Platón
Dos referencias breves aparecen sobre el suicidio en la obra de Platón ( 427-347 a.C). La primera de ellas la extraemos del Fedón y la segunda la encontramos en Las Leyes.
El contexto en el que encontramos la primera referencia nos sitúa en la muerte de Sócrates bebiendo la cicuta. Como todos sabemos Sócrates pudo haber huido, pero afrontó la muerte.
Esta actitud ha llevado a pensamientos dispares sobre la muerte del filósofo. Unos la ven como suicidio, otros como una actitud ética de acatamiento a la autoridad de Atenas.
Filósofos como Séneca y Montaigne no han dudado en encontrar en la muerte de Sócrates una decisión voluntaria y por lo tanto la definen como suicidio.
Estas son las palabras que Platón pone en boca de Sócrates en el Fedón:” El dicho que sobre esto se declara en los misterios, de que los humanos estamos en una especie de prisión y que no debe uno liberarse a sí mismo ni escapar de ésta, me parece un aserto solemne y difícil comprender. No obstante, me parece que, a mi al menos, Cebes, que no dice sino bien esto: que los dioses son los que cuidan de nosotros y que nosotros, los humanos, somos una posesión de los dioses... Tal vez, entonces, desde ese punto de vista, no es absurdo que uno no deba darse muerte a sí mismo, hasta que el dios no envíe una ocasión forzosa, como ésta que ahora se nos presenta “ (Fedón, 62 b y c).
El siguiente texto nos ayudaría a entender más la postura de Platón ante el suicidio.
“El que mate al más próximo y del que se dice que es el más querido de todos, ¿qué pena debe sufrir?. Me refiero al que se mate a sí mismo, impidiendo con violencia el cumplimiento de su destino, sin que se lo ordene judicialmente la ciudad, ni forzado por una mala suerte que lo hubiera tocado con un dolor excesivo e inevitable, ni porque lo aqueje una vergüenza que ponga a su vida en un callejón sin salida y la haga imposible de ser vivida, sino que se aplica eventualmente un castigo injusto a sí mismo por pereza y por una cobardía propia de la falta de hombría...Pero las tumbas para los muertos de esta manera deben ser, en primer lugar, particulares y no compartidas con otro. Además, deben enterrarlos sin fama en los confines de los doce distritos en aquellos lugares que sean baldíos y sin nombre, sin señalar sus tumbas con estelas o nombres” (Las Leyes, 873 c y d)
Aristóteles
El discípulo de Platón se muestra claramente en contra del suicidio. Aristóteles ( 384-322 a. C) considera al suicidio como un atentado contra la propia vida , una deshonra personal y una manifestación de cobardía y sobre todo y como argumento esencial el entender este como un atentado contra la ciudad.
Encontramos referencias al tema en su “Ética a Nicómaco”, donde expresa: “ Pero el morir por huir de la pobreza o del amor o de algo doloroso, no es propio del valiente sino más bien del cobarde; porque es blandura regir lo que es penoso, y no sufre la muerte por ser noble, sino por regir un mal (EN III,7, 1116ª 10-15).
Realmente para Aristóteles suicidarse es un atentado contra la ciudad más que contra uno mismo (interesante tema para la reflexión sobre la libertad de cada uno respecto a su vida y su muerte).
“En efecto, una clase de acciones justas son las que se conforman a cualquier virtud y están prescritas por la ley; por ejemplo, la ley no autoriza a suicidarse, y lo que no autoriza , lo prohibe . Por otro lado, siempre que uno hace daño a otro contra ley, voluntariamente y sin que el otro se lo haya hecho a él, obra injustamente; y lo hace voluntariamente si sabe a quién y con qué; y el que, en un acceso de ira, se degüella voluntariamente, lo hace contra la recta razón, cosa que la ley no permite, luego obra injustamente. Pero ¿contra quién? ¿No es verdad que contra la ciudad, y no contra sí mismo?. Sufre , en efecto, voluntariamente, pero nadie es objeto de trato injusto voluntariamente. Por eso también la ciudad lo castiga, y se impone cierta pérdida de derechos civiles al que intenta destruirse a sí mismo, por considerarse que comete una injusticia contra la ciudad “ (EN V, 11, 1138ª 12-15)
Séneca
Sin lugar a dudas Séneca ( 4-65) es uno de los pensadores que menos indiferente nos dejará frente a este tema. Séneca entiende el suicidio y su consumación como la puesta en práctica de la libertad que posee el ser humano para abandonar una vida que considera ya indigna e impropia de su razón. Honor y libertad son los dos pilares que levanta el estoico para sustentar su teoría de que el suicidio es un acto moral y valiente, nunca de desesperación ni cobardía como ya habían expuesto otros autores.
Séneca inaugura con su pensamiento una visión que hoy es fuertemente defendida por aquellos que defienden la calidad de la vida frente a la santidad de esta.
“ Esta vida, como sabes, no ha de ser retenida siempre, pues lo bueno no es vivir, sino vivir bien. Por eso el sabio vivirá tanto como deberá, no tanto como podrá; él verá dónde ha de vivir, con quiénes, cómo y qué ha de hacer. Él piensa a toda hora cuál sea la vida, no cuánta; si se le presentan muchas molestias y estorbos que perturben su tranquilidad, se licencia a sí mismo. Y no hace esto en la última necesidad, sino que tan pronto como empieza a serle suspecta la fortuna, reflexiona con toda diligencia si ha de acabar de una vez. Juzga que ninguna importancia tiene para él, si ha de cansarse o ha de esperar su propio fin, si ha de ser más temprano o más tarde; y no siente ningún temor como de una gran pérdida. Nadie puede perder mucho en aquello que se escurre gota a gota. Morir más tarde o más pronto no tiene importancia; lo que importa es morir bien o mal…la vida no ha de comprarse a cualquier precio…” ( OC LXX, 495).
Para Séneca el suicidio no es ir contra Dios, quien ya nos ha destinado a todos a la muerte. Es un acto de total coherencia con la razón, una posibilidad que Dios nos pone al alcance de la mano para salir de la vida cuando lo creamos necesario. Al fin, es la manera de asegurar nuestra propia libertad frente a la vida.
“Es cosa egregia aprender a morir. Acaso se antoja superfluo aprender un arte que sólo ha de practicarse una vez. Precisamente por esto hemos de meditarla, porque siempre hay que aprender aquello que no podemos experimentar si lo sabemos. ¡ Medita la muerte! Quien esto nos dice, nos dice que meditemos la libertad. Quien aprende de vivir desaprende de servir, se encarama por encima de todo poder; al menos, fuera de todo poder. ¿Qué le hacen a él la cárcel, los guardas, el encerramiento?. Tiene libre la puerta. Una sola es la cadena que nos tiene atados, el amor de la vida, el cual, aunque no tenga que echarse, se ha de rebajar a tal punto que si alguna vez se impone la exigencia, no nos detenga nada ni nada nos impida estar dispuestos a hacer en el acto lo que habría que hacer más pronto o más tarde” ( OC XXVI, 418).
No podemos en cualquier caso desprender de estos fragmentos de las obras completas del filósofo estoico, que su defensa ante el suicidio pueda traducirse como una entrega a la muerte cuando el dolor y la enfermedad acechen al hombre.
