¿Quiere ello decir que no se confiesa o bien que ella es de tal modo que no hay confesiones que la revelen, ya que cada vez que se ha hablado de su manera de ser se presiente que de ella sólo se ha captado lo que la hace existir por defecto? Entonces, ¿habría valido más callarse? ¿Más valdría, sin ponerse a valorar sus rasgos paradójicos, vivirla en lo que la hace contemporánea de un pasado que nunca ha podido ser vivido? El demasiado célebre y demasiado machacado precepto de Wittgenstein, «De lo que no se puede hablar, hay que callar», indica de hecho que, puesto que al enunciarlo no ha podido imponerse silencio a sí mismo, en definitiva, para callarse, hay que hablar. Pero ¿con palabras de qué clase? He aquí una de las preguntas que este pequeño libro confía a otros, menos para que la respondan que para que quieran cargar con ella y acaso prolongarla. Se encontrará así que ella tiene también un sentido político acuciante y que no nos permite desinteresarnos del tiempo presente, el cual, abriendo desconocidos espacios de libertades, nos hace responsables de nuevas relaciones, siempre amenazadas, con las que siempre se cuenta, entre lo que llamamos obra y lo que llamamos desobra.
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