lunes, 21 de julio de 2008

Proposiciones sobre la muerte de Dios. Georges Bataille


8. El tiempo extático no puede encontrarse más que en la visión de las cosas que el azar pueril hace sobrevenir bruscamente: cadáveres, desnudeces, explosiones, sangre derramada, abismos, estallido del sol y del trueno.

9. La guerra, en la medida en que es voluntad de asegurar la perennidad de una nación, la nación que es soberanía y exigencia de inalterabilidad, la autoridad de derecho divino y Dios mismo representan la obstinación desesperada del hombre por oponerse al poder exuberante del tiempo y encontrar la seguridad en una erección inmóvil y cercana al sueño. La existencia nacional y militar están presentes en el mundo para intentar negar la muerte reduciéndola a uno de los componentes de una gloria sin angustia. La nación y el ejército separan profundamente al hombre de un universo librado al gasto perdido y a la explosión incondicional de sus partes: profundamente, al menos en la medida en que las precarias victorias de la avaricia humana son posibles.

10. La Revolución no debe ser considerada solamente en sus circunstancias concientes y abiertamente conocidas, sino en su apariencia brutal, sea la obra de puritanos, de enciclopedistas, de marxistas o de anarquistas. La Revolución en su existencia histórica significativa, que domina todavía a la civilización actual, se manifiesta a ojos de un mundo mudo de miedo como la explosión repentina de motines sin límites. La autoridad divina, por obra de la Revolución, deja de fundar el poder: la autoridad no pertenece más a Dios sino al tiempo, cuya exuberancia libre condena a los reyes a la muerte, al tiempo encarnado hoy en el tumulto explosivo de los pueblos. En el fascismo mismo, la autoridad se redujo a fundarse sobre una pretendida revolución, homenaje hipócrita y obligado a la única autoridad que se imponía, la del cambio catastrófico.

11. Dios, los reyes y su secuela se interpusieron entre los hombres y la Tierra de la misma manera que el padre frente al hijo es un obstáculo para la violación y la posesión de la Madre. La historia económica de los tiempos modernos está dominada por la tentativa épica, pero decepcionante, de los hombres que se encarnizan en arrancar su riqueza a la Tierra. La Tierra fue vaciada, pero del interior de su vientre lo que los hombres extrajeron fue antes que nada el hierro y el fuego, con los cuales no dejan de destriparse entre sí. La incandescencia interior de la Tierra no explota solamente en el cráter de los volcanes: enrojece y escupe la muerte con sus humaredas en la metalurgia de todos los países.

12. La realidad incandescente del vientre materno de la Tierra no puede ser tocada ni poseída por quienes la desconocen. El desconocimiento de la Tierra, el olvido del astro sobre el cual viven, la ignorancia de la naturaleza de las riquezas, es decir, de la incandescencia que está encerrada en el astro, hicieron del hombre una existencia a merced de las mercancías que produce, y cuya parte más importante está consagrada a la muerte. En tanto los hombres olviden la verdadera naturaleza de la vida terrestre que exige la embriaguez extática y el estallido, esta naturaleza no podrá ser objeto de la atención de los contadores y de los economistas de cualquier partido, más que abandonándolos a los resultados más definitivos de su contabilidad y de su economía.

13. Los hombres no saben disfrutar libremente y con prodigalidad de la Tierra y sus productos: la Tierra y sus productos no se prodigan y no se liberan sin medida más que para destruir. La guerra languideciente, tal como lo ha ordenado la economía moderna, enseña también el sentido de la Tierra, pero lo enseña a renegados cuya cabeza está repleta de cálculos y de consideraciones de corto alcance, y ésta es la razón por la cual lo enseña con una ausencia de corazón y una rabia deprimentes. En el carácter desmesurado y desgarrador de la catástrofe sin objetivo que es la guerra actual, nos es sin embargo posible reconocer la inmensidad explosiva del tiempo: la Tierra-madre sigue siendo la vieja divinidad ctónica, pero con las multitudes humanas hace también desmoronarse al dios del cielo en un clamor sin fin.

14. La búsqueda de Dios, de la ausencia de movimiento, de la tranquilidad, es el temor que hizo entrar en la sombra toda tentativa de comunidad universal. El corazón del hombre no está inquieto solamente hasta el momento en el que descansa en Dios: la universalidad de Dios sigue siendo todavía, para él, una fuente de inquietud y el apaciguamiento no se produce más que si Dios se deja encerrar en el aislamiento y en la permanencia profundamente inmóvil de la existencia militar de un grupo. Porque la existencia universal es ilimitada y por ello sin reposo: no encierra la vida sobre sí misma sino que la abre y la vuelve a arrojar en la inquietud del infinito. La existencia universal, eternamente inacabada, acéfala, un mundo semejante a una herida que sangra, que crea y que destruye sin cesar a los seres particulares finitos: es en este sentido que la verdadera universalidad es la muerte de Dios.

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