Si bien antepone claramente la calidad de vida frente al concepto de santidad de vida, que veremos más adelante, apunta notas de sumo interés por las que valora el encuentro del hombre con el dolor y la enfermedad dado que este puede propiciar espacios para la virtud: “ También en el lecho del dolor hay sitio para la virtud. Lucha bravamente con la enfermedad” (OC LXXVIII, 524).
Gran parte de las interesantísimas reflexiones de Séneca sobre la actitud ante la muerte la encontraremos en las Cartas a Lucilio .
Sin lugar a dudas, y a mi interpretación, Séneca es uno de los referentes más a tener en cuenta a la hora de tratar el tema de la libertad para la toma de decisiones en el último tramo de la vida.
San Agustín
Agustín de Hipona (354-430) en su obra “La ciudad de Dios” realiza no pocas referencias al suicidio en una clara oposición contra los pensadores cínicos y estoicos, y muy particularmente con lo expuesto por Séneca.
Se inspira en las Escrituras para afirmar que en ellas no encuentra ninguna referencia donde se autorice el suicidio, ni siquiera para evitarnos un mal o sufrimiento. Según Agustín de Hipona el mandato de Dios “no matarás” debe ser aplicado al suicidio.
“aplicaremos al hombre las palabras no matarás, entendiendo: ni a otro ni a ti, puesto que quien se mata a si mismo mata a un hombre” (OCI,XX,50)
También encontramos una clara referencia en el siguiente texto: “ Sabemos que no existe ley alguna que permita quitar la vida, incluso al culpable, por iniciativa privada, y , por tanto, quien se mata a sí mismo es homicida. Y tanto más culpable se hace al suicidarse cuanto más inocente era en la causa que le llevó a la muerte” (OC I, XVII, 41)
Destacaremos por último de este autor su afirmación de que los sabios estoicos entraban en una contradicción ética dado que afirmaban que para conseguir la felicidad en este mundo es necesario ser fuerte en la adversidad, en medio de los dolores y sufrimiento. Simultáneamente afirman que un acto de suprema libertad les llevará al suicidio para acabar con una vida de dolores, enfermedad o desdichas.
Santo Tomás
Para Tomás de Aquino (1225-1274) el argumento más poderoso contra el suicidio radica en que nuestra vida no nos pertenece. La vida, según Tomás de Aquino nos la da Dios, y si bien tenemos la libertad de finalizarla no nos corresponde a nosotros.
Durante la Edad Media la argumentación más manejada contra el suicidio fue la expuesta por Agustín de Hipona , y a él hace constante referencia este autor en la “Suma Teológica” con una novedad, anexionar al argumento de San Agustín y el de Aristóteles, por lo que nos encontramos entonces con tres argumentos o razonamientos que rechazarían de plano en este autor el suicidio. Suicidio es ir Contra la ley natural y la caridad, contra la comunidad o polis, contra Dios que es nuestro creador y el único que tiene derecho sobre la vida y la muerte.
“ Es absolutamente ilícito suicidarse por tres razones: primera, porque todo ser se ama naturalmente a sí mismo, y a esto se debe el que todo ser se conserva naturalmente en la existencia y resista, cuanto sea capaz, a lo que podría destruirle. Por tal motivo, el que alguien se dé muerte va contra la inclinación natural y contra la caridad por la que uno debe amarse a sí mismo; de ahí que el suicidarse sea siempre pecado mortal por ir contra la ley natural y contra la caridad.
Segunda, porque cada parte, en cuanto tal, pertenece a la sociedad. Por eso el que se suicida hace injuria a la comunidad, como se pone de manifiesto por el Filósofo en el libro V de la Ética a Nicómaco. Tercera, porque la vida es un don divino dado al hombre y sujeto a su divina potestad, que da la muerte y la vida. Y , por tanto, el que se priva a sí mismo de la vida peca contra Dios, como el que mata a un siervo ajeno peca contra el señor de quien es siervo; o como peca al que se arroga la facultad de juzgar una cosa que no le está encomendada, pues sólo a Dios pertenece el juicio de la muerte y de la vida, según el texto de Dt. 32,39. -Yo quitaré la vida y yo haré vivir-“ (III, Parte II-II a, C.64 a.5, pp. 533-535)
Si para Aristóteles en su Ética a Nicómaco la muerte es el más terrible de los males para Tomás de Aquino suicidarse conlleva un gran mal, el no tener tiempo para una penitencia que pueda expiar “tan horrendo” pecado contra Dios, la polis y uno mismo.
Michel de Montaigne
Para el humanista francés Montaigne (1533-1592) la huella del estoicismo es sin duda importantísima a la hora de sus reflexiones sobre el suicidio. Estas reflexiones aparecen en sus “Ensayos” donde mantiene que nuestra muerte es una parte del orden universal.
Montaigne está fuertemente influenciado por el pensamiento del estoico Séneca y textos como el que siguen lo demuestra:
“ Este vuestro ser del que gozáis pertenece por igual a la muerte que a la vida. El primer día de vuestro nacimiento os encamina tanto a vivir como a morir… Todo lo que vivís se lo robáis a la vida, es a expensas suya. La continua obra de vuestra vida es la construcción de la muerte. Estáis en la muerte mientras estáis en la vida; pues estáis después de la muerte cuando ya no estáis en la vida. O si preferís estáis muerto después de vida; más durante la vida estáis muriendo y la muerte afecta mucho más duraderamente al moribundo que al muerto, y más viva y más esencialmente. Si habéis aprovechado la vida estáis saciados, idos satisfechos. Si no habéis sabido hacer uso de ella, si os era inútil,¿qué se os va en haberla perdido? ¿Para qué la queréis todavía? No es la vida de por sí ni buena ni mala: el bien y el mal dependen del sitio que les hagáis…” (I, XX,137).
Otro de sus textos nos lleva de nuevo a la misma dicotomía. Vida como calidad, vida como santidad. “ Había visto que la mayoría de las opiniones de los antiguos convenían en esto: que es hora de morir cuando vivir reporta mayor mal que bien; y que es ir contra las propias leyes de la naturaleza el conservar la vida para tormento e insatisfacción nuestras, como dicen estas antiguas reglas: “ O una vida tranquila, o una muerte feliz. Es bueno morir cuando la vida es molesta. Vale más no vivir que vivir desgraciado” (I,XXXIII,281)
En otro texto de sus “Ensayos”, encontramos a un Montaigne que nos habla de una lucha frente al sufrimiento, de un vivir para el “otro”, de una “responsabilidad en la polis”. “ A veces, aunque las circunstancias nos empujen a lo contrario, hemos de recuperar la vida, incluso con sufrimiento; hemos de detener el alma entre los dientes, puesto que la posibilidad de vivir para las gentes de bien no depende de lo que les plazca, sino de lo que deban. Aquel que no estima a su mujer o a un amigo tanto como para prolongar su vida por ellos, es demasiado débil y blando: ha de ordenárselo el alma cuando lo requiera el bien de los nuestros; hemos de entregarnos a veces a nuestros amigos y aunque por nosotros queramos morir, interrumpir por ellos nuestros designios. Es prueba de gran valor el volver a la vida en consideración a otro, como hicieron varios excelsos personajes; y es un rasgo de singular bondad conservar la vejez, si se siente que ese esfuerzo es dulce, agradable y provechoso para alguien querido “ ( II, XXXV,510)
En el siguiente texto vemos como Montaigne nos hace referencia al doble castigo, el de la ley divina y el de la ley humana. “ Pues muchos sostienen que no podemos abandonar esta guarnición del mundo sin orden expresa de aquel que en él nos ha puesto, y que sólo corresponde a Dios, que aquí nos ha enviado, no solo por nosotros sino para su propia gloria y para servir a los demás ,el darnos permiso cuando le plazca, y no a nosotros el tomárnoslo, pues no nacimos para nosotros sino también para nuestro país: las leyes nos piden cuenta de nosotros mismos en su propio interés, y nos condenan por homicidio; es decir que como desertores de nuestra misión somos castigados en este mundo y en el otro …” (II,III, 32)
Hume
Con “Sobre el suicidio” el filósofo escocés D. Hume (1711-1776) aportó una serie de razonamientos desde la teología, la sociología y la ética para la justificación del suicidio.
