domingo, 14 de septiembre de 2008

Miscelanea de poesía 5


Al querido señor Dios

Querido señor Dios:
Te ruego encarecidamente que me ayudes a ordenar este trabajo, aunque parezca feo, caótico y pecaminoso, de modo que sea aceptable a tus ojos, para que de este modo, según le parece a mi cerebro desordenado e imperfecto, pueda alcanzar los más altos cánones del arte, abriendo, no obstante, nuevos caminos y rompiendo viejas reglas cuando sea necesario; tiene que ser estimulante, tempestuoso, atronador, la vivificante palabra de Dios debe resonar en él proclamando la esperanza para el hombre, y sin embargo tiene que ser también equilibrado, grave, lleno de ternura y compasión, y humor: como el escritor se halla él mismo cargado de pecados, si se le deja solo no puede escapar a conceptos en ocasiones falsos e inanes, y somete su voluntad a la de una bandada de becasinas que lo llevan por senderos equivocados...
Por favor -creo que necesitas escritores-, deja que verdaderamente te sirva como tal, convirtiendo este material en algo grande y hermoso, y si mis motivos para escribir son oscuros, y si ahora las palabras están dispersas y a menudo faltas de sentido, por favor, perdóname por ello, pero, te lo suplico, pon alguna Musa, algún Nordahl Grieg -ángel del arte- a mi disposición para ordenarlas de un modo bello; por favor, ayúdame, de lo contrario estoy perdido. Mis plegarias también para San Judas, ¡querido patrón de los imposibles!



Malcolm Lowry (Inglaterra)




Mi esposa y yo

Mi esposa y yo hicimos el amor esta tarde. Juntos nos escondimos de la luz de nuestro deseo, frente a frente. Luego me preguntó: ¿Te supe dulce? Claro, querida compañera. Esta noche miré con placer mientras se desnudaba y se ponía su pijama de franela. La abracé estrechamente hasta que se quedó dormida. Entonces apagué la luz, salí de la habitación con cuidado y bajé aquí contigo.


Leonard Cohen (Canadá)


Preguntas a Orfeo


Y ahora aquí en tu abismo
qué vas a hacer, Orfeo,
si es más hondo que el reino
que le da una blancura
lunar y enajenada a las manos de Eurídice.
¿Pedir por ella al dios
como pide el mendigo su mendrugo,
o, acaso, una moneda
para alcanzar de nuevo la nave de los muertos?
¿Qué harás cuando tu lira
haga danzar los lirios y las constelaciones,
pero tu amada Eurídice
no sepa que es por ella
que el cielo es la mitad de una granada,
y la otra, que gira, la pradera infinita?
¿Qué harás? ¿Cantar a solas
puro como un adolescente, o
volverte fiera en el jardín, acaso
tu jabalí y tu Adonis? Oh padre del abismo,
si un resplandor nos ciega, deja al menos
que fluya nuestro canto, y nuestra lira
diga, al final, Eurídice, y hasta la isla de Lesbos
Eurídice, Eurídice, Eurídice...


Giovanni Quessep (Colombia)




Los geranios


Miro los quietos geranios. Una vez más busco el sentido de lo que me es difícil comprender.
Ideas que huyen de la realidad como perros asustados por fantasmas. Realidad inabarcable.
Días humanos danzando como fuegos que abrasan sin piedad.

Tanto por entender en tan poco tiempo. Tanto por escribir, por correr tras la Utopía.

Debo parecer un loco frente a los geranios, quieto como ellos, mirándolos
con una jarra en la mano.
Aquí y así quedará mi sombra cuando me marche.
Nada es suficiente para la pena.
Los geranios reciben el agua, quietos, sin contestar ningún llamado.


Luis La Hoz (Perú)


Vértices


La ciudad en invierno se levanta como un templo.
Columnas de luz sostienen la bóveda.
En las naves un eco y en los vitrales
las espinas de un pez.

Los cimientos son sepulcros donde se deposita
la materia como ofrenda.
Al caminar, suena el vacío que encierra el suelo.
La gravedad con que la tierra te ama.


Manuel Ulacia (México)



La suerte está echada


Se acabaron los poemitas lacrimógenos
las noches de insomnio
los dos paquetes de cigarrillos al día
la falta de apetito
el mal humor
las miradas perdidas en el aire
detrás de moscas invisibles o musarañas.
Se acabaron los dibujitos abstractos
en el mantel con la punta del cuchillo
la palidez
los polvorientos sonetos con estrambote al estilo
de Navarro
las miradas ansiosas al teléfono
el mudo interrogatorio al cartero.

A partir de hoy todo va a cambiar
¿Te fuiste con tus lindos ojos azules?
Mala suerte
Que te vaya bien
(y los hermosos ojos azules
te los puedes meter en tu inolvidable culo).


Luis Rogelio Nogueras (Cuba)




La chica

de senos grandes
bajo un jersey azul

sin sombrero
cruza la calle

leyendo un periódico,
se detiene, da media vuelta

y mira hacia abajo
como si

hubiera visto una moneda
en el suelo


William Carlos Williams (Estados Unidos)



46

Muchos demonios rojos salieron corriendo de mi corazón
y se esparcieron sobre la página.
Eran tan diminutos
que la pluma podía amasarlos.
Y muchos forcejeaban en la tinta.
Era extraño
escribir con esa porquería roja
sobre las cosas de mi corazón.


Stephen Crane (Estados Unidos)


Colombia en el corazón


No sé que vino primero. Si la rumba colombiana o el balompié. Aunque ahora, y viéndolo bien, creo que todo fue parte de una misma alegría, única, irrepetible, allá por los años cincuenta, de mi anodina infancia.
Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla. Mi vida está pendiente de una rosa, porque es hermosa y aunque tenga espinas. Santa Marta tiene tren, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía. Discos de 78 revoluciones y baquelita negra fulgurante, que terminaron hechos añicos, como todo en la vida y, sin embargo, siguen girando y girando en mi memoria.
Igual que resuenan en mi vieja memoria las infinitas jornadas futboleras del Nemesio Camacho, conocido también como el Campín. La edad de El Dorado. Tiempos en que los equipos colombianos, amén de los pleyers locales, contaron en sus filas con lo mejorcito de la vitrina sudamericana. Los peruanos que por entonces le metían al fútbol, estaban en su garbanzal. Y hubo partidos en los que la cancha se poblaba de peruanos. El Medellín, por lo pronto, con Tito Drago a la cabeza, fue conocido como la “Danza del sol” y en el América de Cali, Barbadillo, Vidales Mosquera y Valeriano López hacían mil diabluras con la bola. Sin olvidarme, por supuesto, de Walter Ormeño, señor de los tres palos.
En honor a la verdad, en mi primera infancia, nunca supe si Lima era un barrio de Bogotá o Bogotá era un barrio de Lima. Al fin y al cabo “Pachito Eché” era como “La flor de la canela”. Y hasta creo que, por esos tiempos, yo andaba convencido de que Nelson Pinedo era mi vecino de la vuelta.
Y ahorita mismo, a estas alturas del partido, poeta cansino y cincuentón me tinca que aún confundo a nuestros dos países. Juntos y revueltos en la memoria viva del amor y del dolor. Colombia al pie del orbe yo me adhiero.


Antonio Cisneros (Perú)


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