Todo empezó hace algunos meses cuando recibí la noticia por correo electrónico de que sería invitada al Festival Internacional de Poesía de Medellín. Mi reacción fue al principio de incredulidad porque yo decía eso de “algún día me invitarán a Medellín”, pero creía que esa invitación llegaría hasta muchos años después, cuando la experiencia hiciera cuajar más mis poemas y mi oficio se agudizara. Pero el honor me llegó pronto y había que asumirlo.
Ir al festival de Medellín, para un poeta, es como la graduación del colegio, es como para un boxeador conocer a Mike Tyson o para un niño mirar entrar por la chimenea a Santa Claus. Así me sentí yo.
Gracias a esa “buena estrella”, que no es tal, sino más bien el cúmulo de gente que cree en mí y en mi poesía, conseguí el pasaje México-Bogotá-México y llevé en mis destartaladas maletas algunos ejemplares del poemario “un error espectacular atravesado por avenidas e hipopótamos líquidos”, diseñado por Karla Aguirre y que contiene algunos de los extractos de “el tiempo es un texto indescifrable”, más otros poemas que consideré los más adecuados para leer frente a las centenares de personas que escucharían ávidamente a los cien poetas del mundo de 58 países que llegamos este año a la ciudad de quebradas limpias y cielos despejados.
Volé desde México D.F. a la 1.35 a.m. y llegué a Bogotá a las 6.35 a.m. del 6 de julio. A bordo de su jeep, la poeta colombiana María Tabares, poeta del megáfono, amiga entrañable, me esperaba.
Parte fundamental de mi aventura poética colombiana fue ser recibida por esta mujer de 52 años, quien dejó su carrera de publicidad para ser “escritora siempre” y quien me ha enseñado que eso significa levantarse todos los días, servirse el café, escribir, escribir y pulir y creer. Y entender, como dice la poeta más joven de Colombia – Mari Zapata de 15 años- que las mujeres que se dedican a escribir no tienen edad.
Luego de dos días para que Bogotá nos empapara, de comer ajiaco y otras delicias que empezarían a sumar en los kilos que subí en Colombia, aferrada a la ferviente convicción de que no pagaría un avión para ir a Medellín –acostumbrada a viajar hasta 27 horas seguidas al interior de México- me fui a la terminal y me preparé para las diez horas de autobús, sinuosas, mareantes, que me llevarían a mi destino.
La emoción crecía, a cada curva de la carretera que me acercaba a Medellín.
Llegué justo a tiempo al hotel, Luis Eduardo Rendón –uno de los titánicos organizadores de este encuentro maravilloso- me dio las primeras indicaciones, aventé mis maletas en la habitación, me eché agüita y me subí en un taxi con Jesús, Cristina, y la poeta colombiana Tatiana Mejía.
Hablé sin parar, como suelo hacerlo cuando estoy nerviosa, mientras acelerábamos en la avenida oriental en dirección al cerro Nutibara.
Lo que viví ahí esa noche superó cualquiera de mis sueños o expectativas. Al llegar, me senté en el escenario junto con los poetas que al pasar los días se convertirían en mis amigos.
Reconocí a Ophir Alviárez, de Venezuela, quien me presentó a Gustavo Pereira, uno de los grandes escritores de su país. A un costado platicaban los cubanos Oscar Cruz y Domingo Alfonso y se me apareció el carismático dominicano Rei Berroa, gran poeta y ser humano, a quien ya había escuchado leer en El Salvador.
Al frente, unas cinco mil personas habían llegado para escuchar poesía. Empezó la lluvia y la mayoría del público permaneció incólume. Las parejas se abrazaban, las familias se cubrían bajo amplios paraguas. El agua no restó el entusiasmo ni cesaron los aplausos cuando los poemas gustaban.
Salvo el poeta francés Jean Clarence Lambert (1930) que se endiosó en el micrófono y no lo soltaba, la noche fue maravillosa.
El culmen llegó cuando le tocó la hora de leer al poeta ruso, varias veces propuesto al Premio Nóbel, Yevgeny Yevtushenko (1933). El público guardó absoluto silencio, y el escritor acostumbrado a recitales multitudinarios en Moscú, cautivó a Medellín con el poema de la primera mujer que amó, viuda febril, y lo que sucede en el país de más o menos.
“Vivo en el país llamado Más o Menos,
dónde,
muy extrañamente,
no hay ningún partido oficial llamado ‘Masomenosista’…
donde ellos
leen a nuestros escritores clásicos… más o menos…”
Mucho menor que él, la inglesa Caroline Bird (1986), encantó con su poesía explosiva y tierna, bomba molotov de hadas masturbándose.