Este pequeño ensayo apareció después de la muerte del filósofo, levantando al parecer no pocas controversias.
A la manera de Epicuro, Hume argumenta que además de nuestro apego a la vida son muchas las supersticiones que agravan el temor. Frente a esto propugna que sea la filosofía la que se enfrente a ello.
Hume quiere rebatir la postura de Agustin de Hipona y de Santo Tomás. Para él, el suicidio no es un pecado ni una ofensa contra Dios. Para Hume el suicidio es moral.
Este filósofo plantea una pregunta de gran importancia para el tema de la autonomia ante la decisión de vivir o morir. ¿no podemos disponer todos libremente de nuestra propia vida?
“Si el disponer de la vida humana fuera algo reservado exclusivamente al Todopoderoso, y fuese un infringimiento del derecho divino el que los hombres dispusieran de sus propias vidas, tan criminal sería el que un hombre actuara para conservar la vida como el que decidiese destruirla. Si yo rechazo una piedra que va a caer sobre mi cabeza, estoy alterando el curso, y estoy invadiendo una región que sólo pertenece al Todopoderoso, al prolongar mi vida más allá del periodo que, según las leyes de la materia y el movimiento, Él le había asignado (...). ¿Podría alguien imaginar que estoy violando los planes de la Providencia o maldiciendo el orden de la creación porque yo deje de vivir y ponga punto final a una existencia que, de continuar, haría de mi un ser desdichado?.Nada más lejos de mi que esos sentimientos. De lo único que estoy convencido es de un hecho que todo el mundo admite como posible: que la vida humana puede ser desdichada , y que mi existencia, de prolongarse por más tiempo, resultaría indeseable; pero doy gracias a la Providencia de todos los bienes de los que ya he disfrutado, y por el poder que ella me ha dado de escapar de los males que me amenazan. Quien estúpidamente piense que no dispone de tal poder, estará de hecho quejándose de la Providencia, al verse obligado a prolongar una vida odiosa, llena de dolor, de enfermedades, de humillación y de pobreza” (SS pp.127-128)
Hume, situándose en la otra parte, la del pensamiento cristiano, usa los argumentos de este cuando refrendan que la providencia es la que ha guiado todas las causas, y que nada sucede en el universo sin su consentimiento. Hume responde, que también mi propia muerte, auque sea voluntaria, es permitida por Dios y por lo tanto se materializa con su consentimiento.
El suicidio no transgrede la ley natural. El filósofo escocés apunta igualmente que el mandato de Dios “No matarás a tu prójimo” no se puede interpretar como lo hace Agustín de Hipona, extendiendo este mándato a uno mismo, esto es , no te matarás.
Finalizamos la referencia a Hume con este texto de su “Sobre el suicidio”.
“ cuando el dolor o la tristeza superan mi paciencia hasta el punto de hacer que me canse de la vida, puedo sacar la conclusión de que se me está pidiendo, en los más claros y expresivos términos, que deje mi puesto.” (SS p 130)
Kant
La tesis a la que llega Kant (1724-1804) arranca desde su convencimiento, expresado en “Metafísica de las costumbres” de que existen deberes del hombre para consigo mismo, siendo el principal tratarse a sí mismo como fin, y no como mero medio.
“Metafísica de las costumbres”, “ Fundamentación para una metafísica de las costumbres”, “Crítica de la razón práctica “ y “ Lecciones de Ética “ constituyen el armazón ético de Kant, y en este aparecen múltiples referencias al suicidio.
Kant critica ferozmente a los estoicos cuando estos apuntan como “privilegio de sabio “ salir de la vida voluntariamente. Junto con lo expresado por Agustín de Hipona, subraya una paradoja en el pensamiento estoico que por otra parte realza la defensa por estos de la virtud de la fortaleza ante lo adverso.
En la Metafísica de las costumbres Kan anota: “ El hombre no puede ejanjenar su personalidad mientras viva: y es contradictorio estar autorizado a sustraerse a toda obligación , es decir, a obra libremente como si no se necesitara ninguna autorización para esta acción. Destruir al sujeto de la moralidad de su propia persona es tanto como extirpar del mundo la moralidad misma en sus existencia, en la medida en que depende de él, moralidad que, sin embargo, es fin en sí misma; por consiguiente, disponer de sí mismo como un simple medio para cualquier fin supone desvirtuar a la humanidad en su propia persona, (homo noumenon), a la cual, sin embargo, fue encomendada la conservación del hombre (homo phaenomenon)(MC.,423, pp.282-283)
Según algunos autores Kant no hace uso de razonamientos religiosos en sus escritos sobre el suicidio y su tratamiento lo realiza desde consideraciones y argumentaciones teónomas. No obstante, vemos como a la forma de Hume un “apoderamiento” , tal vez más sútil, de los contenidos religiosos, hasta llegar a afirmar ya sin difraces en sus “ Lecciones de Ética “ que los seres humanos hemos sido puestos en este mundo para seguir los designios de un Dios creador (LE. 194)
“ No hay que buscar fundamento de tales deberes en las prohibiciones de Dios, ya que el suicidio no es algo aborrecible porque Dios lo haya prohibido, sino que por el contrario, Dios lo ha prohibido porque era aborrecible; en otro caso, si elsuicidio fuera aborrecible porque Dios lo hubiera prohibido, yo no podría conocer la razón de esa prohibición, que es justamente el tratase de algo aborrecible en sí mismo. Por consiguiente, la razón de considerar aborrecibles el suicidio y otras violaciones de los derechos no ha sido extraída de la voluntar divina, sino de su intrínseco carácter repulsivo... Por ello, es el carácter intrínsecamente aborrecible del suicidio lo que, ante todo, deben poner de manifiesto todos los moralistas (LE, pp 159 y 195)
Para Kant perder la dignidad es llegar hasta el suicidio. Su argumento se centra en que tenemos que respetar a la humanidad en nuestra propia persona, ya que para el filósofo prusiano sin este principio ético el hombre es indigno de vivir y le sitúa en el nivel de los animales.. Para Kant nuestra disponibilidad sobre nosotros mismos tiene fronteras, al fin la autonomía no es total.
