martes, 13 de julio de 2010

El hombre de Mictlán - Lauri García Dueñas




El hombre de Mictlán[1]



me desperté de esa pesadilla dulce que fue la vida

y tenía frente a mis ojos la claridad del condenado

un pasto blanco que no podía asir con los dedos

una felicidad suave

un descanso



tengo olvidos cómodos dormidos en las pestañas

desapareció la nausea que me provocó la miseria reiterada de los mendigos

la nostalgia impune no me hiere porque he perdido sus causas

y todo lo material se esconde ya en mi pasado



soy el hombre que atravesó el valle para llegar a Mictlán

de la mano del perro gigante de encandecidas pupilas



he vencido la zozobra y la agonía del desamor repetido

mis manos derruidas se convirtieron en las mozuelas líneas de mi destinación



nada me sobra ya

y el corazón de mi amada es un hueco en el espacio de lo que ahora soy



fui el guerrero asesinado por el enemigo mil veces

la mujer que esperó cosiendo en la puerta por el hombre que nunca volvió

el niño que murió en el parto

todos los que han sido y vendrán



soy parte de este humo blanco y oloroso a copal

he dejado mis cadenas al atravesar la atmósfera

renazco en el cuenco de agua que me dan a beber los antiguos

y allá abajo, sobre mis huesos, los que permanecen

toman mezcal en mi nombre



nombre que he guardado en la mano

y blandiré de nuevo cuando regrese a la tierra

de hollín pintado las mejillas

de sangre encendida mis venas

porque todo esto es un tránsito

el ir y venir a la madre sagrada

que con tanto ahínco laceramos



no voy a intentar otra vez destruirme

he encontrado en Mictlán el verdadero sentido de lo que busqué en el frenesí de mi obstinación



no soy más el solitario infame

ni la gula

soy el sol la luna el alabastro el corazón rendido el beso la luz de las plantas

la herida abierta de los hombres

el lugar donde todos se sientan a comer el banquete

de este día de muertos.







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[1] Para los aztecas, la tierra del descanso eterno.

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