El arte sirve para narrar nuestro paso por la tierra.
Por: Juliette Boussand
Usted vive en Francia hace treinta y cinco años, pero sus obras reflejan cada vez más sus raíces y su cultura haitianas…
Me marché de Puerto Príncipe en 1957, cuando François Duvalier ascendió al poder, para estudiar pintura en Nueva York en el Art Student´s League. Pasé solamente tres años en Estados Unidos, pero soy, en cierto sentido, norteamericano por el hecho de haber nacido en la cuenca del Caribe, que está cerca de Estados Unidos y dominada por sus modelos. En Nueva York, sin embargo, sentí temor de perder mi identidad. Lo cierto es que esa búsqueda de identidad fue en parte el motivo de mi instalación en Francia en 1961. Quería encontrarme a mí mismo. Y además, en Nueva York el expresionismo abstracto, en sus últimos estertores, se encerraba en un academicismo que no me interesaba. Era muy poco antes de la renovación suscitada por la corriente del pop arte. Por lo demás, Francia forma parte de la cultura haitiana, de sus fantasías, de su relación con la lengua. Como Haití es de lengua francesa, ir a Europa significaba volver a mis valores de formación.
¿En qué medida los surrealistas han inspirado su obra?
Los surrealistas me revelaron valores que rigen aún mi energía creadora. Mi relación con el arte pasa por la experiencia psicoanalítica. Sigo sintiéndome muy cerca de los valores plásticos encarnados por Arshile Gorka, Giorgio de Chirico, René Magritte, Marcel Duchamp. Los surrealistas me enseñaron que el arte podía ser un medio de aprehender el mundo y de conocerse a sí mismo. Y este conocimiento de sí desemboca naturalmente en todas las problemáticas morales: las relaciones entre los seres humanos, el amor, la organización social. Una de las lecciones del surrealismo que nunca han dejado de acompañarme es que lo visible no es sólo fuente de placer estético, sino que adquiere toda su fuerza cuando entraña una cierta experiencia vivida y una percepción ambiciosa de la existencia. El arte sirve narrar nuestro paso por la tierra.
La relación con el lenguaje es muy patente en todo lo que usted hace.
Me gusta mucho la poesía haitiana, la de Jacques Roumain, de Carl Brouard, que definen una identidad negra. Muy pronto la poesía haitiana, haciéndose eco de la colonización en Santo Domingo, la esclavitud y la revolución haitiana de 1804, recogió los conceptos de negritud y de revalorización, que, más adelante, Aimé Cesaire llevó a su máxima expresión en su gran poema Cahier d´un retour au pays natal. Por otra parte, me he mantenido fiel a mis gustos de juventud: Rimbaud, Saint-John Perse, André Breton. Siempre cito una frase de Saint-John Perse, pronunciada cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1960: “Pues si la poesía no es, como se ha dicho, “la realidad absoluta”, constituye el ansia y la aprehensión más próximas de ésta, en ese límite extremo de complicidad en que la realidad en el poema parece informarse a sí misma.”
¿Cómo trabaja usted?
Mi trabajo podría descomponerse en tres tiempos. En primer lugar hay un juego con el lenguaje, luego –en el segundo tiempo- una especie de flash, una idea verdaderamente plástica viene a alimentar ese juego. El tercer tiempo es el montaje: la técnica sólo interviene en esta última fase, que es algo secundario frente a la espontaneidad de la idea inicial y al juego especulativo con el lenguaje. Mis grandes dibujos a carboncillo, más líricos y con mayor unidad estilística, sirven a la idea plástica y procuran captar con suma sencillez una fantasía, un recuerdo o un deseo. En ellos los objetos se convierten en blasones, totems, emblemas. ¿Mi técnica? Trabajo con materiales simples: madera, cola, tornillos. Exalto las herramientas elementales como la sierra, que reemplaza a veces al lápiz, e incluso la pulidora.
Tomemos como ejemplo los dibujos a carboncillo que figuraban en la exposición que presenté en 1994, “Carboncillos y poso de café. Duelo: el dibujo, el objeto.” Para los objetos utilicé como medio el pigmento natural que representa el poso de café, pero de manera irónica. Los carboncillos, de tono oscuro, evocan la noche mientras el café podría simbolizar el paso de lo oscuro a lo claro, la noche y el alba –es al mismo tiempo un producto exótico, colonial, que ha hecho felices a las poblaciones blancas.
¿Y el color?
