martes, 17 de junio de 2008

Un filósofo con placa de carro




Gonzalo Arango, el de Andes

Por Jaime Jaramillo Escobar / X-504

En 1931 nació un precioso niño en el hogar formado por Don Francisco Arango y Doña Magdalena Arias. Lo mecieron en su cunita. Le dieron biberón.
Nadie... sospechaba... nada.
Lo conocí en 1946. Era entonces un chico de aspecto delicado, lo más inofensivo del mundo, siempre con un libro bajo el brazo. No servía para jugar al fútbol.
Le gustaba mucho quedarse haraganeando en el río, disputándole las guayabas a los pájaros, leyendo a Platón. Le reproché porque no iba a clase. Me contestó: ¡Vos sos pendejo! Platón es mucho mejor maestro que Don Sofonías Arcila.
Me dolió por Don Sofonías. Me gustaba más el nombre de Sofonías que el de Platón, que parecía un apodo; y además Don Sofonías era el profesor de ciencias naturales, mi materia preferida. Hacer herbarios, embalsamar animales: no hay una cosa más linda en la vida. Empecé a cogerle fastidio al tal Platón.
Nos hicimos muy amigos, Gonzalo y yo. Ustedes saben cómo es cuando dos chicos en el colegio se hacen amigos: los profesores creen que son maricas. Si no fuera por los profesores, los muchachos podrían ser felices.
En ese tiempo la filosofía estaba de moda entre los estudiantes del Liceo Juan de Dios Uribe, en Andes, a la orilla del torrentoso río San Juan, que se ha tragado carros con toda la gente adentro; y se cansan de buscar a los ahogados, y no los encuentran sino cuando ya van llegando al río Cauca, con ese modo de nadar, tan calmado e indiferente, que tienen los ahogados.
Y además de la filosofía, también estaba de moda entre nosotros la oratoria, y los más aficionados se iban a gritar improvisados discursos al río, y yo sé que el río los grabó, pero se los llevó hasta el mar, y ahora esos discursos andarán asustando a la gente en el mar.
Porque entre ellos estaban los de Luis Aníbal Tascón, un indígena que llegó a ser abogado para defender a su tribu, y entonces lo asesinaron; y estaban los de Gonzalo Arango, que quería ser orador y filósofo, y muchas otras cosas, algunas de las cuales eran incompatibles entre sí, por lo cual tuvo que escoger, y escogió, y no sabíamos que el escogido era él.
Yo cursaba primero de bachillerato, Gonzalo el segundo, pues él en ese entonces iba delante de mí, y ahora yo voy detrás de él.
Procuraba siempre apartarse a leer, y construyó un refugio en el solar de su casa, con ayuda de Bernardo Salazar, un compañero de Betulia, interno como yo. Los sábados y los domingos iban a trabajar. Pusieron piso de tablas, y paredes de tablas, y las ventanas no las pusieron de nada, sino de ventana, con un techo, para que, si llovía, la lluvia pudiera hacer ese ruidito tan sabroso que a la lluvia le gusta hacer en los techos de las casas para que la gente que está debajo se quede quieta y empiece a bostezar y se vaya durmiendo con un libro en la mano.
Bernardo Salazar fue después maestro de escuela. Tenía que ser maestro de escuela, porque era un muchacho muy pobre. Una vez fui a su casa. Una vez nada más, porque quedaba algo lejos. Esa vez que fui a su casa, lo hice solamente para conocer y saludar de mano a su madre y a su hermana. Vivían tan solitas las dos, que únicamente las acompañaba el tiempo con sus horas, sus minutos y sus segundos, en un ranchito muy flaco y con un perrito de esa raza que llaman famélica, o latinoamericana, que si no lo cogí fue porque no se podía coger, perrito inasible, con sus ladridos de bienvenida, ladridos inaudibles, como tantos perritos de las gentes pobres, que casi no tienen perrito.
Aquel ranchito, en las afueras de Betulia, era un ranchito de paja con un patio muy barrido, donde brillaban las rosas más lindas del mundo, pero eran unas rosas chiquiticas, como la pobreza que tenía sitiado aquel ranchito.
Para llegar allí, yo había tenido que ir desde Andes a Bolombolo en bus, y mirar un rato bien largo el río Cauca, para que no se me olvidara cómo era aquel río, y después había tenido que ir por otra carretera y pasar por Concordia y llegar a Betulia al día siguiente, porque había habido derrumbe y no había quedado paso y ya estaba muy oscuro con la lluvia que caía.
Y al rato de haber llegado nos sirvieron la comida, a mí y al perrito. No había más comida que ésa, pero no era gente de limosna. Antes en Antioquia la gente era así. Los limosneros vinieron después. A los limosneros los produce la riqueza. Mientras más limosneros hay, más rico es el país. Y los Estados Unidos deben ser un país muy pobre, porque allá nadie tiene una moneda para dar. Si te la dan, te cobran intereses.
