domingo, 22 de abril de 2012

TODO POR UNA MONEDA - ALBERTO SALCEDO RAMOS





Sucedió en la Cárcel Peñas Blancas, ubicada en las afueras de Calarcá. El fotógrafo Jesús Abad Colorado y yo habíamos llegado hasta allí guiados por el joven escritor Juan Felipe Gómez , quien dirige el taller "Versión libre", un programa de promoción de lectura y escritura creativa dedicado a los presos.

Abad y yo estábamos invitados al IV Encuentro de Escritores Luis Vidales, que se llevaba a cabo en esa pequeña ciudad del eje cafetero. La idea al llevarnos a Peñas Blancas era que compartiéramos con los reclusos algunas experiencias propias de nuestro oficio. Ellos, los presos, llevaban entonces varias semanas estudiando parte de nuestro trabajo: las fotografías del conflicto armado tomadas por Abad y mi libro de crónicas "La eterna parranda".

A la entrada nos tocó dejar en un casillero algunas pertenencias que, por razones de seguridad, no están permitidas en el penal: teléfonos móviles, cámaras fotográficas, llaves. Incluso, monedas. Vaciamos nuestros bolsillos en el escritorio e ingresamos al patio donde nos encontraríamos con los reclusos.

Recordé entonces un chiste macabro: en la cárcel tendríamos por fin un público cautivo. Desde luego, no lo dije en voz alta. Gómez hablaba de las bondades del programa de lectura con los presos: uso productivo del tiempo, resocialización. Tampoco expresé que descreo de las propiedades milagrosas que algunos románticos le atribuyen al arte. Es común oír que mientras los brazos estén portando una guitarra es imposible que disparen un fusil. Sí, pero ¿y qué pasa cuando se termina la canción y hay que abandonar la guitarra y afrontar la falta de oportunidades del entorno?

La jornada transcurría según lo previsto. Lo único inesperado eran unas coplas simpáticas que los presos habían escrito para nosotros.

De repente, Abad, dotado de una extraordinaria capacidad para conectarse con la gente, les pidió a los reclusos que nos contaran por qué se encontraban tras las rejas. Empezamos a oír lo común en estos casos: hurto, homicidio.

Entonces Darío González Montoya , quien se hallaba en la parte de atrás, nos sorprendió con una historia distinta: él estaba preso por una moneda.

- ¿Cómo?

Sí, por una moneda. Una noche él y su cómplice, Diego Rendón, decidieron salir a robar. Diego proponía ir a Quinchía y Darío, a Marsella. Como no se ponían de acuerdo, arrojaron una moneda al aire: ganó Diego. Así que fueron a robar en Quinchía y allá los capturó la Policía. La culpa no fue de ellos dos sino de la moneda. Todos soltamos la risotada.

Me toqué instintivamente el bolsillo del pantalón y tropecé, sorprendido, con una moneda de cien pesos que había sobrevivido a la requisa. Entonces invité a Darío a que echara conmigo un "carisellazo". También le gané. Los demás presos aplaudieron, como si acabaran de ver la liebre en el sombrero del mago.

- Es que yo soy de malas, patroncito- dijo Darío.


Pensé -y esta vez sí lo comenté en voz alta- en los versos de León de Greiff: "juego mi vida/ cambio mi vida/ de todas formas la llevo perdida"

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