Y así inició la maratón poética de diez días, que me llevaría a dar ocho recitales, seis en Medellín y dos en municipios, aprender de los grandes escritores, performanceros, músicos, traductores y dramaturgos, que leyeron a mi lado y a los que conocí en las pláticas de pasillo, en las inolvidables noches de rumba o en las tardes de café y cerveza.
De todos quisiera hablar acá pero no me alcanzaría el papel. Bromeando con el también poeta, actor y traductor, Walter Artieda, le decía que iba a escoger mi top ten poeta del festival, lo cual sería injusto, porque fui atravesada por demasiada fascinación en esos días y porque mis percepciones, mi cabeza y mi corazón fueron puestos patas arriba más de diez veces en esos diez días.
Hablaré entonces de algunos de ellos porque hablar de cien es mucho. Comentaré no por orden de importancia, sino de memoria.
Viví pues constantes y mágicos descubrimientos, respiré aire nuevo para mi creación, me apasioné. Hay poemas que escuché en Medellín que todavía me siguen resonando dentro.
Escuchar a Yevgeny Yevtushenko cambió mi vida. Más allá de su aire esquivo, y de que no pude platicar con él porque siempre estaba rodeado de fans, comprendí que la poesía cuando es sencilla y habla del mundo es importante y contundente. Fue inolvidable su lectura de “Mi bandera roja” en el Jardín Botánico. La gente lloró, al escuchar ése y otro poema de una abuela indigente peruana. Yo también lloré.
Otra de las grandes lecciones de esos días es que la fuerza de la poesía mundial palpita dulce, agitada, comprometida y desquiciada en las gargantas de sus jóvenes poetas. Aparte de destacar el trabajo de Bird, creo que por lo menos una vez en la vida hay que escuchar a Julien Delmiere (Francia, 1977) cuyo poema “Rojo”, dedicado a Medellín en clave de rap, es uno de los delirios más hermosos que escuché:
“Recuerdos de antes de la aurora
cuando yo no era todavía
sino una lluvia de misterio, un escalofrío sobre la tierra
un fragmento de elemento –un montón de sentimientos
no verdaderamente definidos
una parcela de infinito…”
Teresa Colom (Andorra, 1973) quien a pesar de que no se quedó a todo el festival, dejó, a los que pudimos oírla, la belleza de las belugas, esas ballenas del Ártico, la elegancia de su forma de recitar y el rumor de su voz descansada que atravesaba como un cuchillo punzante el estómago: “Un león parece un león. Una araña parece una araña. Pero detrás de los ojos de un hombre te puede estar mirando cualquiera. Me han dicho palabras que se enredaron al cuello y han serpenteado en mis cabellos. A menudo he parecido más feliz de lo que era. Las sonrisas atraen el veneno de las serpientes”.
Andrea Cote (Colombia, 1981) Una aparición pálida de ojos transparentes y dulces. Me regaló su poemario China Town, a toda hora, una cajita de fideos poéticos que tengo sobre la mesa de noche para cuando los necesito: “Soy la punta de la estrella, y la cosa de papel que cae desde el aire en los aniversarios, el autor de la teoría de que el espíritu es el hueso que no se puede roer. Soy las ganas de romperse y decir algo…”
Por supuesto, Ophir Alviárez, poeta venezolana que acaba de publicar “Ordalía o la pasión abreviada” con el Fondo Editorial del Caribe. Desde que la conocí en Oaxaca en 2006, me gustó la energía femenina que emana de sus poemas como si fueran vidrios rotos, una especie de intrincado misticismo, su aliento antiguo, la denuncia de todo aquello que aplasta a las mujeres y su defensa desde el cuerpo. Es un lujo su blog:
http://www.solfayarabescos.blogspot.com/
Oscar Cruz (Cuba, 1979) Su poema “La derrota” me volteó las entrañas: “Uno no se mata por el amor de una mujer, escribió Césare Pavese en su Diario, a manera de adiós, después de llamar a varias putas. uno se mata porque un amor, cualquier amor, te revela tu desnudez, tu miseria, y tu nada. horas después se suicidó, en la misma habitación donde lloraba. es esto lo que importa tal vez: ni el mundo, ni las putas, lo recuerdan”.
Walther Espinal (Colombia, 1980) y “La balada del motel”, para nuestra generación de acostones en hoteles de paso: “Cogidos de la mano entramos como a una tarde de domingo. Y pronto las ropas cuelgan del perchero que no espabila con las acrobacias sexuales. Aquí la vela del amor riega esperma y luego se apaga. El deseo como un león sigue los pasos/ríe/ me considera su hermano. Pago entonces la balada del motel para el amanecer o el rato. Y yazgo/miro al techo/huele a flores/y de costado/por el espejo/contemplo su espalda”.
