domingo, 31 de enero de 2010
Rafael Cadenas - Poemas
Pintura de Paul Cézanne
RUTINA
Me fustigo.
Me abro la carne.
Me exhibo sobre un escenario.
Allí no ofrezco el número decisivo.
Devorarme ¡mi gran milicia! pero soy también un armador tenaz.
Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.
Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas.
A golpes junto las piezas.
Siempre regreso a mi tamaño natural.
Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y vuelvo a montar, montar el carafresca.
(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle a alguien las proporciones.)
Planto mi casa en medio de la locuacidad.
Me reconstruyo con un plano inefable.
Calma. Ya está. Entro a la horma.
IMAGO
Cuando un rostro se vuelve amenazante, lo desdibujo pacientemente.
Empiezo por sus líneas, después me dedico a las sombras y dejo para el final sus sutiles celadas. Sólo trato de desarmar la figura.
Hay que impedir que mire desde su centro dinámico, quitarle ese halo de imán que desquicia, volverlo una mancha.
De noche practico esta cautela. Me acerco al rostro, recuerdo todos los incidentes, tomo un trapo húmedo, ordinario, maligno con el que deshago suavemente el dibujo.
Cuando el cielo vuelve a ser blanco ya no queda nada.
No destruyo el rostro; lo suavizo y me pliego. Aprendo a convivir con él.
Es el recurso basto de quien exagera todas las líneas.
No es un trabajo fácil. Requiere un gran desasimiento. El apego, el apego es el enemigo. Con sus gomas alocadas da qué hacer. Produce anexiones, pueriles violencias, enrarecimientos del aire.
Uso un procedimiento rudimentario, el que está a mi alcance, pues soy tosco.
Tuve que idear este método. Extraño a mi ser, en una difícil época. Fue al término de una crisis.
Acababa de dejar la cáscara. La imaginación se había agotado. Sólo quedaban los objetos, los firmes objetos.
BELOVED COUNTRY
Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí.
País al que regreso cada vez que me he empobrecido.
Sello, fasto, bóveda de los cofres.
Nunca me has negado tu leche de virgen.
Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.
Ignoro el alcance de tu olor de especie, pero sé que has estado en todos mis puntos de partida, envolviéndome, Oriente solícito, como una ceremonia.
País a donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro, mi anillo de bodas. Seguramente estás cerca del centro.
MI PEQUEÑO GIMNASIO
Consta de una almohadilla que golpeo con acompañamiento musical.
Un saco de arena donde descargo todo el peso de la calle.
Una esterilla para hacer contorsiones que producen olvido.
Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.
Una cuerda donde me castigo por toda la prudencia del día.
Un artefacto en forma de O en el que me doblo para evitar los reclamos de mi consciencia.
Una barra horizontal sobre la cual me río de mis intenciones.
Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor dirigidos.
Un pequeño extensor de cretino que me estira por todos los frutos que no tomé, los actos que no hice, las palabras que no me atreví a decir.
Una soga donde extorsiono mi brazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.
El resto lo compone el ajuar ordinario de todo deportista. Los ejercicios son efectuados en la oscuridad. Por vergüenza no admito espectadores. (El descontento sordo, por otra parte ahogaría al que osara entrar).
Soy de todas maneras un aprendiz. No he podido alcanzar mis rodillas con la frente, todavía me es imposible arquearme hacia atrás hasta tocar el suelo, tampoco logro pararme sobre las manos.
Algunas veces el exceso de pesadez me vuelve ridículo. (Me recuerdo en lamentables posiciones y siento dolor). A pesar de mis esfuerzos sigo siendo carnívoro, rudo, indisciplinado.
En el fondo los ejercicios están enderezados a hacer de mí un hombre racional, que viva con precisión y burle los laberintos. En clave, persiguen mi transformación en Hombre Número Tal. Llanamente y en mi intimidad, espero con ellos dejar de ser absurdo.
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