Si en algún momento, no obstante, desesperanzado por el despótico libro descuidado por Mí mismo, he luego de algunos artículos divulgados por aquí y por allá, intentado redactar por mi cuenta, baños, joyas, mobiliario y hasta teatros y menús de cena, un periódico, La Última Moda, cuyos ocho o diez números aparecidos sirven todavía cuando los desvisto de su polvo para hacerme un largo rato soñar.
En el fondo considero la época contemporánea como un interregno para el poeta, quien no tiene nada en qué involucrarse en él: está demasiado en desuso y en efervescencia preparatoria, para que él tenga otra cosa que hacer sino trabajar con misterio en vista de más tarde o de nunca jamás y de vez en vez enviar a los vivos su carta de presentación, estanza o soneto, para no ser lapidado por ellos, si le sospechan saber que ellos no tienen lugar.
La soledad acompaña necesariamente esta especie de actitud; y, aparte de mi camino de la casa (es 89, ahora, calle de Roma) a los diversos lugares donde he debido el diezmo de mis minutos, liceo Condorcet, Janson de Sailly y finalmente Colegio Rollin, vago poco, prefiriendo a todo, en un departamento protegido por la familia, la estancia entre algunos muebles antiguos y caros, y la hoja de papel a menudo blanca. Mis grandes amistades han sido las de Villiers, de Mendès y he, diez años, visto todos los días a mi querido Manet, ¡cuya ausencia hoy me parece inverosímil! Sus Poetas Malditos, querido Verlaine, a contrapelo de Huysmans, han interesado a mis Martes un buen tiempo vacantes los jóvenes poetas que nos aman (mallarmistas aparte) y han creído en alguna influencia intentada por mí, ahí donde no hay sino encuentros. Muy afinado, he estado diez años antes del lado donde semejantes espíritus jóvenes debían volver hoy.
He ahí toda mi vida desnuda de anécdotas, al contrario de lo que han machacado por tanto tiempo los grandes periódicos, donde siempre he pasado por un gran extraño: escruto y no veo nada más, los problemas cotidianos, las alegrías, exceptuados los duelos interiores. Algunas apariciones en todas partes donde se monta un ballet, donde se toca el órgano, mis dos pasiones de arte casi contradictorias, pero cuyo sentido estallará y es todo. Olvidé mis fugas, como tuve demasiada fatiga de espíritu, a orilla del Sena y del bosque de Fontainebleau, en el mismo lugar desde hace años: ahí me aparezco diferente, apasionado por la sola navegación fluvial. Honro el río, que deja dilapidar en su agua días enteros sin que uno tenga la impresión de haberlos perdido, ni una sombra de remordimientos. Simple paseante en yola de caoba, pero velero con furia, muy orgulloso de su flotilla.
Hasta luego, querido amigo. Leerá todo esto, anotado con lápiz para dejar el aire de una de esas buenas conversaciones de amigos a la distancia y sin gritos, lo recorrerá de cabo a rabo con la mirada y encontrará en él, diseminados, los algunos detalles biográficos para escoger que uno necesita tener en alguna parte vistas verídicas. Que me apena saberlo enfermo, y ¡de reumatismos! Sé lo que es eso. No use más que raramente el salicilato, y encuentre a un buen médico, la cuestión de la dosis es muy importante. En una ocasión tuve una fatiga y como una laguna de espíritu, luego de esta droga; y le atribuyo mis insomnios. Pero iré a verlo un día y le diré esto, llevándole un soneto y una página de prosa que voy a confeccionar en estos días, a su intención, alguna cosa que vaya ahí donde usted la ponga. Puede comenzar, sin estos dos bibelots. Hasta luego, querido Verlaine. Su amigo


STÉPHANE MALLARMÉ


El paquete de Villiers está donde el conserje: no hay que decir que lo quiero como a las niñas de mis ojos. Hay ahí de lo que ya no hay: cuanto a los Cuentos Crueles, Vanier se los tendrá, Axël se publica en La Joven Francia y Eva futura en la Vida Moderna.

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