Por: Juliette Boussand
Usted vive en Francia hace treinta y cinco años, pero sus obras reflejan cada vez más sus raíces y su cultura haitianas…
Me marché de Puerto Príncipe en 1957, cuando François Duvalier ascendió al poder, para estudiar pintura en Nueva York en el Art Student´s League. Pasé solamente tres años en Estados Unidos, pero soy, en cierto sentido, norteamericano por el hecho de haber nacido en la cuenca del Caribe, que está cerca de Estados Unidos y dominada por sus modelos. En Nueva York, sin embargo, sentí temor de perder mi identidad. Lo cierto es que esa búsqueda de identidad fue en parte el motivo de mi instalación en Francia en 1961. Quería encontrarme a mí mismo. Y además, en Nueva York el expresionismo abstracto, en sus últimos estertores, se encerraba en un academicismo que no me interesaba. Era muy poco antes de la renovación suscitada por la corriente del pop arte. Por lo demás, Francia forma parte de la cultura haitiana, de sus fantasías, de su relación con la lengua. Como Haití es de lengua francesa, ir a Europa significaba volver a mis valores de formación.
¿En qué medida los surrealistas han inspirado su obra?
Los surrealistas me revelaron valores que rigen aún mi energía creadora. Mi relación con el arte pasa por la experiencia psicoanalítica. Sigo sintiéndome muy cerca de los valores plásticos encarnados por Arshile Gorka, Giorgio de Chirico, René Magritte, Marcel Duchamp. Los surrealistas me enseñaron que el arte podía ser un medio de aprehender el mundo y de conocerse a sí mismo. Y este conocimiento de sí desemboca naturalmente en todas las problemáticas morales: las relaciones entre los seres humanos, el amor, la organización social. Una de las lecciones del surrealismo que nunca han dejado de acompañarme es que lo visible no es sólo fuente de placer estético, sino que adquiere toda su fuerza cuando entraña una cierta experiencia vivida y una percepción ambiciosa de la existencia. El arte sirve narrar nuestro paso por la tierra.
La relación con el lenguaje es muy patente en todo lo que usted hace.
Me gusta mucho la poesía haitiana, la de Jacques Roumain, de Carl Brouard, que definen una identidad negra. Muy pronto la poesía haitiana, haciéndose eco de la colonización en Santo Domingo, la esclavitud y la revolución haitiana de 1804, recogió los conceptos de negritud y de revalorización, que, más adelante, Aimé Cesaire llevó a su máxima expresión en su gran poema Cahier d´un retour au pays natal. Por otra parte, me he mantenido fiel a mis gustos de juventud: Rimbaud, Saint-John Perse, André Breton. Siempre cito una frase de Saint-John Perse, pronunciada cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1960: “Pues si la poesía no es, como se ha dicho, “la realidad absoluta”, constituye el ansia y la aprehensión más próximas de ésta, en ese límite extremo de complicidad en que la realidad en el poema parece informarse a sí misma.”
¿Cómo trabaja usted?
Mi trabajo podría descomponerse en tres tiempos. En primer lugar hay un juego con el lenguaje, luego –en el segundo tiempo- una especie de flash, una idea verdaderamente plástica viene a alimentar ese juego. El tercer tiempo es el montaje: la técnica sólo interviene en esta última fase, que es algo secundario frente a la espontaneidad de la idea inicial y al juego especulativo con el lenguaje. Mis grandes dibujos a carboncillo, más líricos y con mayor unidad estilística, sirven a la idea plástica y procuran captar con suma sencillez una fantasía, un recuerdo o un deseo. En ellos los objetos se convierten en blasones, totems, emblemas. ¿Mi técnica? Trabajo con materiales simples: madera, cola, tornillos. Exalto las herramientas elementales como la sierra, que reemplaza a veces al lápiz, e incluso la pulidora.
Tomemos como ejemplo los dibujos a carboncillo que figuraban en la exposición que presenté en 1994, “Carboncillos y poso de café. Duelo: el dibujo, el objeto.” Para los objetos utilicé como medio el pigmento natural que representa el poso de café, pero de manera irónica. Los carboncillos, de tono oscuro, evocan la noche mientras el café podría simbolizar el paso de lo oscuro a lo claro, la noche y el alba –es al mismo tiempo un producto exótico, colonial, que ha hecho felices a las poblaciones blancas.
¿Y el color?
Utilizo el color como una señal. En 1986, cuando llegó a su fin la dominación de los Duvalier, los haitianos hicieron un uso simbólico del rojo y del azul, los colores de la bandera nacional. El rojo y el azul estaban presentes en toda la isla como una reacción popular ingenua y expresiva. Era una expresión simbólica de la liberación de treinta años de dictadura. Me había conmovido profundamente el sufrimiento de mi pobre pueblo al que sólo le quedaba ese signo, esa marca elemental del rojo y del azul, como prueba de su existencia. Reduje mi paleta a esos dos elementos, a esas señas mínimas de identidad.