También tuve el honor de conocer a tres grandes maestros que recuerdan el significado de esa palabra: Homero Aridjis (Mexico, 1940); Piedad Bonett (Colombia, 1951) y Gustavo Pereira (Venezuela, 1940).
De Aridjis: “… que no hay mayor esplendor del gris que cuando la luz lo platea. Su respiración profunda es una exhalación… Y Dios vio que era bueno que las ballenas se amaran y jugaran con sus crías en la laguna mágica”.
De Bonett: “Significa que amo la curvatura de tu nuca, la momentánea luz del ojo, las doce vértebras dorsales y las cinco lumbares que imaginan las yemas de mis dedos. y tu hígado azul, el cráneo que encierra el cerebro que encierra/esa palabra/que quisiste decir y no dijiste/y tu miembro, que sueña su memoria/y el arco de tu pie/y la pequeña luna de tus uñas/y el ruido de tus vísceras que libran sus pequeñas batallas cotidianas”.
De Pereira, “Somari del viaje de regreso”: “Yo tendré algunos años en el 3002 y serán muchos para ti pero no demasiados en el vuelo de regreso. No habrá más años sino en el cuaderno donde escribo/ tu nombre para el olvido. No habrá ni siquiera un minuto para soñarte/ porque ayer habré despegado para siempre/ y tú serás tan vieja que no podrás derramar una lágrima/ y tan llena de escombros que apenas te sentirás vivir”.
El poema que más me gustó del festival fue el dicho en la clausura por John Agard (Guyana, 1949) el cual hablaba de cómo el ser humano debería de aprender de la vaca, que no siente envidia porque otras de su especie comen un pasto más verde que ellas, ni por eso hacen la guerra. “¿Mujes el mensaje?”, concluía el poeta.
Lina Castro, de Cuba, me invitó a leer, de la antología del festival, el poema “De la tejedora” de Juan Diego Tamayo (Colombia, 1968), y quedé impresionadísima, por suerte también lo leyó en la clausura: “… tan arduo me ha sido tejer la sangre de las batallas como los besos de los enamorados. Soy la tejedora. La que con sus hilos urde la trama de la vida. Y mientras canto, tejo y destejo el silencio de la incertidumbre…”
El poeta, baterista de jazz y actor, Jules Deelder (Países Bajos, 1944) fue uno de los personajes del encuentro, seguido en todo momento por los camarógrafos de la televisión de su país, sin bajarse sus trajes de dandy y su ceño fruncido.
“El poema es primicia. Derrota demoledora de equipo de cricket femenino. Equipo de cricket femenino otra vez aniquilado. Equipo de cricket femenino barrido del campo de juego. El poema a nadie obliga. El poema es un suspiro de alivio. Un taxi lleno de chinos. El poema es poesía”.
Uno de los poetas que tuvo mayor arrastre popular fue el nadaísta Jotamario Arbeláez (Colombia, 1940) con versos claros, cómicos y cotidianos que incluían a su mujer cambiándole la marca del whiskey mientras él creía que tenía cáncer, o la lista de sus varias mujeres de nombre Claudia.
Me conmovió el erotismo, el retrato vital y la fuerza de la poesía de Héctor Fagot (Colombia, 1961), además que siempre recitó de memoria, viendo al público a los ojos: “Ayer visité el barrio de la infancia/ y en la misma cuadra, de pie/ el brazo derecho pegado al viejo poste/ cerrados los ojos/ pronuncié el antiguo talismán de la alegría/ y salí a buscar a los amigos…”
Mención especial en mi corazón, la pulida y delicada poesía del conocido Esteban Moore (Argentina, 1952), lamentando no haber podido ir a sus talleres de poesía beatnik, por coincidir con mis lecturas y la semifinal del mundial (lo sé, soy lo peor pero fue un honor brindar con él en el bar del hotel -varias veces- y leer en la misma mesa) Su poesía, impecable: “Aquellas palabras del momento y aquellas otras que no supieron salir de tus labios. Han pasado los días y tantas noches y sabrás que siempre ha sido demasiado tarde”.
Otro honor para mí fue leer con el consagrado paraguayo Carlos Villagra Marsal (1932), y escuchar sus poemas políticos y de celebración a la naturaleza: “Un pájaro raspa el cielo equívoco de la atardecida”.
Me salvé, casi no platico con Udo Kawasser (Austria, 1965), también coreógrafo, que montó con bailarines de Medellín una pieza de danza animal llena de percusiones. Por suerte, también bailé con él: “¿De dónde sólo escombros de corteza ese silencio de las formas?”.