El cumplimiento de la moralidad, de la norma, la observancia de esta llega a parecer que sea bien mayor o superior que la propia vida del hombre.
“ Es preferible sacrificar la vida que desvirtuar la moralidad. Vivir no es algo necesario, pero sí lo es vivir dignamente, quien no puede vivir dignamente no es digno de la vida. Se puede vivir observando lo deberes para consigo mismo sin necesidad de violentarse. Pero aquel que está dispuesto a quitarse la vida no merece vivir. La felicidad constituye el motivo pragmático del vivir. ¿Puedo entonces quitarme la vida por no poder vivir felizmente? ¡Claro que no ¡ No es necesario ser felíz durante toda la vida, pero si lo es vivir con dignidad. La miseria no autoriza al hombre a quitarse la vida, pues en este caso cualquier leve detrimento del placer nos daría derecho a ello y todos nuestros deberes para con nosotros mismos quedarían polarizados por la joie de vivre, cuando en realizad el cumplimiento de tales deberes puede llegar a exigir incluso el sacrificio de la vida” (LE. 192)
Dos referencias breves aparecen sobre el suicidio en la obra de Platón ( 427-347 a.C). La primera de ellas la extraemos del Fedón y la segunda la encontramos en Las Leyes.
El contexto en el que encontramos la primera referencia nos sitúa en la muerte de Sócrates bebiendo la cicuta. Como todos sabemos Sócrates pudo haber huido, pero afrontó la muerte.
Esta actitud ha llevado a pensamientos dispares sobre la muerte del filósofo. Unos la ven como suicidio, otros como una actitud ética de acatamiento a la autoridad de Atenas.
Filósofos como Séneca y Montaigne no han dudado en encontrar en la muerte de Sócrates una decisión voluntaria y por lo tanto la definen como suicidio.
Estas son las palabras que Platón pone en boca de Sócrates en el Fedón:” El dicho que sobre esto se declara en los misterios, de que los humanos estamos en una especie de prisión y que no debe uno liberarse a sí mismo ni escapar de ésta, me parece un aserto solemne y difícil comprender. No obstante, me parece que, a mi al menos, Cebes, que no dice sino bien esto: que los dioses son los que cuidan de nosotros y que nosotros, los humanos, somos una posesión de los dioses... Tal vez, entonces, desde ese punto de vista, no es absurdo que uno no deba darse muerte a sí mismo, hasta que el dios no envíe una ocasión forzosa, como ésta que ahora se nos presenta “ (Fedón, 62 b y c).
El siguiente texto nos ayudaría a entender más la postura de Platón ante el suicidio.
“El que mate al más próximo y del que se dice que es el más querido de todos, ¿qué pena debe sufrir?. Me refiero al que se mate a sí mismo, impidiendo con violencia el cumplimiento de su destino, sin que se lo ordene judicialmente la ciudad, ni forzado por una mala suerte que lo hubiera tocado con un dolor excesivo e inevitable, ni porque lo aqueje una vergüenza que ponga a su vida en un callejón sin salida y la haga imposible de ser vivida, sino que se aplica eventualmente un castigo injusto a sí mismo por pereza y por una cobardía propia de la falta de hombría...Pero las tumbas para los muertos de esta manera deben ser, en primer lugar, particulares y no compartidas con otro. Además, deben enterrarlos sin fama en los confines de los doce distritos en aquellos lugares que sean baldíos y sin nombre, sin señalar sus tumbas con estelas o nombres” (Las Leyes, 873 c y d)
Aristóteles
El discípulo de Platón se muestra claramente en contra del suicidio. Aristóteles ( 384-322 a. C) considera al suicidio como un atentado contra la propia vida , una deshonra personal y una manifestación de cobardía y sobre todo y como argumento esencial el entender este como un atentado contra la ciudad.
Encontramos referencias al tema en su “Ética a Nicómaco”, donde expresa: “ Pero el morir por huir de la pobreza o del amor o de algo doloroso, no es propio del valiente sino más bien del cobarde; porque es blandura regir lo que es penoso, y no sufre la muerte por ser noble, sino por regir un mal (EN III,7, 1116ª 10-15).
Realmente para Aristóteles suicidarse es un atentado contra la ciudad más que contra uno mismo (interesante tema para la reflexión sobre la libertad de cada uno respecto a su vida y su muerte).
“En efecto, una clase de acciones justas son las que se conforman a cualquier virtud y están prescritas por la ley; por ejemplo, la ley no autoriza a suicidarse, y lo que no autoriza , lo prohibe . Por otro lado, siempre que uno hace daño a otro contra ley, voluntariamente y sin que el otro se lo haya hecho a él, obra injustamente; y lo hace voluntariamente si sabe a quién y con qué; y el que, en un acceso de ira, se degüella voluntariamente, lo hace contra la recta razón, cosa que la ley no permite, luego obra injustamente. Pero ¿contra quién? ¿No es verdad que contra la ciudad, y no contra sí mismo?. Sufre , en efecto, voluntariamente, pero nadie es objeto de trato injusto voluntariamente. Por eso también la ciudad lo castiga, y se impone cierta pérdida de derechos civiles al que intenta destruirse a sí mismo, por considerarse que comete una injusticia contra la ciudad “ (EN V, 11, 1138ª 12-15)
Séneca
Sin lugar a dudas Séneca ( 4-65) es uno de los pensadores que menos indiferente nos dejará frente a este tema. Séneca entiende el suicidio y su consumación como la puesta en práctica de la libertad que posee el ser humano para abandonar una vida que considera ya indigna e impropia de su razón. Honor y libertad son los dos pilares que levanta el estoico para sustentar su teoría de que el suicidio es un acto moral y valiente, nunca de desesperación ni cobardía como ya habían expuesto otros autores.
Séneca inaugura con su pensamiento una visión que hoy es fuertemente defendida por aquellos que defienden la calidad de la vida frente a la santidad de esta.
“ Esta vida, como sabes, no ha de ser retenida siempre, pues lo bueno no es vivir, sino vivir bien. Por eso el sabio vivirá tanto como deberá, no tanto como podrá; él verá dónde ha de vivir, con quiénes, cómo y qué ha de hacer. Él piensa a toda hora cuál sea la vida, no cuánta; si se le presentan muchas molestias y estorbos que perturben su tranquilidad, se licencia a sí mismo. Y no hace esto en la última necesidad, sino que tan pronto como empieza a serle suspecta la fortuna, reflexiona con toda diligencia si ha de acabar de una vez. Juzga que ninguna importancia tiene para él, si ha de cansarse o ha de esperar su propio fin, si ha de ser más temprano o más tarde; y no siente ningún temor como de una gran pérdida. Nadie puede perder mucho en aquello que se escurre gota a gota. Morir más tarde o más pronto no tiene importancia; lo que importa es morir bien o mal…la vida no ha de comprarse a cualquier precio…” ( OC LXX, 495).