Después de una actitud más bien intelectual, usted se orienta hacia valores más simples…
¡Tal vez al envejecer uno se vuelve más simple! Aunque en el pasado abusé de los juegos con el lenguaje al componer mis obras, ahora tengo más seguridad en mí mismo. ¿No tiende todo arte a la simplicidad y al anonimato? Los pintores son albañiles de objetos y de ideas, manipuladores de signos, seres intuitivos. A menudo se hace una confusión entre el artista y el intelectual. El artista, creo, debe estar a la escucha de sí mismo evitando censurarse, para dejar que se exprese su impulso creador. Jamás elaboro un programa artístico. Lo mejor de un artista se expresa, en el fondo, sin que siga un proyecto demasiado articulado. Creo que también es bueno dejar que resurjan los recuerdos. ¿Un ejemplo? Cuando vi en una revista la foto de una mujer en una chabola sudafricana de Soweto me vino a la memoria la imagen de las piernas deformadas de mi vieja niñera, Christiane. No había una relación directa entre las dos, pero fue la ocasión que me permitió revivir el recuerdo. Pienso que no hay mentira en el arte.
¿Dónde se sitúa como artista en la sociedad y la cultura actuales?
Las artes plásticas están en crisis, me parece, y es bueno volver a cosas simples, elementales. El gusto por el dibujo caracteriza mi trabajo actual. Dibujar en una hoja de papel más fácil que pintar. Del dibujo paso de un salto a los objetos, donde aparece el color. Pues ante todo soy pintor. Pintor ensamblador, si se quiere. Estimo que la pintura es el punto más avanzado de las artes plásticas, el centro de las mayores complejidades. Las artes me parecen un vehículo natural para un mejor entendimiento entre las culturas. Por ejemplo, todos estamos, sin saberlo, empapados de jazz. El aporte negro realizado a través de la música es importante: la música es indispensable para entender la especificidad negra. Todos viajamos, todos pasamos sin cesar de un lugar a otro… Pero me inquieta la aplanadora de la televisión mundial que difunde los mismos seriales en todo el planeta. Tengo la impresión de que atravesamos un período de esquizofrenia. Es más necesario que nunca mantenerse a la escucha del hombre original, estar atento a sus propios sueños. Y vuelvo a pensar en Saint-John Perse, que nos instaban a no olvidar el hombre de arcilla.
¿El arte sigue considerándose una necesidad?
¡Por cierto! Pero hay que redefinir el significado de la cultura. Tomemos el caso de la sociedad norteamericana: en una sociedad tan materialista se podía pensar en prescindir del arte. Ahora bien, ¡ahí están todos los grandes artistas norteamericanos! Prueban que hay una necesidad de arte, que el arte es sútil- si no, no existiría. Los museos y el número de visitantes que reciben lo confirman ampliamente…
¿Tiene el arte contemporáneo raíces en la Antigüedad?
El interés general por las artes del pasado surgió a comienzos del presente siglo con el poeta Guilaume Apollinaire. Por lo que a mi respecta, fue durante un viaje a Egipto cuando encontré una especie de fundamento del arte moderno. Vi en el arte del antiguo Egipto una justificación de algunas grandes opciones: claridad estilística, frontalidad, relación con el lenguaje. Con los jeroglíficos se pasó de una imagen pintada a un signo escrito, lo que es muy moderno: estamos aún en la problemática del paso de lo escrito a lo visual. Allí encontré una inspiración que anuncia probablemente todo el Occidente. Y mejor. Ese arte se caracteriza a mi juicio por un extremado refinamiento y también por una gran complejidad. Me fascina que, pese a su complejidad, sea tan fácil su lectura, así como su carácter esencial sin la menor desviación naturalista. Me limito, lógicamente, a consideraciones de orden plástico, pues soy incapaz de descifrar toda la cosmogonía egipcia. El arte egipcio, por la perfección del dibujo y del volumen, contrasta, por ejemplo, con la simplicidad de la escultura de Oceanía, que no por eso deja de ser una de las cumbres del arte mundial. Con los egipcios nos encontramos ante una verdadera construcción del mundo, mientras que en Nueva Guinea estamos a la escucha del hombre original, más próximo a la tierra y a los dioses.
¿La enseñanza artística actual logra sensibilizar más a los alumnos respecto del arte de hoy?
Contrariamente a ciertas ideas preconcebidas, el arte moderno, incluso abstracto, me parece más fácil de captar que el arte del Renacimiento, por ejemplo, que exige un conocimiento de los grandes mitos y de la religión. Creo que el arte moderno es un espejo más directo, propicio a un intercambio entre la obra y el público. A menudo implica un cuestionamiento de las apariencias que recurre abiertamente la ironía. ¿Quizás para traducir mejor las complejidades de nuestro tiempo?
Revista Correo de la Unesco. París. Nro 11. Noviembre. 1996. Págs. 4-7.
