domingo, 1 de agosto de 2010

El terror reinó en estos muros - Javier Alexander Macías


La promesa de un amor eterno, plasmada en un sobre de carta sucio y olvidado en un rincón, sobre un montículo de ropa deslucida, mal oliente y raída, le recordó a su receptor un sentimiento que, al parecer, nunca tendría fin en el corazón de quién lo escribió con el esfuerzo de su mejor letra.

"Burro, consérvala, te amo... no me cansaré de decírtelo", expresaba aquel papel amarillento marcado por "Suly", quien pintó dos corazones negros como muestra de su afecto interminable.

Esta declaración, junto a otras cartas de amor y algunos trabajos estudiantiles de niñas de octavo y décimo grado, fueron paisaje por más de cinco años junto a resquicios de electrodomésticos, gabinetes para ropa y colchones que, con el paso del tiempo, perdieron su color original y tomaron un tono ocre en "la casa del terror".

La vivienda estuvo aferrada a una de las laderas del barrio San José-La Cima (nororiente de Medellín) y fue, por muchos años, según las autoridades, la guarida de los combos del sector supuestamente al servicio de alias "el Francés". En sus salones, algunos pequeños y otros amplios, blanqueados con cal y con pisos de tierra o en madera, dicen los habitantes que se perpetraron muchos delitos y que en las noches se escucharon desgarradores gritos de horror.

Una casa "gruyere"
Un olor a guardado, a orín corrompido, a bola de naftalina, se apoderó de los rincones y cada uno de los muros de "la casa del terror", que no era una sola vivienda, sino cinco construcciones unidas por túneles socavados por "los muchachos".

Huecos de diversos tamaños conectaron habitaciones, salones y baños y convirtieron esa construcción en una casa "gruyere", como los quesos rancios por donde se meten los ratones. Estos pasajes permitían, en caso de "emergencia", entrar por una de las calles y salir por la otra, y en otras ocasiones, realizar disparos hacia la vía escondidos entre los muros.

Recorrer sus laberintos exigía de gran esfuerzo físico. Para pasar de la primera casa, cuyo color azul terminó sucio por la falta de aseo, a la segunda, en paredes sin revocar, había que pasar por un hueco de un metro. Arrastrarse era el mejor ejercicio para no ser detectado por los enemigos que observaban desde terrazas vecinas.

En la cocina de la segunda casa, construida con mesones de cemento y piso sin embaldosar, un boquete en el techo servía de conexión a la tercera. Para subir hasta esta vivienda, huecos hechos en los muros servían de escaleras y a la vez, para vigilar. Al pisar, la madera del suelo de la tercera casa, este crujía, por lo que cobijas y tapetes fueron los silenciadores para no delatar presencia alguna.

"Se turnaban para vigilar y ahí tenían hasta equipos de sonido. Ellos a veces no salían porque eso era una guarida. Las casas estaban conectadas por pasadizos que ellos mismos abrieron para escaparse en caso de que llegara la Policía. Hubo días en que emboscaron a sus enemigos. Los atraían por un lado, daban la vuelta, y los encerraban a bala", relata Juan*, habitante del sector.

La tercera vivienda contaba con una ventana como conexión a la cuarta construcción. La puerta hecha en madera sin pulir fue clausurada por "los muchachos" no se sabe con qué intención, pero al lado, un Corazón de Jesús permanecía intacto "por si algo pasaba".

Para pasar a la quinta casa y de ahí a la calle, había un pasadizo como de película de espionaje. En el piso y tapado por un puerta corrediza cubierta de un tapete, un pequeño hueco daba a un sótano en el que dicen algunos habitantes, hay personas enterradas. Allí, un ventanal conducía a las escalas de la calle posterior, que conectaba con la principal para salir a la vía que conduce al barrio Santo Domingo.

Desde la parte alta de "la casa del terror", los combos tuvieron toda la panorámica del barrio y sus vías. Era un lugar ubicado estratégicamente, lo que por años la convirtió en un fortín para el accionar delincuencial de los combos como "El Desierto", "La Terraza" y los delincuentes que sirvieron a "el Francés".