Me gustó mucho el poema leído en la clausura por Lasse Söderberg (Suecia, 1931) y Ángela García (Colombia 1957), pareja en la vida real, quienes se conocieron justamente en Colombia y se dedicaron mutuamente un diálogo erótico leído a dos voces.
Y la hermosa Imtiaz Dharker (India, 1950) pidiendo por la protección de la humanidad: “Protege la leche. Protege al niño que la bebe. Protege al seno y cólmalo. Protege a la mujer. Protege el esperma. Protege al hombre. Protege la semilla. Protege los naranjos. Protege a estos para empezar. Si me ofreces tu mano. La tomaré. Una, dos o tres, de ti. Tomaré todas las ayudas que pueda”.
Domingo Alfonso (Cuba, 1935). Inolvidable maestro quien nos habló de los grandes poetas de Cuba, de su generación, en un aula magna de la Universidad de Antioquia y dejó subrayada su carta de presentación. “No me gusta la vulgaridad ni la estridencia”, dijo.
“Esta mujer y yo terminamos. Ahora, dejando el desorden de las sábanas, Hemos mirado por la ventana hacia la calle. Un poco a la derecha/ Unos obreros componen una enorme valla/ Que dice: Todos con boinas rojas a la Plaza de la Revolución. Ella se vuelve al interior del cuarto de hotel. Yo miro sus nalgas color de tinta de imprenta. Siento lo que los hombres normales ante tal espectáculo: Doy gracias a quien corresponda por encontrarme vivo”.
También fue un gusto conocer a Nathalie Handal (Palestina, 1969), sobrina del fallecido comandante comunista salvadoreño Shafick Handal, cosa que me enteré por su boca en el parqueo del hotel. Bella y comprometida con la denuncia de lo que ocurre con sus compatriotas en la franja de Gaza. Su poesía citadina dicha en voz suave en su español adolescente y creciendo: “El viejo chino en la tienda de alimentos naturales en la 98 con Broadway me dice que la lluvia tiene muchas vidas…”
Cómo olvidar a my friend, Obediah Michael Smith (Barbados, 1954), con quien compartí dos lecturas, mi inglés tartamudo, dos comidas, un par de cervezas Club Colombia, sus confesiones al estilo Lolita de Kubrick, una caminata por el centro de Medellín, las imágenes de Botero y la admiración por su hermosa y erótica poesía:
“todo es robado, de veras/ el sol tardío sobre el mar/ mi intento por capturarlo/ por saquear esta tarde/de agosto.
Y al gran y elocuente Rei Berroa (República Dominicana, 1949) y sus poemas de paz,: “Si la paz se vistiera de paloma/dicen los expertos en humanos/con una sola paz nos bastaría/para darle sus alas a la tierra/haciendo del humano una paloma. No es mucho pedirle/a la paz o a la paloma”.
Mis aplausos para el gringuísimo Bob Holman (1948), también inolvidable con su rostro rubicundo, su sombrero, y la capacidad de hacer reír a mandíbula batiente a centenares de personas con sus poemas y una caja.
La guatemalteca Carolina Escobar Sarti (1960) con quien leí en el Teatro de la Librería Panamericana, y hablamos de nuestros vecinos países, algunos amigos en común, de periodismo, de su edad –que no aparenta- , sus hijos, la poesía, el amor y la vida.
“Expulsada del paraíso/ por acamar las mies/ por arrebatarle el lado oscuro a/ la colmena/por tenderse dichosa/sobre su lomo arqueado/ y despuntar/aún temblando.”
Casi se me olvida Jenny Tunedal (Suecia, 1973) porque aunque me la encontré casi todos los días, en casi todos los pasillos, le quedé debiendo una buena conversación. Me pareció la Björk del festival, vi su libro en la muestra, pero estaba en sueco. Su ser me desató una enorme simpatía y profunda curiosidad. Ahora, porque lo leí en la antología, sé que también es periodista -como yo- y que reflexiona sobre la soledad –también como yo.
“La pregunta que erróneamente se plantea, o la carencia de ésta da origen a una nueva soledad. A una solitaria furia. Esto también puede tener su origen en que nadie ha encendido tu fuego”.
No hubiera conocido a todas estas voces, sin que un ejército de unas doscientas personas de la Corporación de Arte y Poesía Prometeo, encabezada por el poeta Fernando Rendón, organizaran este festival, padre de los festivales de América Latina y el mundo. Y por alguna desconocida y agradable razón, me invitaran.
El lema: “El destino del hombre es un solo ritmo celeste”. La consigna, cambiar el mundo a través de la poesía. Un Premio Nóbel alternativo y varios premios internacionales bien merecidos a los prometeos a lo largo de ¡20! años. Impecable la organización, el público lo mejor de todo.
