viernes, 5 de marzo de 2010

Konstandinos Kavafis



Tumba de Eurión(1912)

En esta tumba –rica en diseño,
toda en mármol de Tebas,
cubierta con lirios y violetas-
yace el hermoso Eurion,
un alejandrino de veinticinco años.
Descendiente de macedonios y magistrados
estudió filosofía con Aristokleitos
y con Paros, retórica, y en Tebas leyó las Sagradas Escrituras.
Redactó también una historia de la provincia de Arsinoe.
Todo eso al menos habrá de sobrevivirle.
Pero perdimos para siempre lo que era realmente precioso:
su cuerpo,
como una visión de Apolo.


Canción de Jonia
(1911)


Aun cuando rompimos sus estatuas
y les sacamos de sus templos
los dioses no han muerto.
Es a ti, tierra de Jonia, a quienes ellos aman,
es a ti, a quienes sus almas recuerdan.
Cuando llegan las mañanas de Agosto
un vigor emana de sus almas y se agita en tus aires
y a veces, un muchacho, de etérea juventud,
indefinible, como una sombra alada,
se aleja cruzando tus colinas.


Ante la tumba de Endimión
(1916)


Vine de Mileto a Latmos
en un blanco carruaje de cuatro mulas,
blancas como la nieve, con arneses de plata.
Navegué desde Alejandría en una nave púrpura
para hacer ritos secretos-
libaciones y sacrificios en honor de Endimión.
Aquí está su estatua y miro, con asombro,
su célebre hermosura.
Entonces mis esclavos arrojan sobre ella canastas de jazmines
y a mi cuerpo regresan los placeres de los días de ayer.


En la cubierta del barco
(1919)


Se parece a él, por supuesto,
este pequeño retrato hecho a lápiz.

Fue hecho de prisa, en la cubierta del barco,
una tarde mágica,
con el mar de Jonia rodeándonos.

Se parece a él, aún cuando le recuerdo más bello.
Era de una sensibilidad casi enfermiza
y eso iluminaba mas su rostro.
Y más hermoso me parece ahora
cuando le recuerdo hace ya tantos años.

Hace ya tantos años. Todo ha envejecido-
el retrato, el barco y la tarde aquella.


Días de 1909, 1910 y 1911
(1928)


Era el hijo de un marinero indigente, de una isla del Egeo.
Trabajaba para un herrero y vestía pobremente.
Sus zapatos gastados, sus manos manchadas de orín
y de aceite.

Al caer de la tarde, cuando cerraban la fragua,
si algo deseaba, una corbata cara, digamos,
una corbata para los domingos,
o si en una vitrina había visto alguna bella camisa,
por uno o dos pesos ofrecía su cuerpo.

Ahora me pregunto si en los tiempos antiguos
tuvo Alejandría, la gloriosa, un joven tan apuesto
y tan bello como este que perdimos.
Nadie hizo, por supuesto, su estatua o su retrato.
En aquel astroso taller, entre el calor de la fragua
y el penoso trabajo, entre el deleite y las pasiones,
terminaron sus días.

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