Para Séneca el suicidio no es ir contra Dios, quien ya nos ha destinado a todos a la muerte. Es un acto de total coherencia con la razón, una posibilidad que Dios nos pone al alcance de la mano para salir de la vida cuando lo creamos necesario. Al fin, es la manera de asegurar nuestra propia libertad frente a la vida.
“Es cosa egregia aprender a morir. Acaso se antoja superfluo aprender un arte que sólo ha de practicarse una vez. Precisamente por esto hemos de meditarla, porque siempre hay que aprender aquello que no podemos experimentar si lo sabemos. ¡ Medita la muerte! Quien esto nos dice, nos dice que meditemos la libertad. Quien aprende de vivir desaprende de servir, se encarama por encima de todo poder; al menos, fuera de todo poder. ¿Qué le hacen a él la cárcel, los guardas, el encerramiento?. Tiene libre la puerta. Una sola es la cadena que nos tiene atados, el amor de la vida, el cual, aunque no tenga que echarse, se ha de rebajar a tal punto que si alguna vez se impone la exigencia, no nos detenga nada ni nada nos impida estar dispuestos a hacer en el acto lo que habría que hacer más pronto o más tarde” ( OC XXVI, 418).
No podemos en cualquier caso desprender de estos fragmentos de las obras completas del filósofo estoico, que su defensa ante el suicidio pueda traducirse como una entrega a la muerte cuando el dolor y la enfermedad acechen al hombre.
Si bien antepone claramente la calidad de vida frente al concepto de santidad de vida, que veremos más adelante, apunta notas de sumo interés por las que valora el encuentro del hombre con el dolor y la enfermedad dado que este puede propiciar espacios para la virtud: “ También en el lecho del dolor hay sitio para la virtud. Lucha bravamente con la enfermedad” (OC LXXVIII, 524).
Gran parte de las interesantísimas reflexiones de Séneca sobre la actitud ante la muerte la encontraremos en las Cartas a Lucilio .
Sin lugar a dudas, y a mi interpretación, Séneca es uno de los referentes más a tener en cuenta a la hora de tratar el tema de la libertad para la toma de decisiones en el último tramo de la vida.
San Agustín
Agustín de Hipona (354-430) en su obra “La ciudad de Dios” realiza no pocas referencias al suicidio en una clara oposición contra los pensadores cínicos y estoicos, y muy particularmente con lo expuesto por Séneca.
Se inspira en las Escrituras para afirmar que en ellas no encuentra ninguna referencia donde se autorice el suicidio, ni siquiera para evitarnos un mal o sufrimiento. Según Agustín de Hipona el mandato de Dios “no matarás” debe ser aplicado al suicidio.
“aplicaremos al hombre las palabras no matarás, entendiendo: ni a otro ni a ti, puesto que quien se mata a si mismo mata a un hombre” (OCI,XX,50)
También encontramos una clara referencia en el siguiente texto: “ Sabemos que no existe ley alguna que permita quitar la vida, incluso al culpable, por iniciativa privada, y , por tanto, quien se mata a sí mismo es homicida. Y tanto más culpable se hace al suicidarse cuanto más inocente era en la causa que le llevó a la muerte” (OC I, XVII, 41)
Destacaremos por último de este autor su afirmación de que los sabios estoicos entraban en una contradicción ética dado que afirmaban que para conseguir la felicidad en este mundo es necesario ser fuerte en la adversidad, en medio de los dolores y sufrimiento. Simultáneamente afirman que un acto de suprema libertad les llevará al suicidio para acabar con una vida de dolores, enfermedad o desdichas.
Santo Tomás
Para Tomás de Aquino (1225-1274) el argumento más poderoso contra el suicidio radica en que nuestra vida no nos pertenece. La vida, según Tomás de Aquino nos la da Dios, y si bien tenemos la libertad de finalizarla no nos corresponde a nosotros.
Durante la Edad Media la argumentación más manejada contra el suicidio fue la expuesta por Agustín de Hipona , y a él hace constante referencia este autor en la “Suma Teológica” con una novedad, anexionar al argumento de San Agustín y el de Aristóteles, por lo que nos encontramos entonces con tres argumentos o razonamientos que rechazarían de plano en este autor el suicidio. Suicidio es ir Contra la ley natural y la caridad, contra la comunidad o polis, contra Dios que es nuestro creador y el único que tiene derecho sobre la vida y la muerte.
“ Es absolutamente ilícito suicidarse por tres razones: primera, porque todo ser se ama naturalmente a sí mismo, y a esto se debe el que todo ser se conserva naturalmente en la existencia y resista, cuanto sea capaz, a lo que podría destruirle. Por tal motivo, el que alguien se dé muerte va contra la inclinación natural y contra la caridad por la que uno debe amarse a sí mismo; de ahí que el suicidarse sea siempre pecado mortal por ir contra la ley natural y contra la caridad.
Segunda, porque cada parte, en cuanto tal, pertenece a la sociedad. Por eso el que se suicida hace injuria a la comunidad, como se pone de manifiesto por el Filósofo en el libro V de la Ética a Nicómaco. Tercera, porque la vida es un don divino dado al hombre y sujeto a su divina potestad, que da la muerte y la vida. Y , por tanto, el que se priva a sí mismo de la vida peca contra Dios, como el que mata a un siervo ajeno peca contra el señor de quien es siervo; o como peca al que se arroga la facultad de juzgar una cosa que no le está encomendada, pues sólo a Dios pertenece el juicio de la muerte y de la vida, según el texto de Dt. 32,39. -Yo quitaré la vida y yo haré vivir-“ (III, Parte II-II a, C.64 a.5, pp. 533-535)
Si para Aristóteles en su Ética a Nicómaco la muerte es el más terrible de los males para Tomás de Aquino suicidarse conlleva un gran mal, el no tener tiempo para una penitencia que pueda expiar “tan horrendo” pecado contra Dios, la polis y uno mismo.
Michel de Montaigne
Para el humanista francés Montaigne (1533-1592) la huella del estoicismo es sin duda importantísima a la hora de sus reflexiones sobre el suicidio. Estas reflexiones aparecen en sus “Ensayos” donde mantiene que nuestra muerte es una parte del orden universal.
Montaigne está fuertemente influenciado por el pensamiento del estoico Séneca y textos como el que siguen lo demuestra:
“ Este vuestro ser del que gozáis pertenece por igual a la muerte que a la vida. El primer día de vuestro nacimiento os encamina tanto a vivir como a morir… Todo lo que vivís se lo robáis a la vida, es a expensas suya. La continua obra de vuestra vida es la construcción de la muerte. Estáis en la muerte mientras estáis en la vida; pues estáis después de la muerte cuando ya no estáis en la vida. O si preferís estáis muerto después de vida; más durante la vida estáis muriendo y la muerte afecta mucho más duraderamente al moribundo que al muerto, y más viva y más esencialmente. Si habéis aprovechado la vida estáis saciados, idos satisfechos. Si no habéis sabido hacer uso de ella, si os era inútil,¿qué se os va en haberla perdido? ¿Para qué la queréis todavía? No es la vida de por sí ni buena ni mala: el bien y el mal dependen del sitio que les hagáis…” (I, XX,137).