La clausura el 17 de julio en el Cerro Nutibara de nuevo. La lluvia todavía más recia. Unas cinco mil personas escuchando poesía, conmovidas.
Ir al festival de Medellín, para un poeta, es como la graduación del colegio, es como para un boxeador conocer a Mike Tyson o para un niño mirar entrar por la chimenea a Santa Claus. Así me sentí yo.
Gracias a esa “buena estrella”, que no es tal, sino más bien el cúmulo de gente que cree en mí y en mi poesía, conseguí el pasaje México-Bogotá-México y llevé en mis destartaladas maletas algunos ejemplares del poemario “un error espectacular atravesado por avenidas e hipopótamos líquidos”, diseñado por Karla Aguirre y que contiene algunos de los extractos de “el tiempo es un texto indescifrable”, más otros poemas que consideré los más adecuados para leer frente a las centenares de personas que escucharían ávidamente a los cien poetas del mundo de 58 países que llegamos este año a la ciudad de quebradas limpias y cielos despejados.
Volé desde México D.F. a la 1.35 a.m. y llegué a Bogotá a las 6.35 a.m. del 6 de julio. A bordo de su jeep, la poeta colombiana María Tabares, poeta del megáfono, amiga entrañable, me esperaba.
Parte fundamental de mi aventura poética colombiana fue ser recibida por esta mujer de 52 años, quien dejó su carrera de publicidad para ser “escritora siempre” y quien me ha enseñado que eso significa levantarse todos los días, servirse el café, escribir, escribir y pulir y creer. Y entender, como dice la poeta más joven de Colombia – Mari Zapata de 15 años- que las mujeres que se dedican a escribir no tienen edad.
Luego de dos días para que Bogotá nos empapara, de comer ajiaco y otras delicias que empezarían a sumar en los kilos que subí en Colombia, aferrada a la ferviente convicción de que no pagaría un avión para ir a Medellín –acostumbrada a viajar hasta 27 horas seguidas al interior de México- me fui a la terminal y me preparé para las diez horas de autobús, sinuosas, mareantes, que me llevarían a mi destino.
La emoción crecía, a cada curva de la carretera que me acercaba a Medellín.
Llegué justo a tiempo al hotel, Luis Eduardo Rendón –uno de los titánicos organizadores de este encuentro maravilloso- me dio las primeras indicaciones, aventé mis maletas en la habitación, me eché agüita y me subí en un taxi con Jesús, Cristina, y la poeta colombiana Tatiana Mejía.
Hablé sin parar, como suelo hacerlo cuando estoy nerviosa, mientras acelerábamos en la avenida oriental en dirección al cerro Nutibara.
Lo que viví ahí esa noche superó cualquiera de mis sueños o expectativas. Al llegar, me senté en el escenario junto con los poetas que al pasar los días se convertirían en mis amigos.
Reconocí a Ophir Alviárez, de Venezuela, quien me presentó a Gustavo Pereira, uno de los grandes escritores de su país. A un costado platicaban los cubanos Oscar Cruz y Domingo Alfonso y se me apareció el carismático dominicano Rei Berroa, gran poeta y ser humano, a quien ya había escuchado leer en El Salvador.
Al frente, unas cinco mil personas habían llegado para escuchar poesía. Empezó la lluvia y la mayoría del público permaneció incólume. Las parejas se abrazaban, las familias se cubrían bajo amplios paraguas. El agua no restó el entusiasmo ni cesaron los aplausos cuando los poemas gustaban.
Salvo el poeta francés Jean Clarence Lambert (1930) que se endiosó en el micrófono y no lo soltaba, la noche fue maravillosa.
El culmen llegó cuando le tocó la hora de leer al poeta ruso, varias veces propuesto al Premio Nóbel, Yevgeny Yevtushenko (1933). El público guardó absoluto silencio, y el escritor acostumbrado a recitales multitudinarios en Moscú, cautivó a Medellín con el poema de la primera mujer que amó, viuda febril, y lo que sucede en el país de más o menos.
“Vivo en el país llamado Más o Menos,
dónde,
muy extrañamente,
no hay ningún partido oficial llamado ‘Masomenosista’…
donde ellos
leen a nuestros escritores clásicos… más o menos…”
Mucho menor que él, la inglesa Caroline Bird (1986), encantó con su poesía explosiva y tierna, bomba molotov de hadas masturbándose.
Y así inició la maratón poética de diez días, que me llevaría a dar ocho recitales, seis en Medellín y dos en municipios, aprender de los grandes escritores, performanceros, músicos, traductores y dramaturgos, que leyeron a mi lado y a los que conocí en las pláticas de pasillo, en las inolvidables noches de rumba o en las tardes de café y cerveza.