Una fortaleza para delinquir
Muchas veces los gritos que emanaban de "la casa del terror", irrumpieron en las noches solitarias y silenciosas del barrio San José-La Cima.

Cuentan habitantes del sector que los alaridos llegaron a ser tan aberrantes, que podían escucharse a varias cuadras, pero al otro día, nadie "vio ni supo nada".

"En estas calles no se ven los ojos de los muchachos, pero no crea, ellos siguen vigilantes. Por eso es mejor quedarse calladito. Luego vienen a reclamar y no de forma pacifica", dice la voz de Clara*, mientras los dedos índice y pulgar, en un gesto de silencio, recorren su boca de derecha a izquierda. "Por eso hemos vivido tantos años en este barrio, por ver, oír y, sobre todo, por callar", agrega.

Pero la voz temerosa de su amiga Martha* habla en tono mas bajo, mientras afirma que pasó muchas noches en vela, escuchando los gritos de horror de niñas y hombres que trajeron ahí para hacerles daño, como en "una película de terror".

"Una vez escuché a un tipo gritar que no lo castraran. Eso fue una noche en que lo trajeron arrastrado y lo metieron a la fuerza. Muchos lo vieron entrar y nadie lo vio salir, porque lo único que se veía era que entraban la gente a la fuerza, después despertaba a media noche al escuchar los gritos de la muerte", dice Martha.

"Entraban niñas y a veces no salían. Uno escuchaba los gritos cuando abusaban sexualmente de ellas y nada podían hacer. Muchas cosas hicieron allá que nadie revela", explica José*, vecino de "la casa del terror".

"Entre lo que más susto nos daba era que en esa casa asesinaban, picaban a la gente y luego la sacaban en bolsas o costales. Fue un antro de miedo y pavor", cuenta José, versión que fue corroborada por el alcalde de Medellín, Alonso Salazar Jaramillo, en su primera visita en febrero pasado, cuando dijo que "según testimonios, acá se cometieron algunos homicidios y probablemente en los entornos cercanos haya cuerpos o partes de cuerpos".

Se fue al piso la ignominia
Luz Dolly volvió a caminar después de doce años por el estrecho callejón del que tuvo que salir en enero de 1998. Pese a la insistencia de su hijo de que no fuera al barrio, ella quiso ver caer los pedazos de su casa que levantó con tanto esfuerzo y que "los muchachos" le quitaron a la fuerza para convertirla en "la casa del terror".

Volvió al barrio y anduvo los mismos escalones empinados que llevaban al zaguán de su casa y por los que un día su hermana tuvo que pagar 850 mil pesos a los "del combo" para que la dejaran salir, porque ellos se apoderaron del espacio.

Luz Dolly recordó cuando su hermano Álvaro le sacó las cositas para marcharse desplazada por la violencia y como, 20 días después, él murió por las balas del combo del sector, cuando a las dos de la mañana le tocaron la puerta haciéndose pasar por agentes del DAS.

"Toda la familia tuvo que irse de por acá, Álvaro para el cementerio y nosotros para otro barrio", asegura Luz Dolly.

El martes pasado, de almádana en mano, el alcalde de Medellín, Alonso Salazar Jaramillo, dio los primeros mazazos para tumbar lo que fue por más de cinco años "la casa del terror".

"Siempre quise demoler esta casa por todas las cosas que pasaron en ella y que la gente sabe que pasó. Queremos hacer un parque infantil o un jardín para niños. Eso lo decidiremos con la comunidad", dice Salazar.

Después del primer golpe del Alcalde, un pequeño ejército de trabajadores del Municipio, con palas y mazos, arribó para tumbar lo poco que quedaba en pie de "la casa del terror".

Ante muchos testigos, entre los que se encontraba Luz Dolly, se desmoronaron los muros. Entre los escombros quedaron sepultados los gritos de dolor, las noches de terror, y una promesa de amor escrita a alias "Burro", uno de "los muchachos" del combo que fue asesinado y cuyo sobre amarillento jamás alcanzó a guardar.

*Nombres cambiados a petición de las fuentes.
Publicado el 1 de agosto de 2010 en el períodico El Colombiano

1 comentario:

Ophir Alviárez dijo...

Espeluznante!!! wow...