Otro de sus textos nos lleva de nuevo a la misma dicotomía. Vida como calidad, vida como santidad. “ Había visto que la mayoría de las opiniones de los antiguos convenían en esto: que es hora de morir cuando vivir reporta mayor mal que bien; y que es ir contra las propias leyes de la naturaleza el conservar la vida para tormento e insatisfacción nuestras, como dicen estas antiguas reglas: “ O una vida tranquila, o una muerte feliz. Es bueno morir cuando la vida es molesta. Vale más no vivir que vivir desgraciado” (I,XXXIII,281)
En otro texto de sus “Ensayos”, encontramos a un Montaigne que nos habla de una lucha frente al sufrimiento, de un vivir para el “otro”, de una “responsabilidad en la polis”. “ A veces, aunque las circunstancias nos empujen a lo contrario, hemos de recuperar la vida, incluso con sufrimiento; hemos de detener el alma entre los dientes, puesto que la posibilidad de vivir para las gentes de bien no depende de lo que les plazca, sino de lo que deban. Aquel que no estima a su mujer o a un amigo tanto como para prolongar su vida por ellos, es demasiado débil y blando: ha de ordenárselo el alma cuando lo requiera el bien de los nuestros; hemos de entregarnos a veces a nuestros amigos y aunque por nosotros queramos morir, interrumpir por ellos nuestros designios. Es prueba de gran valor el volver a la vida en consideración a otro, como hicieron varios excelsos personajes; y es un rasgo de singular bondad conservar la vejez, si se siente que ese esfuerzo es dulce, agradable y provechoso para alguien querido “ ( II, XXXV,510)
En el siguiente texto vemos como Montaigne nos hace referencia al doble castigo, el de la ley divina y el de la ley humana. “ Pues muchos sostienen que no podemos abandonar esta guarnición del mundo sin orden expresa de aquel que en él nos ha puesto, y que sólo corresponde a Dios, que aquí nos ha enviado, no solo por nosotros sino para su propia gloria y para servir a los demás ,el darnos permiso cuando le plazca, y no a nosotros el tomárnoslo, pues no nacimos para nosotros sino también para nuestro país: las leyes nos piden cuenta de nosotros mismos en su propio interés, y nos condenan por homicidio; es decir que como desertores de nuestra misión somos castigados en este mundo y en el otro …” (II,III, 32)
Hume
Con “Sobre el suicidio” el filósofo escocés D. Hume (1711-1776) aportó una serie de razonamientos desde la teología, la sociología y la ética para la justificación del suicidio.
Este pequeño ensayo apareció después de la muerte del filósofo, levantando al parecer no pocas controversias.
A la manera de Epicuro, Hume argumenta que además de nuestro apego a la vida son muchas las supersticiones que agravan el temor. Frente a esto propugna que sea la filosofía la que se enfrente a ello.
Hume quiere rebatir la postura de Agustin de Hipona y de Santo Tomás. Para él, el suicidio no es un pecado ni una ofensa contra Dios. Para Hume el suicidio es moral.
Este filósofo plantea una pregunta de gran importancia para el tema de la autonomia ante la decisión de vivir o morir. ¿no podemos disponer todos libremente de nuestra propia vida?
“Si el disponer de la vida humana fuera algo reservado exclusivamente al Todopoderoso, y fuese un infringimiento del derecho divino el que los hombres dispusieran de sus propias vidas, tan criminal sería el que un hombre actuara para conservar la vida como el que decidiese destruirla. Si yo rechazo una piedra que va a caer sobre mi cabeza, estoy alterando el curso, y estoy invadiendo una región que sólo pertenece al Todopoderoso, al prolongar mi vida más allá del periodo que, según las leyes de la materia y el movimiento, Él le había asignado (...). ¿Podría alguien imaginar que estoy violando los planes de la Providencia o maldiciendo el orden de la creación porque yo deje de vivir y ponga punto final a una existencia que, de continuar, haría de mi un ser desdichado?.Nada más lejos de mi que esos sentimientos. De lo único que estoy convencido es de un hecho que todo el mundo admite como posible: que la vida humana puede ser desdichada , y que mi existencia, de prolongarse por más tiempo, resultaría indeseable; pero doy gracias a la Providencia de todos los bienes de los que ya he disfrutado, y por el poder que ella me ha dado de escapar de los males que me amenazan. Quien estúpidamente piense que no dispone de tal poder, estará de hecho quejándose de la Providencia, al verse obligado a prolongar una vida odiosa, llena de dolor, de enfermedades, de humillación y de pobreza” (SS pp.127-128)
Hume, situándose en la otra parte, la del pensamiento cristiano, usa los argumentos de este cuando refrendan que la providencia es la que ha guiado todas las causas, y que nada sucede en el universo sin su consentimiento. Hume responde, que también mi propia muerte, auque sea voluntaria, es permitida por Dios y por lo tanto se materializa con su consentimiento.
El suicidio no transgrede la ley natural. El filósofo escocés apunta igualmente que el mandato de Dios “No matarás a tu prójimo” no se puede interpretar como lo hace Agustín de Hipona, extendiendo este mándato a uno mismo, esto es , no te matarás.
Finalizamos la referencia a Hume con este texto de su “Sobre el suicidio”.
“ cuando el dolor o la tristeza superan mi paciencia hasta el punto de hacer que me canse de la vida, puedo sacar la conclusión de que se me está pidiendo, en los más claros y expresivos términos, que deje mi puesto.” (SS p 130)
Kant
La tesis a la que llega Kant (1724-1804) arranca desde su convencimiento, expresado en “Metafísica de las costumbres” de que existen deberes del hombre para consigo mismo, siendo el principal tratarse a sí mismo como fin, y no como mero medio.
“Metafísica de las costumbres”, “ Fundamentación para una metafísica de las costumbres”, “Crítica de la razón práctica “ y “ Lecciones de Ética “ constituyen el armazón ético de Kant, y en este aparecen múltiples referencias al suicidio.
Kant critica ferozmente a los estoicos cuando estos apuntan como “privilegio de sabio “ salir de la vida voluntariamente. Junto con lo expresado por Agustín de Hipona, subraya una paradoja en el pensamiento estoico que por otra parte realza la defensa por estos de la virtud de la fortaleza ante lo adverso.
