sábado, 20 de octubre de 2012

Arthur Cravan - Poeta y boxeador






¡ARRE!




¿Qué alma disputará mi cuerpo?

Oigo la música:

¿me arrastrará?

Me gusta tanto el baile

y las locuras físicas

que siento con evidencia

que, de haber sido jovencita,

habría acabado mal.

Pero desde que estoy sumergido

en la lectura de esta revista ilustrada

juraría no haber visto en mi vida

fotografías más asombrosas:

el océano perezoso meciendo las chimeneas.

Veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,

entre mercancías imprecisas,

mezclarse los choferes con los marineros;

cuerpos pulidos como máquinas,

mil objetos de la China,

las modas y las invenciones;

luego, dispuestos a atravesar la ciudad,

en la suavidad de los automóviles,

los poetas y los boxeadores.

¿Cuál es esta noche mi error?

¿Que entre tanta tristeza

todo me parece bello?

El dinero que es real,

la paz, las vastas empresas,

los autobuses y las tumbas;

los campos, el deporte, las queridas,

hasta la vida inimitable de los hoteles.

Quisiera estar en Viena y en Calcuta.

Tomar todos los trenes y todos los navíos,

fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.

Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;

viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;

cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,

fauna y flora:

¡soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!

¿Qué hacer?

Probaré con el aire libre,

¡quizás ahí podría prescindir

de mi funesta pluralidad!

Y mientras la luna,

más allá de los castaños,

unce sus lebreles

e, igual que un caleidoscopio,

mis abstracciones

elaboran las variaciones

de los acordes

de mi cuerpo,

que mis dedos pegados

a la delicia de mis llaves

absorben frescos síncopes,

bajo mociones inmortales

mis tirantes vibran;

y, peatón ideal

del Palais-Royal,

me embriago de candor

incluso con los malos olores.

Repleto de una mezcla

de elefante y de ángel,

lector mío, paseo bajo la luna

tu futuro infortunio,

armado con tanta álgebra

que, sin deseos sensuales,

entreveo, fumadero del beso,

coño, mamada, agua, África y descanso fúnebre,

detrás de las persianas tranquilas,

la calma de los burdeles.

Bálsamo, ¡oh mi razón!

Todo París es atroz y odio mi casa.

Los cafés ya están oscuros.

Sólo quedan ¡oh mis histerias!

los claros establos

de los orinales.

Ya no puedo seguir quedando fuera.

Ésta es tu cama; sé tonto y duerme.

Pero, último inquilino

que se rasca tristemente los pies,

y, aunque cayendo a medias,

si yo oyese sobre la tierra

retumbar las locomotoras,

¡cuán atentas podrían volverse mis almas!

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