miércoles, 9 de julio de 2008

Los versos de oro de Pitágoras de Samos


1
Honra, en primer lugar, y venera a los dioses inmortales, a cada uno de acuerdo a su rango. Respeta luego el juramento, y reverencia a los héroes ilustres, y también a los genios subterráneos: cumplirás así lo que las leyes mandan. Honra luego a tus padres y a tus parientes de sangre. Y de los demás, hazte amigo del que descuella en virtud.


4
Compenétrate en cumplir estos preceptos, pero atiénete a dominarante todo las necesidades de tu estómago y de tu sueño, después los arranques de tus apetitos y de tu ira.


8
De los sufrimientos que caben a los mortales por divino designio, la parte que a ti corresponde, sopórtala sin indignación; pero es legítimo que le busques remedio en la medida de tus fuerzas; porque no son tantas las desgracias que caen sobre los hombres buenos.

9
Muchas son las voces, unas indignas, otras nobles, que vienen a herir el oído: Que no te turben ni tampoco te vuelvas para no oírlas. Cuando oigas una mentira, sopórtalo con calma.


13
Tampoco descuides tu salud, ten moderación en el comer o el beber, y en la ejercitación del cuerpo. Por moderación entiendo lo que no te haga daño. Acostúmbrate a una vida sana sin molicie, y guárdate de lo que pueda atraer la envidia.

14
No seas disipado en tus gastos como hacen los que ignoran lo que es honradez, pero no por ello dejes de ser generoso: nada hay mejor que la mesura en todas las cosas.

15
Haz pues lo que no te dañe, y reflexiona antes de actuar. Y no dejes que el dulce sueño se apodere de tus lánguidos ojos sin antes haber repasado lo que has hecho en el día:"¿En qué he fallado? ¿Qué he hecho? ¿Qué deber he dejado de cumplir? "Comienza del comienzoy recórrelo todo, y repróchate los errores y alégrente los aciertos.


17
Conocerás a los hombres, víctimas de los males que ellos mismos se imponen, ciegos a los bienes que les rodean, que no oyen ni ven: son pocos los que saben librarse de la desgracia. Tal es el destino que estorba el espíritu de los mortales, como cuentas infantiles ruedan de un lado a otro, oprimidos por males innumerables: porque sin advertirlo los castiga la Discordia, su natural y triste compañera, a la que no hay que provocar, sino cederle el paso y huir de ella.

18

¡Oh padre Zeus! ¡De cuántos males no librarías a los hombres si tan sólo les hicieras ver a qué demonio obedecen!

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