De todos quisiera hablar acá pero no me alcanzaría el papel. Bromeando con el también poeta, actor y traductor, Walter Artieda, le decía que iba a escoger mi top ten poeta del festival, lo cual sería injusto, porque fui atravesada por demasiada fascinación en esos días y porque mis percepciones, mi cabeza y mi corazón fueron puestos patas arriba más de diez veces en esos diez días.
Hablaré entonces de algunos de ellos porque hablar de cien es mucho. Comentaré no por orden de importancia, sino de memoria.
Viví pues constantes y mágicos descubrimientos, respiré aire nuevo para mi creación, me apasioné. Hay poemas que escuché en Medellín que todavía me siguen resonando dentro.
Escuchar a Yevgeny Yevtushenko cambió mi vida. Más allá de su aire esquivo, y de que no pude platicar con él porque siempre estaba rodeado de fans, comprendí que la poesía cuando es sencilla y habla del mundo es importante y contundente. Fue inolvidable su lectura de “Mi bandera roja” en el Jardín Botánico. La gente lloró, al escuchar ése y otro poema de una abuela indigente peruana. Yo también lloré.
Otra de las grandes lecciones de esos días es que la fuerza de la poesía mundial palpita dulce, agitada, comprometida y desquiciada en las gargantas de sus jóvenes poetas. Aparte de destacar el trabajo de Bird, creo que por lo menos una vez en la vida hay que escuchar a Julien Delmiere (Francia, 1977) cuyo poema “Rojo”, dedicado a Medellín en clave de rap, es uno de los delirios más hermosos que escuché:
“Recuerdos de antes de la aurora
cuando yo no era todavía
sino una lluvia de misterio, un escalofrío sobre la tierra
un fragmento de elemento –un montón de sentimientos
no verdaderamente definidos
una parcela de infinito…”
Teresa Colom (Andorra, 1973) quien a pesar de que no se quedó a todo el festival, dejó, a los que pudimos oírla, la belleza de las belugas, esas ballenas del Ártico, la elegancia de su forma de recitar y el rumor de su voz descansada que atravesaba como un cuchillo punzante el estómago: “Un león parece un león. Una araña parece una araña. Pero detrás de los ojos de un hombre te puede estar mirando cualquiera. Me han dicho palabras que se enredaron al cuello y han serpenteado en mis cabellos. A menudo he parecido más feliz de lo que era. Las sonrisas atraen el veneno de las serpientes”.
Andrea Cote (Colombia, 1981) Una aparición pálida de ojos transparentes y dulces. Me regaló su poemario China Town, a toda hora, una cajita de fideos poéticos que tengo sobre la mesa de noche para cuando los necesito: “Soy la punta de la estrella, y la cosa de papel que cae desde el aire en los aniversarios, el autor de la teoría de que el espíritu es el hueso que no se puede roer. Soy las ganas de romperse y decir algo…”
Por supuesto, Ophir Alviárez, poeta venezolana que acaba de publicar “Ordalía o la pasión abreviada” con el Fondo Editorial del Caribe. Desde que la conocí en Oaxaca en 2006, me gustó la energía femenina que emana de sus poemas como si fueran vidrios rotos, una especie de intrincado misticismo, su aliento antiguo, la denuncia de todo aquello que aplasta a las mujeres y su defensa desde el cuerpo. Es un lujo su blog:
http://www.solfayarabescos.blogspot.com/
Oscar Cruz (Cuba, 1979) Su poema “La derrota” me volteó las entrañas: “Uno no se mata por el amor de una mujer, escribió Césare Pavese en su Diario, a manera de adiós, después de llamar a varias putas. uno se mata porque un amor, cualquier amor, te revela tu desnudez, tu miseria, y tu nada. horas después se suicidó, en la misma habitación donde lloraba. es esto lo que importa tal vez: ni el mundo, ni las putas, lo recuerdan”.
Walther Espinal (Colombia, 1980) y “La balada del motel”, para nuestra generación de acostones en hoteles de paso: “Cogidos de la mano entramos como a una tarde de domingo. Y pronto las ropas cuelgan del perchero que no espabila con las acrobacias sexuales. Aquí la vela del amor riega esperma y luego se apaga. El deseo como un león sigue los pasos/ríe/ me considera su hermano. Pago entonces la balada del motel para el amanecer o el rato. Y yazgo/miro al techo/huele a flores/y de costado/por el espejo/contemplo su espalda”.
También tuve el honor de conocer a tres grandes maestros que recuerdan el significado de esa palabra: Homero Aridjis (Mexico, 1940); Piedad Bonett (Colombia, 1951) y Gustavo Pereira (Venezuela, 1940).
