Me escapé de una ruidosa fiesta, con una de las sombras de la noche, jalonado por los bríos del alcohol y del deseo, en un taxi que cruzó como otra sombra la ciudad.
Sombra de piel blanca y pelo negro, los colores del cine tienes —le susurré—. —No me alebresta el alcohol sino el deseo—, me contestaba, despintando la noche con el labial de su voz.
Y a su cuerpo, a contravía de la luz como a un objeto sin apariencia, como a un espejo sin imagen o como a un lienzo sin color, le di mi claridad.
Pero con las sombras de la noche siguiente, otra sombra —salida de no sé qué escondite—, me madrugó.
Aprende de esta historia, un adagio de adagios: asaltador asaltado es el amor.
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