Después de una actitud más bien intelectual, usted se orienta hacia valores más simples…
¡Tal vez al envejecer uno se vuelve más simple! Aunque en el pasado abusé de los juegos con el lenguaje al componer mis obras, ahora tengo más seguridad en mí mismo. ¿No tiende todo arte a la simplicidad y al anonimato? Los pintores son albañiles de objetos y de ideas, manipuladores de signos, seres intuitivos. A menudo se hace una confusión entre el artista y el intelectual. El artista, creo, debe estar a la escucha de sí mismo evitando censurarse, para dejar que se exprese su impulso creador. Jamás elaboro un programa artístico. Lo mejor de un artista se expresa, en el fondo, sin que siga un proyecto demasiado articulado. Creo que también es bueno dejar que resurjan los recuerdos. ¿Un ejemplo? Cuando vi en una revista la foto de una mujer en una chabola sudafricana de Soweto me vino a la memoria la imagen de las piernas deformadas de mi vieja niñera, Christiane. No había una relación directa entre las dos, pero fue la ocasión que me permitió revivir el recuerdo. Pienso que no hay mentira en el arte.
¿Dónde se sitúa como artista en la sociedad y la cultura actuales?
Las artes plásticas están en crisis, me parece, y es bueno volver a cosas simples, elementales. El gusto por el dibujo caracteriza mi trabajo actual. Dibujar en una hoja de papel más fácil que pintar. Del dibujo paso de un salto a los objetos, donde aparece el color. Pues ante todo soy pintor. Pintor ensamblador, si se quiere. Estimo que la pintura es el punto más avanzado de las artes plásticas, el centro de las mayores complejidades. Las artes me parecen un vehículo natural para un mejor entendimiento entre las culturas. Por ejemplo, todos estamos, sin saberlo, empapados de jazz. El aporte negro realizado a través de la música es importante: la música es indispensable para entender la especificidad negra. Todos viajamos, todos pasamos sin cesar de un lugar a otro… Pero me inquieta la aplanadora de la televisión mundial que difunde los mismos seriales en todo el planeta. Tengo la impresión de que atravesamos un período de esquizofrenia. Es más necesario que nunca mantenerse a la escucha del hombre original, estar atento a sus propios sueños. Y vuelvo a pensar en Saint-John Perse, que nos instaban a no olvidar el hombre de arcilla.
¿El arte sigue considerándose una necesidad?
¡Por cierto! Pero hay que redefinir el significado de la cultura. Tomemos el caso de la sociedad norteamericana: en una sociedad tan materialista se podía pensar en prescindir del arte. Ahora bien, ¡ahí están todos los grandes artistas norteamericanos! Prueban que hay una necesidad de arte, que el arte es sútil- si no, no existiría. Los museos y el número de visitantes que reciben lo confirman ampliamente…
¿Tiene el arte contemporáneo raíces en la Antigüedad?
El interés general por las artes del pasado surgió a comienzos del presente siglo con el poeta Guilaume Apollinaire. Por lo que a mi respecta, fue durante un viaje a Egipto cuando encontré una especie de fundamento del arte moderno. Vi en el arte del antiguo Egipto una justificación de algunas grandes opciones: claridad estilística, frontalidad, relación con el lenguaje. Con los jeroglíficos se pasó de una imagen pintada a un signo escrito, lo que es muy moderno: estamos aún en la problemática del paso de lo escrito a lo visual. Allí encontré una inspiración que anuncia probablemente todo el Occidente. Y mejor. Ese arte se caracteriza a mi juicio por un extremado refinamiento y también por una gran complejidad. Me fascina que, pese a su complejidad, sea tan fácil su lectura, así como su carácter esencial sin la menor desviación naturalista. Me limito, lógicamente, a consideraciones de orden plástico, pues soy incapaz de descifrar toda la cosmogonía egipcia. El arte egipcio, por la perfección del dibujo y del volumen, contrasta, por ejemplo, con la simplicidad de la escultura de Oceanía, que no por eso deja de ser una de las cumbres del arte mundial. Con los egipcios nos encontramos ante una verdadera construcción del mundo, mientras que en Nueva Guinea estamos a la escucha del hombre original, más próximo a la tierra y a los dioses.
¿La enseñanza artística actual logra sensibilizar más a los alumnos respecto del arte de hoy?
Contrariamente a ciertas ideas preconcebidas, el arte moderno, incluso abstracto, me parece más fácil de captar que el arte del Renacimiento, por ejemplo, que exige un conocimiento de los grandes mitos y de la religión. Creo que el arte moderno es un espejo más directo, propicio a un intercambio entre la obra y el público. A menudo implica un cuestionamiento de las apariencias que recurre abiertamente la ironía. ¿Quizás para traducir mejor las complejidades de nuestro tiempo?
Revista Correo de la Unesco. París. Nro 11. Noviembre. 1996. Págs. 4-7.
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