De Aridjis: “… que no hay mayor esplendor del gris que cuando la luz lo platea. Su respiración profunda es una exhalación… Y Dios vio que era bueno que las ballenas se amaran y jugaran con sus crías en la laguna mágica”.
De Bonett: “Significa que amo la curvatura de tu nuca, la momentánea luz del ojo, las doce vértebras dorsales y las cinco lumbares que imaginan las yemas de mis dedos. y tu hígado azul, el cráneo que encierra el cerebro que encierra/esa palabra/que quisiste decir y no dijiste/y tu miembro, que sueña su memoria/y el arco de tu pie/y la pequeña luna de tus uñas/y el ruido de tus vísceras que libran sus pequeñas batallas cotidianas”.
De Pereira, “Somari del viaje de regreso”: “Yo tendré algunos años en el 3002 y serán muchos para ti pero no demasiados en el vuelo de regreso. No habrá más años sino en el cuaderno donde escribo/ tu nombre para el olvido. No habrá ni siquiera un minuto para soñarte/ porque ayer habré despegado para siempre/ y tú serás tan vieja que no podrás derramar una lágrima/ y tan llena de escombros que apenas te sentirás vivir”.
El poema que más me gustó del festival fue el dicho en la clausura por John Agard (Guyana, 1949) el cual hablaba de cómo el ser humano debería de aprender de la vaca, que no siente envidia porque otras de su especie comen un pasto más verde que ellas, ni por eso hacen la guerra. “¿Mujes el mensaje?”, concluía el poeta.
Lina Castro, de Cuba, me invitó a leer, de la antología del festival, el poema “De la tejedora” de Juan Diego Tamayo (Colombia, 1968), y quedé impresionadísima, por suerte también lo leyó en la clausura: “… tan arduo me ha sido tejer la sangre de las batallas como los besos de los enamorados. Soy la tejedora. La que con sus hilos urde la trama de la vida. Y mientras canto, tejo y destejo el silencio de la incertidumbre…”
El poeta, baterista de jazz y actor, Jules Deelder (Países Bajos, 1944) fue uno de los personajes del encuentro, seguido en todo momento por los camarógrafos de la televisión de su país, sin bajarse sus trajes de dandy y su ceño fruncido.
“El poema es primicia. Derrota demoledora de equipo de cricket femenino. Equipo de cricket femenino otra vez aniquilado. Equipo de cricket femenino barrido del campo de juego. El poema a nadie obliga. El poema es un suspiro de alivio. Un taxi lleno de chinos. El poema es poesía”.
Uno de los poetas que tuvo mayor arrastre popular fue el nadaísta Jotamario Arbeláez (Colombia, 1940) con versos claros, cómicos y cotidianos que incluían a su mujer cambiándole la marca del whiskey mientras él creía que tenía cáncer, o la lista de sus varias mujeres de nombre Claudia.
Me conmovió el erotismo, el retrato vital y la fuerza de la poesía de Héctor Fagot (Colombia, 1961), además que siempre recitó de memoria, viendo al público a los ojos: “Ayer visité el barrio de la infancia/ y en la misma cuadra, de pie/ el brazo derecho pegado al viejo poste/ cerrados los ojos/ pronuncié el antiguo talismán de la alegría/ y salí a buscar a los amigos…”
Mención especial en mi corazón, la pulida y delicada poesía del conocido Esteban Moore (Argentina, 1952), lamentando no haber podido ir a sus talleres de poesía beatnik, por coincidir con mis lecturas y la semifinal del mundial (lo sé, soy lo peor pero fue un honor brindar con él en el bar del hotel -varias veces- y leer en la misma mesa) Su poesía, impecable: “Aquellas palabras del momento y aquellas otras que no supieron salir de tus labios. Han pasado los días y tantas noches y sabrás que siempre ha sido demasiado tarde”.
Otro honor para mí fue leer con el consagrado paraguayo Carlos Villagra Marsal (1932), y escuchar sus poemas políticos y de celebración a la naturaleza: “Un pájaro raspa el cielo equívoco de la atardecida”.
Me salvé, casi no platico con Udo Kawasser (Austria, 1965), también coreógrafo, que montó con bailarines de Medellín una pieza de danza animal llena de percusiones. Por suerte, también bailé con él: “¿De dónde sólo escombros de corteza ese silencio de las formas?”.
Me gustó mucho el poema leído en la clausura por Lasse Söderberg (Suecia, 1931) y Ángela García (Colombia 1957), pareja en la vida real, quienes se conocieron justamente en Colombia y se dedicaron mutuamente un diálogo erótico leído a dos voces.