En la Metafísica de las costumbres Kan anota: “ El hombre no puede ejanjenar su personalidad mientras viva: y es contradictorio estar autorizado a sustraerse a toda obligación , es decir, a obra libremente como si no se necesitara ninguna autorización para esta acción. Destruir al sujeto de la moralidad de su propia persona es tanto como extirpar del mundo la moralidad misma en sus existencia, en la medida en que depende de él, moralidad que, sin embargo, es fin en sí misma; por consiguiente, disponer de sí mismo como un simple medio para cualquier fin supone desvirtuar a la humanidad en su propia persona, (homo noumenon), a la cual, sin embargo, fue encomendada la conservación del hombre (homo phaenomenon)(MC.,423, pp.282-283)
Según algunos autores Kant no hace uso de razonamientos religiosos en sus escritos sobre el suicidio y su tratamiento lo realiza desde consideraciones y argumentaciones teónomas. No obstante, vemos como a la forma de Hume un “apoderamiento” , tal vez más sútil, de los contenidos religiosos, hasta llegar a afirmar ya sin difraces en sus “ Lecciones de Ética “ que los seres humanos hemos sido puestos en este mundo para seguir los designios de un Dios creador (LE. 194)
“ No hay que buscar fundamento de tales deberes en las prohibiciones de Dios, ya que el suicidio no es algo aborrecible porque Dios lo haya prohibido, sino que por el contrario, Dios lo ha prohibido porque era aborrecible; en otro caso, si elsuicidio fuera aborrecible porque Dios lo hubiera prohibido, yo no podría conocer la razón de esa prohibición, que es justamente el tratase de algo aborrecible en sí mismo. Por consiguiente, la razón de considerar aborrecibles el suicidio y otras violaciones de los derechos no ha sido extraída de la voluntar divina, sino de su intrínseco carácter repulsivo... Por ello, es el carácter intrínsecamente aborrecible del suicidio lo que, ante todo, deben poner de manifiesto todos los moralistas (LE, pp 159 y 195)
Para Kant perder la dignidad es llegar hasta el suicidio. Su argumento se centra en que tenemos que respetar a la humanidad en nuestra propia persona, ya que para el filósofo prusiano sin este principio ético el hombre es indigno de vivir y le sitúa en el nivel de los animales.. Para Kant nuestra disponibilidad sobre nosotros mismos tiene fronteras, al fin la autonomía no es total.
El cumplimiento de la moralidad, de la norma, la observancia de esta llega a parecer que sea bien mayor o superior que la propia vida del hombre.
“ Es preferible sacrificar la vida que desvirtuar la moralidad. Vivir no es algo necesario, pero sí lo es vivir dignamente, quien no puede vivir dignamente no es digno de la vida. Se puede vivir observando lo deberes para consigo mismo sin necesidad de violentarse. Pero aquel que está dispuesto a quitarse la vida no merece vivir. La felicidad constituye el motivo pragmático del vivir. ¿Puedo entonces quitarme la vida por no poder vivir felizmente? ¡Claro que no ¡ No es necesario ser felíz durante toda la vida, pero si lo es vivir con dignidad. La miseria no autoriza al hombre a quitarse la vida, pues en este caso cualquier leve detrimento del placer nos daría derecho a ello y todos nuestros deberes para con nosotros mismos quedarían polarizados por la joie de vivre, cuando en realizad el cumplimiento de tales deberes puede llegar a exigir incluso el sacrificio de la vida” (LE. 192)
Schopenhauer
En este autor, podemos encontrar una profunda reflexión sobre el sufrimiento, dolor y muerte. Para este pensador el origen de todo mal se ha de buscar en la insaciable voluntad de vivir. De alguna manera se diría que nos pide una negación de nuestra voluntad vital que rozaría la ascética y que no estaría muy alejada de determinadas religiones.
Schopenhauer en su búsqueda de una moralidad nos acerca a un rechazo radical de la voluntad de vida como una negación a ésta. Según el profesor bonete, podríamos llegar a entender en contra de lo que pudiera parecer a primera vista que el suicidio sería el acto más sublime del querer del hombre, sin embargo no es otra cosa que un acto de total sumisión a la voluntad de vivir. El filósofo afirma que quien comete un suicidio busca con ahínco desesperado liberarse de males y dolores antes que acabar con su vida. Si pudiera escapar de aquellos males que le acosan sin recurrir a la propia muerte lo harían, con lo que según este autor se produciría la paradoja de que el suicidio realmente fuese una manifestación de voluntad de vida:
“ el suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida. ” (PP cap.69,p.305)
Vamos a destacar de este autor una importante referencia vertida en su libro Parerga y Paralipómena (Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir), donde contra aquellos pensadores anteriores, que calificaron el acto del suicidio como un acto de cobardía y de injusticia ante los demás, el autor hace un alegato de la tan traída y llevada “autonomía”, cuando dice: “es manifiesto que nada hay en el mundo sobre lo cual tenga cada uno un derecho tan indiscutible como su propia persona y vida” (PP, p.51)
Este pensador hace uso de Séneca y de Hume para reforzar su tesis contra los argumentos teológicos que la tradición cristiana ha manejado contra el acto de libertad que para él supone el suicidio: “ el virulento celo de los sacerdotes de las religiones monoteístas, que no encuentra sin embargo apoyo alguno en la Biblia ni en argumentos convincentes, parece, pues descansar por fuerza en una razón huera” (PP, p.58)
Nietzsche
Finalizamos este recorrido histórico en torno al suicidio con uno de los pensadores mas estremecedores del siglo XIX. Tal vez su propia experiencia del dolor su carácter especial y su experiencia vital le hayan llevado a construir sobre sí una imagen fantástica y enigmática. Para este pensador el sufrimiento ha de ser asumido como parte de la vida, formando al hombre y educándole en la percepción de nuevas dimensiones que sólo pueden ser captadas desde ese dolor.
Contrario a toda moral cristiana el filósofo critica ferozmente el sentido redentor y trascendente del sufrir humano expuesto insistentemente por el cristianismo. Nietzsche mirando al mundo griego retoma el dolor como resultado de un destino trágico que tiene que ser aceptado por el hombre con todas las fuerzas justificando en algunos casos el atentar contra la propia vida.
La concepción de la muerte como un acto de libertad humana está presente en las palabras del filósofo alemán, si bien es verdad que su obra se ha interpretado y reinterpretado en multitud de ocasiones, al punto de haber querido encontrar el armazón ideológico del genocidio nazi en sus escritos filosóficos.
En cualquier caso la posición nietzscheana apunta argumentos a favor de la eutanasia voluntaria y de la ayuda al suicidio e incluso apunta a la defensa de la muerte natural. Hay claras referencias a lo largo de su inmensa obra donde expone algunas veces con una claridad deslumbrante su opinión: “mucho mejor es la decisión de optar por la muerte rápida y libre a través del suicidio” (Aurora, nn.52)
En Así habló Zaratrustra y más concretamente en su capítulo sobre “La muerte libre”, el filósofo desarrolla una defensa estremecedora sobre la eutanasia y el suicidio: “No quiero ser como los cordeleros, que estiran su hilo caminando para atrás.
Mas de uno llega a tan viejo que ya no es edad la suya ni para sus verdades y sus victorias; la boca desdentada ya no tiene derecho a decir todas las verdades” (AHZ, p.539)
La metáfora en este filósofo es un grave problema a la hora de analizar sus contenidos filosóficos. La literatura que brota de las manos de este genial pensador a veces nos confunde y aturde al punto de poder encontrar interpretaciones diametralmente opuestas. En obras como Humano, demasiado humano; Genealogía de la moral o Crepúsculo de los ídolos y otras, daremos con múltiples referencias sobre la actitud del ser humano ante la muerte.