La mamá y la hermana de Bernardo Salazar eran tan pobres que permanecían sentadas todo el tiempo, así como uno se imagina que se deben mantener los ricos. Después es que uno llega a saber que los ricos trabajan sin respiro día y noche, para que los pobres puedan mantenerse allí sentaditos.
Aquel refugio que Gonzalo construyó en el patio de su casa pasó a llamarse la isla, y Gonzalo y yo tuvimos desde entonces la obsesión por la isla. Como nunca pudimos tener esa isla, terminamos construyéndola dentro de nosotros mismos, y esa fue la razón por la que más tarde Gonzalo se apasionó por San Andrés y Providencia, y allá encontró a Angelita, que lo estaba esperando desde 1946, o quizá desde antes, desde el comienzo del mundo.
Como nadie sabe el modo en que las cosas se entrelazan acá en la tierra, Gonzalo le transmitiría mucho después a Simón González Restrepo aquella idea de la isla, y por eso Simón fue a parar a San Andrés, y San Andrés tuvo un buen gobernador por primer vez en toda su historia.
Como yo tenía un periódico, convencí a Gonzalo de que escribiera un artículo, y lo escribió sobre El Quijote, en el cuarto centenario de Cervantes. Ese es el primer artículo que Gonzalo escribe, sin saber que después iría a parecerse un poco al Quijote, porque así es el modo que las cosas tienen de entrelazarse en este mundo.
También organizamos un centro literario, el Centro Indio Uribe, que era más o menos como los talleres de hoy.
Después al colegio le cambiaron la teja de barro cocido por páginas de Eternit y dejaron sembrar casas en los terrenos a su alrededor. Pero en los años cuarenta era un bello e imponente edificio solitario en un recodo del río, sobre una breve meseta. A su frente estaba el campo de fútbol, presidido por el busto del Indio Uribe.
Una mañana encontramos con sorpresa que durante la noche unas fuerzas que no sospechábamos, pero que debían ser las más negras y sangrientas de la historia, habían derribado el busto y le habían separado la cabeza. Era 1948. Empezaba la violencia en Colombia.
Por eso, una novela de Amílcar Osorio acerca de aquella época se titula "La ejecución de la estatua", novela inédita, como la mayor parte de la obra nadaísta, que a pesar de estar inédita tanto ha influido en la nueva literatura colombiana, desde sus solos títulos: "Súbete en todo mí", o "La frente cubierta por el cabello", son títulos que por sí solos transforman una literatura. La obra poética de Amílcar U., o la de Darío Lemos, tuvieron reconocida influencia en la poesía joven, aún sin haber sido publicadas en libro. Y el que más libros ha publicado, Eduardo Escobar, que ha publicado trece, los sigue considerando inéditos, con toda la razón. En 1970 Amílcar Osorio escribe: "Hace doce años que Eduardo Escobar es el mejor poeta de Colombia y poca gente lo sabe".
En 1948, Gonzalo viaja a terminar el bachillerato en el Liceo Antioqueño. Cuando lo vuelvo a ver es redactor de la revista de la Universidad y secretario de la biblioteca y me deja leer los libros que se encuentran prohibidos, en una sala llamada "el infierno", de donde saco algo chamuscado a Thomas Mann, a Hermann Hesse, y a muchos otros grandes maestros que Abel Naranjo Villegas tenía condenados allí.
Muy pronto Gonzalo renunció a la Universidad, porque dijo que lo querían graduar de imbécil, y se retiró a una casita de campo de donde sacaba bultos de naranjas que vendía él mismo en l aplaza de mercado para poder comprarle papel y cinta a su devoradora máquina de escribir, esa máquina de Gonzalo que masticaba cintas sin parar. Escribió "Después del hombre" y "Adiós al paraíso", novelas que no se publicaron, pero otros aprovecharían sus títulos.
Poco a poco se fue volviendo agresivo y sombrío, y una noche que me lo encontré en la plazuela Nutibara estaba completamente transformado. Se subió en una banca, gritó como un poseso: - ¡Yo soy Dios! ¡Huíd de mí! - y salió corriendo, o volando, no lo pude ver bien.
En 1958 Gonzalo fue a Cali para fundar el Nadaísmo vallecaucano, que resultó ser distinto del Nadaísmo antioqueño, porque el Nadaísmo antioqueño no conoció el humor. Después de una de esas conferencias iniciales que se convertían en casos de orden público, con cargas de caballería, nos encontramos en un café de la calle doce, y allí conocí a Jotamario. Era un chico de aspecto delicado, aparentemente inofensivo, con un libro en la mano.
Nadie... sospechaba... nada.

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