Y la hermosa Imtiaz Dharker (India, 1950) pidiendo por la protección de la humanidad: “Protege la leche. Protege al niño que la bebe. Protege al seno y cólmalo. Protege a la mujer. Protege el esperma. Protege al hombre. Protege la semilla. Protege los naranjos. Protege a estos para empezar. Si me ofreces tu mano. La tomaré. Una, dos o tres, de ti. Tomaré todas las ayudas que pueda”.
Domingo Alfonso (Cuba, 1935). Inolvidable maestro quien nos habló de los grandes poetas de Cuba, de su generación, en un aula magna de la Universidad de Antioquia y dejó subrayada su carta de presentación. “No me gusta la vulgaridad ni la estridencia”, dijo.
“Esta mujer y yo terminamos. Ahora, dejando el desorden de las sábanas, Hemos mirado por la ventana hacia la calle. Un poco a la derecha/ Unos obreros componen una enorme valla/ Que dice: Todos con boinas rojas a la Plaza de la Revolución. Ella se vuelve al interior del cuarto de hotel. Yo miro sus nalgas color de tinta de imprenta. Siento lo que los hombres normales ante tal espectáculo: Doy gracias a quien corresponda por encontrarme vivo”.
También fue un gusto conocer a Nathalie Handal (Palestina, 1969), sobrina del fallecido comandante comunista salvadoreño Shafick Handal, cosa que me enteré por su boca en el parqueo del hotel. Bella y comprometida con la denuncia de lo que ocurre con sus compatriotas en la franja de Gaza. Su poesía citadina dicha en voz suave en su español adolescente y creciendo: “El viejo chino en la tienda de alimentos naturales en la 98 con Broadway me dice que la lluvia tiene muchas vidas…”
Cómo olvidar a my friend, Obediah Michael Smith (Barbados, 1954), con quien compartí dos lecturas, mi inglés tartamudo, dos comidas, un par de cervezas Club Colombia, sus confesiones al estilo Lolita de Kubrick, una caminata por el centro de Medellín, las imágenes de Botero y la admiración por su hermosa y erótica poesía:
“todo es robado, de veras/ el sol tardío sobre el mar/ mi intento por capturarlo/ por saquear esta tarde/de agosto.
Y al gran y elocuente Rei Berroa (República Dominicana, 1949) y sus poemas de paz,: “Si la paz se vistiera de paloma/dicen los expertos en humanos/con una sola paz nos bastaría/para darle sus alas a la tierra/haciendo del humano una paloma. No es mucho pedirle/a la paz o a la paloma”.
Mis aplausos para el gringuísimo Bob Holman (1948), también inolvidable con su rostro rubicundo, su sombrero, y la capacidad de hacer reír a mandíbula batiente a centenares de personas con sus poemas y una caja.
La guatemalteca Carolina Escobar Sarti (1960) con quien leí en el Teatro de la Librería Panamericana, y hablamos de nuestros vecinos países, algunos amigos en común, de periodismo, de su edad –que no aparenta- , sus hijos, la poesía, el amor y la vida.
“Expulsada del paraíso/ por acamar las mies/ por arrebatarle el lado oscuro a/ la colmena/por tenderse dichosa/sobre su lomo arqueado/ y despuntar/aún temblando.”
Casi se me olvida Jenny Tunedal (Suecia, 1973) porque aunque me la encontré casi todos los días, en casi todos los pasillos, le quedé debiendo una buena conversación. Me pareció la Björk del festival, vi su libro en la muestra, pero estaba en sueco. Su ser me desató una enorme simpatía y profunda curiosidad. Ahora, porque lo leí en la antología, sé que también es periodista -como yo- y que reflexiona sobre la soledad –también como yo.
“La pregunta que erróneamente se plantea, o la carencia de ésta da origen a una nueva soledad. A una solitaria furia. Esto también puede tener su origen en que nadie ha encendido tu fuego”.
No hubiera conocido a todas estas voces, sin que un ejército de unas doscientas personas de la Corporación de Arte y Poesía Prometeo, encabezada por el poeta Fernando Rendón, organizaran este festival, padre de los festivales de América Latina y el mundo. Y por alguna desconocida y agradable razón, me invitaran.
El lema: “El destino del hombre es un solo ritmo celeste”. La consigna, cambiar el mundo a través de la poesía. Un Premio Nóbel alternativo y varios premios internacionales bien merecidos a los prometeos a lo largo de ¡20! años. Impecable la organización, el público lo mejor de todo.
La clausura el 17 de julio en el Cerro Nutibara de nuevo. La lluvia todavía más recia. Unas cinco mil personas escuchando poesía, conmovidas.
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