Terminamos nuestro recorrido histórico con un texto realmente estremecedor del filósofo alemán que sin duda alguna no nos deja escépticos:
“El enfermo es un parásito de la sociedad hallándose en cierto estado es indecoroso seguir viviendo. El continuar vegetando, en una cobarde dependencia de los médicos y de los medicamentos, después de que el sentido de la vida, el derecho a la vida se ha perdido es algo que debería acarrear un profundo desprecio en la sociedad. Los médicos, por su parte, habrían de ser los intermediarios de ese desprecio, -no recetas, sino cada día una nueva dosis de náusea frente a su paciente… Crear una responsabilidad nueva, la del médico, para todos aquellos casos en que el interés supremo de la vida ascendente, exige el aplastamiento y la eliminación sin consideraciones de la vida degenerante- por ejemplo, en lo que se refiere al derecho a la procreación, al derecho a nacer, al derecho a vivir… Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquél que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y querido, una suma de la vida –todo ello en antítesis a la lamentable y horrible comedia que el cristianismo ha hecho de la hora de la muerte. Se debería, por amor a la vida querer la muerta de otra manera…” (CI)
Creo que este fragmento de Nietzche nos lleva a no pocas reflexiones y nos recuerda el interesante trabajo de Ariès: “El hombre ante la muerte”, cuando nos muestra un recorrido por la manera de morir a lo largo de la historia. Podemos encontrar igualmente motivo de reflexión en el texto de Nietzche sobre el momento de decisión de poner fin a la vida, y por supuesto enlazar con el modo tecnológico de muerte y con lo que damos en llamar dignidad de morir.
En este autor, podemos encontrar una profunda reflexión sobre el sufrimiento, dolor y muerte. Para este pensador el origen de todo mal se ha de buscar en la insaciable voluntad de vivir. De alguna manera se diría que nos pide una negación de nuestra voluntad vital que rozaría la ascética y que no estaría muy alejada de determinadas religiones.
Schopenhauer en su búsqueda de una moralidad nos acerca a un rechazo radical de la voluntad de vida como una negación a ésta. Según el profesor bonete, podríamos llegar a entender en contra de lo que pudiera parecer a primera vista que el suicidio sería el acto más sublime del querer del hombre, sin embargo no es otra cosa que un acto de total sumisión a la voluntad de vivir. El filósofo afirma que quien comete un suicidio busca con ahínco desesperado liberarse de males y dolores antes que acabar con su vida. Si pudiera escapar de aquellos males que le acosan sin recurrir a la propia muerte lo harían, con lo que según este autor se produciría la paradoja de que el suicidio realmente fuese una manifestación de voluntad de vida:
“ el suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida. ” (PP cap.69,p.305)
Vamos a destacar de este autor una importante referencia vertida en su libro Parerga y Paralipómena (Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir), donde contra aquellos pensadores anteriores, que calificaron el acto del suicidio como un acto de cobardía y de injusticia ante los demás, el autor hace un alegato de la tan traída y llevada “autonomía”, cuando dice: “es manifiesto que nada hay en el mundo sobre lo cual tenga cada uno un derecho tan indiscutible como su propia persona y vida” (PP, p.51)
Este pensador hace uso de Séneca y de Hume para reforzar su tesis contra los argumentos teológicos que la tradición cristiana ha manejado contra el acto de libertad que para él supone el suicidio: “ el virulento celo de los sacerdotes de las religiones monoteístas, que no encuentra sin embargo apoyo alguno en la Biblia ni en argumentos convincentes, parece, pues descansar por fuerza en una razón huera” (PP, p.58)
Nietzsche
Finalizamos este recorrido histórico en torno al suicidio con uno de los pensadores mas estremecedores del siglo XIX. Tal vez su propia experiencia del dolor su carácter especial y su experiencia vital le hayan llevado a construir sobre sí una imagen fantástica y enigmática. Para este pensador el sufrimiento ha de ser asumido como parte de la vida, formando al hombre y educándole en la percepción de nuevas dimensiones que sólo pueden ser captadas desde ese dolor.
Contrario a toda moral cristiana el filósofo critica ferozmente el sentido redentor y trascendente del sufrir humano expuesto insistentemente por el cristianismo. Nietzsche mirando al mundo griego retoma el dolor como resultado de un destino trágico que tiene que ser aceptado por el hombre con todas las fuerzas justificando en algunos casos el atentar contra la propia vida.
La concepción de la muerte como un acto de libertad humana está presente en las palabras del filósofo alemán, si bien es verdad que su obra se ha interpretado y reinterpretado en multitud de ocasiones, al punto de haber querido encontrar el armazón ideológico del genocidio nazi en sus escritos filosóficos.
En cualquier caso la posición nietzscheana apunta argumentos a favor de la eutanasia voluntaria y de la ayuda al suicidio e incluso apunta a la defensa de la muerte natural. Hay claras referencias a lo largo de su inmensa obra donde expone algunas veces con una claridad deslumbrante su opinión: “mucho mejor es la decisión de optar por la muerte rápida y libre a través del suicidio” (Aurora, nn.52)
En Así habló Zaratrustra y más concretamente en su capítulo sobre “La muerte libre”, el filósofo desarrolla una defensa estremecedora sobre la eutanasia y el suicidio: “No quiero ser como los cordeleros, que estiran su hilo caminando para atrás.
Mas de uno llega a tan viejo que ya no es edad la suya ni para sus verdades y sus victorias; la boca desdentada ya no tiene derecho a decir todas las verdades” (AHZ, p.539)
La metáfora en este filósofo es un grave problema a la hora de analizar sus contenidos filosóficos. La literatura que brota de las manos de este genial pensador a veces nos confunde y aturde al punto de poder encontrar interpretaciones diametralmente opuestas. En obras como Humano, demasiado humano; Genealogía de la moral o Crepúsculo de los ídolos y otras, daremos con múltiples referencias sobre la actitud del ser humano ante la muerte.
Terminamos nuestro recorrido histórico con un texto realmente estremecedor del filósofo alemán que sin duda alguna no nos deja escépticos:
“El enfermo es un parásito de la sociedad hallándose en cierto estado es indecoroso seguir viviendo. El continuar vegetando, en una cobarde dependencia de los médicos y de los medicamentos, después de que el sentido de la vida, el derecho a la vida se ha perdido es algo que debería acarrear un profundo desprecio en la sociedad. Los médicos, por su parte, habrían de ser los intermediarios de ese desprecio, -no recetas, sino cada día una nueva dosis de náusea frente a su paciente… Crear una responsabilidad nueva, la del médico, para todos aquellos casos en que el interés supremo de la vida ascendente, exige el aplastamiento y la eliminación sin consideraciones de la vida degenerante- por ejemplo, en lo que se refiere al derecho a la procreación, al derecho a nacer, al derecho a vivir… Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquél que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y querido, una suma de la vida –todo ello en antítesis a la lamentable y horrible comedia que el cristianismo ha hecho de la hora de la muerte. Se debería, por amor a la vida querer la muerta de otra manera…” (CI)
Creo que este fragmento de Nietzche nos lleva a no pocas reflexiones y nos recuerda el interesante trabajo de Ariès: “El hombre ante la muerte”, cuando nos muestra un recorrido por la manera de morir a lo largo de la historia. Podemos encontrar igualmente motivo de reflexión en el texto de Nietzche sobre el momento de decisión de poner fin a la vida, y por supuesto enlazar con el modo tecnológico de muerte y con lo que damos en llamar dignidad de morir.
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